Memoirs nace de los archivos de varias bibliotecas, hijo de textos incompletos que o nunca fueron publicados o fueron impresos en versiones diferentes a las que muestra el libro. El resultado es un ornitorrinco literario, una mezcla de elementos que, de algún modo, mantiene la suficiente coherencia para considerarse un ente completo. Aunque más conocido y alabado por su poesía, la prosa de Robert Lowell es envidiable en su soltura y vocabulario, sabiendo aprovechar la libertad que le brinda esta forma sin por eso perderse en o a costa de ella. La mayoría de los textos que conforman al libro fueron escritos tras la muerte de la madre del autor, y enfrentan a Lowell con la tarea de volver de su vida una historia.
Los editores, Gould Axelrod y Kosc, bien señalan las dificultades de Lowell para atar sus recuerdos con un hilo narrativo que unificara a dichos fragmentos en un relato completo e intencionado. La primera sección refleja al hombre de letras en su precario recorrido por la cuerda floja, buscando ese elusivo balance entre realidad y creatividad. Spoiler: Lowell lograría unir esos dos principios en una sublime tregua en Life Studies. Predecesores de aquel libro de poesía, los textos que aparecen en las primeras dos secciones de Memoirs son la viva evidencia del trabajo detrás del trabajo, pues si bien ambas obras abarcan muchas de las mismas vivencias, sus recuerdos en forma de prosa son un Lowell aún con su bata de laboratorio, experimentando para saber cuáles remembranzas funcionarían a un nivel literario y cuales inclinaban la balanza más hacia el lado meramente biográfico.
Así como es la naturaleza de los recuerdos, en especial de aquellos que se esconden llenos de polvo en los primeros rincones del hipocampo, los fragmentos iniciales del texto son una mezcla entre realidad, recuentos de otros, e imaginación. En este ejercicio de la restauración como reinterpretación llama la atención la constante llovizna, en ocasiones más tupida que en otras, de nombre tras nombre de célebres ancestros de Lowell. A estas notables figuras las acompaña sin falta una nota al pie de página relatando, cual fiel escudero, los logros que los inmortalizaron en los anales de la sociedad Bráhmana de Boston. Si bien es fascinante ubicar a Lowell y a su familia dentro de su lugar y sus momentos históricos, estas notas al pie también tienen el desafortunado efecto de romper con la inmersión de los relatos, regresándonos a una lectura más de fascinación académica[1] que narrativa.
Una vez atravesada la selva de árboles genealógicos podemos avistar la esencia que definiría a Life Studies y a su hija, la poesía confesional. La creciente importancia de las emociones y sensaciones delatan que estos son los recuerdos más vívidos de Lowell, y, a nosotros como lectores, nos sirven como relatos más convincentes, más cercanos a la esencia del ser humano que fue su autor. Su relación con sus compañeros de clase, sus instintos de niño que lo incitaban a buscar una infantil superioridad sobre sus amigos, las inocentes aventuras y maldades, la súbita y misteriosa mención de su atracción por otro niño; la honestidad desnuda de estos fragmentos los libera de tener que plantarse firmes en la historia bostoniana y los vuelve así simples recuerdos de experiencias vividas.
Queda claro que los textos en Memoirs no navegan el mar de recuerdos con la misma gracia, o siquiera en la misma dirección, y esta falta de una visión unificadora puede atribuirse a que muchos de ellos no fueron maquillados por la mano de su autor antes de su viaje a la imprenta[2]. Aquellos que sí visten sus mejores trapos son fáciles de distinguir, siendo el principal ejemplo “91 Revere Street”, una oda a su infancia de 40 páginas que es autosuficiente con su creación y evolución de personajes y trama, pero que también es una brújula para esos otros fragmentos de los cuáles no depende: una vez que Lowell identifica la fascinación con su abuelo, Arthur Winslow, como el eje sobre el que gira toda su infancia, podemos leer al último texto de la primera sección que relata su muerte no como un recuerdo más, independiente y en una posición arbitraria, pero como el final y cierre de la niñez de Lowell, una conclusión que sobrepasa las imperfecciones y repeticiones de las remembranzas individuales.
La segunda sección es un salto directo a la oscuridad y frustración de Lowell lidiando con su trastorno bipolar. Es una exploración de su psique fracturada después de varios episodios psicóticos que, sobrepuesta a los recuerdos de su infancia y la relación con sus padres, logra recontextualizar la primera sección de Memoirs desde un ojo más profético. La piedra angular de esta segunda parte, “The Balanced Aquarium” logra enfatizar esta conexión entre pasado y presente sin necesitar de una lectura intertextual, jugando con los cambios entre pasado y presente para retratar al hombre que, atorado en el presente, no puede hacer más que mirar hacia atrás.
Los fragmentos de esta segunda sección nos acercan más a Lowell en sus momentos más bajos, con sólo el más delgado velo de retoque literario entre autor y persona. Mucho de esto puede atribuirse a que estos textos, algunos de forma más explícita que otros, fungen como tareas para la terapia psicológica de Lowell: desde un recuento de sus sueños y hasta unos párrafos explicando lo que busca y espera de la terapia, estos textos eran un lugar seguro para vaciar su mente a la espera de una recuperación entonces incierta. Es notorio, entonces, que esta sección, más diario que arte, albergue tanto a “The Balanced Aquarium” como a “The Raspberry Sherbert Heart”, cuento hecho y derecho que rompe con la naturaleza cien por ciento biográfica del resto del libro y la reemplaza por una historia donde Lowell se esconde en todos los personajes, buscándose a sí mismo tras la pantalla de humo de la ficción.
Extraída y usada toda la gasolina literaria que dejó Lowell en sus fragmentos autobiográficos, los editores de Memoirs dejan que el poeta trace su silueta a partir de la sombra de los otros. Los textos que nos ocupan en la tercera sección son reflexiones, introducciones, o tributos a otros poetas y autores contemporáneos a Lowell. Muchos de estos textos fueron publicados con regularidad, de 1959 hasta el año de la muerte de Lowell en 1977, y encapsulan la carrera de su autor cuando ya es una figura establecida, pez en el agua cuando está rodeado de gigantes literarios inmortales. Gigantes que, más tarde, verá morir uno tras otro, dejándole a él la tarea de esculpir obituarios que reflejen la amistad y admiración que los unió en vida. Todos estos textos logran colocar a Lowell como uno de los autores preeminentes de su época, bien conectado en su rincón del mundo literario, nudo importante en la red de correspondencias e influencias.
Es curioso notar que la prosa de Lowell cobra más vida y se pinta más colorida cuando hace de sus amigos en la poesía los destinatarios de sus palabras. Y es que Lowell pone gran énfasis en esos otros poetas como seres humanos y no sólo como creadores de grandes obras, letras que preceden a un clásico literario. Como el creador de la poesía confesional, es fácil pensar que su propio legado le brindará siempre y por sí solo esta consideración, pero, cierto o no, Memoirs, como libro caleidoscópico que es, hace bien en mantenernos cerca de la esencia misma de Lowell. El resto de sus formas, como estudio histórico secundario, testimonio más de la frágil salud mental, material para una tesis de la influencia editorial bosquejo de Life Studies, y, por qué no, hasta memorias, no restan al triunfo de Memoirs como la construcción del hombre detrás del mito de Robert Lowell y de la vida detrás de su arte.
Robert Lowell, Memoirs, edición y prefacio de Steven Gould y Gregorz Kosc, Farrar, Straus and Giroux, New York, 2022, 387p.
[1] Imagino, claro, que aquellos lectores con la fuerza de voluntad para resistir las notas al pie tendrán una experiencia muy diferente. A los que aquí me encuentran, los saluda otro esclavo de la necesidad de saber qué podría ser aquello que reclama mi atención.
2 Como declaran más de una vez Gould Axelrod y Kosc decidieron publicar una versión más integra de los textos de Lowell, descartando los cambios y decisiones de Robert Giroux, editor de Robert Lowell mientras vivió el poeta. La idea y validez de ambas versiones y las preguntas que alza respecto son fascinantes y las exploran los mismos Axelrod y Kosc en su ensayo “Robert Giroux and the Editing of Lowell’s ‘The Balanced Aquarium’”