Enrique del Risco: Turcos en la niebla

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Esta debería ser la reseña de una novela que se titula Turcos en la niebla. Mas no, no fue el libro que leí. A los cercanos a los autores nos toca el trabajo, a veces sucio, de leer manuscritos antes que nadie; incluso, primero que los editores, que es mucho decir. Los cercanos para no hablar de las esposas, esposos, novias, novios.

La novela Turcos en la niebla nació como antes nacían los hijos, sin que supiéramos qué venía si hembra o varón, cosa esta que implica cierta dificultad a la hora de nombrar lo que viene. En estado aún fetal, y por tanto, sin nombre, bregué por más de quinientas páginas, en un e-book, del manuscrito sin título. Nada más y nada menos.

Lo peor de estas lecturas, pensemos que privilegiadas, es que entrañan grandes compromisos que van más allá de decir si nos gustaron o no. Los autores, si son quisquillosos o preciosistas, exigen atención. Esto significa: “No me cojas prisioneros, mata”. Y aquí matar tiene un significado casi literal: qué se puede eliminar, qué no vale la pena explotar, por dónde no meterse y atajar camino, detectar repeticiones, pifias y, sobre todo, azuzar al autor al más sublime de los sacrificios: de qué prescindir.

En manos de este tipo de lector, la futura Turcos en la niebla, aún sin nombre, perdió más de cien páginas. Bastante. Pero lo asombroso no fue la masacre, sino lo bien que se lo tomó el autor. En lugar de protestar herido en lo más profundo de su ego, más agradecido no se pudo mostrar. Todo un ejercicio de humildad intelectual y de respeto al lector cercano.

Regresando a la idea de nombrar las cosas que vendrán, el autor fue más allá e hizo circular entre sus próximos una lista de posibles títulos para la criatura en camino. Me gustó Los náufragos de Bergenline; lo recomendé. Sin embargo, se decantó por Turcos en la niebla, frase que en general se utiliza para expresar las adversidades del algún borracho para encontrar su casa en medio de la neblina, al menos en los países donde una “turca” significa una soberana embriaguez. Vale la selección, aunque en la futura novela las borracheras son tan metafóricas como la niebla. Y lo de andar desorientado es moneda corriente de náufragos y borrachos, da lo mismo el sentido en que se exprese.

Propuse el título porque el libro que había leído era novela de naufragios. Si hay un término que define a Cuba es ese: naufragio. Un país a la deriva, tan perdido como un turco en la niebla, nada más engendra náufragos. La revolución de 1959 aún pervive como una lección dolorosa de la más elemental filosofía de singladura. Las naves necesitan rumbo, estrellas adonde mirar, brújulas, lugar de destino, la confianza de sus tripulantes. En ausencia de todo esto, sólo queda un recurso: escapar, no importa hacia dónde. Basta el viaje individual hacia otras playas. Convertirse en náufragos a la inversa, dejar detrás la ínsula pordiosera e inhóspita por continentes ajenos o islas más afortunadas.

Los náufragos de…, devenidos Turco en…, cuenta la historia de cuatro amigos. Cuatro cubanos arrojados en diferentes épocas y marejadas del castrismo a la orilla del Hudson opuesta a la Gran Manzana. El detonante fundacional de la trama es el atrincheramiento de Wonder en su taller que amenaza con ser embargado debido a deudas no pagadas, etc. Sentado frente a una cámara o teléfono y rodeado de armas como en las películas y series, va de confesión en confesión. Los monólogos de Wonder se entrecruzan con los de Alejandra, el British y Eltico. Sus voces convocan a otras voces, a otros personajes. Este entrecruzamiento o interconexión permite que hablemos de un manuscrito, o potencial novela, coral.

Que las novelas se definan como universos complejos reafirma el carácter holístico de las mismas. O sea, la suma vista desde la trascendencia de la conexión de las partes. Y aquí me aventuro a destacar un elemento llamativo, lo que pudiera haber sido una suerte de Cuarteto de Alejandría, que no de Alejandra, pues no hay ni habrá novelas independientes Eltico, Alejandra, El British y Wonder. Elautor condensa su epopeya en un manuscrito de quinientas páginas. Quinientas páginas de trama y subtramas interrelacionadas entre sí, que van enriqueciéndose a la vez que empujan el argumento en calidad de unidad narrativa neta.

El manuscrito leído promete una novela sobre la historia del arte, pero una historia del arte de lo más peregrina ya que también lo es de los artistas. En este caso, refiere su condición de singularidad o de parias que intentan reencontrarse en tierras extrañas. ¿Qué artistas? ¿Los hermanos de Wonder? ¿Los de la escuela de Hudson? Ese es el mundo de El British. Gracias a este personaje, nos ponemos al corriente de un elemento clave en la historia que narra la novela. Uno de los cuadros mejor vendidos del pintor Edward Hopper es el de una modesta casa ubicada en Boulevard East y la calle 49 en West New York, New Jersey. El autor insiste en que lo más interesante del cuadro es la negación que entraña el simple movimiento de cuello. Quizás el gesto más artístico y trascendente del arte norteamericano contemporáneo, me arriesgo a especular. En lugar de recrear el Manhattan de entonces, Hopper se conforma con la casa que tiene delante. Renuncia a la gran vista para volverse hacia la monumentalidad de la pequeñez cotidiana.

Es el mismo gesto que se niega el autor: su historia elude New York, su manuscrito va tras el rastro de cuatro náufragos que intentan reconstruir sus vidas en el lugar que han elegido o al que los ha llevado la marea. Es en esta decisión donde el manuscrito alcanza la exacta universalidad que el cuadro de Hopper. La historia de la literatura está llena de esos ejemplos: Faulkner y García Márquez escribían de puebluchos y condados que ni siquiera existían, Gunter Grass escribía de Danzig y se sorprendía que lo leyeran en Cuba. En la mayoría de los casos lo provinciano no está en las menguadas dimensiones de una localidad, sino en lo fallido de las pretensiones.

Una de las subtramas más apasionantes del manuscrito es la de Eltico. Náufrago de la gran oleada del ochenta, Eltico es quien acerca la historia a las novelas de aventuras que de niño seguramente prefería el autor. Eltico es medio mecenas, medio paramilitar, medio esposo, homófobo entero. El tipo que si es tu amigo y tienes un muerto en el freezer sólo te pregunta dónde hay que enterrarlo o algo por el estilo, no de quién se trata y por qué está metido en una nevera, cosa que además lo complejiza. En calidad de personaje, contrapesa las otras historias, le resta densidad superflua al manuscrito insuflándole al texto un aire de picaresca que balancea el resto de las vidas.

En mi opinión, Alejandra es el personaje más difícil del manuscrito. Para los escritores siempre son un reto los personajes femeninos. Encarnar su psicología, explicarse su manera de ver el mundo, entender su sensibilidad, devienen un verdadero desafío para cualquier autor, abordar las muchas aristas de su mundo interior y exterior. Alejandra es doblemente náufrago. Primero, llega a Cuba proveniente de Chile o Argentina, países en los que a diferencia de Cuba la revolución, o sus intentos de conseguirla por la vía que fueran, hicieron aguas rápidamente. Viajar desde el cono sur hacia La Habana, concretamente al Hotel Presidente –especie de arcadia revolucionaria (cortesía MININT-Departamento de América) destinada a insurgentes suicidas y melancólicos y compañeros de viaje sospechosos–, es simplemente el antecedente de una a(des)ventura que augura, o prefigura, un final inevitable: un nuevo naufragio.

¡A desalambrar! ¡A desalambrar!, por segunda ocasión.

El hecho de que se recreen y perciban las muchas texturas antes mencionadas apunta en una sola dirección: el autor pasó el examen. Con creces.

Cada uno de los personajes dista del otro en actitud y discurso e idiolecto, y queda claro, por la singularidad individual, que no se trata de arquetipos. Ni generacionales ni del tipo de emigrante que encarnan.

Los náufragos de Bergenline, bautizado oficialmente por votación casi popular, como Turcos en la niebla se alzó con el XX Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones, y le ha valido a Enrique del Risco la publicación de su primera novela en una magnífica, y para nada mezquina, edición en cuanto a calidad, número de ejemplares, geografía de ventas. Recomiendo a los lectores aventurarse en el viaje final del manuscrito a la novela, culminado en vistoso “ladrillo”, y naufragar, con boleto de retorno, de trama en subtrama, de personaje en actor, de isla en país, de paisaje en performance, de orilla en orilla.

Montreal, junio de 2019

Enrique del Risco, Turcos en la Niebla, XX Premio de Novela Fernando Quiñones, Alianza Editorial, 2019, 456P.  ISBN 8491814469