Más que una aproximación crítica al corpus literario de Rosina Conde, estos renglones constituyen una bienvenida y una salutación. Habría que tomar la presencia de Rosina en Mexicali como un regreso, y de ahí que la bienvenida que le brindo tenga un aire de familiaridad. Rosina Conde nació en Mexicali en 1954, e independientemente de las circunstancias de ese acontecimiento y de que la autora haya crecido y residido en Tijuana para luego establecerse en la Ciudad de México, me atrevo a aseverar que la ascendencia de su poética ⸺oficio, sensibilidad, actitud⸺ se remite no sólo a la idiosincrasia del noroeste mexicano sino en concreto a la de su desierto, igual que la atracción que un paisano suyo, Federico Campbell, experimentó por los escenarios y la gente del aludido ecosistema ⸺y en particular el gran desierto de Altar⸺, haciendo de Sonora, donde fueron esparcidas las cenizas de su cuerpo incinerado, una patria espiritual. He coincidido con Rosina Conde en festivales y encuentros de literatura en Ciudad Juárez y Ciudad Obregón, Los Cabos y La Paz, Tijuana y Monterrey, y siempre la he percibido en su elemento, como quien vuelve a un hábitat en cuyas maneras y visos pareciera reconocerse desde una empatía profunda, y acaso inconsciente, de la que pudiera desprenderse un signo de identidad, un sentido de pertenencia.
Por su lado, la salutación para Rosina Conde encubre una complicidad. Ambos entramos al mundo por Mexicali y los dos elegimos corresponder el mismo llamamiento, la vocación de bregar codo a codo con las palabras, y, algo más urgente y quizás enigmático: ser recíprocos con la convocatoria que, como un buscapié, nos lanzó la poesía en algún trance de nuestro porvenir. Aparte de la amistad, me une a Rosina, pues, el lugar de origen y la escritura, un punto de partida y un destino, en la medida que cualquier inclinación, destreza o profesión encarna uno de los mayores hallazgos de la existencia. Encontrar a qué desea uno dedicarse por gracia de su mejor habilidad, descubrir el tesoro de tamaña certeza, es una de las conquistas supremas de nuestro tránsito por la Tierra. Vocación y misión: saber para qué estamos hechos y proceder en consecuencia. Rosina Conde exploró su interior y dio muy pronto con un acervo de dones de los que hemos gozado según la ocasión: la poesía, el talante narrativo, la edición de libros, el canto, la cocina, el diseño de vestuario, la docencia universitaria, el histrionismo, formas de dignificación y enaltecimiento de la naturaleza humana.
Mexicali, Tijuana, Ciudad de México. Este triángulo de coordenadas, decisivo en los ires y venires de Rosina, bien representa un correlato del carácter polifacético de su acción creadora. La premisa oculta una paradoja, la de vislumbrar el arraigo en el desarraigo, la permanencia en la heterogeneidad. Pese a haberse afincado fuera de Baja California, Rosina Conde nunca se ha ido de ahí; lo dice el dato, aleatorio o no, del sitio en que nació, Mexicali, y el centro de gravitación que conforma su amada Tijuana, a la que viaja cada vez que hay oportunidad. El distanciamiento jurisdiccional ha propiciado, sin embargo, un escepticismo hacia la hegemonía de la exclusividad, la cosa única. Rosina es de varias partes y su amor por el arte se ha disgregado en múltiples caminos e intereses: literatura, música, dirección escénica, costura, magisterio, gastronomía, pensamiento, erudición. Lo intelectual y lo manual, lo intuitivo y lo artesanal, movidos siempre por una incesante tentación de inventar, un obstinado instinto por confeccionar, moldear la materia, obtener algo nuevo, parir un nuevo fragmento de realidad tangible: libros, prendas de vestir, pan; manjares del espíritu y el metabolismo que redundan en óptimas condiciones para disfrutar los refrigerios del alma: círculo virtuoso. Entre el homo intellectualis y el homo faber, Rosina Conde tensa el arco de su energía generadora.
Pero el arte no se limita al cálculo. Es preciso esmero, receptividad y pasión, componentes del talento. El trabajo de Rosina los reúne y destila. Hay en su poesía y en su prosa de ficción un afán de perfección manifiesto en composiciones de contenida emotividad o que cristalizan en un acabado equilibrio de la anécdota con la rigurosa elaboración del texto. El fruto es la síntesis de una tonalidad a un tiempo fresca y nostálgica con un lenguaje directo y cristalino, despojado y cimbrante, dispuesto a la efusividad y a la franqueza propias de la intimidad. Rosina Conde piensa y siente en voz alta. Ese criterio le otorga fluidez y transparencia a su decir, pero igual credibilidad y calidez, tan escasos ante el auge de las modas y su engañosa sofisticación, su ilusa pretensión de novedad. El lirismo de Rosina elude la prestidigitación y recupera para nosotros, lectores e individuos, la desnudez del ser frente a los reveses de la suerte, reconciliándonos con lo primordial, la formulación de la experiencia a flor de piel. Lo confirman los títulos de su quehacer poético: Poemas de seducción, de 1981; De amor gozoso. Textículos, de 1992; Bolereando el llanto, de 1993, aglutinados en su Poesía reunida aparecida en 2014; a los que habría que añadir Que es un soplo la vida, de 2023, colección de trenos, elegías y epitafios en memoria de seres queridos y amigos dilectos. Sin optar por el sentimentalismo o la catarsis, los poemas de Rosina Conde, a veces más cercanos a la oralidad que a los corsés de la cultura escrita, abrevan de la coloquialidad y el confesionalismo, reivindicando aquella célebre frase de Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua: “Escribo como hablo”.
En la prosa de ficción, sobresale la versatilidad de ejercer con idéntica solvencia el cuento y la novela. En el primer género: De infancia y adolescencia, de 1982; En la tarima, de 1984 y reeditada en 2001; El agente secreto, de 1990; Arrieras somos, de 1994, Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen y reeditada en 2014; Embotellado de origen, de 1994; y Desnudamente roja, de 2010. En el segundo: La Genara, historia epistolar de 1998 con numerosas reediciones; Como cashora al sol, de 2007, un rótulo que resume, por lo demás, el vocabulario y los usos metafóricos de ciertas localidades del evocado desierto del noroeste de México; y Apostar la vida, audiolibro de 2023 lanzado en la plataforma Storytel y cuya travesía franquea el bordo para oscilar entre México y Las Vegas alrededor de una problemática transnacional: el tráfico de personas. Rosina ratifica parcialmente su filiación geográfica, a la par que extiende su vena creativa a los dominios del relato en diferentes inflexiones y formatos, tramas y argumentos, donde hay que destacar la imperiosidad de refundar la feminidad del fin de siglo y el tercer milenio, confiriéndole autodeterminación, iniciativa, pundonor, como lo denota La Genara, novela por entregas que preludia el boom de la era digital y anticipa a su manera el reposicionamiento del feminismo ⸺la ola verde y morada⸺ en la lucha por la reconquista de los derechos civiles en las sociedades latinoamericanas de la última década. El yo poético de Rosina Conde es un yo literario que es un yo artístico de amplia acogida en el que caben muchas voces, un yo integral que oscila entre la poesía y la novela, recalando en el cuento, asumiendo en el acto de poetizar y en el de relatar los avatares de una misma pulsión.
Si mal no recuerdo, conocí a Rosina en torno a 1993 o 1994. Bendita entre los hombres ⸺valga la ironía⸺, era ya un referente para los jóvenes que empezábamos a publicar en o desde Baja California. Su temperamento, abierto y sincero, aunado a la orientación y el tratamiento de su literatura, la convertían en una escritora doblemente norteña, incluso más que algunos autores de renombre de la región. Esta impresión se volvió todavía más singular al enterarme de que radicaba en la Ciudad de México: una norteña en el altiplano más norteña que los que se jactaban de serlo desde el norte, rasgándose casi las vestiduras. No militábamos en la misma generación biológica, pero hoy somos contemporáneos. Además, hemos intentado asomarnos al mundo por encima de los muros y de los límites territoriales para apreciarlo desde otro ángulo nacional o internacional sin reunciar a nuestro kilómetro cero. Nos une aún el mismo signo zodiacal, Acuario, y no lejos nos queda al respecto el entrañable Daniel Sada, nacido en Mexicali el 25 de febrero de 1953, y cuyo imaginario, junto al de Rosina Conde, reaviva otro hemisferio de un norte que esquiva los estereotipos para internarse en las verdaderas y reveladoras microhistorias. En suma, la de Rosina es la literatura que vino del norte antes de que el norte posara en los escaparates, vuelto un fenómeno editorial, una escritura, vaya, para mujeres y hombres y su rica diversidad, sin exclusión de género, tendiente a reconciliar las mitades del acertijo que somos y que despierta incompleto diariamente para rondar por la urbe en pos de su mitad. Una literatura donde cabemos todos, hecha para la sociedad en su conjunto y no para una comunidad dividida por los polos del fanatismo o la mordaza del fundamentalismo. ¡Arriba entonces Rosina Conde y su combativa arca de Noé de letras, suculentas cocciones y canciones interminables! Felicidades a ella desde aquí por el más que merecido Premio Bellas Artes de Literatura Inés Arredondo 2024. Juicio del jurado: “la calidad y honestidad general de su obra, disruptiva, fronteriza e inesperada”, una ponderación a la que me uno con estas líneas en tributo suyo. ⸙