Trazos

576
Screenshot

Carlos Alejandro

 

A las heridas que no cierran…

 

Mounstrín, esta es la última entrega de la saga. Creo que debería hacer una antología con todos los textos de despedida que me han escrito. Es como si fuera el director de una orquesta en la que los músicos no se conocen pero saben que existen, como si cada uno estuviera en su propia sala, pero el sonido convergiera en una sola donde todos los asistentes escuchan la melodía de la afirmación:

 

Hola, Nicolás,

o más bien, desconocido.

No suelo irme sin dar explicaciones.

No soy de las que desaparece.

No es mi estilo.

En esta ocasión, sin embargo, tenía que hacerlo; tenía que hacerlo por mí.

Pero mis profundidades me exigen un cierre, una conclusión. Esta es la mía.

Hablamos muchas veces de que las cosas no tienen que ser ‘todo o nada’. Por eso escribo esto; porque mi corazón -no mi mente- necesita darle la vuelta, necesita verte a los ojos e intentar entender, aunque nunca lo entienda.

Hoy te escribo esto por mí, no por ti.

Porque lo necesito, porque me lo merezco.

Me lo debo.

Se lo debo a nuestra historia.

Me conoces, sabes que me gusta ver a las personas a la cara, aunque sea una última vez, verlas a los ojos y decirnos las verdades, aunque sean dolorosas.

Ese sábado sí tenía agua caliente en mi departamento. Pero la espera de verte carcomía partes de mí que no sabía que existían. Era la excusa perfecta para abrazarnos en la regadera una última vez. Mi cuerpo pedía cierre. Esa regadera nos observó en la intimidad, donde las primeras veces hablábamos con algo de pena, luego empezamos a reír y me amarrabas la toalla todavía con un poco de pudor. Las otras veces te hacía preguntas sobre lo que te incomodaba en el baño, lo que no te gustaba, y traté de respetarlo. Después me pedías que te enjabonara la espalda y nos abrazábamos por unos cuantos minutos dejando el agua correr. Ya siempre había una toalla para mí, me habías dejado apropiarme de tu espacio. Pasó el tiempo, y poco a poco se me fueron pegando tus manías, como el regaderazo de agua helada los lunes en la mañana.

Sabía que desnudarme por última vez en tu departamento me inundaría de recuerdos, de nostalgia, me anegarían mis ganas diarias de hacerte el amor. Pero aunque lo hiciera sola, bañarme, una vez más, ahí dentro, en tu regadera, tocar tus espacios, observarme ahí adentro, sin ropa, con el agua corriendo, ese día, era suficiente para que mi alma se quedara tranquila. Existíamos en una misma órbita, aunque tú ese día te negaras a bañarnos juntos. Repetías lo del duelo, que tú ya habías empezado un duelo, que querías romper el ciclo, el ciclo del abandono, que era doloroso verme y que no querías sentirte abandonado. Y yo culpaba a las anteriores, a quienes te habían hecho daño, que me privaban a mí de poder bañarnos juntos aunque fuera una vez más. Pero al final, el que hacía daño siempre fuiste tú.

Hoy ya no creo en los encuentros casuales, ya no creo en lo fugaz, porque quien se te atraviesa así sin pedirlo te marca, te quema, te mancha y te ciega.

Aún hay partes de mí que no quieren creerlo. Quieren entenderte y verte para abrazarnos y llorar. Hay partes de mí que quieren perdonarte y olvidar lo mucho que me duele todo esto. Hay partes de mí que quieren seguirte mirando como un día te miré. Pero no me arrepiento por haberme entregado sin miedo, por confiar, enamorarme, dejarme llevar y entregarme a un desconocido.

Soy una persona aferrada, entregada, apasionada. No voy por la vida jugando. Siento mucho, siempre. Siento todo. Quiero sentirlo todo. Vivo siempre en la intensidad. Este dolor me hace sentir humana y viva. Me hace escribir y me hace creer que lo que vivimos fue real. Que no fue todo una mentira. Aunque mi mente sepa que fue un engaño eterno, aun así, siempre lo recordaré con el corazón.

Sé todo Nicolás.

Ya no hay necesidad de mentir.

Tampoco de dar explicaciones.

Lo sé todo, de adelante para atrás.

Sé la verdad.

Aún sigo en shock.

Pensar que todo fue una mentira.

Duele.

Lastima.

Quema.

No sé qué voy a hacer con todo esto que siento.

No sé qué hacer con todo este dolor, ni cómo acomodarlo.

Pero como sabes, me gusta pensar que todo tiene un motivo.

Me gusta pensar que lo nuestro tuvo y tiene un propósito.

Que algún día voy a encontrar dónde acomodar este dolor.

También espero, algún día, entender todo lo que sentí, lo eléctrico que fue. Nuestras pláticas por horas, nuestros besos profundos, nuestras noches eternas. Yo fui real, Nicolás, siempre. Lo que sentí fue real. Me compartí por completo. Te conté quién era y quién había sido. Te conté de mi familia, lo que me dolía y aún me duele, mis sueños, mis secretos, mis confesiones. Sabes mucho de mí. Siempre fui real. Yo no mentí, nunca.

Espero sepas que dueles, lastimas y arrebatas.

Me siento utilizada, decepcionada, pisoteada.

Aun así,

te extraño.

Hay partes de mí que aún esperan que nunca se extinga el deseo, no sé si decir nuestro, porque creo que nunca existió de tu lado. Entonces corrijo: mi deseo de encontrarnos, una y otra vez, hasta quedarnos y elegirnos.

¿Puede extrañarse sabiendo que las frases románticas en libros que algún día acumulé como artefactos sagrados siempre fueron textos prostituidos?

Que todo fue una reproducción, una copia, una obra en constante repetición.

Que el libro hurtado no equivale a un beso robado.

Que hablar de lo que nos dolía era falso, porque tú ya mentías.

Que las horas mirándonos en la cama siempre fueron compartidas con tus engaños.

Que no era la única a la que enjabonabas en la regadera.

Que mientras veíamos libros ese día en esa librería alguien te esperaba en tu departamento y no era tu señora madre.

Que nos besábamos en coches de extraños casi a diario mientras a otra le decías que la amabas a escondidas en el baño.

Tomar tequila con coca solo fue otro de tus pretextos baratos.

Que el conocer a tu mamá por teléfono sólo anticipaba tus juegos, adictivos y dañinos.

Nos enamoramos, bueno… me enamoré, tú solo jugabas.

Nos encontramos, por error, fue inevitable y muy natural, pero ahora no quiero volver a encontrarte.

Nos vimos y nos reconocimos en múltiples dimensiones. Ahora espero que en otra, en una realidad de un universo paralelo, no sea tan doloroso como en esta.

Nuestros cuerpos se buscan, el mío hoy está intranquilo, quiere aún hacerlo embonar con el tuyo, tiene que aprender a desaprenderte.

Sigo cayendo en tu mentira. Mi cuerpo te busca, el tuyo es una plastilina que rehace su forma con cada persona.

Mi cuerpo algún día entenderá pero no olvidará, porque no se lo merecía.

Olvidé partes de mí en tu departamento.

Ya no quiero regresar.

Ni a tomar siestas en el piso.

Me gusta creer que esto solo fue un reencuentro, para así poder sanar de la misma forma en que te encontré y te perdí.

Nicolás,

por ti ya no le temo al dolor del arrebato.

Y por eso te estoy agradecida.

Me refiero al dolor que quema el esófago cuando se te arranca espontáneamente y sin piedad algo, alguien: recuerdos, memorias, objetos, rutinas, manos, pies, abrazos.

Hace rato le perdí la pista al futuro, me amarré a amarte: real, crudo y humano.

Me arrancaste pedazos de piel.

Y sé que no soy la única.

Y aunque no te guste, todo deja trazo.

Y tus trazos te alcanzaron.

Aunque nunca sabré cuántas habitan tus océanos, sí sé que el mundo cambia cuando dos pequitas se ven y se reconocen.