ANA
I
Fue un jueves. Dani siempre llegaba en bicicleta porque su casa estaba a una de esas distancias raras, ni tan lejos como para tomar el autobús, ni tan cerca como para llegar caminando. Yo vivía frente a la plaza principal, así que podía tomar el transporte escolar muy fácilmente. Hasta mi cuarto podía escuchar cuando pasaba la primera ruta, estando yo aún modorra, y entonces me daba prisa para irme a la siguiente, ya con el tiempo encima.
Dani vivía rumbo al cerro de la cruz, casi en la punta, pero tenía de allá su atajo porque bajando por atrás, entre los matorrales, estaba ya encaminada hacia la escuela. Era una ruta difícil, pero ella la conocía mejor que nadie y le ahorraba tiempo. A veces, hasta llegaba antes que el camión y nos veíamos en la entrada, mientras ella le ponía candado a su bicicleta para que no se la fueran a robar.
Ese día bajé del autobús y no estaban ni Dani ni su bicicleta. Me puso triste no verla porque dijimos que iríamos juntas con la maestra Francisca a ver si nos podía encargar un trabajo y así subir poquito nuestra calificación de Química. Desde que me cambié de escuela esa maestra me agarró coraje porque no quise entrar al grupo de danza folclórica que ella coordinaba. Todo empeoró cuando descubrí que la Química y yo nomás no, así que mi promedio fue en picada. Ahora tendría que ir sola a rogarle. Sin Dani, que aunque tampoco le gustaba la química, era de sus favoritas porque ella sí bailaba, yo no tenía esperanzas.
Decidí esperar un poco. Desde la entrada, podía asomarme perfectamente al camino por si veía su cabello chino flotar a lo lejos, pero nada. Escuché el timbre y entré corriendo para llegar a tiempo a clases. No supe nada de ella en toda la mañana y supuse que se había enfermado porque sólo cuando eso pasa es que yo no me entero.
II
La maestra de biología extendió en el pizarrón una lámina titulada “Principales grupos de insectos”.
—En el mundo existen millones de especies de insectos, todos tienen una función en la naturaleza y si éstos se extinguieran, nosotros lo haríamos con ellos.
En la lámina había de todo: mariposas, abejas, gusanos, orugas, escarabajos, grillos, alacranes, moscas, cucarachas…iugh, las peores. Cada uno de ellos agrupados en distintos tipos según sus características. No tenía idea de que fueran tantos.
—En un futuro, si el cambio climático y la contaminación avanzan con la rapidez de los últimos años, gran parte de las especies de insectos estarían en peligro de desaparecer.
La maestra explicó que los insectos polinizadores, como las abejas, las mariposas y las polillas han disminuido su población y eso nos pone en riesgo, ya que su existencia es esencial para la vida en el planeta.
—No podemos permitir que desaparezcan —agregó y, enseguida, nos pidió leer el tema en el libro y de tarea hacer un ensayo sobre los tipos de insectos, las características de los que nos parecieran más interesantes y la importancia de su conservación.
Las abejas son uno de los pocos insectos que no me aterran tanto. No sé por qué. Tal vez porque nunca me ha picado una, o porque simplemente no se me acercan mucho. Tal vez sólo pasa que no les gusto o que son ellas las que me tienen miedo y entonces no se me cruzan.
Con las libélulas es distinto, esas me matan de miedo. Su presencia y el sonido que traen consigo puedo sentirlo aunque estén muy lejos, como si pudiera detectarlas y ellas a mí. Esa vibración hace que me recorra un escalofrío, aunque a casi todas las personas que conozco les parezcan lindas.
—Las libélulas no pican, no te hacen nada—, me dice mamá siempre.
En otros lugares les llaman “caballitos del diablo”, a mí me parece que no hay mejor nombre para ellas. Esos colores, luminosas y a la vez tétricas, como anunciando la llegada de algo maligno entre sus alas.
III
En la tarde sonó el teléfono. Doña Juana llamó para ver si Dani estaba conmigo. Mamá contestó:
—No Juanita, aquí no ha venido, pero deje le pregunto a Ana, seguro a ella le dijo algo.
Mamá puso cara de espanto cuando le dije que Dani no había ido a la escuela, pero al tomar la bocina sonó dulce y le dijo a doña Juana que a lo mejor se le había hecho fácil irse a jugar por ahí, y que al ver la hora no debía tardar en volver.
—Sí, Juanita, estamos al pendiente y cualquier cosa que necesite me avisa, por favor, no lo dude.
Colgaron. Primero pensé que había hecho mal en decir que no fue a clases, porque su mamá la regañaría por echarse la pinta y ella me regañaría a mí por chismosa. Después sentí coraje porque, donde sea que Dani estuviera, no me había dicho nada, ni me invitó. Se supone que éramos mejores amigas y sabíamos todo lo que nos pasaba.
Pero esta vez Daniela ni sus luces.
IV
Ella es la única que sabe de mis miedos. Le conté desde hace mucho que yo no puedo controlarme cuando un insecto se me acerca, pero ella me ayudó a fingir que no, que no es nada, a respirar profundo y calmarme hasta que todo pase.
—Si alguien más en la escuela se da cuenta, de adrede te van a echar los alacranes o las chicharras que se encuentren—, me dijo Dani cuando me vio por primera vez entrar en pánico — ¡Te tienes que aguantar o ya te va a andar!
Tenía razón. Los niños hacían eso todo el tiempo. La escuela estaba en la orilla, rodeada de campo abierto, corrales y sembradíos. Con toda la libertad del mundo podíamos andar entre la tierra y los matorrales, pero los insectos también. Las chicharras eran lo más común, sobre todo en primavera. Esos insectos gordos y con alas cortas que cuando salían de su escondite no hacían más que zumbar y volar descontroladas. En el libro de biología venían señaladas como “cigarras”.
Mis compañeros las agarraban y les amarraban un hilito para traerlas volando al lado de ellos como si fueran sus mascotas, después de usarlas de juguete, o se las arrojaban a alguien o las dejaban irse, aunque esto era inútil porque para entonces ya ni podían volar. Me parecía horrible y cruel, incluso a mí que las odiaba.
Era peor cuando encontraban alacranes, que no había que buscar tanto, la escuela era perfecta para ellos. Una vez Jorge agarró uno de allá por las canchas, lo metió al salón y se lo puso a Martha en la espalda. Yo tenía mucho miedo porque ella se sentaba justo frente a mí y podía verlo completo moviendo sus tenazas y avanzando lento por la blusa blanca, tan cerca de mí… era como si me retara a hablar y gritar delante de toda la clase mientras él se paseaba a sus anchas… pero no hice nada.
Unas risitas se iban escapando de aquí y de allá, burlándose de todo. De Martha, del alacrán, de la escena que en realidad no era nada divertida pero fingimos que sí. Yo fingí. Fingí que era divertido que Martha tuviera un alacrán en la espalda aunque sabía que no, que era horrible, y todo para que no me descubrieran.
Dani se puso de pie y capturó al bicho haciéndole una rampa con la pasta arrancada de una libreta. El alacrán se subió al cartoncito y ella lo llevó hasta el patio mientras Martha se quedó inmóvil, sin saber bien qué ocurría pero imaginándolo, porque pasaba todo el tiempo. Yo no hice nada.
Y esa tarde tampoco. Sabía que Dani no podía haber ido muy lejos, que le gustaba andar en bici por todas partes, por las calles más tranquilas del pueblo sólo para poder ir rápido y sentir que vuela. Sabía que no tardaría mucho en regresar para que su mamá no se preocupara ni la regañara tanto pero, ¿por qué esta vez se fue sin mí?
V
Al ir sin Dani, la maestra de Química no me dejó llevarle un trabajo extra y me puso seis. Por lo menos no me reprobó, pero si no saco diez en todo lo demás voy a perder la beca. Desde que llamó la mamá de Dani, la tarde se me ha pasado dándole vuelta a eso y pensando en su escapada ¿ya habría regresado? ¿Por qué no me habrá llamado aún?
Como si la hubiera invocado, sonó el teléfono, esta vez contesté yo.
—¿Bueno? ¿Dani?
—Ana ¿eres tú?
—Ah, sí… ¿Señora Juana?
—Sí hija, soy yo… ¿No habrás visto a Dani todavía? No la puedo encontrar por ningún lado, ya estoy muy preocupada.
—No… No la he visto.
—Hija, por favor, cualquier cosa que sepas, me dices ¿sí?
—Sí, señora— No supe qué más contestar. Sabía lo de sus vueltas en la bici, pero nada más, ni una pista. Y ya habían pasado muchas horas, no podía estar haciendo eso todo el día —¿Puedes pasarme a tu mamá? —, dijo doña Juana.
Le grité mamá para que tomara el teléfono y me quedé ahí para escuchar qué decían. Mi mamá sólo ponía cara de angustia y le repetía a doña Juana que no se preocupara, que todo iba a estar bien, que sí, que viniera por favor, que ella la acompañaba.
Colgaron y como mamá se fue a su cuarto, yo me fui al mío. Eran cerca de las nueve de la noche, Dani nunca salía tan tarde, sólo se escapaba cuando sabía que su mamá no estaría en casa y eso era durante el día. Ahora tenía que esperar, a que volviera, a que nos diera señales. Mugre Dani, ¿por qué no me llevaste contigo, o me contaste si quiera? El sonido del timbre me sacó de mis pensamientos.
Mamá bajó a abrir y la alcancé en las escaleras. Antes de salir volteó y me miró con tristeza. Me dijo que Dani no estaba por ningún lado, que tenía que acompañar a doña Juana a la comandancia porque su esposo todavía no podía salirse de la planta para llevarla.
—Si Dani no aparece y no sabemos nada, necesitamos pedir ayuda a las autoridades antes de que pase más tiempo.
No sabía qué decir. Mamá me dio un beso en la frente y me dijo que no me preocupara, que pusiera llave y que no tardaba.
PATRICIA
I
Pensó cómo estaría ella si no supiera de su hija en tantas horas, no quiso ni imaginarlo. Juana estaba desesperada y cómo no. En la comandancia no fueron de mucha ayuda. Según ellos decían, las desapariciones se reportan como tal hasta las 48 horas de ausencia y Dani apenas tenía 13 horas. Apenas. Eso ni siquiera es verdad pero el personal no se mostraba muy interesado en hacer búsquedas por su cuenta hasta que no pasara ese lapso.
— ¡¿Pero entonces qué hacemos?! ¡No podemos perder tiempo esperando!
Juana ya no podía mantenerse ecuánime, su semblante estaba descompuesto y su voz era un hilo estridente.
—Así es el protocolo señito, estamos atados.
—Oficial, pero esto es una situación alarmante. Aquí casi todos nos conocemos, debe haber algún modo de que nos ayuden, no es normal —intervino.
—Pues en eso hay que pensar Licenciada, con todo respeto, pero ahorita con mayor razón, ustedes, su familia, la gente que la conoce, son las que deberían saber dónde anda la niña o dónde buscar, nosotros cómo.
—¡Por eso es una emergencia! ¡Porque no sabemos, Dani nunca hace esto! ¡Haga su trabajo! –Juana al borde del llanto.
−Por eso señora, cálmese y déjenos hacerlo. Se tiene que esperar, así son las cosas.
II
Sus días en campaña habían sido agotadores, había jurado no volver a involucrarse en algo así y, en ocasiones, agradecía haber perdido las elecciones. Sin embargo, la gente seguía tocando a su puerta, le contaba sus problemas y esperaba su ayuda. Entonces recordaba por qué había iniciado con todo aquello. Patricia quería mucho su pueblo, era el lugar donde había crecido con tranquilidad y felicidad absoluta. No tenía el capital económico o las influencias para llegar a la presidencia, como había pensado, pero igual no iba a dejar de involucrarse en las causas que pudiera desde la sociedad civil, porque era lo natural para ella.
Pero esto era diferente, no es como cuando le pedían ayuda para un enfermo y trataba de contactar a las familias con los enlaces necesarios para recibir la atención, para solicitar la ambulancia comunitaria o para orientarles al solicitar estudios; ni tampoco era tan sencillo como hablar con algún conocido en ciertas oficinas para que ubicaran a la gente de su pueblo que andaba en la capital y no sabía ni para dónde a la hora de hacer un trámite burocrático.
Era una niña probablemente desaparecida. La mejor amiga de su hija Ana, iban juntas en la escuela y tenía su edad. No podía estar pasando.
ANA
VI
Tomé mi bici apenas se fueron. Vi por la ventana cuando ya se habían alejado rumbo a la comandancia. Dani me regaló en mi cumpleaños pasado una lamparita de diadema para andar en la bici cuando se oscurecía. En realidad nunca la había usado porque no me dejaban salir de noche y a mí me daba miedo escaparme, pero esta era una emergencia.
A ver, Daniela es experta andando en bici, conoce muy bien los caminos por los que anda y, aunque sí le da por buscar la aventura, es muy precavida. Si no llegó a la escuela, no está en su casa ni tampoco en la mía, sólo había un lugar donde podía estar. No le podría perdonar nunca que se fuera a esconder allá sin invitarme, pero si me explicaba por qué, y me incluía en sus próximas exploraciones, quizá podría considerarlo. Claro, después de darle unos buenos zapes por asustarnos a todos.
Me puse mi impermeable de flores, la lámpara, tomé mi mochila con algunas cosas de emergencia, tomé la llave de repuesto y salí pedaleando fuerte rumbo a la secundaria para tomar la vía hacia el tanque.
VII
Las chicharras son insectos que juegan al escondite. Los pequeños y gordos bichos viven dentro de la tierra de dos hasta diecisiete años. Después de ese período, cavan túneles, suben a los árboles y sufren una muda, transformándose en adultos, para así salir a reproducir su característico sonido y volar descontroladamente por todas partes.
VIII
No recordaba que el camino fuera tan intrincado, la lamparita en mi cabeza me ayudó a no caerme o golpearme la cara con las ramas, pero aun así resultó difícil abrirme paso. Mugre Dani, me las vas a pagar apenas te vea.
El tanque estaba justo detrás de la secundaria, pasando las canchas de básquet y fut, los sembradíos del taller de agricultura y los corrales. Había que cruzar la cerca de alambre con mucho cuidado y caminar un poco más, hasta encontrarlo ahí, entre los mezquites y los huizaches. Era un lugar frecuentado por algunos estudiantes de la escuela, como un pequeño secreto a voces para saltarse alguna clase, aunque no todos lo conocían por lo difícil de ir sin ser vistos por algún prefecto o maestro. Dani me lo enseñó. En tiempos de lluvia su verdor es increíble, el agua se acumula en él y se siente el frescor, las horas vuelan ahí, ni parece que estás en el mismo pueblo, tan cerca de la escuela.
Cuando el tanque está seco es muy distinto, verlo así me hace sentir muy sola. Es como poder escucharlo todo de tan vacío. Pero sus rastros de humedad en las piedras, en la tierra y todo alrededor, hacen pensar que es temporal, que no es malo estar vacío por un tiempo.
Ir al tanque era la prueba de fuego para mi fobia. Por eso no me atrevía a ir sola, ni si quiera de día. Apenas comienzas a tomar dirección hacia allá y abunda la hierba y toda clase de bichos que la habitan. Se escuchan los zumbidos cada vez más intensos, sientes revolotear los mosquitos, ves las libélulas trazar su vuelo sobre el agua… no quiero pensar en los rastreros que no puedo ver, pero sé que están ahí
Venir de noche, no, ni de chiste lo hubiera hecho si no fuera por esto. Daniela más te vale que salgas de aquí ahora. Logré llegar por el camino de atrás, no por la escuela, que a estas horas está cerrada, sino desviándome por el atajo de Dani cada mañana.
Me costó un poco ubicarme, pero lo logré recordando sus pláticas pues siempre me lo repite.
—Es muy fácil, ya bajando el cerro sí hay camino trazado, muy angosto, porque casi no pasan carros. Pero eso sí, te encuentras caballos o vacas que vienen a beber de esta agua.
En las mañanas el camino es visible, pero a estas horas los ramazos son casi inevitables, trato de aguantar y no pensar en lo demás, sólo en llegar y encontrarla a ella.
El tanque está en periodo de vacío. Casi comienza la temporada de lluvias, entonces será por poco tiempo. El corazón me palpita demasiado rápido, aun así, en medio de la oscuridad que la luna llena me ayuda a mantener a raya, el tanque me arroja su tranquilidad usual.
Veo hasta donde mis ojos y la lamparita me alcanzan, parece tan vacío, leves movimientos de hierbas, del viento en las ramas y ese terrible ruido de insectos que yo bien conocía, pero no más.
—Daniiiiii —grité, un poco temblorosa —¡Daaaaniiiii!
Nada. Camino un poco, entre los árboles, aluzando para no caerme y distinguir mejor. Sigo hablándole a Dani, esta vez con voz más tranquila pero firme, mientras busco lo mejor que puedo en el terreno del tanque.
—¡Daniela! —grité de nuevo. Comenzaba a acostumbrarme a la oscuridad y a esa sensación de acecho que me produce el sonido de los insectos. El miedo fue dando paso a la tristeza al darme cuenta que no había rastros de Dani. Ni de ella, ni alguna otra pista para saber a dónde había ido.
IX
El sonido que producen algunos insectos se llama estridulación. No pueden gritar, ni siquiera tienen cuerdas vocales, pero usan su cuerpo para vibrar tan fuerte como lo necesiten, según sea el caso, con sus patas o con órganos especiales que me hacen pensarlos como una cajita de música, tan pequeña y tan poderosa. Las cigarras o chicharras, como les decimos aquí, los grillos, los saltamontes… todos se comunican en medio de lo que muchas personas consideran silencio. Para quienes les tememos y, sobre todo, para quienes les tememos y los encontramos en la noche, nada relacionado con ellos es silencioso.
X
Siento todavía la adrenalina. Me arden un poco las mejillas por el aire y por las ramas en el rostro. Veo que no está el coche y mi corazón se calma un poco al saber que tengo tiempo.
No puedo aún entender lo que pasa. Estaba segura de que si Daniela se estaba escondiendo, por alguna razón, la que sea, ese sería el único lugar. Llego a mi cuarto y todo el miedo contenido va cavando dentro de mí, como las chicharras para salir a la luz. No puedo más, me meto en la cama y me cubro para poder llorar. Lloro por la sensación de insectos en mis oídos, por los raspones, por la oscuridad aplastante del tanque y por Dani. Dani convertida en chicharra, deja de esconderte. No lo soporto.
XI
No podré conservar la beca. Hoy calificaron apuntes de matemáticas y no tengo ningún revisado, olvidé por completo ponerme al corriente.
Los viernes suelen ser mis días favoritos pero éste es horrible. La escuela se siente distinta, todo está tan raro sin Dani. Las noticias se esparcen rápido y todos están hablando de eso. Sus murmullos son como estridulaciones, me molestan y me ponen nerviosa, me acosan todo el tiempo, no quiero escucharlos, no quiero responder sus preguntas. No sé dónde está Daniela, no lo sé.
XII
—Dani está desaparecida—, dijo mi mamá el sábado temprano. Yo lo sabía, ya sabíamos todos que algo no iba bien desde la primera noche y no pudimos hacer nada. Ese mismo día los postes de luz, las paredes de la escuela, del atrio de la iglesia y hasta los árboles se llenaron de la cara de Dani.
Tez: morena
Complexión: delgada
Estatura: 1. 55
Ojos: chicos, negros
Nariz: chica
Cejas: delgadas
Cabello: chino, largo
Ropa: uniforme deportivo de Secundaria Técnica
Sus rostros gritaban sus señas particulares en todos los rincones. Muchas Danis zumbando muy fuerte, emitiendo vibraciones como las chicharras desde sus escondites. Zumba Daniela, más fuerte. Te tengo que encontrar,
PATRICIA
III
Habían pasado tres días de la desaparición de Dani. Después de no obtener respuestas de las instancias adecuadas y cansarse de buscar por sus medios, doña Juana y su esposo acudieron desesperados volvieron a pedirle ayuda.
—Paty, tiene que ayudarnos, ya no sabemos ni qué hacer, ni por dónde buscar. Alguien que pueda decirnos algo…
—Juanita, no sé ni qué decirle, qué impotencia…
—A lo mejor usted sabe de alguien que nos oriente, a dónde ir ahora, qué hacer, ya vio usted que aquí no nos dan razón ¡No les importa! —le decía el señor, a punto de quebrar la voz—.
—Mire, don Carlos, puedo hacer unas llamadas, no es que tenga idea por dónde seguir rastro, pero a lo mejor alguno de mis conocidos en la capital puede ayudarnos a agilizar las cosas, o conoce casos así… no sé…
—Sí, sí, Paty, lo que sea, lo que sea que puedan indicarnos, lo que sea hacemos, seremos discretos, lo que nos digan.
—No les puedo prometer nada, pero va a ver que hacemos lo posible, insistiremos, y si dios quiere, todo sale bien, va a ver que sí.
Patricia se despidió de ellos entre lágrimas, todo era confuso. En el pueblo era raro que pasara algo así. Prácticamente todos se conocen. Había inseguridad, algún robo de vez en cuando, en especial los días de feria cuando venía gente de otros lugares, pero nada como esto.
ANA
XIII
A veces la tristeza es un insecto que recorre el cuerpo, sigiloso, pequeñito, pero capaz de paralizarte. La tristeza es una araña que me recorre con sus patas laaargas, rápida e intensamente.
La tristeza es una mariposa negra que se cuela por la casa y me aletea en la cara. Que me nubla y no me deja ver, que suelta su polvo dejando un rastro infinito de miedo y de lágrimas que lo cubren todo. Y yo lo sigo, y lo sigo, dando vueltas en círculos, perdida y asustada.
Algunas veces, la tristeza es una chicharra que zumba muy, muy fuerte, que me revolotea al oído, choca contra mí, me golpea y no puedo estar en paz, no puedo huir. Y otras, como hoy, la tristeza es un alacrán que me camina en la espalda mientras todos ríen. Y me hunde su aguijón. Y duele. Duele muy fuerte.
PATRICIA
IV
Rodrigo era diputado federal del mismo partido por el cual había contendido Patricia, se conocieron en campaña e independientemente de los intereses políticos, habían hecho amistad genuina. Rodrigo y su esposa Mariela, eran jóvenes y trabajadores, metidos en la política tras dejarse ir en una ola de continuidades que no pudieron parar pero que tampoco es que quisieran, estaban convencidos que desde ahí podían hacer alguna diferencia en un mundo que muchas veces les pesaba habitar.
Patricia sabía que además de su cercanía y disposición, ellos conocían casos de desapariciones, pues la zona del estado de donde eran originarios atravesaba una triste crisis desde hace varios años.
Se negaba a pensar todavía que el caso de Dani fuera algo así, pero más valía adelantarse.
V
Había que ser muy rápidos, muy insistentes, pero discretos porque está más pesado de lo que pensamos, le había dicho Rodrigo. Y sí, lo sabía. Durante el tiempo en campañas se dio cuenta de situaciones en el pueblo que antes había jurado no sucedían. La gente, incluida ella le echaba la culpa de la inseguridad al crecimiento, a la llegada de gente de todas partes con la instalación de la planta cementera hace más de diez años. El pueblo en el que podías dejar tu coche sin seguro y con el vidrio abajo para bajarte a hacer tus compras se quedó atrás.
Los casos que son más frecuentes en la zona, tienen qué ver con grupos delictivos ligados al narcotráfico, la trata de personas y, muy frecuentemente cuando se trata de menores, el tráfico de órganos.
—¿Recuerdas el caso del equipo de béisbol de tu municipio que desapareció hace unos cinco años? –preguntó Rodrigo.
—Claro, sí, los que iban a un torneo en el noreste y ya no volvieron.
—Ese, tomaron carretera y ni rastro
—Los periódicos dijeron que era un secuestro, pero nunca pidieron rescate y sus familias no obtuvieron más respuestas. Luego se comenzó a especular que los muchachos andaban mal pero cómo, pura habladuría.
—Claro que no, esa jugada de “andaban mal” fue una vil cochinada. Lo de ellos fue tráfico de órganos Paty, no se esclareció porque no convenía que se supiera… es una historia larga y sucia y no creo que quieras saberla pero así es.
Patricia estaba perpleja, no porque no creyera lo que escuchaba, sino porque era Rodrigo hablando de eso y le daba la impresión de que no sólo lo contaba desde afuera.
—Mira, Paty, fue bueno que te salieras de esto. Aquí uno por más buenas intenciones termina metido hasta el cuello en el cochinero, y hay que aprender a jugarle. Son unas por otras…
—Mira, con esto de la niña me he dado cuenta, me lo imagino Rodrigo…
—No, en serio no te lo imaginas, es peor. Así que dime, tu insistencia la comprendo pero medítala ¿te vas a meter también? Es posible, no tienes idea de con quiénes me he topado, pero ¿te vas a meter para moverle?
—Rodrigo, estoy entre la espada y la pared…
—Yo ya estoy hundido Paty. Sólo dime ¿es tan importante para ti? porque nos vamos a salpicar por mucho que te proteja.
Patricia pensó en Juana y Carlos, en su desesperación… pensó en Ana, en lo afectada que está, en que podría pasarle a ella. No, que dios no lo quiera.
—Sí, sí lo es –contestó.
—Bueno, ¿cuántos días desaparecida tiene la niña?
ANA
XIV
Hay insectos que por supervivencia, igual que algunos otros mamíferos, han aprendido, tras años de evolución, a camuflarse. Los insectos palo u hoja son uno de los ejemplos más claros y comunes de encontrar en el entorno. Pero hay uno especialmente fascinante por su hermosura y peligro: la mantis orquídea. Sus colores brillantes como blanco, amarillo o rosa y sus formas y pliegues hacen que algunos insectos polinizadores como abejas y grillos las confundan con flores, mientras ellas sólo se sientan a esperar su comida en cualquier rama o grupo de flores.
PATRICIA
VI
El teléfono no paraba de sonar. Desde hacía algunos días, las llamadas comenzaban apenas salía el sol, a veces antes, en plena madrugada. El sobresalto la hacía despegarse de la cama y no volver a conciliar el sueño. Correr al cuarto de Ana, ver la hora y pensar lo peor se volvió rutinario.
Se metió en esto y ya no iba a poder salir.
—¿Te crees muy intocable, pendeja? Cuidadito con seguir chingando o ya te va a andar.
—Está equivocado— dijo, y colgó de inmediato.
El teléfono continuó sonando, no podía seguir ignorándolo.
—¿Sí?
—Deja de hacerte pendeja. Le sigues moviendo y ni a esa pinche niña ni a los tuya vas a encontrar ¿oíste?
Colgaron.
La angustia creció más, se le heló la sangre. Ya no podía ser una equivocación. Corrió de nuevo a ver a su hija, que seguía durmiendo en paz.
Tal vez era momento de parar y resignarse, por mucho que le doliera. Por mucho que doña Juana…por mucho que Ana sufriera, por mucho que no fuera justo. Pero no, no podían dejarlo así, no sí es que había alguna posibilidad de que Dani volviera.
ANA
XV
Salieron en la noche, muy tarde, mamá y doña Juana habían estado hablando toda la tarde, hacían y recibían llamadas sin que yo pudiera escuchar qué estaba pasando pues guardaban silencio o cuchicheaban apenas me aparecía. Doña Juana estaba más inquieta de lo que la había visto en estos días. Lloraba, se movía nerviosamente, mamá trataba de calmarla y de repetir que todo estaría bien.
Se fueron juntas en cuanto llegó don Carlos por ellas sin explicar nada, sólo un grito antes de cerrar la puerta
—¡Ana, no tardo! ¡Cerraré con llave!
—¿A dónde v…? –portazo.
Durante la madrugada entró a mi cuarto, giró la perilla sigilosa y la escuché llorar mientras yo fingía que dormía.
XVI
Las noticias dijeron que Dani estuvo escondida todo el fin de semana. Escondida por su propia cuenta porque tenía miedo de sus papás tras haber reprobado una materia. Las fotos circularon en los periódicos locales y en el canal televisivo de la región. Una Daniela seria, agachando la mirada, apagada como una luciérnaga cuando está alejada de las suyas.
Dos policías a sus costados la reclutaban a la luz de la tarde en el camino que venía del tanque.
XVII
De todas las especies de insectos, de las que se estiman existan de 4 a 5 millones, hay algunos me impresionan tanto que me fascinan aunque no dejan de asustarme
Así me pasó con las chinches. No las chinches que usualmente se conocen y que se esconden en los muebles, las camas y los tapices esperando alimentarse de nuestra sangre; las chinches de mezquite, les decimos así porque viven en esos árboles que aquí abundan. Son gordas, de patas largas, color rojo y naranja intenso con negro de fondo. Llegan a medir hasta 6 centímetros. La escuela está llena de mezquites y no podía estar en paz mientras me acercara ellos. Daniela una vez me dijo que a ella le parecen hermosas, que sus colores son una protección que advierte a los depredadores, los mantiene al margen pensando que son peligrosas, pero en realidad ellas no hacen nada. Mucha gente se las come.
PATRICIA
VII
Le tranquilizaba poder estar en casa tomando su café de la mañana. Ana no tardaría en bajar para ir a la escuela y por fin, deseaba, todo volvería a la normalidad.
Sonó el teléfono y se alteró de nuevo. Contestó nerviosa.
—¿Sí?
—Hola Paty, buenos días —Juana, con una voz cansada, pero mucho más tranquila que en los días anteriores.
—¡Juana! Qué tranquilidad, buenos días.
—Paty no he podido dormir, la angustia ya no se me va a quitar, fue una tortura, pero no sabes la paz de ver a Dani aquí otra vez.
—Juana… gracias a dios.
—Gracias, Paty… de verdad.
—No, no, ni lo digas, sabes que ni siquiera supe en qué nos metimos todo pasó tan rápido. Pero es mejor seguir así y ya, que la niña esté tranquila no importa que la interroguen.
—Sí, sí, ella… pobrecita, está bien, dentro de lo que cabe. Aquí quedará todo.
—Estamos en contacto Juanita, ánimo.
Ana bajó temprano por primera vez en mucho tiempo. Hoy se encontraría con Dani, después de todo esto. Patricia confiaba en que estuviera tranquila ahora que su amiga había vuelto.
—Mamá
—Buenos días, amor ¿qué pasa?
—Estoy feliz de ver a Dani, pero… no entiendo.
—Ana, es difícil de entender. Agradezcamos que apareció con bien y no la atosigues con preguntas, hay que darle espacio.
—Pero no lo entiendo mamá, ella no es así, no se escondió.
—No lo sabes Ana, sus razones tuvo, es mejor que trates de comprenderla, ya pasó lo suficiente ahí sola estos días.
—¡Pero es que no estuvo ahí! ¡Yo lo sé! ¡¿Por qué todos están mintiendo?!
—Ana…
—¡Yo lo sé mamá! Yo la busqué y no estaba ahí…
—¡Ana no, no digas eso! Escúchame bien ¡Escúchame! —Le dijo tomándola de los brazos, mirándola fijamente a los ojos con firmeza —¡No repitas eso! No te diré nada, no te regañaré, pero no digas eso. No podemos hacer preguntas, no podemos contradecir. Nada de eso ¿entendiste?
Le escurrieron dos enormes lágrimas por las mejillas, era una niña dura y muy inteligente.
—No entiendo. Pero no voy a decir nada- dijo, soltándose de su madre.
—Prométeme que no vas a volver ahí…
Ana tomó su mochila y salió sin decir nada para alcanzar el autobús.
ANA
XVIII
Daniela volvió a la escuela el martes, esos cinco días me parecieron eternos. Esta vez no llegó en bicicleta, ni tampoco utilizó el autobús. Su mamá la llevó en un taxi y la acompañó hasta la puerta. Intenté esperarla pero el timbre sonó antes de que ella entrara. Aun así la vi desde la ventana de la biblioteca, donde comenzábamos la clase de español.
Su mamá le dio un beso en la frente y Dani sólo asintió mientras su mamá seguía dándole indicaciones entre señas. Llegó a la puerta de la biblioteca sin decir palabra y el profesor la hizo pasar con una amabilidad que sonaba empalagosa. Dani caminó hasta su lugar ante la mirada y los cuchicheos de todos, con un semblante impasible. Traté de hacer contacto, antes hubiera llegado a sentarse a mi lado y ahora fue hasta atrás sin si quiera mirarme.
Al primer receso algunos la rodearon.
—¿Y luego niña perdida, dónde andabas? —soltó Jorge mientras los demás rieron —Aaaaah, sí, llorando cinco días en el tanque porque reprobaste química.
—Ridícula —dijo Adriana.
Las risas alborotaron a los pocos que no habían ido a hostigar, que ahora llegaron a cerrar el círculo, pero Daniela ni se alteró.
—Lo dices porque no sobrevivirías ni una noche en el tanque, Jorgito —le dijo tranquila, como cuando sacaba alacranes del salón.
—Uuuuuuuh —se escuchó a coro.
—Ay sí, llorona, ya dinos qué hiciste.
—¡A parte del ridículo! –Adriana de nuevo, con su voz nasal insoportable.
—Pues sí, sí, sí hice el ridículo, pero bien que me extrañaron.
Siguieron las risas y expresiones de incredulidad que Daniela esquivaba como si nada, se burlaron de su cobardía y de todo el teatro que armó y ella también lo hizo. Yo trataba de buscar sus ojos, de encontrarme con su mirada, pero cuando lo hacía apenas y duraba un par de segundos. Dani entrecerraba sus ojillos y seguía sonriendo como si no pasara nada. Como si de verdad todo hubiera sido una broma y no los cinco días más terribles de mi vida.
No lo entiendo.
XIX
Algunas especies de insectos sufren una metamorfosis propiamente dicha. Existen dos tipos: hemimetábola (sencilla o incompleta) y la holometábola (compleja o completa). Las cucarachas, saltamontes o libélulas, son hemimetábolos. Pasan por tres fases distintas, el ser huevo, ninfa e insectos adultos y en este proceso mudan de piel unas 15 veces.
Los holometábolos, como las mariposas, los escarabajos o las abejas, en cambio, pasan por un periodo de inactividad al cual entran siendo larvas y concluido ese periodo, emergen totalmente distintas.
XX
Recibí su papelito en la clase de historia, la última antes del receso. Me lo arrojó discretamente a mi pupitre sin que nadie lo notara:
“en el tanque cuando todos vayan al recreo”
Lo sabía, teníamos que estar solas para poder hablar. Iba a ser muy difícil escaparnos para allá con todo lo que acababa de pasar. Los profesores estaban más atentos y, en cierta medida, asustados de que algo así, hubiera ocurrido aquí. Aun así, la escuela es muy grande y con muchos puntos ciegos, Daniela y yo podíamos librarlos perfectamente y más si íbamos por separado, para no levantar sospechas.
Apenas sonó el timbre y tomé el camino discretamente, primero como si fuera al baño, luego al área de desayunadores y de ahí a la cancha de fut, haciendo una vuelta larga, pero sin nadie a la vista.
Cuando llegué Daniela ya estaba ahí. A veces me creo esa idea de que si alguien puede vivir ahí cinco días seguidos es ella, tan adaptada como las chinches a los mezquites.
Movía la tierra húmeda del tanque con un palito, se veía tranquila. Cuando me escuchó llegar y me paré cerca de ella comenzó a hablar sin voltearme a ver.
—Ya casi comienza la temporada de lluvias y el tanque va a estar llenito de nuevo.
Algunas libélulas revoloteaban a su alrededor pero ella no les temía, hasta las veía con dulzura.
—¿Dónde estuviste Dani?
—Ya sabía que tú no ibas a creerlo
—¡Pues no! ¡Hasta vine a buscarte!
Volteó a verme enseguida, con sorpresa
—¿Tú sola?
—Sí, de noche, el mismo día que no llegaste a la escuela.
—Pero te da miedo venir aquí sola…
—Pues sí pero qué iba a hacer si no estabas en ningún lado. Pensé que te encontraría, y no puedes mentir, no había nada, ni nadie.
Sus ojos se llenaron de lágrimas. Creo que en todo el tiempo de ser amigas ella me había visto llorar unas cien veces, pero yo a ella ninguna. Se soltó a mares, primero silenciosa, conteniéndose, pero luego como una niña pequeña. Me acerqué a abrazarla
—Ya Dani, ya estás aquí—Pero ella no podía parar de llorar —Te extrañé mucho—, le dije.
—Yo también, yo también extrañé estar aquí, porque no, no me escondí —soltó entre lágrimas.
—Ya lo sé…
—Sabía que tú no lo creerías, pero no puedo decir nada. No puedo.
Nos quedamos abrazadas esperando a la lluvia.
Nota: La desaparición de los insectos forma parte del libro La sangre de las plantas, publicado por la Dirección General de Publicaciones de la BUAP, en su colección Extra(e)Ditados, Puebla, 2023, 132p.