Palabras para celebrar la poesía
A lo largo de su vida Oscar Oliva fue publicando en diversas ocasiones sus poesías reunidas hasta entonces. En 2017, con Iniciativas, parecía haber entregado una versión definitiva de su obra, a los ochenta años de edad. Sin embargo, si como decía Valery, el poema no se acaba se abandona, la poesía en cambio no suele abandonarse y en cierta manera, aunque con otro sentido, se acaba solo con la muerte. Si este dramático principio del texto que da cuenta de Escrito en Tuxtla obedece a algo es a la sorpresa y a la confianza en la permanencia del impulso que lleva a escribirla y a volverla inacabable como dique ante lo inadmisible, la muerte. Pero después de Iniciativas Oliva ha seguido publicando, primero Lascas, libro que, desde el título, deudor de Díaz Mirón, parece entender que forma parte de ese impulso totalizador de un autor al compilar sus textos: siempre algo se queda fuera, siempre hay algo no dicho. Lascas no es sin embargo una resma sino un libro extraordinario, que bordea los límites de lo indecible, pero pocas veces eso no dicho toma tanta fuerza como en Escrito en Tuxtla.
Oliva había conquistado con sus sucesivos libros un lugar de privilegio en la lírica mexicana. Pero Escrito en Tuxtla es un libro excepcional, me atrevería a decir que lo mejor que ha escrito, y uno de los libros más importantes de este ya casi transcurrido primer cuarto del siglo XXI. Detengámonos en el sentido de la palaba excepcional. Se usa con frecuencia en un sentido superlativo: muy bueno, buenísimo. Y sí, ese uso aquí es pertinente y deliberado, pero no es una exageración. Hay, sin embargo, una acepción más profunda del calificativo: algo que escapa a la línea natural y previsible del desarrollo de una obra, algo que, en principio, no es explicable por un análisis histórico y a lo que no se le puede trazar una línea de tiempo que lo explique o lo justifique. Voy a tratar de clarificar esto con ejemplos: Octavio Paz es autor de varios poemas excepcionales en el primer sentido –Piedra de sol, Blanco, Nocturno de San Ildefonso, Pasado en claro, pero su excepcionalidad es en cierta manera natural e histórica. En cambio, un poema como Incurable, no es necesariamente el mejor de la obra de David Huerta, pero sin duda es el más extraño, el menos explicable. Otro ejemplo: Jorge Hernández Campos es un buen poeta, autor de un poema que quedará para la historia, El señor presidente, sus poesías reunidas, un breve volumen, Experiencias, le dan sin embargo un lugar notable en nuestra lírica. Pero también es autor de un libro excepcional en el segundo sentido, Sin título, con el que ganó el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes (y que, creo, no ha tenido otra edición que la del premio). Ambas menciones, Incurable y Sin título, me permiten acotar, gracias a un rodeo, junto a Escrito en Tuxtla, el uso del calificativo excepcional.
Incurable es el más claro ejemplo de un libro excepcional, fuera de la norma. Si bien libros anteriores de Huerta habían llamado la atención sobre su calidad como poeta, nada volvía predecible Incurable. Por otro lado, hoy que conocemos el conjunto de la lírica de David, muchos prefieren otros libros y otros poemas, y no Incurable entre su obra. Antes dije que en lo excepcional no admite explicaciones. No es del todo cierto. Digamos que no admite explicaciones históricas. Para explicar Incurable se puede recurrir por ejemplo al sicoanálisis o a la biografía, que no son exactamente lo mismo, considerar su desbocado torrente consecuencia del alcoholismo desatado que aquejaba a su autor en la época de su escritura, y considerarlo una catarsis curativa. Es, desde luego, mucho más que eso, pero también es eso. David exorcizó sus angustias en un torrente escritural sin freno y sin medida. En sus otros libros construyó lo que llamamos una obra, y en cierta manera, estando Incurable en el centro de esa obra, no forma parte de ella, sin ese libro excepcional seguiría siendo un gran poeta pero no el autor de un texto de excepción. David Huerta escribió Incurable en su juventud y el libro hoy tiene ya 50 años de haber sido publicado, es, en buena medida, un libro juvenil, aunque no necesariamente un libro joven. Y esto me lleva a Sin título: lo más sorprendente del poemario lo que conforma parte de su condición excepcional, es que es un libro intensamente joven escrito por un poeta no sólo maduro sino viejo. Es decir, viejo como persona cronológica, tenía cuando obtiene el premio, 80 años. Una manera rápida y efectista de decirlo es que el poeta no tiene edad, pero eso es falso, la que no tiene edad es la poesía.
Regresamos a Escrito en Tuxtla. El poema, yo lo considero uno sólo, tiene algo del tono de Incurable. Un torrente verbal sin dique alguno, que ha roto la represa que lo contenía y a su paso arrasa poblados y paisajes. El agua, que nos puede acariciar, es allí una vorágine, algo incontenible. En Escrito en Tuxtla esa sensación está presente: algo se rompió en la pared de la presa que deja escapar el torrente. Por eso pasa del verso a la prosa o al versículo, del verso medido a al verso “inmedible”, o sea: inconmensurable, y no necesita dar explicaciones ni establecer causalidades, es el torrente lo que le da forma, de la anécdota a la referencia mítica o a la cita de una canción o de un personaje de la cultura, referencial y autorreferencial a cada paso. Una de las condiciones de su excepcionalidad es justamente que el concepto de forma se desborda por todos lados, vuela en pedazos –otra vez Lascas– y sin embargo no pierde unidad. ¿Cuál sería el pedazo de un torrente? Si contestamos la gota lo haríamos con una sonrisa en los labios, aunque el torrente, depende de dónde estemos, nos salpica.
¿Cómo se escribe un poema como Escrito en Tuxtla? En la realidad uno le puede preguntar al autor y creer en su respuesta. Pero en la lectura sin referencias no hay manera de saberlo, de la misma manera en que explicar cómo se forma un torrente –ríos que convergen, temporales lluviosos– y, además, no sirve de gran cosa porque nos arrasa o arrastra en la lectura. Escrito en Tuxtla no hay manera de leerlo sino de un tirón, como se puede sentir (sin saber si es verdad) que también fue escrito de un tirón. Habrá tiempo después para anotarlo, hacer subrayados, desglosar sus referencias. Por ejemplo, la expresión “de un tirón” alude al impulso de escribirlo, no necesariamente a su escritura. Es decir, Oliva nunca ha sido tan libre en su poesía como en este texto, no tiene que dar explicaciones a nadie (incluso no tiene que dárselas a sí mismo). De un tirón implica aquella escritura automática de los surrealistas. Sí, en parte, desde luego, pero nunca se tiene la sensación de una pérdida de control, aunque sean muchos los planos que maneja, de las referencias míticas a los datos personales, de las citas musicales –el rock, la música vernácula– hasta las partes más puramente oníricas. A la vez que constatar su fuerza y dejarse llevar por ella, otra cualidad de lo excepcional, no significa abandonar la razón, para leer un poema así hay que tener presente siempre la lucidez necesaria de toda lectura. Y es desde la lucidez que quiero celebrar Escrito en Tuxtla y la poesía de Oscar Oliva.
Ha recibido muchos premios, desde que empezó a mediados de los años cincuenta a publicar sus primeros poemas. El reconocimiento que hoy se le hace en este festival es un honor sobre todo para el festival, para el seminario de cultura y para Aguascalientes. Dicho de otra manera: él no nos necesita para ser un gran poeta, pero nosotros sí lo necesitamos a él para entender la poesía en su más pleno sentido, como se decía hace unas décadas, en la definición de Bergson del arte: la presencia del ser en lo sensible. Quiero, sin embargo, pensar que para él la amistad, la de sus lectores y admiradores, sigue siendo una necesidad, como lo era cuando publicó, con sus amigos Juan Bañuelos, Jorge Augusto Shelley, Eraclio Zepeda y Jaime Labastida, el libro colectivo La espiga amotinada. Fue una publicación que cimbró la poesía mexicana en aquellos años aportando acentos imprevistos a una lírica que había alcanzado una madurez enorme en autores como Octavio Paz, Alí Chumacero, Rosario Castellanos y Jaime Sabines, estos dos últimos, como él, chiapanecos– Durante mucho tiempo se pensó que lo que distinguía al grupo era una posición política, pero en realidad eran muchas más cosas: un verso de enrome libertad, una voluntad de arraigo metafórico, la intención de recuperar en la voz de la persona la voz del mito. Unos años después publicarían otro libro colectivo, de significativo título: Ocupación de la palabra, y a partir de allí cada uno seguiría un camino propio.
Casi setenta años después de haber publicado su primer poema en un diario de su natal Tuxtla, Oliva fue reconocido con el Premio Nacional de Lengua y Literatura, el mayor galardón que otorga el gobierno mexicano. Su poesía reunida ocupa más de mil páginas y de él se han ocupado los principales críticos de poesía en México. En 1967 su inclusión en Poesía en movimiento, antología canónica por excelencia, lo incorporó al panorama lírico de los imprescindibles, del que no ha salido desde entonces. En 1974, ganaría el Premio Nacional de Aguascalientes con Estado de sitio. Pero no quiero hacer aquí la típica nota biográfica glosada apenas por un par de juicios. Eso lo pueden buscar en Wikipedia. Quiero en cambio resaltar la actitud del poeta Óscar Oliva: desde su adolescencia hasta al día de hoy ha sido y sigue siendo profundamente vital en su escritura. Hoy sigue buscando entre todas sus voces, porque es poeta plural, otras que suenen a nuevo, a agua fresca, a rocío matinal. No porque esté obsesionado con la idea de originalidad sino porque quiere que origen sea un presente permanente. Tal vez por eso tituló su poesía reunida, publicada hace unos años, con el título de Iniciaciones. Para que el poema ocurra hay que estar en disposición de recibirlo, de que nos diga, aquí estoy como hoy está aquí Óscar recibiendo este premio.
Como dije, hace unos meses nos dio otra muestra de esa vitalidad: apareció Escrito en Tuxtla. Yo quisiera sugerir hoy que su lectura la entendiéramos no como una vinculación a un lugar, a un arraigo, sentido más evidente de ese título, pues de alguna manera todo lo que ha escrito está escrito en Tuxtla. Es cierto que una de las características principales a lo largo de su escritura es el sentido mítico del arraigo y del origen. Se escribe desde la tierra en los varios sentidos que tiene la palabra tierra porque, lo sabemos, es a ella a la que estamos destinados, la poesía –la vida– es un largo proceso de amasarla, darle forma, color, sentido. Pero ahora entendámoslo en una posible variante: escrito en Tuxtla como se dice escrito en do o en fa, es decir Tuxtla es una nota, una clave, un motivo en el que se afina la voz. El poeta se lanza a hablar –es decir, a escribir– y afina su voz en Tuxtla, pero nos habla a todos, hoy por ejemplo en Aguascalientes en el marco de este festival que le rinde homenaje. Al escucharlos todos seremos chiapanecos como todos somos habitantes de la poesía, de su poesía, esa poesía que ya está en la página cuando llegamos a ella. Porque la página es también un territorio.
Habrán leído muchas veces lo siguiente: en la literatura lo que cuenta es la obra, no la persona. Es una verdad meridiana, misma que hoy, sin embargo, también admite una lectura distinta, hoy nos interesa la persona, ese Oscar Oliva al que homenajeamos por su escritura y al que aquí le mostramos nuestra admiración y nuestro afecto. Los que organizan encuentros y festivales literarios saben la importancia que tiene el contacto humano, lo que hoy llamamos condición presencial de la poesía, ver los gestos del poeta al leer sus textos, oír si se le quiebra la voz o si se reconstruye en la emoción de sus escuchas. No les puedo decir con exactitud cuándo conocí a Oscar, pero si puedo afirmar que se volvió una persona presente en mis lecturas de poesía, incluso cuando no lo leía. Es una manera en que el presente no se desvanece en el pasado, sino que permanece presente en eso que llamamos futuro sin saber bien a bien qué es. Por ejemplo, cuando leía Escrito en Tuxtla en estas últimas semanas me parecía oírlo con su voz. Lleva su acento y su tono a enormes alturas. No es que necesitáramos confirmar su calidad de poeta, sino que no deja de sorprender que un escritor se reinvente a sí mismo sin complacerse en su viejo acento cuando parecía ya haber cerrado su obra con Iniciaciones. Porque a veces empezar por lo más reciente es una buena manera de recorrer la obra de un escritor.
Se suele tener, desde hace siglo y medio, la impronta de la poesía como un arte y un derecho de la juventud. Es una herencia que le debemos a Rimbaud, el poeta niño. La juventud de Oscar Oliva en Escrito en Tuxtla es verdaderamente asombrosa. Sigue siendo el poeta de hace setenta años cuando se quería parte de una mazorca insurrecta. Allí, del otro lado de la frontera, muy cerca de Tuxtla, Miguel Ángel Asturias escribió Hombres de maíz. y así imagino la espiga de él y sus amigos, en 1960, de maíz y no de trigo, en todo caso, claramente espigada, lo que significaba a la vez una actitud –seleccionada– y un aspecto –delgado–. Así como a Juan Bañuelos y a Eraclio Zepeda siempre los imagino gorditos, a Oscar siempre delgado, espigado, ocupado en –y por– la palabra, en permanente estado de sitio en este juego construido con los títulos de algunos de sus libros. Hoy, al presentarlo ante ustedes en este Festival en el que se le entrega un galardón que lleva por nombre Víctor Sandoval poeta señero de estas tierras, y que han recibido antes poetas como Eduardo Lizalde y Juan Gelman, Tomás Segovia y Nuno Judice, Elsa Cross y Ledo Ivo, Luis García Montero y Yolanda Pantin, Alí Chumacero y Joan Margarit, y acompañado por nosotros, sus lectores, espero se sienta a gusto y en familia.
Felicidades querido Oscar Oliva.
Nota: Fragmentos de este texto fueron leídos en la Ciudad de Aguascalientes durante el Festival de poetas del mundo latino 2023 durante la entrega del Premio Víctor Sandoval a Óscar Oliva.