por Daniel Samoilovich y Eduardo Stupía
Algunas calles están ahí desde antes que las ciudades. Y buena parte de las ciudades, desde antes que los países.
Yo, recién llegado, el más nuevo de la barraca, pretendo embrollarlo todo bien, antes de que se den cuenta y me echen.
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No se debe tirar periódicos en los mingitorios, pero se los tira; a resultas de lo cual un mingitorio leyó en el New York Times que el museo Guggenheim consagraba al artista francés Marcelo Duchamp una exposición cuya pieza central era uno de sus hermanos.
Acto seguido el Mingitorio se dirigió al Museo de Bellas Artes Local (estamos en Helena, Montana) a pedir una entrevista con el Director. Concedida que le fue, el Mingitorio cayóle simpático al Director, quien dispuso que lo pusieran en su baño privado en reemplazo del que tenía, que estaba a la sazón rajado por el Paso del Tiempo y las Deficiencias Presupuestarias; eso sí, se aseguró de que lo atornillaran bien al suelo, para que no anduviera postulándose a Obra de Arte en otras dependencias de la Secretaría de Cultura o vaya uno a saber dónde; que Obras de Arte el Director tenía en su museo muchas, pero mingitorios en buen estado como este, pocos; merced, como se dijo, al Paso del Tiempo y etc.
Esta fabulita enseña que las obras de arte se exponen a serios peligros y agravios si asumen por sí mismas su representación; que deben contar con un artista que las cree (si es posible, francés) y un marchand que las venda (si es posible, norteamericano).
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Los xhosa, maestros reconocidos del lanzamiento de guijarros, aceptaron un desafío de los watusi, que jamás en la prehistoria habían ganado un Campeonato Internacional de esa especialidad. Tuvieron los Xhosa un día malo, y perdieron: Watusi 5, Xhosa 0. Ante el indescriptible alboroto que los watusi hicieron al respecto, los xhosa dijeron:
—¿A qué viene tanta algarabía? Por si os interesa, hemos perdido con otros aún peores.
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La pulga adquiere madurez sexual cuando chupa sangre por primera vez.
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Una araña tiene ocho ojos y come cien insectos al año. Sirve para entender el Mal de Alzheimer.
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¿Qué hacen los abejorros? Bordonean.
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Hay que ser muy específico al hacer pedidos a los dioses: la Aurora le pidió a Zeus que su amado Titono fuera inmortal, pero, habiendo olvidado pedir para él la eterna juventud, a medida que pasaban los siglos Titono se fue secando y encogiendo hasta transformarse en un grillo; la abeja, por su parte, le pidió a Zeus que su picadura fuera mortal y Zeus hizo que fuera mortal para la propia abeja. En cuanto al autor, un día le pidió a San Judas Tadeo, patrón de las causas perdidas, que su país fuera librado del populismo; San Judas le prometió que tal cosa sucederá efectivamente dentro de doscientos años.
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Sir James George Frazier Brown, cuatro veces presidente del Colegio de Graduados del Trinity College, cuenta el siguiente sortilegio usado por las mujeres adúlteras de la tribu xhosa para que sus maridos no se percaten cuando una de ellas recibe a un amante en el lecho: “Se toma una corneja, se reza sobre ella ciertos conjuros y a continuación, con unas tijeras, se le extraen los ojos”.
Esta historia da a entender que la magia simpática es antipática para con los maridos, pero aun más para las cornejas.
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En una nota al capítulo sexagésimo cuarto de su libro Decadencia y Caída del Imperio Romano, Gibbon ofrece un panorama del progreso en el arte de cegar, desde los métodos más brutales hasta los más sofisticados, basados en la anulación del nervio óptico y no directamente de los ojos. No parece que esté bromeando.
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Preguntada una vieja pantera que habían destinado al Circo Romano si prefería enfrentarse con un retiario o con un secutor respondió que, estando como estaba de excelente humor y apetito no menos bueno, le encantaría dar cuenta de ambos a la vez.
La vieja pantera tenía en realidad otro plan. Fijada que fue la fecha del combate contra los dos gladiadores, cazó una paloma que imprudentemente se había acercado a su barraca y con la sangre del ave y una de sus plumas escribió en correcto latín la siguiente misiva:
Estimado Señor Retiario:
De mi mayor consideración:
Mañana por la mañana he de combatir en el Circo contra usted y un aleve secutor. ¿Por qué “aleve”? Porque el tal secutor me ha propuesto que me alíe a él para hacer polvo a vuesa merced. La cosa me ha parecido de tan mal gusto que se me ha ocurrido que podríamos hacer al revés: darle entre los dos una sorpresa al secutor. Apenas él se me acerque, tírele usted la red, y yo me ocupo del resto. Será sencillo, lo haré durar bastante y todo el mundo quedará encantado con nuestro numerito.
Suya,
La Pantera.
El retiario recibió la misiva en su celda, pero como era un germano analfabeto, recién cazado en lo más recóndito de la Selva Negra, sólo vio en ella un pedazo de pergamino ensangrentado; dado lo cual la pantera murió a la mañana siguiente tridentada y espacortada por el retiario y el secutor; apenas tuvo tiempo, antes de morir, de maldecir al Imperio Romano, a la lengua latina y a todos los que la hablaban y escribían, así como a los que ni la escribían ni la hablaban.
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Existía en la provincia china de Hunan una gruta llamada “la gruta Uhu”; al parecer, tenía forma de lobo o gato montés y la fama de comer a los animales que se refugiaban en ella, no completamente, sino a medias. Esta particularidad intrigaba grandemente a los sabios chinos: si la gruta Uhu tenía hambre, ¿por qué no comía el animal entero? Y si no tenía hambre ¿para qué se comía medio animal? La hipótesis trivial de que la gruta se saciaba con medio animal no resistía el menor análisis, porque tanto se comía medio pavo como medio carnero, animales estos de muy diverso calado. Entonces, se preguntaban los sabios, si no es el hambre lo que está en juego, ¿qué es lo que la gruta está queriendo decir cuando come, no un animal entero, sino medio? Cuando una delegación de cien ancianos peregrinó hasta el monasterio del monje Lu Han Mak para plantearle el problema, es fama que Lu dijo: “El medio es el mensaje”. Esta lacónica respuesta no liquidó el misterio, sino que agregó uno nuevo: a saber, qué era lo que el monje había querido decir; la confusión al respecto reinó, como se sabe, hasta mediados del siglo XX en que por fin se entendió de qué hablaba el visionario Lu.
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Cuenta la Encylopædia Britannica (edición de 1911) que el país de Madagascar, fértil y rico, pero malsano, es atravesado por el Manamara, en cuyas márgenes viven los Tait. Cuando por primera vez, hacia 1880, les predicó el Evangelio el religioso oblato Carlos Emilio Guillermo Fosque-Grandidier, la tribu entera de los Tait estaba sumida en la degradación: 50.000 hombres, mujeres y niños vivían de la modalidad más primitiva de la pesca, practicada con unos palos aguzados, habitando cientos de aldeas cenagosas, sin tener idea de cómo construir una choza decente o un lecho que no se inundara. La familia era inexistente, el incesto usual, y toda forma de religiosidad desconocida. Hoy, relata el articulista, refiriéndose, según se dijo, a 1911, los Tait están reformados; de los 180 que quedan el 90% son católicos y el resto anglicanos o metodistas.
Esta amena historia prueba que la religión te reforma un poco y te extingue bastante.
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Habiéndose robado en Esparta princesa y tesoro, Paris huía rumbo a Troya cuando un temporal desvió el barco, obligándolo a hacer una escala en Egipto. Allí, el rey Proteo, que además de rey era mago y vidente, se robó a la robada princesa, y cuando la nave de Paris partió otra vez hacia Troya, a bordo iba con él una nube que tenía la forma de Helena; esa nube fue la que los troyanos no quisieron devolver, la que reconoció a Ulises pero no lo denunció, la que vio desde los muros de Troya el combate entre Menelao y Paris.
¿Quién fabricó la nube? Tenemos tres posibilidades: o Helena se había enamorado de Proteo como antes de Paris, a consecuencia de los cual le sugirió a Proteo que fabricara la nube; o la fabricó Zeus para que al quedarse Helena en Egipto no se frustrara su designio de provocar la guerra entre asiáticos y griegos; o la fabricó Hera para que Paris no pudiera gozar del regalo de Afrodita. La primera versión, basada en unos escolios tardíos de Píndaro, pone severamente en duda la honestidad de Helena; la segunda, sostenida por Estesícoro, exculpa a Helena tanto de haber engañado a Menelao cuanto de engañar a Paris, poniendo de relieve la presencia en todo el asunto de una voluntad superior; la tercera, que es la de Eurípides, no abre juicio sobre Helena y, a la moda del siglo V, se toma un poco en solfa a los dioses.
La moraleja de esta historia depende de la versión que se dé como buena; en cualquier caso, queda para la reflexión de los siglos el hecho de que fue por una sombra, que se libró una guerra de diez años, se incendió una gran ciudad, murieron miles.