Ciudad negra: Antología imprecisa de poetas del Taller Literario del INBA en Ciudad Juárez (1988-2013)

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La ciudad está descuartizada:

cada quien su rostro de violencia.

Arminé Arjona, “Elegía”.

Introducción: Una antología para cada uno

En México, las antologías literarias (y ante todo las de poetas, porque levantas una piedra y aparecen varias retorciéndose ante la lupa del curioso) tienen una historia siempre plagada de protagonismos, despechos, fortunas y polémicas. Bastaría recordar las más celebradas, como las publicadas por Jorge Cuesta (Antología de la poesía mexicana moderna, 1920), Octavio Paz y compañía (Poesía en movimiento, 1966), Carlos Monsiváis (Poesía mexicana del siglo XX, dos tomos, 1966 y 1979) y Gabriel Zaid (Ómnibus de poesía mexicana, 1971). De esta enumeración, se deduce que hay una fuerza crítica, pero asimismo una conocida amistad entre los antologados. Todas las antologías nombradas son auspiciadas por la figura de un crítico. Este compila y discute en un ensayo preliminar sobre el panorama de los poetas ahí reunidos. Se trata de un trabajo idealmente serio, de investigación y conocimiento, de dialéctica incluso. El resultado: libros que sobrepasan las doscientas cuartillas cuando mínimo. Una antología poética, en el México del siglo XX, era la visión crítica y lectura de un crítico de renombre, el cual reúne en la propuesta poética los trabajos de un grupo de escritores (y a veces escritoras) que por lo general vivían en el centro del país.

De un tiempo a esta parte, las antologías se volvieron un ejercicio común tanto de crítica, en el menor de los casos, como de devolución de favores por parte de miembros del “canon” mexicano impuesto por opinólogos-comentadores (nunca críticos). Solo hagamos retrospectiva hacia la farsa México 20. La nouvelle poésie mexicanie (2017), una (no) antología (definida así por María Rivera) que fue pagada con recursos públicos y resultó no ser accesible a ese público, el mexicano, porque solo se distribuyó en Francia.

Así pues, cuando a principios de año se anunció por redes sociales la publicación de Ciudad negra. Antología de poetas de Ciudad Juárez (1980-2013), mis expectativas se erigieron cual Torre de Babel. Por un lado, y habiéndolo discutido con amigas y amigos del ambiente cultural juarense, se trataba de la primera antología “oficial” de poesía contemporánea en la historia de la literatura juarense. Por otro, la realizaba uno de los “anti-héroes” de ésta: Jorge Humberto Chávez. En ese momento, yo confiaba en la visión del poeta, quien había demostrado en algunas ocasiones ser una fuente (algunas veces) confiable del anecdotario cultural.

Mis decepciones y dudas surgieron justo antes de la publicación del libro, cuando Chávez dio a conocer la lista de los seleccionados: doce hombres y una mujer. Después de eso, y ante las desafortunadas opiniones del antologador (y algunos poetas reunidos), Ciudad negra culminó, para mí, en uno de los ejercicios más egocéntricos y en cierta manera ignorantes de una tradición tan rica y compleja que por lo mismo merece ser expuesta desde otros escenarios. Una antología insípida en contenido y en tamaño. Más de treinta años de poesía juarense, insisto, y una sola mujer; más de treinta años de poesía juarense y menos de cien páginas en donde destaca una visión masculina. Una visión ya anticuada, ya caduca.

Disculpando esta larga introducción, quisiera analizar en este trabajo dos aspectos de Ciudad negra: la visión que el antologador vierte en su prólogo, un texto más bien pobre, repleto de información imprecisa; la poesía aquí reunida.

Un prólogo desafortunado

Recuerdo: las visiones lejanas de una ciudad

distante, las facciones exactas de los que

ya no existen

mas siguen transitando persistentes y vivos

en esta otra ciudad también llamada Juárez.

Carmen Amato, “El otro Juárez”.

 

Poesía en movimiento abre con un prólogo-ensayo de Octavio Paz donde hace demostración de un conocimiento de la tradición mexicana de su tiempo y realiza un genial ejercicio de crítica. Habría que citar sus palabras para contemplar cómo el mismo compilador, crítico y antologado (porque a fin de cuentas era él el protagonista de Poesía en movimiento y su grupo, personajes secundarios) juega con el concepto mismo de tradición literaria que, por lo general, es expuesta en estos trabajos bibliográficos: “Las antologías aspiran a presentar los mejores poemas de un autor o de un período y, así, postulan implícitamente una visión más o menos estática de la literatura […] Este libro es inspirado por una idea distinta: el paisaje también cambia, las obras no son nunca las mismas, los lectores son igualmente autores”. Sería injusto comparar a Paz con Jorge Humberto Chávez (aunque ambos compartan una visión machista de la literatura), pero es igual de injusto comparar las más de treinta cuartillas del prólogo escrito por el primero en contraste con las siete páginas que el segundo dedica a la reflexión de un panorama de poetas juarenses. ¿Es que no hay nada digno qué escribir o analizar profundamente sobre la historia de la literatura de Ciudad Juárez? Sí, responde Chávez, y describe una historia ya conocida localmente: la del Taller Literario del INBA en 1980, coordinado por David Ojeda (y después por el mismo Jorge Humberto). No quisiera añadir más sobre un tema harto explorado y en su lugar recomiendo aquí “La breve pero imprecisa historia del taller del INBA en Ciudad Juárez (1980-2004)”, un texto de José Manuel García (también antologado en Ciudad negra) indispensable para comprender no solo el papel que tuvo en el panorama cultural de Ciudad Juárez sino de todo un boom de “talleres literarios” en el norte de México.

Desde un principio, “Ciudad negra o colérica o mansa o cruel” ofrece datos imprecisos sobre autores juarenses. Escribir que Enrique Cortazar y a Ricardo Aguilar Melantzón son antecedentes de esta visión poética que se rescata en Ciudad negra demuestra la poca documentación del antologador, pues la obra más importante de ambos fue publicada precisamente a finales de los ochenta y principios de los noventa: Cortazar con La vida escribe con mala ortografía (1983) y Melantzón con Aurelia (1990). Bajo los criterios cronológicos de la antología, la poesía de Cortazar podría señalarse como una de las grandes ausencias.

En realidad, las fechas poco le importan a Jorge Humberto, como poco le interesa comprobar sus referencias. De acuerdo con el “crítico”, la obra que inaugura la propuesta estética de Ciudad negra es Este lugar sin sur. No recuerda —porque no lo dice en el prólogo aunque sí en la noticia bibliográfica de Miguel Ángel Chávez— que dicho libro se publica en 1988. ¿Qué ocurre con los ocho años de distancia que el subtítulo promete disponer? Algo parecido sucede con el límite cronológico, ya que no se determina por los poemarios publicados, sino por la fecha en la que fue escrito el prólogo.

En un trabajo sustentable, bien documentado, el antologador produce, desde la selección de los poemas hasta el ensayo preliminar, un ejercicio de crítica literaria. Opinar que un libro es bueno o bonito, sin argumentos o razones que no sean extraliterarias, como afirman en la revista Marabunta, no llevó a Terry Eagleton al lugar en el que está. Este tipo de comentarios y generalizaciones en un prólogo que uno espera serio, sólo terminan por exponer más este ejercicio de pereza y manipulación de información: “Con la publicación de buenos libros, este grupo de autores se consolidó”; “Puño de whiskey, de Édgar Rincón Luna, es quizá el mejor libro de poesía de la década”. Por supuesto que las afirmaciones anteriores nacen desde una lectura sana que determina el gusto de Jorge Humberto Chávez. Algunos encontrarían subjetivos estos argumentos, los cuales pueden o no tomarse en serio. No explicar del todo por qué son buenos (salvo al decir que “le gustan”) es absurdo. Al final, tampoco queda claro si el poemario de Rincón Luna es el mejor de Ciudad Juárez o de todo México o del mundo…

La parte esencial de una explicación —prólogo— lo que sea que esto sea (en el caso presente) es explicar los motivos de selección. En Ciudad negra me parecen claros, aunque implícitos y por ello creo que Chávez no sabe o no quiere explicarlos porque pueden ser además subjetivos. Quizá haya que empezar esta idea con escribir el verdadero motivo de selección: que sean poetas vinculados de forma directa o indirecta con el Taller Literario del INBA u otros de Ciudad Juárez, con excepción de Jesús Gardea, José Pérez Espino y Juan Armando Rojas.

Los motivos explícitos, desde mi punto de vista, no son coherentes con el contenido de la antología. Explico. En el prólogo, hay tres momentos en apariencia fundamentales para comprender la propuesta y que los mismos poetas seleccionados terminan por arruinar:

1) “[Ciudad negra] es un libro que recoge algunos textos de lo mejor de la producción poética de escritores nacidos o radicados en esa ciudad y que comenzaron a publicar a partir de 1980”. Ya expuse que las fechas están mal y que estos adjetivos poco desarrollados (“lo mejor”) terminan por demostrar la poca seriedad del libro. Sin embargo, me parece que no está clara la afirmación “escritores nacidos o radicados en esa ciudad”. Como deja ver la noticia biográfica y bibliográfica del final, muchos de estos escritores y la única escritora antologada dejaron de vivir en Ciudad Juárez desde hace tiempo: César Silva Márquez, José Manuel García, Dolores Dorantes, Juan Armando Rojas, el mismo Jorge Humberto… Tampoco queda establecido si el punto de reunión temático es la ciudad, Juárez en específico, aunque se nombre y no. Quisiera pensar que es así. Si existen dudas es porque algo ahí está mal.

2) “La base bibliográfica de la selección está formada por más de 50 libros y cuadernillos que alcanza un número de autores cercano al centenar”. A pesar de tener un archivo bibliográfico impresionante, resulta hilarante que de este centenar de escritores (y quiero pensar que también escritoras) surja un producto tan corto de extensión y propuesta estética. Las antologías también se definen por sus ausencias. Ellas son, de cierta forma, la visión crítica del compilador. Que de ese centenar sólo sea seleccionada una mujer (y que este criterio no sea respondido principalmente), explica que, según Jorge Humberto Chávez, no hay escritoras que valgan la pena ser siquiera mencionadas.

3) En el último punto, Chávez describe la crisis social-violenta de Ciudad Juárez. De acuerdo con sus palabras, no será reunida la poesía “centrada en los asuntos de la violencia y en la descomposición del nexo ciudadano, estableciendo más que una literatura un ejercicio colectivo de denuncia […] siendo benéfico para la ciudad no es criterio antológico para este libro”. Concluye entonces que la poesía de denuncia no es literatura. Quién sabe qué sea. También encuentro cierta malicia en ese “benéfico para la ciudad” (en otro momento escribe que un tipo de literatura similar ha “ensuciado” la imagen de Juárez). ¿Quién es Jorge Humberto Chávez para decirnos qué es o no la literatura, después de todo lo escrito aquí? Aún peor: ¿Quién es Jorge Humberto Chávez para que venga a explicarnos lo que es benéfico para nuestra ciudad?

El punto anterior me parece el más molesto, porque los escritores reunidos no sólo han explotado el tema, sino que muestra de ello está en la propia Ciudad negra, o sea, un ejercicio de denuncia social-poética, algunos con más fortuna que otros:

“aquella que pasa bajo los cimientos está muerta / más aún que esta ciudad que cruza” (Joaquín Cosío, “La muerta”); “Escucha hermana, amiga, su rumor: / es el silencio que la voz de todas quiebra” (José Manuel García, “Guardaexpedientes”); “migrantes ríen por la noche / ilegales deshidratan el desierto” (José Pérez Espino, “Los poetas labran versos”); “en cada casa de esta ciudad hay un asesino / no un robacarros o un carterista / un asesino” (Édgar Rincón Luna, “Parte del aire”).

Joaquín Cosío en Mujeres de la brisa (1999) fue uno de los primeros en poetizar los feminicidios desde la poesía (un tema que quería evitarse tanto desde la política como desde la literatura). El silencio que la voz de todas quiebra (1999), de las periodistas y escritoras Rohry Benítez, Adriana Candia, Patricia Cabrera, Guadalupe de la Mora, Josefina Martínez, Isabel Velázquez yRamona Ortiz, es un libro donde la crónica y la ficción recrean las vidas de siete mujeres que fueron desaparecidas en Ciudad Juárez y cuyos casos nunca fueron resueltos. En el caso de Pérez Espino, hay una temática de migración y crisis política sugerida por el título de su poemario: Neoberlín (1996). Y cito el caso de Rincón Luna porque, de acuerdo con Chávez, “no todos logran hacerla caber [la violencia] en la poesía como admirablemente lo hace Édgar”. ¿Jorge Humberto, ante tal afirmación, habrá leído siquiera a sus antologados? ¿Recordará los versos de ese libro suyo que tiene un título larguísimo y que ganó el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes: “a ti mujer que sacaron de su casa y amenazaron con matar / a tu marido si no subías a tu último paseo en auto” (“Otra crónica”)? ¿Será esto poesía?

Dentro de la tradición cultural juarense, fueron las mujeres quienes desde una postura de denuncia social (esto que no es literatura, según Chávez) criticaron no solo la poesía e indiferencia de sus contemporáneos hombres y las instituciones que los auspiciaron, sino una crisis que afectaba (y sigue afectando) principalmente a ellas y que nosotros, siendo varones, jamás entenderemos. En Ciudad negra se expone una manera en cierta forma privilegiada de vivir la ciudad, de experimentarla sin el riesgo: a un poeta no lo asesinan o desaparecen por ser hombre, como sí ocurre con las mujeres. Ante esta forma de vivir la ciudad surge la poesía de Arminé Arjona, Micaela Solís, Susana Chávez, Yolanda Abbud, Marcela Zaragoza, Esther M. García, Carmen Amato y Selfa Chew, cuyas ausencias en la antología la definen como una propuesta más bien incompleta

Si hay sólo una mujer en Ciudad negra, es porque en esta literatura juarense que el antologador propone siempre se ha impuesto la voz masculina-machista, conservadora de clóset, tradicional, heterosexual, confrontando las voces periféricas que debido a los temas que abordan (temas de denuncia social, queer, popular, divergente, crítica), han sido expulsados de toda manifestación dispuesta por este “canon”, no solo de antologías, sino de publicaciones (libros y revistas) e incluso eventos y festivales. Me gustaría recordar Querida fábrica de Dolores Dorantes, la única mujer aquí antologada, un libro bello en donde se critica la “robotización” y la vulnerabilidad del sector femenino que trabaja en la industria maquiladora, cuyo papel en Ciudad negra es inversamente proporcional a la importancia que tuvo en la consolidación de Juárez como espacio industrializado y feminicida.

¿Qué es la literatura de Juárez? Según Jorge Humberto Chávez, es la literatura del hombre heterosexual que (generalizando a propósito) gracias a sus amistades puede entrar en este canon, a pesar de sus carencias estilísticas y su pobre visión del mundo: la mujer como un objeto (sexual), la risa enlatada, la indiferencia social (a veces). Esta afirmación puede demeritar mi trabajo. Pero me parece más crítico señalar lo siguiente: Borrar a las mujeres del panorama poético juarense es ejercer un tipo de violencia, como decir que no existen, que no son lo suficientemente buenas como los aquí reunidos. Algo que se supone debería ser inclusivo como la cultura es y todavía sigue siendo especialmente duro para las mujeres, quienes batallan por ser tomadas en cuenta, por ser publicadas y reconocidas.[1] Publicaciones como Ciudad negra terminan apostando por una visión de la literatura bastante caduca que debe ya superarse.[2]

Concluyo esta parte con las palabras de la escritora más importante de Ciudad Juárez: Rosario Sanmiguel. En “Travesía fugaz. El desarrollo literario en Ciudad Juárez” (1994), una suerte de cronología crítica, arremete contra el machismo predominante en el grupo de Jorge Humberto Chávez (la generación de Nod), la gran mayoría incluidos en esta antología. Se trata de una cita que vale la pena recordar-reflexionar, ya que demuestra que este texto que hoy publico no será la primera vez en la que se señala esta desafortunada realidad en la cultura juarense:

A pesar de que resulta riesgoso tratar a estos talleristas como grupo, hay algunos aspectos (además de la obvia coetaneidad) que en mayor o menor grado todos compartieron, principalmente los poetas, que eran la mayoría, y que los distingue como una generación de poetas naive convencidos de su condición de malditos. La fascinación por la inagotable vida nocturna de la ciudad, el descubrimiento de las putas, la desfachatez y la insolencia los hizo suponerse únicos. El machismo llevado a un extremo en ocasiones sospechoso y siempre insultante, que mantuvo a raya a algunas jóvenes que quisieron integrarse al taller, y que los animaba a prenderse botones en la camisa con la leyenda ‘Sin una gota de semen hasta la tumba’. Esta comunidad de vivencias desarrolla una sensibilidad que posteriormente se mostrara en algunos de sus libros.

Lugares y no lugares para leer a los poetas juarenses

Una mujer

que me busque en la madrugada

y al final siempre repita mi nombre

que no es otro que nada.

Susana Chávez, “Pesquisa por una mujer”.

 

Al llegar a este momento del análisis, encuentro un problema que me frustra. En un principio, no tengo nada qué escribir sobre la poesía reunida en esta antología. Mi lectura fue enojada, triste, decepcionada. Por lo general, Ciudad negra me parece un libro tramposo donde predomina una mediocridad que el prólogo prometía como lo más representativo de la poesía contemporánea de Ciudad Juárez. ¿Será esto verdad?, me cuestiono.

Por otra parte, tomando en cuenta que Ciudad negra. Antología de poetas de Ciudad Juárez (1980-2013) reúne a casi todos los miembros del Taller del INBA, surge la imprecisión del subtítulo. No es una antología vasta de poetas juarenses que escribieron desde 1980 hasta 2013, sino de una generación particular que coincidió en este taller y que conforma más del 60% de esta antología. Los otros poetas, como Jesús Gardea, están ahí para despistar.[3] Son ajenos a una propuesta de “poética” juarense que ha sido el proyecto de Jorge Humberto Chávez (y de todo tallerista), sumo pontífice, desde su papel como coordinador del taller y que ha culminado en este libro. En fin, estas discordancias temáticas y estructurales hacen de Ciudad negra una antología descuidada en su propuesta estética cuyo subtítulo no es otra cosa que una estrategia de mercado.

Por supuesto, la perspectiva predominante en esta antología describe un machismo asumido como poética que construye una de las tesis generales del libro y que pocas veces la crítica (más bien ausente en Ciudad Juárez) ha señalado. Por ejemplo, en el caso de Miguel Ángel Chávez, el más celebrado por el antologador en su prólogo, observo que la construcción de personajes femenino es simplista, cuando no la transforma en el objeto de deseo: “Una mujer plancha mi pantalón” (“Poema”), “La putísima Laura y su colección de brassieres” (“El amor es un perro del infierno”). El momento más preocupante está en “Manual entero para dibujar a una mujer” en donde existe una violencia explícita en la conclusión del verso, disfrazada, como suele ocurrir, de romanticismo y cursilería: “te vas a la chingada si te mueves”. El erotismo (masculino-heterosexual) descrito en varios de los autores me resulta, en lo personal, aburrido, ya que no existe una exploración más allá del acto sexual, de la descripción de cuerpos táctiles (senos, nalgas, vaginas), del malditismo facilón que representa hablar de prostitutas sin comprender este tema, de renglonear con evocaciones simples los mismos espacios tradicionalmente eróticos.

Quizá mención aparte tiene el poema “Adriana nuevamente”, de Ricardo Morales, donde la voz poética expone uno de los tabúes de la sexualidad femenina: el vello corporal. Así, aventura una descripción del personaje femenino rasurándose las piernas y concluyendo con una evocación erótica bastante lograda: “Vellos de sus axilas  no me desamparen / Monte de Venus  no me olvides / Brazos y piernas  denme su santo y seña”. La sección de Morales sólo tropieza con “Querida”, un poema menos logrado sobre “las portentosas nalgas”. Pero, salvando esta excepción, el manejo de las imágenes y el lenguaje, de los ritmos y también la mirada nostálgica hacia los espacios en la poesía de Morales es una de las muestras más interesantes de Ciudad negra.

El tema de la violencia (del cuerpo y de lo social) es otro fundamental, a pesar de que en el prólogo se reniegue de ello. Con títulos tan denotativos como “Las muertas” o “La muerta”, Joaquín Cosío describe un panorama feminicida. Sus versos me parecen sugerentes y decentes. No obstante, si su poesía se atreve a ser de las primeras voces poéticas en denunciar el asunto se debe a que tanto las instituciones como el discurso oficial predominante lo permitieron. Por ese entonces, Arminé Arjona ya estaba denunciando desde su poética estos sucesos, pero Juárez, tan lleno de sol y desolado no fue publicado sino años después de haberse escrito.

En el caso de Édgar Rincón, la violencia trastorna al destino de quienes son imaginados o descritos por la voz poética. Sus poemas son bellos quizá debido a la fuerza de las imágenes, a la melancolía evocada y a la intensidad con que es descrita esta violencia del cuerpo. Existe para la voz lírica un paisaje afectado por un contexto agresivo y azaroso: “A quién le corresponderá morir mientras escribo […] [a quién] le tocará un disparo por accidente o con propósito”. En algunas descripciones, se busca a la muerte que afecta a otros individuos “con toda la suerte”. Y este malditismo, sin por ello ser ridículo o farsante, este nihilismo que transforma al individuo poético en un pesimista urbano expone una preocupación tanto estética como temática pocas veces comprobable en esta antología.

Quizá el punto esencial de la antología sea la ciudad (de ahí que el título sea una de las decisiones destacables del compilador). Así, abundan referencias espaciales que evocan a Juárez desde esta perspectiva ya antes definida como masculina en donde predominan los bares y cantinas, los moteles y la frontera con sus problemáticas: Mercado Juárez, Calle Mariscal, Motel del Río y, finalmente, Juárez en un sentido de espacialidad absoluta. Hay bibliografía que estudia la preferencia de esta generación de poetas por los temas del bar y el alcoholismo (como los ensayos de Magali Velasco).

En el caso de la frontera como otro tema se encuentra en la obra de José Pérez Espino, fragmentos de su Neoberlín. Sin embargo, el acto de enumerar y oscurecer, herramienta explotada por Pérez Espino y César Silva Márquez, está, en mi opinión, poco logrado, ya que carece de exploración tanto sobre los temas como sobre los espacios renombrados. Me parece que en este lenguaje seudo-culterano se dice menos de lo que en verdad se intenta sugerir y al final termina demostrando la pobreza verbal de estos poetas y una carencia de significados y hallazgos notables: “hijos de piratas / del río bravo / alto en puente libre / plástico verde / busca el cancerbero” (“Hijos de piratas”, José Pérez Espino). O de plano raya en lo ridículo, como el poema “Carne asada” de Silva Márquez que es, en mi opinión, el peor texto de los antologados: “lleva 2 kilogramos de carne / lleva sal de roca y cerveza […] una mano sujeta una cerveza / la carne huele a siglos de sangre y cacería”.

Me gustaría concluir con una reflexión sobre los poemas reunidos de Dolores Dorantes. Naturalmente, se trata de una de las poéticas más interesantes porque no solo cuestiona los temas hegemónicos de la propia antología, sino también deconstruye la naturaleza del verso y por lo tanto de la poesía misma. Este diálogo entre los mismos poemas, esa estructura coherente que hay en cada uno de los textos de Dorantes, me sacude, provoca y, por lo mismo, me gusta: su versión del cuerpo y la violencia verbal y corporal, su búsqueda por la supervivencia: “Este libro no existe. Todo lo dicho en nombre de un amor que no dura. El desahucio de cada línea. La droga en que se ha convertido ver la sangre. Ábrenos en este territorio imposible. Ilimitadas. Repetidas. Descubiertas”.

Conclusión: la antología como un acto político (quieras o no)

Y una partícula de sueño

se alojará en la calle

como prueba del milagro

que es una niña.

Selfa Chew, “Vestigio”.

 

Las antologías como esta y como muchas son personales, arbitrarias, pero también resultan en objetos sociales de determinado contexto tanto geográfico como político. Al contarle al respecto sobre el tema, Fabiola Román me cuenta: “Él como hombre, escritor, mexicano del siglo XXI, juarense, con un cargo público tiene una responsabilidad. Porque quizá la literatura no deba ser social. Pero el acto que él está realizando lo es, porque él no aparece como poeta, sino como quien reúne y como quien genera canon”. Todo acto humano es político, connotativo y simbólico. Lo más lamentable de la historia de Ciudad negra es, para mí, que en un futuro este libro será una referencia tristemente obligada para cualquier investigación seria o no sobre el tema, ya sean ensayos, críticas, tesis e incluso otros libros y antologías (quizá también canónicas). Confío, sin embargo, que este libro sea criticado y pase a la historia de la literatura de Ciudad Juárez como lo que es: una propuesta guanga, egocéntrica, favorecida por un discurso oficial, patriarcal y servicial. El canon, a fin de cuentas, siempre debe ser cuestionado y esta antología no representa la riqueza de una literatura aún por descubrirse.

 

Jorge Humberto Chávez (comp.), Ciudad negra. Antología de poetas de Ciudad Juárez 1980-2013. UACJ / Bonobos, Ciudad Juárez, Chihuahua, 2018, 113 pp.

ISBN: 978-607-8532-10-0

 

[1] Hablando sobre el tema, Adriana Candia me cuenta (y enseña fotografías) de las publicaciones poéticas de mujeres durante los últimos quince años del siglo pasado. Ejercicios humildes impulsados ante todo por una apuesta siempre literaria: “Son publicaciones modestas que no tuvieron el apoyo de las instituciones que sí impulsaron a los varones”. Algunos nombres son Alejandrina Drew, Olga Moreno, Concepción López de Valles y Mónica Alicia Juárez.

[2] Quisiera aquí agradecer a Diana Varela, Fabiola Román, Adriana Candia y Alejandra Rodríguez por sus comentarios, reflexiones y sugerencias para estos últimos párrafos.

[3] En el texto citado de Rosario Sanmiguel, ella indica que la literatura juarense contemporánea inicia con Jesús Gardea y su libro Los viernes de Lautaro (1979).