Por Daniel Samoilovich y Eduardo Stupía
Pu’lin Bin andaba por ahí diciendo que Su Dong Po era injusto y caprichoso con su obra pues se había formado un juicio negativo de toda ella (que constaba de 37 volúmenes incluyendo traducciones al volapuk y plaquetas juveniles) habiendo leído sólo uno de sus libros. Su Dong Po escuchó casualmente su queja y le dijo: “Exagerás: no he leído ninguno de tus libros y ya fue demasiado para mí”.
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Pu’lin Bin pensaba que Su Dong Po no había leído ninguno de sus libros porque la detestaba; y se lo dijo.
—Es al contrario, querida Pu —respondió Su Dong Po— no tengo nada contra vos, ni quiero tenerlo.
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Corría el año 1998 de nuestro Señor cuando un ladrón armado asaltó a un pastor evangelista en una calle solitaria de la ciudad de San Juan, Argentina. Pese a que el pastor entregó al caco todo el dinero que tenía, éste, a modo de despedida, le descerrajó un balazo en el pecho. Ileso resultó el pastor gracias a la Biblia que llevaba en el bolsillo interior de su chaqueta, Biblia en la cual fue a insertarse la bala.
Para ser enteramente justos, digamos que la bala era calibre 22, que no es gran cosa, pero también es cierto que más de una bala de ésas ha acabado con más de uno de nosotros. Sea como fuere, el modesto milagro fue puntualmente explotado por la prensa local, e ignorado con la misma puntualidad por la nacional e internacional. Pese a esta conspiración de silencio, muchos poetas parecen haberse enterado del asunto y andan munidos de gruesos manuscritos de la propia obra. Nadie se toma el trabajo de balearlos, dado lo cual no han podido probar su utilidad como instrumento de defensa; se han mostrado eficaces, sin embargo, como herramienta de disuasión. Cuando alguien quiere leerles algo de su mamotreto, sacan a relucir el propio.
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Si me lees te leo: entre poetas, es una amenaza; entre novelistas, una suerte de negociación comercial.
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Apolodoro cuenta en su Biblioteca que Procusto era un posadero del Ática que tenía dos camas, una muy larga y una muy corta; si su huésped era alto, lo invitaba a acostarse en la corta y luego procedía a serrar las partes que sobresalían; si era bajo, le ofrecía la cama larga y, convenientemente maniatado, lo descoyuntaba a martillazos, estirándolo luego de guisa que ocupara todo el lecho (de ahí su nombre, Procusto, que significa en griego “el estirador”).
Diodoro de Sicilia da una versión distinta de la historia: en ella Procusto tiene una sola cama de hierro, en la que acuesta a sus huéspedes: si calzan en ella, bien; si no, los corta o estira para que quepan. El autor de estas líneas tiene más miedo del Procusto de Diodoro de Sicilia. El de Apolodoro con sus dos camas es un sádico; el de Diodoro, que sólo daña a los que se salen de la media, es un tipo criminal más común y peligroso. Mutila y descoyunta por comodidad mental, sin mala intención.
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Relata un testigo que estando preso Danton observó con su profunda voz que el verbo “guillotinar” no se puede conjugar en primera persona en el pasado perfecto de la voz pasiva.
Esta historieta enseña que la reflexión sobre el lenguaje puede ser un fruto obligado del ocio, pero nunca es ociosa; y que, eventualmente, no impide que uno pierda la cabeza.
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¡Que le corten la cabeza!, gritaba la Reina a cada rato. Pero ninguna fue cortada. Aquello era en el País de las Maravillas; en otros países, sí las cortan.
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Un Cuerpo se presentó a las puertas del Paraíso notoriamente decapitado.
—¡Alto ahí!— le dijo un Guardián —¿Dónde crees que vas? ¿Dónde está tu cabeza?
—Me la cortaron.
—No puedes pasearte por aquí con esa facha: debes recuperar tu cabeza.
—No puedo, la mandaron a la Facultad de Medicina— respondió el Cuerpo.
— ¿Y eso qué es? — preguntó el Guardián, que se había ahogado en el Lago Baikal en el año del Señor 643 y no estaba muy al tanto.
— Un lugar donde se aprende a curar a los enfermos.
— ¿Estabas enfermo?
— No. Estaba perfectamente sano.
— No entiendo —reflexionó el Guardián—. Allí abajo debe haber un tremendo lío: cortar las cabezas de los sanos para curar a los enfermos…
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—Mi padre y mi madre eran franceses— dijo el francés Xeno Phobe —, y por supuesto, lo eran mis cuatro abuelos; franceses eran mis ocho bisabuelos, mis dieciséis tatarabuelos, los treinta y dos progenitores de mis tatarabuelos…
Y así siguió. Cuando llegó a los albores de la Edad Media, Francia todavía no existía pero la Tierra ya estaba abrumada por más de treinta mil millones de franceses. No se le ocurrió al disertante que el secreto corazón de la pureza racial era el incesto; sólo él podía librarlo del despropósito y los números exorbitantes; aunque el despropósito tampoco le importaba mucho. Ni a él ni a su auditorio, que se había fugado del mundo de las grandes cifras al del sueño.
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Cuenta el venerable Rabí de la Buena Estrella, que, dado que Dios había decidido destruir a todas las criaturas que la Tierra poblaban, a Noé le pareció impropio que los que se habían salvado se reprodujeran mientras duraba el Diluvio; o tal vez temió una crisis de superpoblación en el Arca; o quiso evitar historias de swingers y los consiguientes culebrones de celos y venganzas; sea como fuere, el caso es que prohibió el acoplamiento a bordo.
Todos obedecieron, excepto los Perros, la Mantis Religiosa y la República Argentina, que se ayuntó con el Zorro, el Peludo, el Populismo, el Engreimiento, la Morsa, el Gato, el Populismo otra vez, y los Militares un montón de veces. Dios castigó a los Perros con la maldición de quedarse pegados al aparearse, a la Mantis inculcándole la fea costumbre de que la hembra devore al macho después del coito y a la República Argentina… a la República Argentina no le hizo nada especial, juzgando que en su propio pecado tenía castigo suficiente.
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Una Activista murió y fue acogida en el Paraíso. Apenas estuvo dentro, pidió una entrevista con el Dueño de Casa. Concedida que le fue, increpólo de esta guisa:
— He leído el libro del Rabí de la Buena Estrella y me parecen burdamente machistas los castigos que impusiste a los que se acoplaron en el Arca de Noé. Siempre es el mismo viejo concepto: la Mujer peca y los hombres no tienen nada que ver. Por ejemplo: ¿por qué, si la República Argentina pecó con el Zorro, el Peludo, el Populismo, el Engreimiento, la Morsa, el Gato, el Populismo otra vez y los Militares un montón de veces, la castigada fue ella y no todos los demás?
— Ella —contestó el Dueño— no sufrió un castigo especial; sólo ha sido condenada a ser como es.
— ¿Y te parece poco?
— Bueno, tal vez fue demasiado cruel. Pero en el caso de la Mantis me parece que la peor parte la lleva…
— ¿El macho? ¿Te atreverás a sostener algo así? La Mantis no sólo tuvo que soportar que el muy asqueroso la montara, sino que además se lo tuvo que comer. ¿Te gustaría a ti comerte una Mantis macho?
— Supongo que no… ¿Me esperas un momento?
Y se retiró de su Solio, haciéndole una seña al Arcángel Miguel, jefe de las Milicias Celestiales, para que lo siguiera. La retirada del Amo fue seguida de un gran alboroto: los querubines desafinaban, los serafines jugaban en la arena como niños, los tronos decían en alta voz todo lo que se les pasaba por la cabeza. El espectáculo entretuvo a la Activista, mientras Dios le decía a Miguel:
— Empácala por favor bien empacada, y mándala por courier al Infierno. Tengo demasiadas de éstas aquí arriba.
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El Arcángel Miguel cumplió el encargo de Dios, y mandó a la Activista, perfectamente embalada, al Infierno. Un remordimiento, empero, roía su conciencia. Dejó pasar unas horas, y cuando vio que al Jefe se le había pasado el Divino Malhumor, le preguntó:
— Entre nosotros, ¿no habrá sido un poco atrabiliario mandar a aquella sujeto al Infierno sólo porque cuestionaba tus decisiones?
— No te preocupes —dijo el Altísimo—; espera y verás.
En ese momento golpearon a la puerta, y un mensajero trajo de vuelta el embalaje contiendo a la Activista, con una etiqueta azul que decía: NO PUDO ENTREGARSE POR MUDANZA DEL DESTINATARIO – NUEVA DIRECCIÓN DESCONOCIDA.
Una ligera chamusquina en los bordes de la etiqueta sugería que la misma había sido fraguada por el propio Lucifer.
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Los lotófagos son dignos de respeto; no así los que comen loto cuando les conviene.
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Un bote de pescadores navegaba por la desembocadura del Río de los Sueños. Había allí tantas flores de loto que, al paso del bote, estas se reacomodaban a la manera de las escamas de un dragón cuando se despereza. De pronto el dragón saltó, y la ola que se levantó provocó el hundimiento del botecito con todos sus tripulantes.
Esta fábula muestra que hay que ser muy cuidadoso con las metáforas.