De las no vírgenes y sus andanzas mundanas

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Sí, por detrás de la gente

te busco.

No en tu nombre, si lo dicen,

no en tu imagen, si la pintan.

Detrás, detrás, más allá.

Por detrás de ti te busco.

No en tu espejo, no en tu letra,

ni en tu alma.

Detrás, más allá.

También detrás,

más atrás de mí te busco.

No eres lo que siento de ti.

No eres

lo que me está palpitando

con sangre mía en las venas,

sin ser yo.

Detrás, más allá te busco.

 

Pedro Salinas.

 

Pocos asuntos movilizan tanto las inclinaciones humanas como el deseo, y en el mundo desiderativo, ninguno tanto como el erótico tiene la potencia capaz de orientar nuestros actos. Irónicamente el deseo sensual es difícilmente confesable; se alude a él de manera sesgada, tangencial; no se le encara abiertamente y se le presenta como si siempre pudiera ser otra cosa; se gana bajo fianza su derecho de admisión en el universo textual. En el discurso, el deseo adquiere carácter metonímico, queda aludido cuando se habla del amor. Frente al poder incontrolable del erotismo, se ha tratado de reintegrarlo al orden institucionalizándolo. La institución desde la que se administra este impulso es el matrimonio. Se pregunta, pertinentemente, Roland Barthes “¿Por qué durar es mejor que arder?” (2004, p. 31) Fuera del matrimonio, todo apetito sexual desprovisto de la bendición religiosa o de la estabilidad civil resulta un atentado a la sociedad; el lugar de las prácticas homosexuales y la prostitución, que escapan a la función reproductiva, están en el límite del discurso.

Como encarnación del deseo erótico sin compromisos, la prostitución ocupa un lugar elusivo en el campo textual. No deja de sorprender que uno de los libros más reconocidos, El erotismo de Georges Bataille, no se ocupe de ella. A diferencia del amor, que ha generado y cultivado una muy fecunda tradición discursiva, la prostitución adquiere textualidad tras un complicado ritual de envolturas. No se trata solamente de prejuicio social, sino de una cuestión que se extiende al campo de lo que ha de decirse y lo que debe acallarse. La prostitución es considerada un asunto obsceno: todos sabemos que existe, inferimos su práctica, pero no la ponemos en la escena de nuestro discurso, y, así, reconocer el deseo en su desnudez, sin la trascendencia de los grandes tópicos, es condenarla a la trivialidad. Si el deseo erótico no es vigilado por los altos conceptos del entendimiento, se convierte en un tema insignificante, sin significado. No sé qué prejuicio ha abonado más a la devaluación de la prostitución, si el prejuicio moral o el intelectual. Pero su espacio discursivo no es el silencio, sino la marginalidad de lo banal.

Entre lo seductor del tema y la marginalidad de su expresión se establece la condición trágica de la prostitución, pero ésta es superada en el arte y en las obras literarias. La siguiente estrofa de Rubén Bonifaz Nuño (1986, p. 144) ilustra esta idea:

Siempre ha sido mérito del poeta

comprender las cosas; sacar las cosas

como por milagro, de la impura

corriente en que pasan confundidas,

y hacerlas insignes, irrebatibles

frente a la ceguera de los que miran.

 

En su magnífico ensayo De las no vírgenes y sus andanzas mundanas, Alejandro García encuentra el “poder decir” que ha abierto la literatura al tema de la prostitución y, de manera más concreta y tentadora, de las protagonistas de esta práctica: las prostitutas. Y es que, además de las sacrosantas madres mexicanas, de la respetada novia a quien se llevará al altar y de las abnegadas esposas, existen otras mujeres, las bellas de noche, con la mirada llena de promesas y la boca poblada de besos, aquellas que “al triste y al feliz dice[n] que sí/ que de tu lengua de amor prueben de ti/ la picadura del ajonjolí” (López Velarde), las “no vírgenes”, ese obscuro objeto del deseo. La lectura de García, nos dice en sus primeras páginas, “pretende abrir camino en otras direcciones. Aportar argumentos y discusiones, acudir a diversas fuentes que permitan una lectura novedosa con diversas interrogantes en cuanto a la presencia de la prostituta en la narrativa mexicana” (García, 2017, p. 16) El autor sabe establecer, sin decirlo, el paralelismo que existe entre sexualidad y textualidad, más allá de la paronimia, a través del andamiaje en la narrativa mexicana. En sus primeras páginas el autor se pregunta:

¿quiénes son o acaso detentan nombres sin consigna?, ¿cómo los escritores las representaron en novelas, relatos y poesías? […] ¿existieron vasos literarios comunicantes entre la “China” de los tipos populares, la “Popochas” de los arrabales decimonónicos o la femme fatale del Modernismo? […] ¿qué alcance tuvo la épica novela Santa de Federico Gamboa?; ¿Qué papel protagonizó en la narrativa revolucionaria?, ¿cómo se reflejó literariamente la prostitución en los suburbios de la Ciudad de México?, ¿en la provincia cómo se gestaron en los campos narrativos?, ¿cómo figuraron sus desamores, tragedias, azoros y desventuras?, y ¿de qué forma apareció descrita bajo el manto de la visión femenina? (García, 2017, pp. 16-17)

 

Entre las respuestas que el autor ensaya se encuentran cinco perspectivas para abordar el tema de las prostitutas: las obras que la idealizan, y hasta la ennoblecen; las que les otorgan un protagonismo en sus narraciones; las que las presenta “al natural”, como cualquier mujer “de a pie”; las que destacan su condición marginal indicada desde sus usos lingüísticos, y las que, teniendo que apartar toda promesa amorosa, están condenadas a no ser amadas. De estas opciones en las que Alejandro García ha destacado el papel de la prostituta promovido al protagonismo del relato, se encuentran las novelas Santa de Federico Gamboa; Los errores de José Revueltas; Las muertas de Jorge Ibargüengoitia; Del oficio de Antonia Mora; Demasiado amor de Sara Sefchovich; Nadie me verá llorar de Cristina Rivera Garza, y Las elegidas de Jorge Volpi. Pero de la Santa que habla francés en el prólogo a la casi nula participación en la palabra de Salvina, Inés, Rosario, Estrella, Evelia, Azucena, todas ellas “Gordas, jugosas, dulces, suaves, tiernas, fresas” (Volpi, 2016, p. 25) se encuentra el largo tramo de la prostitución que va de la que es ejercida tras una decepción amorosa a la que se practica porque los padres o los hermanos negociaron desde Tenancingo su viaje a E.U. para complacer braseros. Nos percatamos entonces de que la obra de Alejandro García comienza cuando, no contento con los datos dispersos de que nos provee la narrativa, el papel del lector interrumpe el hilo de los relatos para significarlos.

Entre las prostitutas de la narrativa mexicana hay algunas que sufren el oficio como una fatalidad; las que son víctimas de la situación social y las que se aprovechan de esa misma situación, las que lo gozan; las que además de la prostitución son viajeras, vedetes, soldaderas, madres. Enfermas, arrepentidas, desvergonzadas, placenteras, abnegadas, castigadoras, redimidas, pueblan las páginas de la literatura nacional. En De las no vírgenes… encontramos desde la ahuianime, la alegradora prostituta prehispánica, hasta las contemporáneas en la que se practica la prostitución por amor al arte (en la narración de Josefina Estrada) y que tiene que hacerse cargo de la diversidad contemporánea como la libertad sexual y los travestis, o de los problemas de nuestra era como el Sida y los abusos policiacos, como en el relato de Guadalupe Loaeza. Las paradas obligatorias de esa travesía son a) las románticas putas que cayeron en desgracia o la ramera víctima de la sociedad; b) la femme fatale modernista, sofisticada, cuidadosamente vestida, caracterizada como mujer de mundo; c) las adelitas, las pintadas, fieles a su hombre o desvergonzadas entre la tropa; d) las que ejercen en el ambiente rural, muchas veces indígenas, sencillas muchachas de pueblo que no tienen otro modo de ganarse la vida, ya sea en provincias del Bajío, como en Las muertas de Ibargüengoitia o en los puertos, como en algún relato de Revueltas; e) en oposición a las anteriores, están también las prostitutas de ciudad, las que “ojerosas y pintadas” brindan su amor “en carretela”. En De las no vírgenes… Alejandro García reconstruye los esquemas en los que la imagen de la prostituta se configura para posibilitar su entrada en el mundo de la ficción como personaje.

Pero el ensayo de García no se limita al variopinto desfile de prostitutas de latitudes y épocas diferentes retratadas por la narrativa mexicana; el espectro de su mirada se abre a otros géneros literarios como la lírica, así encontramos acercamientos a poemas de Antonio Plaza, Manuel Carpio, Manuel Acuña, Juan José Tablada y Víctor Sandoval. También la crónica está representada con Ángel de Campo, Micrós y, para este siglo, con Carlos Monsiváis; y qué decir del cine, El pecado de Laura, Coqueta, Salón México, La hija del penal, Perdida, entre otras de la Época de Oro del Cine Mexicano, cuya protagonista era, frecuentemente, una rumbera, el eufemismo de “prostituta”, en las que convive la música afroantillana y el bolero (Benny Moré, Pérez Prado y Agustín Lara), con la voz impostada de la retórica de los 50 y la cartilla moral. Por supuesto, en De las no vírgenes… se alude a las películas que dieron nombre al subgénero de “cine de ficheras”, entre las que se encuentran Bellas de noche, Perro callejero y Ratas de la ciudad, que delataban el ocaso de la filmografía mexicana, si no es que su muerte y descomposición, y otras mucho más cercanas, de la década de los 90 a nuestros días, como La cumbia asesina, Principio y fin  y Demasiado amor.

En la obra de García se encuentra, también, la remisión al principio de realidad en que se erige la ficción narrativa: se mencionan los edictos en los que la Iglesia católica tolera la prostitución como una manera de salvaguardar el orden y las buenas costumbres en los matrimonios; el padrón sobre las “pecadoras bajo contrato” en los que consta el número, su escolaridad, las inscritas en la Inspección de Sanidad y hasta su belleza; los acuerdos de las “zonas de tolerancia”, así como los censos de “mujeres galantes” y las colonias asignadas para dichas prácticas; se describen, finalmente, los lugares en los que se practica la prostitución, su devenir de burdel a casa de citas. El dato histórico oficia no tanto como una forma de documentar una práctica, sino como un modo de indicar la relación del relato ficticio con lo real, como movilizador de inquietudes narrativas. Si lo específicamente literario es la ficción, no puede, entonces, suponerse un pasado que lo sostenga; el referente es, para el mundo poético, inverificable, porque cada obra se encuentra autocontenida. La realidad no opera como informante de la narrativa, pero sí ayuda a establecer el grado de reelaboración al señalar en qué medida se contribuye a una tradición y en qué otra se innova.

Si la amplitud de tipos y categorías de prostitutas de las que Alejandro García da cuenta en su ensayo nos sorprende, no menos asombroso es el cuidado con el que registra las variedades nominativas: para referirse a ellas se usan términos como el clásico putas, los de tinte local como popochas, los eufemísticos como “de cascos ligeros” o pupilas, los que indican su situación social como pintadas o adelitas, los que enfatizan su carácter moral como pecadoras o zorras, los que indican refinamiento como cortesana o madame. La diversidad de matices semánticos que se despliega en cada forma de llamarlas nos apercibe de que el nombre es también un atributo; un sustantivo que, contrario a la sintaxis normativa, desplaza su función al predicar algo de sí mismo. Por supuesto que la búsqueda lingüística penetra hasta la etimología (de prostituta, por ejemplo) y la explicación social e histórica (como en el caso de ramera). A lo largo del libro, aunque especialmente hacia el final, a propósito de la narrativa de José Revueltas, también encontramos la notación paremiológica; se citan sólo un par de refranes como muestra: “La puta y el fanfarrón tienen poca duración” y “Puta primaveral, alcahueta otoñal y beata invernal”; sobra decir que los adagios que aluden a la prostitución se debaten entre la censura y la celebración.

De las no vírgenes… es, en primera instancia, una invitación a leer y releer aquellas obras que inspiraron este ensayo. No obstante, no acaba ahí su labor, sino que, bajo su guía, ha hecho accesible el análisis al regular la heterogeneidad de las especies. Así, el tema de la prostitución quedó liberado de la trivialidad a la que estaba destinado su comentario. En toda clasificación y en los matices que introduce hay una fuerza intelectual que le devuelve al asunto la dignidad epistemológica anteriormente negada. Leemos la obra de Alejandro García con verdadera delectación: su prosa es cuidada; oscila entre la variedad del matiz expresivo y la contención de las frases que, por no desbordarse, se repliegan sobre un interés anunciado desde el inicio; notamos la prudencia para citar los pasajes estrictamente necesarios que ilustran su idea sin descubrirnos la trama, así como la fecundidad lingüística del campo nominativo y paremiológico; la pertinencia del dato histórico y cultural, y en fin, la voluntad de estilo manifiesta en cada página. Leemos la obra de Alejandro García con la delectación con la que seguramente él la escribió y con la que, también seguramente, leyó los relatos que dieron fundamento a su trabajo. El paralelismo de la textualidad con la sexualidad, ya se había apuntado antes, es indicador de ese deseo que en el discurso o en el cuerpo se recrea. Dice Roland Barthes que el texto leído, “debe probar que me desea” (1993, p. 14), y líneas adelante aclara que lo que se apetece del lector no es su persona, sino su deseo. En De las no vírgenes… caemos en cuenta de que el placer de la vida se continúa en el de escribir, y éste, en el de leer y comentar. En la prostitución, como también en la literatura y en su comentario, el gozo se presenta como una atopía del deseo, como una interrogante sobre el lugar del placer que, irónicamente, aunque está en el todo, siempre se escabulle, está en un más allá de la caricia o la palabra. “Detrás, detrás, más allá”, diría Pedro Salinas.

 

Referencias

 

Barthes, R. (1993), El placer del texto, México: Siglo XXI.

_________ (2004), Fragmentos de un discurso amoroso, México: Siglo XXI.

Bataille, G. (2005), El erotismo, México: Tusquets.

Bonifaz Nuño, R. (1986), De otro modo lo mismo, México: F.C.E.

García, A. (2017), De las no vírgenes y sus andanzas mundanas: la prostitución en la narrativa mexicana, México: FOEM.

Salinas, P. (2005), La voz a ti debida, Madrid: Alianza.

Volpi, J. (2016), Las elegidas, México: Alfaguara.

 

Alejandro García

De las no vírgenes y sus andanzas mundanas

Fondo Editorial Estado de México FOEM

2017

196 pp