Vivimos en un mundo dominado por una hipocresía infantiloide: Fredy Massad

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¿Qué temas vitales ha abandonado la arquitectura?

La arquitectura no es un ente aislado, funciona vinculado plenamente a la sociedad a la que pertenece. En la actualidad sociedad ha abandonado la inquietud por pensarse, por examinarse autocríticamente, y la arquitectura no ha sabido resistirse ni combatir esa inercia. Una de las consecuencias de ello ha sido la pérdida de contacto de la arquitectura con su propia historia, de manera que vive instalada en ese estado de eterno y acelerado presente cuyos protagonistas son cada vez más toscamente frívolos y peligrosamente ignorantes.

Usted dirige el blog de arquitectura del periódico español ABC. ¿Qué se propone desde ese espacio de difusión?

Trato de resistirme a esa inercia complaciente y aspiro a que en mis lectores prevalezca el cuestionamiento constante, la independencia que otorga mantenerse en un estado de pregunta y de rechazo a aceptar automáticamente cualquier respuesta ajena. Más que respuestas, aspiro a que mis puntos de vista sean acicates que provoquen al lector a meditar y formular los suyos propios, incluso en discrepancia con los míos. Por mi convicción en la importancia de la discusión, del debate, también me ha interesado hacer del blog y de mis otros proyectos (como, por ejemplo, la serie de diálogos “Cruces Críticos”, que organicé en 2016), espacios donde acoger conversaciones y entrevistas extensas con profesionales de diferentes ámbitos de la cultura contemporánea.

Otro de mis propósitos es el de reivindicar la crítica como una herramienta imprescindible para el pensamiento. Por ese motivo, uno de los temas en los que incido particularmente es el del tratamiento mediático de la arquitectura. El grado de influencia de los mensajes y enfoques mediáticos es muy poderoso, no sólo entre el público en general sino también entre los arquitectos. Escrutar cómo los medios han contribuido a afianzar este estado de banalización del ejercicio y sentido de la arquitectura me parece un ejercicio crítico fundamental.

¿Qué se propuso en su libro La viga en el ojo. Escritos a tiempo?

El libro se publicó en 2015. Contiene una selección de artículos escritos para diferentes medios entre 2008 y 2015 y ordenados no cronológicamente sino agrupados bajo varios temas, que en lo esencial examinaban los factores que estaban afectando a la arquitectura durante ese periodo: la conversión de la arquitectura y el arquitecto en elementos de la cultura del espectáculo y en objetos de consumo; el debilitamiento ético e intelectual de arquitectos, academia y crítica; la complicidad de la arquitectura con los postulados del neoliberalismo…

Examino cómo los medios, que comenzaron a priorizar la difusión del rostro del arquitecto sobre la de su obra arquitectónica, cimentaron la construcción del panteón de los arquitectos-estrella y la veneración fascinada, y por lo tanto acrítica, hacia sus figuras y su poder. También cómo, a partir de 2008, tras el inicio de la crisis económica, el establishment arquitectónico reacciona generando un espejismo de súbito cambio ideológico como herramienta de supervivencia: una reacción gatopardista, que pasa de la exaltación del edificio icónico a la reivindicación de algo ambiguamente considerado “arquitectura social”, que tiene que ver con lo precario, lo austero…y, a veces, con una instrumentalización obscena de la miseria. Sin embargo, y esto es lo que he examinado más a fondo en el ensayo Crítica de choque (2018), el actual escenario post-crisis sigue estando regido por los mismos fundamentos frívolos que dieron pie a la arquitectura de la era del espectáculo, intensificados por los efectos del auge de los populismos.

Lo que expongo de fondo en ambos libros es también un análisis del papel cómplice de la ‘crítica oficial’ en la evolución y consolidación de toda esta situación.

En la contratapa de su libro dice lo siguiente: la pleitesía al star system y la idolatría al icono ha dejado vacío de contenido al pensamiento de la arquitectura, ha anulado la necesidad de criterios con los que sustentar reflexiones y debates. ¿Es posible pensar una arquitectura sin criterios? ¿Qué debates entiende usted que quedan postergados?

Sin duda, así lo demuestra la arquitectura que se ha realizado a lo largo de las últimas tres o cuatro décadas. En La viga en el ojo incido en esta crítica al arquitecto omnipotente que, vendido al mejor postor por su ambición y vanidad, desarrolla proyectos a través de los cuales se vacía de contenido el ejercicio de la arquitectura; y cómo la profesión y la sociedad, persuadidos a través de los medios de la supuesta genialidad de estos arquitectos, han acatado su autoritarismo y no han cuestionado la vacuidad y falta de rigor que había tras sus ‘grandes proyectos’. La pleitesía al star-architect anuló el pensamiento crítico, porque el crítico de arquitectura tendió a ver más beneficios en metamorfosearse en un aplaudidor, en un groupie, antes que en ejercer su tarea de pensador, de examinador. Esto ha bloqueado la posibilidad o viabilidad de cualquier debate sobre la arquitectura de fines del siglo XX y comienzos del XXI.

La arquitectura de fines del siglo XX se pierde en los fastos y la hipérbole, y la de comienzos del siglo XXI, en su total carencia de una verdadera inteligencia crítica, lo que ha dado lugar a esta huida hacia adelante, a ese hipócrita “sálvese quien pueda” dentro del que no se ha efectuado la menor reflexión ni debate en torno a los graves errores de ese pasado inmediato al que contribuyeron muchos que, hoy amnésicos, no recuerdan haber sido entonces algunos de sus principales protagonistas.

Muchos espacios del arte, sean las artes visuales, la literatura, por ejemplo, han recibido el embate de los grandes capitales y con ellos la imposición del criterio único con el cual se miden las obras. ¿Corre riesgo la arquitectura de verse encerrada en los criterios únicos?

No soy un profundo conocedor del arte contemporáneo, pero es indudable que la arquitectura va a la zaga de las dinámicas que marca el mercado del arte y los peores clichés que distinguen en la actualidad al arte contemporáneo.

Como consecuencia de la dificultad para construir que impuso la crisis económica, muchos arquitectos trataron de aproximar su trabajo a la actividad artística. Los resultados han sido, mayoritariamente, burdos. Lo cual puso de manifiesto la actitud frívola y banal, meramente ávida de repercusión mediática y poder, que ha guiado su actividad.

Ejemplos de esto son las instalaciones y performances llevadas a galerías y museos como pretendidas reflexiones conceptuales, muchas con un supuesto ángulo político. O, dentro del contexto de la arquitectura de la era del espectáculo, ORDOS 100, un proyecto ideado por Ai Wei Wei y Herzog & de Meuron que tenía como propósito convocar a un centenar de arquitectos internacionales para que cada uno de ellos construyera una casa-obra de arte que formaría parte de una urbanización de lujo situada en Mongolia Interior (China). Aparte del supuesto valor inmobiliario que tendría esta vivienda ‘de firma’, lo que el proyecto prometía a los participantes era obtener presencia mediática equivalente a prestigio.

 

¿Cuál fue el aporte del minimalismo en la arquitectura tanto en lo que tiene a favor como en contra?

Personalmente, no creo demasiado en el concepto de minimalismo cuando se aplica a la arquitectura. Lo comprendo como un término importado desde el campo del arte.

Sí es cierto que hay un estilo dentro de la arquitectura contemporánea que se fundamenta en una formalidad austera y contenida, que pone su énfasis en ser una expresión de estricta y básica esencialidad. Soy partidario de que la arquitectura opte a veces por prescindir de lo superfluo pero me temo que, a veces, se sobreactúa la idea de lo mínimo. Pienso también que a veces peca de estar concebida estrictamente para el disfrute endogámico de los propios arquitectos. Creo que a veces se imposta la emoción con que se suele reaccionar a la belleza que por defecto se atribuye a la arquitectura minimalista. Hay arquitectos que abusan de ello, pienso por ejemplo en RCR Arquitectes, que argumentan hacer una arquitectura de esencialidad, de arraigo local, y adornan de una aparente profundidad conceptual y poética a su arquitectura, atribuyéndole subliminalmente una especie de superioridad moral sobre otros planteamientos arquitectónicos, cuando, en realidad, se trata también de arquitectura excesivamente sofisticada y de alto costo.

¿Podría describirnos su creencia de que la crítica se mueve entre la nostalgia y la farsa?

Cuando formulé esta idea me refería a esas personas que creen estar haciendo crítica pero que, en realidad, no son más que narradores, y también a esos otros que determinaron que la crítica murió en los años 70 y que, hoy, la crítica ya no existe. Algunos, más pomposamente, hasta proclaman que ha muerto. Celebran esa nostalgia por el pasado, por el deseo de recuperar una forma de ejercer la crítica que hoy, tal vez, no tendría sentido. Escudándose en ese argumento, justifican su abandono de la tarea de analizar y pensar la arquitectura de su tiempo.

Hacer crítica es difícil, porque supone asumir un compromiso y definir una posición y esto es algo a lo que, creo, tienen miedo. Temen enojar a quienes mandan en el negocio de la arquitectura. Así, estos pseudo-críticos han devenido farsantes: vasallos que desde sus posiciones se han autoerigido en voces de autoridad mientras han ido empobreciendo y controlando el discurso y, gradualmente, haciendo desaparecer cualquier territorio posible para la reflexión y el debate.

Usted ha advertido de los peligros que entrañan los starchitects. Personajes que son descriptos como hechos a sí mismos, más allá del ejercicio de la arquitectura y cargados de una gruesa capa emocional. ¿Qué tanto cree usted que penetró ese personaje en la arquitectura, y qué puede aportar a la idea de creación en la arquitectura? ¿Sólo es un rockstar a la caza de salir bien en las fotos más allá de la preocupación en construir una obra?

La analogía con la figura del rockstar es apropiada. El efecto Guggenheim desencadenó ese fenómeno que hizo codiciar edificios ‘icónicos’ y que hizo que arquitectos que, en aquel momento, se consideraban figuras de prestigio esencialmente por sus méritos profesionales e intelectuales empezasen a ser tratados, y exigiesen también ser tratados, como celebridades. Consecuencia de ello fue que el proyecto arquitectónico se convirtió en un producto de consumo y ostentación de estatus dentro del escenario global; y también, para el arquitecto, en un pretexto para poseer ubicuidad mediática y retroalimentar así esa celebridad que le confería poder, y lo convertía a él y a sus edificios en objetos de deseo para políticos y grandes corporaciones.

Diferencio entre varias generaciones de star-architects. La primera fue la encarnada por figuras como Gehry, Eisenman, Herzog & de Meuron, Calatrava, Foster, Hadid, Nouvel… Arquitectos con una sólida trayectoria y que, dentro del escenario global y bajo la estela del efecto Guggenheim, adquirieron ese perfil de grandes estrellas. Koolhaas sería un integrante también de esa primera generación pero, como analizo en La viga en el ojo y Crítica de choque, creo que constituye un fenómeno en sí mismo, un híbrido entre la celebrity al uso y el gurú. Luego, vendría una segunda generación, más efímera, vinculada al auge de la arquitectura avanzada y digital, que conduciría hacia la que sería una siguiente, cuya figura más paradigmática es Bjarke Ingels: un personaje que ya nació autoerigido en estrella.

Tras la llegada de la crisis, ese escenario de ídolos de carisma arrollador y de modos casi absolutistas fue remplazado por otros protagonistas que, presuntamente, nada tenían que ver con ese modelo: arquitectos procedentes de países periféricos, que estaban trabajando en proyectos humildes y, supuestamente, comprometidos con mejorar las condiciones de grupos sociales desfavorecidos. Éste es un tema que examino a fondo en Crítica de choque, el de estos supuestos antihéroes que en Europa y Estados Unidos son recibidos con una embobada fascinación y celebrados como referentes de la arquitectura ética y moralmente ‘buena’, pero que no son más que los nuevos escogidos por el mismo establishment que encumbró a los star-architects. Alejandro Aravena, alguien que ha sabido manejar muy astutamente toda esta coyuntura, es indudablemente la figura protagonista del modelo post-crisis.

¿Las redes aportan una crítica más honesta, más acorde con pensar la arquitectura en profundidad?

Debiera ser así. La apertura y democratización que brindan las redes debiera haber contribuido a ensanchar y pluralizar el territorio para el debate, haciendo así que el poder de los medios establecidos y hegemónicos se debilitara. Sin embargo, esa democratización se ha convertido más bien en vulgarización, además de tratarse también de una falsa democratización. Las redes están llenas de ruido, de personas dando opiniones desde la más absoluta ignorancia, de groseros combates entre fanáticos… Esto ha aumentado el grado de de banalidad, de frivolidad… de estupidez, en definitiva.

Otro factor es que la construcción del pensamiento es lenta, y eso es algo que se opone a la naturaleza cada vez más instantánea y fugaz de las redes. Esto lleva a que únicamente se lea lo breve, lo sensacionalista, y se eluda cualquier elemento que solicite una atención serena y prolongada. Sin olvidar tampoco que las redes se han convertido en un lugar donde prolifera también un determinado tipo de ‘celebrity’: personajes que se acaban autoerigiendo en voces de referencia lanzando opiniones y arengas destinadas a encender las redes. En apariencia, creando debate, pero en realidad dirigiendo y controlando el discurso, señalando y delatando al que discrepa o cuestiona más de lo debido la opinión sancionada como correcta.

Hay quienes opinan que la transparencia y la información sustituyen a la verdad. ¿Es posible que se haya llegado a tanta hipocresía?

Absolutamente. Vivimos en un mundo dominado por una hipocresía infantiloide. El concepto de la posverdad ha llegado para quedarse. El relato es más importante que los hechos. Estamos en una sociedad cada vez más manipulable, tan endeble intelectualmente que tolera que hoy se le cuente una cosa y mañana otra contraria. La falta de conocimiento anula la capacidad crítica, la posibilidad de poseer una inteligencia firme que reaccione, que dude, que replique, que necesite construir sus propias explicaciones.

Pongo por ejemplo a Aravena. Se ha preferido creer su relato acerca del proyecto sobre la Quinta Monroy, creer que las cosméticas fotografías del proyecto se corresponden con la realidad del lugar, a aceptar que la realidad dista muchísimo de esa narración optimista, simplista y autocomplaciente para emisor y receptor, tras la que se ocultan no sólo las falencias arquitectónicas del proyecto sino también afrontar las serias problemáticas políticas y sociales que hacen que exista un proyecto como la Quinta Monroy.

En Vía de perfección, que escribe junto con Alicia Guerrero, citando a Peter Zumthor, dice que Zumthor posee la convicción de dotar a sus obras de alma, apelando a lo sensual del cuerpo y la dimensión del intelecto. ¿La relación del cuerpo y el alma, con respecto a la arquitectura, se ha abandonado, quedando sólo un criterio de mero espacio?

Es un tema difícil de responder brevemente. La sensibilidad hacia la relación del individuo con la materialidad y el espacio arquitectónico está presente en el trabajo de muchos arquitectos, y se concreta con sinceridad. Como antes comentaba respecto a la actitud de RCR Arquitectes, que creo emula la de Zumthor, hay arquitectos que imponen sobre su perfil la etiqueta de que son poseedores de una alta sensibilidad poética hacia materiales, espacio, contexto… y esta etiqueta deviene un cliché que se acepta sin cuestionamientos, sin cuestionar si no se trata de una cierta sobreactuación artificiosa. Nosotros encontramos, sin embargo, a menudo proyectos de menor ambición y menos pomposamente descritos pero que se perciben más honradamente sensibles, lo que me hace pensar que esa vinculación entre el espíritu y cuerpo del usuario sigue siendo un fundamento que, silenciosamente, algunos arquitectos sí cuidan y respetan.

¿No es pensable ver reflotar la arquitectura lo artesanal?

También es una pregunta difícil de contestar en pocas palabras. La reivindicación de lo artesanal va ligada a la actual urgencia por una reformulación de los paradigmas económicos y culturales. Apela a una recuperación del sentido común que albergan las técnicas y conceptos arquitectónicos tradicionales y vernáculos.

Dentro de un escenario global, lo artesanal debe entenderse como intrínsecamente vinculado a lo local, no como algo exportable. Es un error querer trasladar conceptos artesanales de un determinado contexto a otro, justificándose en argumentos como la sostenibilidad. La construcción en adobe, por ejemplo, es viable y ejemplo de construcción sostenible y de bajo costo en unos determinados contextos geográficos. Sin embargo, pretender realizar una construcción en adobe dentro de un contexto de condiciones distintas sería un burdo error, ya que el material posiblemente no respondiera de la misma forma a las condiciones de ese lugar, el desplazamiento de material y mano de obra especializada para la construcción supondría un importante gasto económico.

Hay casos en los que el uso de una industrialización y prefabricación bien desarrollada, a veces integrando conceptos procedentes de lo artesanal, puede resultar en una construcción más sostenible y económica que otra, enteramente hecha según procedimientos tradicionales. El adobe es la solución perfecta en ciertos contextos, el ladrillo es la solución perfecta en otros y la prefabricación es la solución perfecta en otros.

Por eso me desconcierta que esa fascinación que muchos especialistas sienten hacia las arquitecturas vernáculas sea tan ciegamente literal, y no comprendan que ese tipo de arquitectura es posible por las condiciones que definen esos determinados contextos (que a veces implican mano de obra muy barata, normativas de dudosa legalidad…) y que, antes que copiar o considerar la posibilidad de trasladar física o materialmente esos modelos para convertirlos en productos de consumo, como rarezas o exquisiteces exóticas, sería más interesante estudiar cómo están articuladas esas relaciones con el contexto para considerar sus posibles traducciones o adaptaciones.

¿Qué se discute hoy en los congresos de arquitectura?

Los congresos de arquitectura son lugares donde hoy no se discute nada. La mayor parte de los asistentes acuden a ellos para dejarse ver y mostrar proyectos ya sobradamente conocidos y releer conferencias que ya han ofrecido en previas ocasiones, los monólogos abundan más que el diálogo… Sería necesario que se fuera a ellos más a hablar de ideas que a exhibir la producción reciente.

A mi parecer, y salvo muy honrosas excepciones, los congresos de arquitectura carecen hoy ya del menor sentido. La persona interesada puede acceder hoy en cualquier momento a una conferencia a través de YouTube u otras plataformas, haciendo innecesaria la existencia de este tipo de eventos.

Como digo, hay excepciones. El año pasado estuve en la Bienal de Quito, donde hubo mucho interés en abrir espacios de debate en paralelo a las conferencias, y creo que su esfuerzo por generar encuentros entre teoría, crítica y práctica es ejemplo de un camino posible para replantear el sentido de este tipo de eventos.

En una entrevista que le realizan en Ecuador usted dice que hay que tener mayor conciencia sobre el problema de la ideología digital. ¿Qué sería hoy la ideología digital?

Me estaba refiriendo a ese estado de hooliganización y banalización de la opinión que alientan las redes sociales, y que ya se ha trasladado a otras esferas de la vida pública. Ya no se trata sólo de la aceleración de la creación y difusión de opiniones que evita, como decía antes, la elaboración meditada de reflexiones consistentes y argumentadas o la banalización alentada por el ‘like’. En los tiempos recientes se ha intensificado el grado de sectarismo y maniqueísmo de las opiniones y, con ello, la radicalidad de la intolerancia hacia las discrepantes. Todo ello agravado por el poder de manipulación que permiten las fake news. Si se echa un vistazo a la actual situación política en Cataluña, se constata el importante papel que las redes sociales están teniendo en la difusión de consignas e instrucciones políticas para la actuación en los escenarios físicos, reales. Es preocupante.

¿Podríamos decir que el relato en la arquitectura, como en otras artes, tiene hoy más poder que los hechos?

Sí, sin la menor duda, como decía antes. De alguna manera es comparable también al mundo de los influencers. La realidad no es necesaria. Lo único que importa es enseñar. En arquitectura, ya no es el edificio lo que importa sino cómo el arquitecto se muestra a sí mismo y, tangencialmente, a su arquitectura. La cuenta de Instagram de Norman Foster o documentales como BIG, sobre Bjarke Ingels, o REM, sobre Rem Koolhaas, son una evidencia de esa obsesión por construir narrativas, relatos.

Usted ha dicho: que no debemos caer en la confrontación. Me parece que hay que dialogar y ver por dónde van las cosas. ¿Es posible esta opción ante la manipulación que se hace de los criterios y la pérdida de diálogo por parte de los críticos?

Es cada vez más difícil, porque la discrepancia suele ser percibida como agresión y respondida en consecuencia. Esta manipulación de los criterios, que acertadamente mencionas, empaña la posibilidad de diálogo. Se tiende a la descalificación y a rechazar el diálogo. A mi modo de ver, hay pocas personas que tengan algo que aportar que no sean simplezas o boutades. Es preciso recuperar el sentido del diálogo y restituir en nuestra sociedad el valor del conocimiento, que ha desaparecido.

¿Qué influencia debe ejercer la docencia sobre un futuro arquitecto?

La docencia, la educación y el aprendizaje son fundamentales en la formación del arquitecto para que en el futuro pueda influir positivamente en la sociedad. La universidad está jugando actualmente un papel demasiado pobre en todo esto. Se debate entre lo comercial, el servilismo a la cultura del paper y, a su manera. también a la cultura del espectáculo y los influencers. Ahogada en la burocracia, la academia hoy da cabida a personajes únicamente debido al hecho de que cuentan con gran número de seguidores en las redes o se han labrado un perfil mediático llamativo.

En mis conferencias insisto en que la universidad es el lugar clave desde el que incentivar y construir pensamiento crítico. Pero si se da cabida en ella a personajes huecos, lúdicos, hay pocas razones para ser optimista.

¿Qué no debió permitirse nunca un arquitecto y sí se lo ha permitido?

Que diera rienda suelta desaforada a su ego. El ego, la vanidad, no es intrínsecamente algo negativo, pero esta exaltación de los supuestos carismas, de los divismos, ha llevado a la arquitectura a un punto de no retorno. Creo que nunca debió permitirse que la sociedad y la arquitectura cayeran presas de la fascinación y veneración a estas figuras, volviéndolas intocables, poniéndolas más allá del bien y del mal. Con ello se aniquiló de raíz cualquier posibilidad de reflexión real sobre la arquitectura y, en consecuencia, de debate serio y profundo. Los creadores de aforismos han acabado triunfando sobre los que proponen pensamiento.

¿Son hoy arquitectos vigentes por ejemplo: Borromini, los Hermanos Assam o Balthasar Neumann, Peter Eisenman, que usted suele mencionar?

Uno de los elementos cruciales a recuperar es el conocimiento de la historia de la arquitectura. En este tiempo de adanismos, donde por falta de cultura cualquiera se cree el primero en haber llevado a cabo o pensado algo, es vital disponer de ese conocimiento, porque permitiría relativizar esos triunfalismos. Pero también porque la historia no es un elemento muerto, conocer la obra de Borromini, Brunelleschi, Miralles, Gehry, Le Corbusier… conocer la historia de la arquitectura, eliminando diferencias y buscando relaciones entre pasado y presente, permite entender más profundamente cuál es la sustancia de esta disciplina.

El conocimiento nos otorga un grado de libertad y hace que nuestra actitud mental siempre sea crítica. Quizá también nos vuelva más pesimistas frente al presente, pero nos otorga herramientas para entenderlo y dotarlo de esa perspectiva que nos hace ver que nada se inventó ayer.

¿En qué proyecto se encuentra?

Estoy escribiendo un libro en torno al populismo y la posverdad. Me sumerjo en el pleno presente de la cultura para tratar de examinar el cariz populista que el discurso de la arquitectura ha ido tomando en los últimos años; cómo la construcción de ciertos personajes se enmarca dentro de ese fenómeno de la posverdad y cómo las fake news también contribuyen al deterioro del pensamiento crítico sobre la arquitectura.