Ojo, antes de perder el olfato, a los pacientes les sobreviene un muégano de olores evocados sin precisión. En el caso de este hombre: a medicina, a cosas blancas blandas, a cubetas repletas de agua olvidadas en una esquina, a peluca quemada, a una costra de cerilla que el oído expulsó en silencio, a perros aseados en grupo, a un perfume que caducó, al sudor del ser amado en eventos donde nada tuvo que ver la concupiscencia, manos oscuras llenas de cascaras de naranja. Hay más: olor a maquinaria estropeada por exclusivo y contundente desuso, al vientre encendido de los coches, al Paso del Conejo empapado con agua de tres lluvias en un mismo día, olor a tramos largos de chapopote seco, a un cigarro que se consumió sin otra intervención humana que la de haber sido encendido, a melón hecho agua, a malta en las calles con nombres de Lagos en la ciudad de México. Hay un par más: el olor de la leche bronca, el de la parte de atrás de las rodillas, olor a lupanar acapulqueño, a una pastilla de jabón sucia y con pelos, los olores de las zonas más apartadas del rostro que siguen siendo rostro.
Los escritores son los clientes con quien más trabajo cuesta concretar el proceso, se sabe. Capaces de sostener el olor de una rosa en la mano, siguen evocando y traduciendo en palabras el sabor de un caramelo aunque ya se les haya extirpado la lengua entera. Que es justo el caso del protagonista de las evocaciones referidas en el primer párrafo de este oficio. Ricardo Saviñón Luz, a quien en lo sucesivo se me exige llamar el Paciente. Millonario por herencia. Autor de una decena de libros tan cursis como re editados (yo leí un par). Setenta y seis años con once meses de edad. Mexicano, de la capital de Oaxaca. Padre de dos hijas, ahora madres de familia. Ambas lejos, en Australia y Alemania. Seis nietos adolescentes con los que mantiene nulo contacto. Viudo. Se le cauterizaron ya las heridas y llagas en la garganta, no registra reacciones al horrible o sabroso sabor de las pomadas cicatrizantes. Alimentado de forma intravenosa, se jura aún dueño de una lengua rinconera y saludable, competente al saborear una salsa picosa o una piedra de jícama. Hace monstruosos ruidos solicitando agua o que se le coloquen más almohadas. No se ha percatado de que carece ya de lengua. Lo dicho: los escritores son necios, aprecian demasiado su organoléptica forma de traducir al mundo en palabras.
Ha sido un caso interesante, pues posteriormente se procedió a retirarle, en las sesiones habituales, el sentido del olfato. Más el hombre ahonda con uñas y dientes en una evocación: el tufo de su padre en las mañanas. Olor a lo que se queda atorado entre las muelas de un señor borracho y cincuentón. En las entrevistas mnemónicas preliminares fue multi referido su siguiente recuerdo: cuando era un chiquillo y coleccionaba los mondadientes que el brutal padre abandonaba en diferentes lugares de la casa. El Paciente tomaba el palillo -empapado, romo y quebrado- y lo escondía recargado en las paredes interiores de su cachete, no sin antes olfatearlo como queriendo robarle la esencia. Tenía un par de álbumes fotográficos repletos de palillos clasificados religiosamente por día, mes y año. Su repertorio se perdió en una inesperada mudanza a la capital. Esta mañosa reminiscencia no afectará el resto del proceso, que en lo sucesivo será denominado El Programa, mismo que se espera proseguir sin retrasos y a tiempo para el cumpleaños número setenta y siete del Paciente, de acuerdo con su solicitud y monto cubierto al cien por ciento.
El sentido de la vista es el que se retira, a mi parecer, de la forma más romántica. Sentado en un cómodo asiento se le colocan al Paciente una especie de gafas que, asidas suavemente a los párpados, no le permiten pestañear a la par que mantienen humectados sus ojos. Una tecnología poco estética pero efectiva. Básicamente se le pone cinta adhesiva en los párpados y yo tengo que ponerle gotas cada tanto. Enfrente del Paciente aparecerá el sol desempeñándose en su oficio diario de poderosa estrella agonizante. Conforme transcurre el día se van achicharrando las pupilas del Paciente, en silencio y con paciencia. El asiento, ya se imaginarán, es reclinable. Lampareado hasta la ceguera, el Paciente observa por un instante lo que yo llamo “el rostro secreto del Sol”; lo que se oculta detrás de tanto fulgor. Cuando era chico imaginaba que el Sol era un monstruo, comentó el Paciente en Turno en las entrevistas mnemónicas preliminares.
¿Qué habrá visto nuestro connotado autor de dramas traducidos, mayormente, a malas películas palomeras?
Hubo para quien el sol se transformó en una enorme rodilla anaranjada llena de pliegues y marcas de doblez. Se registró otro cliente para quien el astro se presentó como un moretón que sin prisa fue despareciendo de la piel del cielo, lo que vio allá al fondo fue el golpazo imaginario, un puño cerrado. Hay registros de clientela que observa al sol como una fruta partida de tajo, con todo y semillas y gusano hambriento. Chiribitas que danzan un vals, fieras de luz, nata de albores, una emanación de partículas sutilísimas. El gesto secreto del sol, ¿será mofletudo como en las artesanías de carretera? Los hay que se topan de frente con el color que no existe en este mundo. Lloran emocionados al reconocer cabalmente el límite de todo lenguaje, de todo idioma. Probablemente sientan que forma parte de un Misterio, pero ya no hay vuelta atrás, están incapacitados de comunicar su experiencia. Qué envidia. Conforme el ojo se quema, el mundo se vuelve algo así como una fotocopia malograda de la que se sacan más fotocopias. Y luego aún más fotocopias. Moneda pasada por demasiadas manos, el círculo del sol hace su bello trabajo en el Paciente, al que sólo le resta ponerse cómodo y mearse encima mientras el sol se va desnudando como un ser intoxicado: sin orden ni estructura. Primero un zapato, luego la camisa por encima del suéter y así. Una mata despeinada y blonda te come a cucharadas los ojos. Imaginemos que tomamos una hoja de papel y le perforamos círculos diminutos, innumerables círculos diminutos; hasta que ya no tenemos página. Nunca existió esa página. Al final quizá haya un túnel. ¿Qué hay? El rostro de dios, su pupilente, una luna, un pezón detalladísimo que presiente frio. ¿Qué?
Informo que en el caso del Paciente, el pañal provisto realizó sus labores con eficiencia. Al ser humano que redacta este informe, y que en lo sucesivo será denominado el Amanuense, siempre le ha parecido un símbolo indestructible que, a partir de esta segunda etapa de El Programa, a la clientela se le coloque dicho pañal y propone, con riesgo de ser amonestado, que tal elemento sea integrado con mayor relevancia en el logo y la comunicación masiva de la empresa.
Los ojos del escritor se quemaron en el periodo entre las siete de la mañana con quince minutos y las dos de la tarde con cuarenta y siete, Horario de Verano. Buen tiempo, sin amenaza de lluvia y con el sol a pleno. No hubo balbuceos ni desasosiegos físicos notorios. El hombre está completamente sudado pero en paz, ha sido el suyo un tránsito calmo. Se recopilaron las muestras de llanto pertinentes, se realizaron las pruebas de cajón y se afirma que el Paciente carece ya del sentido de la vista.
Le advierto al revisor: utilizaré este caso para pedir un bien merecido aumento.
Informe sumario.
Se comunica por medio de este oficio que el contrato convenido con Ricardo Saviñón Luz, a quien en lo sucesivo se le denominará El Paciente y la empresa Primer Animal Metafísico S.A de C.V., que proporciona el servicio que en lo sucesivo será denominado El Programa, representada por su apoderado legal el Lic. Efrén Morales, quien para los mismos efectos en adelante se denominará El Segundo Amanuense; ha llegado a una exitosa conclusión.
Declara El Programa:
1. Que es una sociedad mercantil constituida y existente al amparo de las Leyes de los Estados Unidos Mexicanos, debidamente inscrita en el Registro Público del Comercio Funerario de esta ciudad de México.
2. Que el anterior encargado del Paciente, el que a partir de ahora se denominará el Primer Amanuense fue completamente retirado de su cargo a la mitad del proceso debido a que su intervención durante El programa fue negligente y subjetiva. Sus intervenciones, opiniones y alegorías son tajantemente innecesarias y estorbosas. Se anexan a este informe sumario un par de ejemplos de las páginas registradas por el Primer Amanuense en su Bitácora Personal y Obligatoria. Se informa que dichos párrafos, inicialmente ininteligibles, fueron pasados por las manos de uno de nuestros correctores de estilo con el objetivo de hacerlos útiles para este registro. El documento que entregó el ahora desempleado destacaba por su desorden sucesivo y uso ilegal de metáforas. Se le negó al Primer Amanuense una carta de recomendación y un finiquito íntegro.
3. Que al Paciente se le extirparon uno a uno los sentidos en este orden: gusto, olfato, vista, oído y tacto
4. Que el Paciente, después del concierto destinado a debilitarle el oído por capas, se encuentra estable dentro de una de nuestras cápsulas de bloqueo del tacto. Flota en gelatina rodeado de los demás Pacientes, sin concepción de que existe un arriba o un abajo o de que fueron millonarios en vida o del aliento de sus padres o de que un cáncer maligno le está devorando ambos pulmones. Metáfora aparte, se podría decir -con riesgo de cometer el mismo error que mi predecesor- que su mundo es un calcetín volteado. La existencia rebota a su alrededor, ha comenzado para el cliente la fiesta perpetua del mundo. No distingue ya tampoco la voz humana de los demás sonidos, anexo resultados de pruebas. Su cerebro ya no se enfoca en ningún sonido, en ningún color, no distingue entre uno y otro. La ecolocalización se ha concretado con pertinente éxito. Un par de días más expuesto a El Programa y podremos declarar al Paciente, de nuevo, un bebé.
5. Que una vez completado El Programa, el Paciente morirá pensando que está en el vientre de su madre. Todos los sentidos se volverán uno. Oler con el tacto, ver con la piel, sentir con los ojos. ¿Habrá forma más bella de morir?
Ciudad de México, a 7 de agosto de (ilegible en el original)
Este cuento forma parte del libro No hay fotos de aquella noche. Editado por TRILLAS, comenzará a circular el mes de mayo.