Claro que recuerdo el nombre. Zihuatanejo.
Un nombre así es demasiado bello para olvidarlo.
Stephen King
José Bocanegra, Zihuatanejo una novelita tropical, La marca negra ediciones, España, 2022, 129p.
Como canto de sirenas, las playas de Guerrero han atraído a muchos viajeros. Los escritores no han sido inmunes a ese encanto y desde hace 70 años, autores de diferentes nacionalidades han visitado y escrito frente a esta costanera del Pacífico mexicano.
Zihuatanejo, ubicado en el extremo suroeste de la Costa Grande es una ciudad turística que los últimos años ha tenido cierto repunte. Su aire pueblerino (aunque lo pierde de forma inexorable), la exuberante vegetación y sus playas, son más que suficiente para ciertos visitantes que no buscan glamur ni espejismos tecnológicos.
En su momento, atrajo a gente como Julio Cortázar o Lucía Berlín, pero en tiempos recientes, varios autores han ido y venido.
José Bocanegra escritor español visitó estos lares en 2019 y decidió escribir un libro. Cortázar ya lo había hecho en 1980, cuando permaneció durante 53 días en la playa La Ropa y a partir de eso escribió Cuaderno de Zihuatanejo. El libro los sueños, que se publicó en una edición casi inconseguible, que con mucho gusto compartimos junto con Carlos Ortiz y Brenda Ríos desde Flecha Roja para el primer registro de escritores guerrerenses. Gracias a la Flecha hicimos contacto con José Bocanegra, quien también homenajeó estas tierras y escribió: Zihuatanejo una novelita tropical (2022), publicada en España bajo el sello La Marca Negra Ediciones.
En esta obra breve hay referencias literarias valiosas (algunas encierran cierto misterio, como el guiño con Stephen King y su celebérrimo Rita Hayworth y la redención de Shawshank), así como una trama que va y viene en un tiempo narrativo bien cimentado. Hay escenas contemplativas, reflexiones sobre el oficio de escribir y sobre la vida.
La novela nos cuenta las andanzas de Vincent, un escritor vagabundo que anda en busca de un espacio, un lugar o un motivo para sentarse a escribir. El encuentro inicial entre Vincent y el trópico es brusco: Lo cachetea con calor, lo exprime con la humedad y lo enferma del estómago. Vincent se pandea con los zancudos, con una gastronomía que desconoce y con un ecosistema, si bien interesante, sumamente exótico. Confunde una avecilla negra con los córvidos y se nota destanteado.
Luego se encuentra con el mar, con las combis a La Unión, con los pelícanos y entonces todo se nivela. No es que nunca haya visto algo así, pero los tiempos, las circunstancias y el destino se alinean justo en este punto del mundo para clarearle las ideas y dejarle en claro que, en este planeta, nadie es forastero en ningún lado.
Ya engambado, Vincent camina come y bebe en Zihuatanejo, Troncones y La Saladita. Recorre hostales, bares y playas. Monta olas, bebe cerveza y convive con otros trotamundos de varias nacionalidades, quienes vienen acá a buscar nuevos aires, nuevas vidas, o simplemente para dejar un poco atrás el mundo globalizado que nos engulle día a día.
Vincent aprende a amar el calor, los mangos, los zancudos, la humedad, las iguanas y los días relampagueantes que sólo nos chamaquean con lluvias. Descubre que las avecillas negras, zanates, no tienen ningún parentesco con los cuervos. Los contempla y termina apreciando su rutina semisalvaje, íntimamente ligada a los humanos.
Hay también, un desdoblamiento narrativo que muestra a una personalidad femenina que acompaña a Vincent en su periplo. Esta presencia, una especie de sílfide o un recuerdo, describe y analiza al personaje, lo cual ayuda a completar el vivo retrato de esta tierra, la “periferia del continente”.
Aunque el protagonista llega como un viajero europeo (una especie de Port Moresby, en El cielo protector), contempla el habla local y los modos costeños, como quien admira una mariposa volando. En ciertos capítulos Bocanegra logra capturar esa mariposa, lo que confirma un gran oído. Al final de la novela, Vincent se va de aquí como todo un Rafael (de Se está haciendo tarde, de José Agustín, pero en vez de drogas, se atasca de surf), capaz de distinguir acentos y regionalismos, festividades y hábitos, pero también seguro de que los viajes solo son el comienzo o la razón para encontrar tu lugar en el mundo y es que, después de todo, según el propio Bocanegra: “Nada es importante, (pues) todos los caminos conducen a la tumba”.
Bocanegra saca a flote una cultura poco abordada en la literatura de Guerrero o incluso en México, me refiero a la del surf. Aunque este deporte está bien posicionado en nuestro país, pocos escritores se han asomado a este mundo casi salvaje, sin prisas y sin zapatos. El surf, aunque muchas veces mentado, en realidad es poco conocido. Desde 2020 fue incluido como deporte olímpico y eso ha motivado una creciente curiosidad, lo cual se nota en los pequeños pueblos costeros donde cada vez converge más gente en torno a esta práctica.
Vincent, al igual que Red, es un convicto. La diferencia es que Red está en el penal ficticio de Shawshank, y Vincent, en una prisión mucho más compleja: la interna. Ambos hallan en estas tierras el lugar exacto para liberarse, tal y como indicaban las instrucciones para las 50 personas que participaron en el Zihuatanejo Project, comandado por el gurú del LSD, Timothy Leary, en el verano del 62: “El objetivo de esta comunidad transpersonal es liberar a los miembros de sus redes para que puedan volar, a voluntad, a través del espacio infinito de su conciencia”
Vincent, al igual que Red (uno de los protagonistas de la novela corta de King), es un convicto, renace en las aguas del Pacífico, aunque también comprende que la vida solo es el comienzo de algo. Hace suyas las palabras de Hemingway: “El mar me mata a mí exactamente igual que me da la vida”.
El libro de Bocanegra tendría que ser leído y comentado en estas tierras, pues aquí se nos muestra cómo nos ven desde fuera y cómo podríamos hacer algo desde dentro. Resulta paradójico que, una de las visiones más actuales y mejor logradas de Zihuatanejo, esté publicada en España, muy lejos de estas aguas.