José Agustín: no quiero ser esclavo de nadie

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Ilustración de Rogelio Naranjo.

Ah, but I was so much older then,

I’m younger than that now…

 

Bob Dylan

 

Una entrevista recobrada con José Agustín

 HOY:

La siguiente entrevista se realizó en Cuautla, Morelos, a mediados de agosto de 1977, pocos días antes de que José Agustín y Margarita Bermúdez, su esposa, partieran con sus hijos rumbo a la ciudad de Iowa, en el medio-oeste norteamericano, donde vivirían el resto del año. José Agustín había sido invitado a participar en el International Writing Program, con sede en la Universidad de Iowa, que tenía el doble (y noble) propósito de, por una parte, permitir que durante cuatro o cinco meses los escritores invitados dispusieran de tiempo libre para escribir o investigar o simplemente leer lo que desearan sin necesidad de rendir cuentas ni informes a nadie y, por otra, fomentar las relaciones amistosas y de cooperación entre escritores de diferentes países del mundo. Cada año, desde 1967, el poeta Paul Engle, director del Programa, invitaba a treinta autores de otros tantos países del mundo para que a lo largo de su estancia conocieran a quienes también escribían en los más diversos puntos del planeta. De esa experiencia es fruto Ciudades desiertas (1982).

              Pocos días faltaban también para que José Agustín, nacido el 19 de agosto de 1944, cumpliera 33 años. Yo estaba por cumplir 23.

               

 AYER:

Cuando el lector tenga esta entrevista ante sus ojos*, su verdadero autor, José Agustín, estará participando en el Programa Internacional de Escritores en la Universidad de Iowa, en Norteamérica. José Agustín también obtuvo este año la beca Guggenheim, que la fundación del mismo nombre otorga para apoyar un proyecto propuesto por un autor cuya trabajo previo es reconocido como una aportación cultural valiosa. En México se espera que pronto aparezca, después de mil peripecias, su más reciente novela: El Rey se acerca a su Templo.

 

 —¿Te has considerado alguna vez representante de una generación, portavoz de un grupo de gente?

—Bueno, por una parte creo que no represento a nadie, porque mis condiciones son muy particulares, como las de todo el mundo. Al mismo tiempo, siento que sí represento a la gente. pero no porque sea yo sino porque pienso que, de una manera u otra, cada uno resume y representa el espíritu de todos. No creo ser ninguna influencia decisiva dentro de mi generación o de generaciones posteriores ni creo ser la voz del pueblo, la voz de los jóvenes. Una actitud de este tipo sería muy dañina para mí. Mucha gente me joroba diciéndome que por qué no asumo responsabilidades, que tengo una responsabilidad muy grande ante los demás, que represento un espíritu y una serie de cosas. Pero me niego rotundamente a tomar una actitud así. Me choca ser gurú, ser guía.

 

—Me parece que te has convertido en un personaje polémico dentro de nuestra literatura; hay gente a favor y en contra de José Agustín. Quienes están en tu contra piensan que tu escritura se ha estancado o se ha convertido en una retórica. Para los otros continúas evolucionando y abriendo nuevos caminos, ¿Qué opinas de esto? ¿Sientes que lo que escribes se ha agotado, que has sobre explotado una veta?

 —Mucha gente considera que escribo lo mismo, pero creo que esa gente es muy antagónica hacia las cosas que hago: le molesta esa manera de concebir la literatura, lo ve todo grosso modo. A mí me decían que mis novelas La tumba y De perfil eran igualitas, y yo siempre he creído que son dos cosas totalmente distintas en concepción, estructura, lenguaje… en todo, incluso en el tipo de personajes. Y supuestamente, dicen, yo vengo manejando el «lenguaje de la onda» desde antes que se hablara de él, desde La tumba. Es un lenguaje relacionado con las drogas, el lenguaje coloquial, el pasón, en fin, todo ese tipo de cosas. Y antes, pues eso ni siquiera existía.

 

—¿En realidad existió lo que se englobó bajo el mote de «la onda»?

—Yo creo que sí. Creo además que es uno de los fenómenos menos estudiados en la actualidad, porque ha sido menospreciado de una forma tremenda. En la menospreciación de eso que se llamó »la onda», coincidieron los puntos de vista del gobierno, los intelectuales, las fuerzas izquierdistas, la iniciativa privada, la clase media. Todos adoptaron un punto de vista común ante el problema y automáticamente lo subestimaron de manera muy notable. No se trata de mitificar «la onda» ni muchísimo menos, pero sí de estudiarla con cierta objetividad, y eso es lo que ha faltado.

 

 —Respecto a esta cuestión, tú vives intensamente los sesentas. una década que brindó toda una nueva perspectiva ¿Crees que en verdad todo aquello que surgió con tanta fuerza se ha disgregado, que ha dado lugar a una imagen puramente publicitaria?

—Bueno, la publicidad tuvo mucho que ver, pero no fue un fenómeno creado externamente Creo que los sesentas dieron, sobre todo, la conciencia de la necesidad del cambio, y que los jóvenes fueron el detonador básico de esa conciencia. La discrepancia se dio en cuanto a saber hacia dónde era el cambio: ¿hacia afuera o hacia adentro?

Creo que las dos posturas son correctas y de ninguna manera antagónicas sino complementarias. Y eso es lo más importante de los sesentas· establecieron como algo inevitable la necesidad del cambio político y la necesidad del cambio interno. En los setentas esto ha decaído Indudablemente, pero pienso también que es parte de un proceso natural. Pienso que cualquier despertar de conciencia —y el de los sesentas fue realmente importante— no puede continuar al mismo ritmo. Es imposible, tiene que venir una reacción en contra, que además es muy importante porque pone a prueba la veracidad de las tesis planteadas. Que éstas fueron efectivas, no lo dudo en lo más mínimo. La tesis del cambio político fue tan efectiva que el mismo gobierno que no es precisamente muy penetrante lo advirtió y trató de manipularlo a través de una «apertura», «los jóvenes al gobierno», la tendencia pseudo-tercermundista, etcétera. Y en cuanto a la necesidad de revisión interna, de profundización en uno mismo. También creo que, aunque menos visible, dio sus efectos, que si no son tan notables como los procesos externo; también pueden advertirse en el cambio de mentalidad. En verdad se empezó a gestar una revolución cultural.

En este momento creo que se ha llegado a la cima, al nadir de este desarrollo, y vivimos los momentos de máximo peligro: o el desarrollo sigue su curso, que es volver a un ciclo —como decía Hegel— «hacia arriba pero en espiral», o viene una regresión monstruosa que sería la instauración del fascismo en México. No sé por qué siento que el momento más peligroso ya pasó y que no caeremos en el fascismo.

 

 —Tal como es ahora la situación, ¿piensas que realmente se ha salvado esa posibilidad?

—No, no es que se haya salvado. El peligro del fascismo en inminente pero creo que no tan álgido como a principios de este año y a fines del año pasado. Esto puede apreciarse en la influencia de las fuerzas armadas, que serian indudablemente el vehículo para un golpe de Estado, pero ahora se ha empezado a medir más. La misma burguesía utiliza ya otras tácticas.

Esto tiene sus ventajas, creo yo, pues en primer lugar el peligro de un golpe de Estado no es tan patente, y en segundo, aunque ellos pueden manipular —y lo hacen como pueden— también hay oportunidad de un mayor cambio por parte de las fuerzas que combaten el fascismo.

 

 —Con la próxima aparición de El rey se acerca a su templo y con la publicación de La mirada en el centro, pensé que te inclinabas hacia un camino cada vez más místico, pero veo que definitivamente éste no está desligado de una visión política. ¿Cómo te adentraste en las cuestiones esotéricas y en qué momento tomaron para ti una mayor importancia?

—Fue a fines del decenio pasado, más o menos por ’67 o ’68 y por razones estrictamente subjetivas. Tuve unas experiencias terribles. Troné con mi mujer y con otra chava, y como que de repente el mundo cambió por completo. Aparentemente yo estaba bien, tenía la idea de que me conocía a mi mismo y que sabía muy bien quién era yo. Problemas conmigo no tenía —al menos eso pensaba—. los problemas eran afuera. De pronto, esos fracasos terribles, —verdaderamente gruesos —por los que estuve a punto de echar a perder mi vida y la de varias gentes más a quienes yo quería muchísimo— me hicieron darme cuenta de que no tenía ni la más remota idea de lo que ocurría dentro de mí.

Con un criterio muy abierto y al mismo tiempo critico, me interesé por la religión, la psicología, el I Ching, la astrología… todas las formas esotéricas, iniciáticas, cosas así. Nunca fui un propugnador furibundo de esas ondas, aunque en la época de los hippies les tuve una simpatía muy grande. Tampoco fui hippie, en verdad nunca lo fui. Me atizaba y viajaba y todo, pero no me consideraba, como el personaje de mi novela, un «psicodélico». Siempre tuve grandes discrepancias con los hippies porque yo defendía el problema político y cultural y, al mismo tiempo, con mis cuates de una orientación política más marcada, adoptaba el otro punto de vista y defendía la importancia de cosas que están en franco desprestigio, como la religión, la esoteria, etcétera. Pienso que esas cosas se deben tomar en su justa medida.

 

—Exactamente eso te quiero preguntar. ¿No te ha resultado difícil conciliar ambos intereses? 

—Creo que no, porque he tratado de no verlos apasionadamente. Cuando tienes problemas de ese tipo es por una concepción fanática, sustentada en la fe y no en la razón.

Me acuerdo que hacia 1968 planteaba la idea de lo que llamé «Zen-marxismo», o sea, la combinación del problema religioso y político, pero no concebido desde el punto de vista de la religiosidad imperante sino desde una perspectiva más compleja. En ambos aspectos he procurado ser muy crítico y no casarme a fondo con una actitud religiosa ni tampoco con un aspecto político… Yo no me considero marxista, pienso que Marx es uno de los pilares fundamentales para el conocimiento del mundo, Y uno de los seres más iluminados que han existido, pero indudablemente no creo que el señor, en su corta existencia, haya resumido todo el conocimiento habido y por haber, que haya emitido la neta absoluta en todas y cada una de las cosas. Por eso me salí del PC, y por eso tenía discrepancias con mi hermano y con varias gentes, porque yo estaba en contra del concepto de la dictadura del proletariado y de varias tesis dogmáticas que ahora, casualmente, se han puesto en entredicho, sobre todo por los movimientos europeos. Creo que no se debe cargar uno hacia ningún polo: no se puede hacer la revolución desde un punto de vista izquierdista, porque estás en un polo, y para poder hacerla verdaderamente a fondo necesitas rebasar ese polo, tomarlo en cuenta pero trascenderlo, ir más allá. En el cambio político creo que lo fundamental no es la política. Creo que esta sociedad ha divinizado demasiado a la política. La grilla es indudablemente importante, pero para mí lo es más la cultura; el cambio tiene que ser cultural, el cambio cultural profundo conlleva una revolución inmensa.

 

 —Pasemos a otro punto. La mirada en el centro me parece un libro de madurez. Y a eso alude el epígrafe de Bob Dylan: «I was so much older then, l’m younger than that now» (Era mucho más viejo entonces, ahora soy más joven) ¿Es cierto esto? ¿Sientes que avanzas a una madurez? No me refiero sólo en cuanto a la literatura, sino también a tu vida personal.

 —Sí, sí lo siento. Ahora bien, el concepto de madurez está implícito en el sentirse más joven, lo que aparentemente es una contradicción. Pero creo que mientras más maduro llegas a ser, más joven eres en el buen sentido de la palabra «joven». Es decir, más fresco, más abierto, con más corazón ante las cosas y sin perder tampoco los otros elementos de la madurez la serenidad, el equilibrio…

 

—¿Hasta dónde haces tuyas las tesis que atribuyes a tus personajes?

 —Bueno, algunas indudablemente corresponden a mi manera de ver las cosas. Unas están planteadas de manera indirecta, otras en forma ironizada ) otras más bien responden a mi visión del mundo. A veces las planteo totalmente desde una forma critica, o no tienen nada que ver conmigo o yo estoy absolutamente contra ellas. Pero al escribir siempre procuro la máxima objetividad posible, trato de no contaminar demasiado la expresión del personaje. Entonces aun cuando el personaje exprese una tesis con la que no estoy de acuerdo, procuro que en todo caso se ironice por su propia cuenta, y no porque yo lo tenga que hacer.

 

 —Te pregunto esto porque me quedé pensando, después de la lectura que diste en el Museo Álvaro Carrillo Gil, en el caso de Ernesto (uno de los personajes de El Rey se acerca a su Templo). Hay una parte, cuando él explica los motivos por los que no trabaja, donde me pareció que eras tú el que decía eso, y en otra parte lo tratabas como si fuera un gandalla que se estuviera disculpando con todo eso…

 —Es que son las dos cosas: es un gandalla que se disculpa con eso, pero al mismo tiempo, sus disculpas, en muchos casos, son muy buenas. Yo concibo a Ernesto como un personaje muy inteligente, con una preparación muy grande. Lo que pasa es que él se inclina más hacia la güeva y tiene un arsenal ideológico muy notable para defenderla. En realidad lo que yo trataba de hacer era plantear no tanto las tesis del personaje, sino las que planteaban los mismos hippies. Ese fragmento que leí está planteado desde el punto de vista de Ernesto. Pero más adelante está desde el punto de vista de otros personajes que entran en juego, que son maneras de concebir la misma onda desde ángulos totalmente distintos: el punto de vista de la chava, por ejemplo. Lo que yo trataba de hacer era redondear todos los aspectos, o hasta donde fuera posible, los conceptos básicos de los hippies en México. Hay incluso una discusión muy grande que creo que ideológicamente es el punto culminante de la novela: es la que sostiene Ernesto que es un chavo que está metidísimo en la militancia política. Los dos discuten sobre la revolución, coinciden en que quieren hacerla, nomás que uno plantea que la revolución es por fuera, el cambio de gobierno, en fin, la tesis marxista del cambio revolucionario, y el otro sostiene que es hacia adentro…

 

—Y a propósito de todo esto, ¿qué piensas de la militancia política? Hace rato mencionaste que habías dejado el Partido Comunista…

 Me parece muy respetable, siempre y cuando no sea demasiado fría, como los cuadros profesionales —gente que se dedica a eso nada más para sobrevivir— o que no resulte demasiado religiosa, porque también tengo la impresión de que la militancia política, muchas veces, si no es que la mayoría, es un sucedáneo para canalizar la religiosidad de las personas. Obtienen una religiosidad laica, pero el mecanismo es el mismo, los dogmas, los Papas, la jerarquía es igual: hay un ritual, una liturgia, y en ese caso la militancia política se limita mucho, porque no creo que la política sea religión: la política debe ser política.

 

 —¿Y tú sólo militaste en el PC?

 Sí, estuve en el Partido Comunista un tiempo. Después se escindió y me fui al Partido Comunista Bolchevique, que dirigía Guillermo Rousset. Luego éste se escindió y se formó el Partido Revolucionario del Proletariado; hasta ahí llegué yo.

 

 —¿Y no podría pensarse que te sientes decepcionado de eso?

 No, de ningún modo, al contrario; pienso que los partidos izquierdistas han evolucionado de manera muy notable: se han «desafresado». El problema que veía antes con los comunistas es que eran muy fresas, y ahora creo que se han abierto, han ampliado su manera de ver las cosas, aunque eso no quiere decir que sean organizaciones perfectas. Yo ya no militaría en ningún partido. Creo en la militancia personal, que no está ligada de ninguna manera con la militancia ortodoxa en un partido. A nadie le diría que no milite, pero a mí ya no me interesa; ya lo viví, y además pienso que no existe partido que valga la pena.

 

 —Eso se vio con José Revueltas, ¿no? Lo expulsaron de todos lados.

 —¡Ándale, exacto! ¿Y por qué lo expulsaron? Porque trataba de sanear los partidos, de democratizarlos, y nadie se lo admitió, ni siquiera sus mismos discípulos. Cuando formó la Liga Leninista Espartaco ellos mismos lo mandaron a la goma. Por eso no deja de hacerme sonreír un poco que ahora lo tomen como bandera de organizaciones políticas, cuando ellas mismas estuvieron en contra suya, tanto o casi igual que el mismo gobierno.

 

 —¿Y cómo recuerdas a Revueltas?

 —Yo lo recuerdo como un tipo excelente en todos aspectos; como persona era maravilloso, muy sencillo, humilde y al mismo tiempo firme en sus convicciones. Su única gran falla, creo yo, es que era de personalidad muy débil en cuanto al trato con la gente, cualquiera lo avasallaba, pero porque él se dejaba. Revueltas estaba tan seguro de lo que veía y planteaba, que no tenía la necesidad de andar convenciendo a medio mundo, aunque daba la impresión de ser débil en muchas cosas. Por ejemplo, los contratos que hacía: vendió los derechos de su obra política completa a Editorial Posada y ésta le daba el 5% de derechos de autor, mano… A alguien de las dimensiones de Revueltas ¿cómo era posible que le pagaran eso?

 

 —No le interesaba…

 —Sí, no le interesaba, pero también le daba un poco de güeva. Yo creo que ahí sí, el autor tiene la obligación, aunque no le interese, de defender el mínimo de diez por ciento de sus derechos. Es una responsabilidad social… Por lo demás, como gente, bueno, conmigo siempre fue la persona más maravillosa del mundo, y creo que con cualquiera. Como pensador político, pues creo que está a muchos años luz adelante de nosotros. Cuando lleguemos a la esencia de su obra, Revueltas cobrará realmente la importancia que tiene… Además, a mí Revueltas me interesa mucho porque es la muestra de cómo un autor y su obra —política y literaria—, estando perfectamente interrelacionadas, se diferencian muy bien. Revueltas no cala en el prurito de hacer literatura panfletaria. Cuando hacía literatura política era para criticar los sistemas políticos de las organizaciones a las que pertenecía, y por otra parte, tanto en su obra política como en la literaria, era de una integridad asombrosa, y quizá por eso, por la alta calidad de su obra, es el ejemplo de cómo un autor puede ser una influencia tremenda para la sociedad.

 

 —¿Piensas que ahora Revueltas esté penetrando más entre los lectores?

 ¡Muchísimo más! Hay un «boom» Revueltas. Sólo toma en cuenta todos los concursos «José Revueltas» que se han hecho. El nivel de mitificación de Revueltas es muy alto, e indudablemente va a requerir un proceso desmitificador, y cuando éste ocurra, ¡hijo, va a ser una cosa muy sana! Porque entonces la gente va a comenzar a verlo como es, y no como les conviene. Lo están apostolizando, y eso impide que se profundice en sus tesis.

 

—Bueno, pasando a otra pregunta, ¿continúas leyendo la nueva narrativa mexicana?

Sí hasta donde puedo. Me interesa realmente mucho. Hay algunos libros que no leo, se me pasan, se me van; pero leo la mayor parte, desde que comencé a publicar hasta la fecha he estado leyendo casi todo. Es sano hacerlo, y hay muchísimas cosas interesantes.

 

 —Hace poco hablaste de la nueva novela en que trabajas, donde tratas de manejar tres líneas diferentes. ¿Puedes explicarnos en qué consisten y qué intentas hacer?

Bueno, lo que quiero es fusionar las experiencias nuevas que he tenido. Mis experiencias siempre habían sido urbanas, ahora tengo algunas con respecto al campo; entonces quiero integrarlas. Tomo a una familia campesina, la relaciono con un chavo de esa extracción, pero que vive en la ciudad, para mostrar así los dos medios, tal como los concibo y hasta donde puedo verlos. Como no soy sociólogo, sino alguien que pretende hacer novela, no planteo que mis tesis respecto al asunto sean las justas y verdaderas. Lo menos que puedo hacer es establecerlo como elucubración personal. Para ello invento un personaje que escribe una novela acerca de esto, lo que me sirve para proponer otras tesis filosóficas importantes. Por ejemplo: que la realidad a fin de cuentas siempre es una ficción. No es totalmente subjetivo, es un escritor con visos de realidad que a mí me sirve para plantear el mundo de los escritores; creo que es necesaria una buena crítica, bastante sangrienta, acerca del medio intelectual en México. Ya lo hizo mi amigo René Avilés, sólo que muy desaforadamente, yo quisiera hacerlo más sereno. Entonces serian tres estratos: dos citadinos, el del campo, y un elemento más, que sea el punto de convergencia de los otros tres que aún no tengo muy claro, algo aparentemente más irracional, un poco menos realista, más poético, por decirlo de alguna manera.

 

 —Y a propósito de esto, ¿no te ha interesado escribir poesía? ¿O escribes tus versos y los escondes por ahí?

 —Desgraciadamente ese es el caso. Escribí sobre todo cuando tenía 17 o 19 años e incluso publiqué varios; después me di cuenta que lo que me llamaba era la prosa, pero nunca paré de escribir poemas. Hace poco estuve haciendo una revisión y me di cuenta de que quizá me subestimo. Empecé a acariciar la idea, por primera vez en mi vida, de hacer una selección de ellos y publicarlos, hacer un libro. Tengo la impresión de que a nadie le van a gustar, al menos no a mucha gente, porque cuando me metí al cine le disgustó a todo mundo. La sociedad en que vivimos es tan especializada que todo aquel que trata de abarcar varios campos es visto como la peste. Quizá por eso mismo deba publicar un libro de poemas.

 

 —Pues sí, y esa es una de tus actitudes más padres, conciliar tu interés por la literatura, el cine, la música, el periodismo… A fin de cuentas nada está reñido.

 Pues no, en realidad. Esas son las cosas antiguas que debemos recuperar. El maestro Leonardo Da Vinci mostraba al hombre universal, y también Paracelso. Gentes que eran capaces de tener conocimientos vastísimos sobre muchas cosas sin tener que centrarse. Ahora la especialización es terrible, incluso entre los grupos de izquierda, que es peor: uno es el militante que lleva los volantes, otro es el que hace los escritos, otro el que da las aportaciones teóricas, en fin, ahí mismo hay especializaciones. Esto, literariamente, lo he planteado desde el momento en que me interesa la abolición de los géneros.

 

 —Como en Abolición de la propiedad

 Exacto. Abolición de la propiedad es una obra de teatro y también es una novela. Creo que las especializaciones se deben abolir y propiciar que la gente se abra más a diversos campos. Eso es muy sano. Yo desgraciadamente no tengo capacidad ni talento para cuestiones científicas, pero si tuviera también le entraría…

 

 —Y la música ¿la has dejado por la paz?

 De ninguna manera. Sigo escribiendo notas de música y me interesa muchísimo, pero como músico activo, ahí sí no. Creo que sé reconocer mis limitaciones. He compuesto canciones, pero es a lo más que he llegado. Intenté aprender música. Javier Bátiz me estuvo enseñando a tocar guitarra durante un tiempo, pero no, no la hago. Bueno, pero el espíritu queda, y eso ya lo hace a uno rocanrolero de corazón.

 

—¿Y cómo ves el rock ahora?

Indudablemente está en franca decadencia, pero vivo.

 

 —¿Crees que surja gente nueva tan impresionante como Lennon o Morrison?

 En ese campo quizá no. Creo que donde va a darse es en América Latina. Pienso que la onda de la música latinoamericana es en realidad la preparación para un movimiento musical mucho más profundo. No digo que vaya a ser rock tal como lo entendemos, con los mismos patrones, pero si una nueva música que responda al espíritu del rock en cuanto a niveles artísticos y a que despierte la conciencia; en cuanto a que libere la instintividad, en cuanto a que resuma el punto de vista revolucionario de la gente joven y que además de la riqueza musical incorpore la riqueza tecnológica, cosa que la música latinoamericana no ha hecho. Todavía no tenemos algo que logre fusionar la música ranchera, pasando por el tango, las quenas, el danzón, Agustín Lara, Guty Cárdenas, Lucha Reyes… No es que se trate de tomar los elementos en sí, sino de recuperar lo esencial e integrarlo en una visión global musical, con toda la capacidad de una orquesta sinfónica, con melotrones, sintetizadores, con una estética desarrollada en lo que toca a la presentación de los discos, etcétera. No sé si vaya a ser rock tal como lo concebimos, pero para mí será rock en la medida en que responderá a lo esencial; además, es un paso que le falta a la América Latina.

 

 —Bueno, en realidad no es necesario circunscribirlo a un nombre: rock o cualquier otro; en todo caso, lo importante es que se trata de música.

 —Sí, exacto. Una música artística, liberadora. Nos hace falta, pero se están dando los pasos. En realidad toda la onda latinoamericana me hace pensar en la música de Joan Báez, de Peter Seeger y del primer Bob Dylan: música monótona, con pocos instrumentos, con letras de conciencia política. El rock nació en el momento en que esa música se fundió con el jazz, con el blues y la música del campo. Pero el rock, la música de la esperanza, de la alegría y la conciencia, todavía no se da. Se tiene que dar en el momento en que América Latina alcance el grado de desarrollo que le corresponde. Y lo va a alcanzar. La muestra de ello es la pintura y la literatura, que están totalmente en avanzada, y que son heraldos de los cambios profundísimos que van a ocurrir.

 

 —Hay otra cosa que te quiero preguntar: parte de la mitología alrededor de José Agustín te tiene cifrado como una gente muy maciza, «el escritor pacheco», etcétera. Quisiera que dijeras algo acerca de eso.

 Bueno, yo fui muy macizo, macizérrimo. En ’60, ’69 y ’70 fui ultramacizo. Eso me llevó a la cárcel, y en la cárcel me dí cuenta de que le tenía que parar. Nunca he creído que las drogas sean panacea de nada. No me preocupaba demasiado, porque esta es la sociedad drogadicta: todo mundo se ataca con algo, con alcohol, con tranquilizantes, con la televisión, con la moda, con los discursos del PRI, con creer que si trabajas en una agencia de publicidad lo que anuncias es la maravilla: hay una enajenación. La enajenación a las drogas psicodélicas se me hacía más leve que otras, pero también me daba cuenta de que estaba esclavizado a ellas. y yo no quiero ser esclavo de nadie, sino dueño de mí mismo. La cárcel me hizo tomar conciencia decisiva de ello.

 

 —Y en cuanto al teatro ¿has pensado escribir otra cosa?

 —Sí, ahora escribo otra obra de teatro. Creo que la voy a terminar en Estados Unidos, y me gustaría montarla, claro. El teatro me gusta mucho. Yo de niño fui puro teatro, en los dos sentidos de la palabra…

 

Fade out: Se está haciendo tarde. Todavía hay muchas preguntas, José Agustín y Margarita aún tienen que hacer preparativos del viaje y despedirse de varios amigos. “¡Y las cosas que todavía tenemos que terminar aquí, mano! ¡Una buena desvelada!” Una desvelada que sería más leve, si restáramos varias generosas horas de conversación.

 

*La entrevista se publicó, acompañada por el dibujo de Naranjo, en Su Otro Yo, revista mensual que incluía fotos de aspirantes a musas en paños menores. Un fragmento de esta entrevista se publicó en La Jornada Semanal el pasado 28 de enero. Aquí, gracias al permiso de Rafael Vargas, la publicamos completa.