Marisa González: trato de representar parte de lo que ha sido el sufrimiento al que se ha visto enfrentada la mujer

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¿Cómo comenzó su relación con el arte?

 

Mi relación con el arte comenzó en mi ciudad natal en Bilbao. Vivíamos bajo la dictadura franquista y el arte fue mi liberación. En 1967 me preparé para el ingreso en BB AA, en Madrid. Mi experiencia en la Escuela fue principalmente social. Corría el Mayo del 68 y el activismo antifranquista era la energía vital generadora. Al terminar la carrera, tuve la certeza de que lo aprendido era justamente lo que no quería hacer, aunque aún no sabía qué era lo que quería.

No comencé a desarrollar mi línea personal hasta que fui a Estados Unidos a hacer un máster en el Art Institute de Chicago. Allí encontré a la profesora Sonia Sheridan, la fundadora del departamento de Generative Systems, donde se originó mi primera obra personal y descubrí un potencial infinito de las tecnologías como herramienta de creación. Fue entonces cuando descubrí el camino a seguir.

 

 

¿Cómo es su proceso creativo?

 

Mi proceso es elíptico y recurrente, tan importante es el proceso de creación de la obra como el objetivo final. Siempre hay una herramienta tecnológica mediadora generadora de la imagen. Creo secuencias en muchos casos casi infinitas.

 

 

En una reseña de su muestra Cuerpos Confrontados, se dice lo siguiente: pone el énfasis en formas torturadas por un conflicto interno, sacando a la luz la posible organicidad de nuestro contexto tecnológico como el impacto de la acción humana sobre los organismos naturales. ¿Comparte esa mirada sobre la muestra?

 

Sí, mantuve un diálogo confrontando cuerpos opuestos, entre elementos orgánicos y artefactos industriales. La relación la establecí a partir de vínculos formales que sugirieran posibles reflexiones de afinidad entre lo orgánico y lo tecnológico.

 

 

Su obra transitó y transita sobre temas como: la violencia de género, el feminismo. ¿Qué lugar tiene hoy la mujer en el arte y en la fotografía en particular? ¿Se ha avanzado para una presencia más visible?

 

En los años 70, concretamente en el año 1972 realicé mi primer trabajo feminista sobre La Violación, consta de 6 fotografías ByN de 70 x 100cm cada una, sobre la violación de una muñeca encontrada en un vertedero de Chicago. Pocos años después, en 1975 en Washington DC, realicé la serie Maternidad y en 1976 la extensa serie Violencia Mujer, sobre las torturas y violaciones que sufrían las mujeres en las cárceles de Pinochet en la dictadura de Chile. Este trabajo fue impulsado por mi profesora en la Córcoran School of Art, la artista feminista de New York, Mary Beth Edelson.

La mujer ha ido ganando posiciones poco a poco, pero, aunque su obra sea de calidad igual a la de los varones, no lo es el reconocimiento. No hay más que ver los datos que presenta la asociación MAV, Mujeres en las Artes Visuales, sobre la bajísima presencia de las mujeres en museos y en ferias de arte.

Por supuesto que se ha avanzado, pero aún queda mucho camino por recorrer para lograr la igualdad.

 

 

Hoy en España se busca dar a conocer la Memoria Histórica. Para los que no estén en tema, es la lucha de colectivos que quieren abrir las tumbas anónimas de mujeres y hombres muertos en la Guerra Civil, dispersas por distintas regiones. ¿Cómo se enfrenta su obra con el tema de la memoria, no sólo en cuanto a la Memoria Histórica, en especial sobre el lugar de la mujer en la memoria colectiva?

 

La Memoria Histórica es imprescindible para recuperar los cuerpos de los desaparecidos y así hacer justicia. Mi obra intenta recuperar el lugar que corresponde a la mujer en la memoria colectiva. En mis diferentes proyectos, trato de representar parte de lo que ha sido el sufrimiento al que se ha visto enfrentada la mujer y de esta forma busco despertar la empatía y la conciencia acerca de lo que ha sucedido en el pasado y lo que, en gran medida, sigue sucediendo.

 

 

Usted se acercó al injusto trato que reciben 150 mil mujeres filipinas que trabajan como internas en el servicio doméstico en Hong Kong, según los registros oficiales. Pero la realidad duplica esa cifra. Sometidas a abusivos contratos -pese a que su cualificación incluye el dominio del inglés-, trabajan seis días a la semana por unos 250 euros mensuales. ¿Cómo afrontó este trabajo?

 

Me encontré un domingo en Hong Kong, el centro de la ciudad invadida literalmente por mujeres filipinas. Las entrevisté, fotografié y grabé en video las historias que me contaron. En el espacio público del centro financiero de Hong Kong, crean asentamientos efímeros, ocupan las calles comerciales y financieras, los pasos peatonales de comunicación, parques, iglesias, plazas. En estos espacios públicos realizan actividades cotidianas de socialización y descanso, hacen las cajas para envíos a sus familiares en filipinas, comen juntas, realizan actividades como costura, juegos … Estas mujeres se instalan siempre en la misma ubicación de forma que tienen su “localización garantizada”. Se agrupan por regiones y construyen en los puentes peatonales sus casitas efímeras de cartón donde delimitan su territorio y su recinto de intimidad por pequeños grupos. Sentadas en sus “casitas” descansan, duermen, comen, ven películas en sus portátiles, leen. En resumen: “conviven” en plena calle y sin ninguna privacidad a la vista de los transeúntes.

En cada calle, plaza, sucedían cosas distintas, había una actividad frenética, la ciudad tomada literalmente por mujeres con maletas, bolsas y lo más insólito, el hall central del histórico edificio del Banco HSBC de Norman Foster estaba invadido por miles de mujeres haciendo picnic, depilándose, haciendo rehabilitación, leyendo, rezando… todo un espectáculo cotidiano, doméstico, en uno de los edificios arquitectónicos más paradigmáticos del siglo XX. Estas mujeres filipinas pertenecen a una clase trabajadora cualificada que, por la carencia de empleo y los bajos salarios en su país, optan por emigrar para mejorar la calidad de vida de sus familias y dar una buena educación a sus hijos.

Ahora bien, en Hong Kong, el nivel de explotación laboral es extremo. Su salario, es cierto, es más de 3 veces superior al que obtendrían con sus profesiones cualificadas en su país, pero está por debajo del salario mínimo legal de los ciudadanos chinos de Hong Kong. Son internas en unas condiciones ínfimas, con unas jornadas de más de 12 horas diarias y, en el caso del cuidado de ancianos y niños, de 24 horas. Viven sin espacio propio, sin vida privada y tienen solo 2 semanas de vacaciones cada dos años. En Hong Kong no existe la ley de agrupación familiar y no hay permiso de trabajo para hombres. Por ello viven solas y tan solo conectadas a la vida de sus familiares y de sus hijos en Filipinas a través del teléfono e internet.

Es muy difícil para ellas soportar el aislamiento en el que viven cada día de la semana y por esta razón se reúnen los domingos para comunicarse y relajarse. Ese día parece que son felices juntas, allí celebran los cumpleaños y las fiestas de sus pueblos. Las calles más cosmopolitas y los edificios de las grandes firmas arquitectónicas son transformados por ellas en las plazas de sus pueblos.

En los testimonios que recogí, me decían “parece que somos felices en nuestro único día libre de la semana, pero nadie sabe las amarguras y soledades que llevamos dentro. Es un sacrificio que no nos merecemos, aunque seamos pobres”.

Un año después viaje a Manila para entrevistar a sus familiares, hermanas, hijos y recabar sus testimonios. Este trabajo lo he titulado Ellas filipinas.

 

 

Parece ser que los distintos conflictos bélicos están despertando otra vez en los gobiernos un interés sobre las usinas nucleares. Usted estuvo en la central nuclear de Lemóniz, si bien nunca, me han dicho, entró en actividad, le permitió una mirada de primera mano. ¿Ante los sucesos actuales cómo ve hoy esa obra?

 

Estuve durante dos años, entre 2002 y 2004, viajando cada mes a registrar el proceso fotográfico y vídeográfico del desmantelamiento de la central. Hice acopio de múltiples objetos y de múltiples planos originales. Fue un experiencia total y única, no sólo por el atractivo de los espacios industriales. La central nunca llegó a funcionar por las protestas de los ecologistas y de la ETA, porque no querían una nuclear en su territorio, el País Vasco. El conflicto se agudizó hasta tal punto que llegaron a asesinar a dos ingenieros. Por esta razón, se paralizó su puesta punto y varios años después comenzó el desmantelamiento de sus instalaciones.

Las nucleares hoy día son controvertidas, porque están directamente relacionadas con la escalada armamentista en el mundo entero.

Tengo otro trabajo que titulé Nucleares Varadas. Es una investigación sobre las nucleares en España, tanto sobre las que aún están en activo y aquellas que ya han procedido a su paralización. Este proyecto lo presenté en el Monasterio de San Juan y en el Palacio de la Isla, ambas en Burgos, en el año 2021.

 

 

Las tecnologías tienen una presencia fuerte en la vida cotidiana. ¿En su vida y en su obra, cómo repercuten?

 

Es fundamental, he sido de las primeras artistas en incorporar diferentes tecnologías en mi trabajo. Siempre hay una herramienta tecnológica en mi proceso de creación.

 

 

Usted realizó una exposición de fotografías, vídeo e instalaciones por el vaciado y derribo de una fábrica de pan en Bilbao. ¿Cómo fue la experiencia?

 

La fábrica de pan había sido monopolio en Bilbao y al final del siglo XX se cerró por ser poco operativa con los nuevos sistemas de producción. Además, la fábrica estaba ubicada en un barrio muy céntrico junto a la plaza de toros. Accedí a ella, para registrar los procesos de producción del pan, sus espacios, que registré fotográfica y videográficamente. Recuperé numerosos documentos como las memorias del consejo de administración, las fotocopias de los libros de familia de los trabajadores. Estos documentos mostraban su procedencia, por lo que constataban que la industria vasca había sido levantada por emigrantes de toda España. Con este material, construí una instalación denominada luminarias con los testimonios de las memorias del consejo cuyos miembros pertenecían a la oligarquía vasca y las fotocopias sin voz de los trabajadores.

 

 

¿Qué puede decirnos de su muestra Registros domesticados (Women), en la Sala Amós Salvador? La crítica la reseñó como algo personal y rabiosamente política. ¿Está de acuerdo que sea reseñada como algo político, como si eso fuera lo central de la muestra?

 

Toda reivindicación es política y era una exposición reivindicativa de la presencia de la mujer en las diferentes etapas de mi trabajo.

 

 

En el 2010, usted concibió su obra: Pasión hermafrodita, poema de amor. Obra que nace de observar unos caracoles en el condado de Cornwall, ubicado en el suroeste de Gran Bretaña. ¿Qué quedó de esa experiencia que requirió una especial paciencia y constancia?

 

Fue una experiencia estupenda. En una tarde lluviosa, procedí a grabar varias horas a dos caracoles en una relación de amor desprendiendo sus efluvios orgánicos. Fue apasionante. Desde entonces, cuando voy al campo, observo el comportamiento de los caracoles, y nunca más he vuelto a encontrarme con una relación así.

 

 

¿La Ferias de Arte le están dando el lugar que merece a la fotografía hecha por mujeres?

En algunos casos si, por fin las mujeres están empezando a ocupar el espacio y reconocimiento que se merecen, después de tantos años marginadas.

 

 

¿Los museos deben rever el espacio que hoy ocupan en sus muestras, las obras de mujeres?

 

Se está consiguiendo poco a poco la presencia de mujeres en los museos, pero se está consiguiendo gracias a las reivindicaciones de las artistas y de las asociaciones feministas principalmente.

 

 

¿Las redes le son útiles en la difusión de su obra?

 

Las utilizo exclusivamente para la difusión de mi obra y para la difusión de las reivindicaciones feministas. Nunca incluyo documentos de mi vida privada.

 

 

¿Las políticas de Estado siguen siendo pobres con respecto a la mujer? El hipismo, en sus comienzos, fue un acto de rebeldía, su manera de vestir, el pelo largo, collares, se convirtió luego en una moda. De una actitud política, contestaría, pasó a ser integrada en el sistema, y en un punto a algo pintoresco. ¿Corre ese riesgo el feminismo, la violencia de género?

 

No, eso es imposible. El movimiento feminista y la violencia de género es una reivindicación actual inquebrantable. El movimiento hippy, del cual formé parte, fue muy significativo para nuestra generación, la libertad, el compañerismo, la actitud antisistema, el colorido festivo, fundamental en la España franquista de los años 60 y 70. En pocos casos, se ha convertido en un discurso vacuo y efectista, pero ese riesgo siempre se corre. Lo importante es no perder de vista los verdaderos objetivos.

 

 

Luego de tantos años de luchar por el feminismo, ser una pionera en su vida y en su obra, ¿ve que el camino recorrido ha dado frutos?

 

Claro, pero aún falta mucho por conseguir. Las mujeres todavía están sin ocupar las primeras líneas de trabajo en los puestos directivos de las empresas, y su presencia en los museos es aún muy escasa. Queda mucho camino por recorrer.

 

 

¿En qué proyecto se encuentra?

Preparando la exposición Antológica con motivo de obtener el Premio Velázquez de artes plásticas 2023, en el Museo Reina Sofía de Madrid para la primavera de 2025.

 

Madrid, mayo 2024.

www.marisagonzalez.com

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