Traducción de Juan Leyva1
Hace sesenta años Mondadori publicaba una edición de la Poesía selecta de Ezra Pound con una introducción de Thomas S. Eliot, quien, con astuta prudencia, exaltaba al hombre de cultura, al animador y agitador (“Si no hubiera sido por la obra de Pound, que se desarrolló en los años de que he hablado, el aislamiento de la poesía estadounidense y de diversos poetas habría podido continuar por mucho tiempo”), pero callaba el genio del poeta (“He expresado antes la opinión de que la grandeza de un poeta no es un problema para los críticos de su tiempo: es sólo después de que ha muerto…” y bla bla bla). Sobre todo, el buen Alfredo Rizzardi ─en el revoltijo antológico que eran fragmentos de Personae, de Lustra, Catay, “Mauberley” y los Cantos─ señalaba la imposibilidad de discernir el grano autobiográfico del lírico, la poesía del mito del poeta, los hechos de la palabrería: “El lector que se acerque a la vida de Ezra Pound con la esperanza de encontrar la clave de tantos versos impenetrables, se perderá en una selva de medias verdades, semileyendas, episodios transmitidos de oídas y de boca en boca antes de tomar forma fija en papel. Y aun más confuso quedará sobre los hechos objetivos que, referidos a Ezra Pound, alcanzan aires de leyenda.” En cambio, con júbilo de astronauta y sabiduría de entomólogo, desde hace años Massimo Bacigalupo rastrea en las sinuosidades de los textos de Pound ─basta pensar en los XXX cantos publicados por Guanda y los Cantos póstumos, por Mondadori─ las fuentes, los nodos biográficos, la despreocupada sencillez, la autenticidad de la vida. Hace poco publicó, con la Clemson University, de Estados Unidos, Ezra Pound, Italy, and The Cantos, donde, precisamente, se ordena el repertorio de “materiales italianos empleados en la construcción de su obra épica más ambiciosa, los Cantos: paisajes, obras de arte, historia, personas, acontecimientos políticos”. El libro ─un resumen del trabajo múltiple de Bacigalupo sobre la obra de Pound─ recorre las ciudades “poundianas”: Rapallo, Venecia, Roma; los encuentros con Dante, Eugenio Montale, Carlo Izzo; evidencias de las musas: Hilda Dolittle y Sheri Martinelli. Ezra amaba Italia, llegó a Venecia en 1908, donde publica Con la luz apagada y es en Venecia ─el destino tiene forma de anillo y de collar─ donde está enterrado. Escribió en italiano, tradujo a nuestros poetas, desde Francisco de Asís hasta Metastasio, Migue Ángel y Leopardi. Le gustaba el hoy día olvidado Saturno Montanari y, de hecho, en inglés lo volvió más fresco (“When the light/ goes, men shut behind blinds/ their life, to die for a night”); felicitó a Ungaretti “por haber sobrevivido a las vicisitudes de una época difícil” (Davide Brullo).
La historia poética de Pound comienza y termina en Venecia, donde muere y publica la primera placca. Con todo, no obstante la permanencia y las vicisitudes italianas, Ezra permanece un poeta “americano”, del otro mundo. Le pregunto, entonces, qué tanto influyó Italia en él y qué tanto continuó siendo herméticamente estadounidense.
Creo que Pound dependía mucho del ambiente que lo rodeaba: lo introyectaba como parte de su biografía supranacional. Había tenido una formación histórica y filológica inclinada al mundo novelesco, de ahí su frecuentación de antiguos documentos italianos en busca de mitos e historias, como había hecho el victoriano Browning. Tenemos, por ejemplo, el enamoramiento de Segismundo Malatesta, amante, guerrero, mecenas, edificador de templos, que hacia 1922 Pound lleva hasta la composición de cuatro intrincadísimos cantos (VIII-XI), precisamente cuando Eliot escribe y publica la Tierra baldía.2 Yo traduje para Guanda los XXX cantos (o sea, los cantos I-XXX, 1930) y he debido compulsar los documentos del siglo XV consultados y excéntricamente reelaborados por Pound, con los textos originales frente al texto inglés siempre que me fue posible. Está también Bandello, qué sé yo… Los versos dedicados por Segismundo a la amada, una carta atribuida a Pisanello. Es en verdad fascinante reencontrar estas voces en un italiano lleno de sabor que ya no es el nuestro, y es este rasgo pintoresco y gallardo lo que le gustaba al exuberante Pound: “I palafreni bianchi,/ con dodici donzelle tutte a cavallo/ vestite di verde a una livrea;/ sotto un baldacchino, argentato a punti grossi” [“Los palafrenes blancos,/ con doce doncellas todas a caballo/ vestidas con libreas verdes;/ bajo de un baldaquino con pespuntes de plata”]. Este es mi italiano recompuesto de alguna crónica riminés. Helo aquí en el inglés de Pound: “The small white horses, the/ Twelve girls riding in order, green satin in pannier’s habits,/ Under the baldachino, silver’d with heavy stitches…” (VIII). ¿No resulta curioso seguir estas interferencias del texto? Gianfranco Contini escribió desconcertado acerca de los cantos sieneses (XLII-XLIV), transcritos en parte de documentos relacionados con la fundación del Monte dei Paschi. Pound es un poeta didáctico, como por lo demás casi todos los estadounidenses (¡incluso Stevens!), y Malatesta se halla ahí debido a la fecundidad recobrada en un pasado que se opone a la tierra baldía del presente. Lo mismo el Monte dei Paschi, que sería fundado sobre los pastizales (la naturaleza productiva, el ambiente) y no sobre las finanzas usurarias (estamos en mitad de los años treinta). ¿Italiano o estadounidense? Sus ojos son siempre los de un forastero que, aun así, como el amigo Hemingway, está convencido de conocer todos los secretos comportamentales de los nativos, los restaurantes y monumentos que no hay que perderse, las bromas, las palabras claves. ¡Bendita ingenuidad! Para aquellos viajeros, el catolicismo era una religión paganizante y tolerante, mucho mejor que el odiado episcopalismo protestante en que habían recibido el bautismo. En suma, Pound se jactaba de entender Italia mejor que los italianos, incluso al fascismo, que trataba del mismo modo que a uno de sus tantos exaltados descubrimientos. Pero debido a esta pasión histórica y archivística los cantos renacentistas están destinados a ser escasamente comprendidos por los lectores de lengua inglesa a quienes fueron destinados, mientras que los historiadores y críticos italianos que poseen ambas lenguas no se han aventurado jamás tras las huellas de Pound en los archivos. Sin embargo, puede hacerlo un lector apasionado de los XXX cantos, con resultados sugerentes: una poesía de palabras y fragmentos que fluye entre lenguas extrañas y diversas. Pero, como decía, si hay oscuridad es sólo en los detalles. La intención de Pound, su impetuosa convicción de comunicar, es siempre clara. Antes de la batalla, Segismundo es un capitán ágil y decidido: “Ellos son mucho más que nosotros,/ pero nosotros somos más hombres” (“They’ve got a bigger army,/ but there are more men in our camp”, canto X). (Me enorgullezco de haber descubierto la línea original.) Es la misma retórica del Enrique V de Shakespeare en Agincourt, en su guerra de conquista. E incluso en los cantos LXXII-LXXIII, escritos en italiano en 1944-1945, el poeta, por medio de uno de sus fantasmas medievales, promete la venganza a la armada de Salò: “Donde la calavera cante/ Volverán los soldados, tornarán las banderas”. No hay la menor duda de que Pound escribió centenares de páginas en su propio italiano. El torrente era siempre pleno y arrastraba los materiales, a veces escalofriantes, brindados por el tiempo. Un verdadero fenómeno.
No creo que el gran Ezra tuviera una idea clara sobre sus contemporáneos: elogia a Enrico Pea (y está bien), traduce a Saturno Montanari y Ugo Fasolo, mas parece ignorar al resto. ¿Cómo “lee” Pound a los italianos?
Estaba interesado también en Federico Tozzi, quizá porque le parecía más vigoroso y dialectal. Montanari era un joven muerto en guerra cuyos versos le fueron enviados por el padre. Las versiones de Montanari tienen poco en común con sus convencionales y melancólicos originales, y recuerdan las versiones coetáneas del Shi Jing. Pound desconfiaba del intelectualismo, del crepusculismo, y tenía sus bestias negras en los franceses predilectos de la revista Solaria: Proust y grandes compañías. Prefería obviamente al poeta guerrero D’Annunzio y, en Francia, a Jean Cocteau. De manera que no creo que haya nunca hojeado los Huesos de sepia, y si lo hubiera hecho no los habría entendido debido al italiano enredado en que están escritos y no los habría amado a causa de su sabor a eliotiana esterilidad. (Montale, en cambio, leyó con atención y apreció Personæ y los Cantos pisanos.) Incluso Ungaretti no parece haber entrado en su horizonte, aunque haya sido huésped de los Vivante en Siena, que eran amigos de Montale, Ungaretti, Irma Brandeis (y de mis padres, que justo se conocieron en Siena). Por lo demás, Pound, con pocas excepciones, se hallaba igualmente desinteresado en los poetas estadounidenses de las generaciones sucesivas a la suya. Debía escribir la historia del mundo en poesía, incluso cambiar el mundo, ¿qué podía importarle la cold cream publicada en Poetry o en The New Yorker?3 Hacía una excepción parcial con Robert Lowell, quien lo veneraba y trataba a la par, de loco a loco.
¿Cuál es el lugar, el paisaje italiano que más se imprime en la mente poética de Pound?
Los Cantos son un verdadero viaje por Italia, un rosario de nombres fascinantes, asociados a quién sabe qué recuerdos: “Vino Madame Lucrezia/ y sobre el dorso de la puerta en Cesena/ están, o estaban, todavía las iniciales/ joli quart d’heure (en la Malatestiana)/ Torcuato, ¿dónde estás?” (LXXIV). No sé si alguien ha encontrado alguna vez estas iniciales en la espléndida Biblioteca Malatestiana de Cesena (que vale la visita sin más) y que se refieren (¿a Lucrecia Borgia?), y si el “joli quart d’heure” haya sido vivido por aquella dama o por el poeta mismo y con quién. Como sea, hubiéramos querido que ocurriera. Pound no se cansa de registrar sus propios “jolis quarts d’heure” de hombre omnívoro entre libros, personas, paisajes. Es este gozo y esta convicción ejemplares lo que nos hace querer a Pound, tener la curiosidad de seguir tales escenas, de entrar con él en el laberinto, a menudo placentero. “Así que soñando con Bracelonde y con Perugia/ y con la gran fuente de la Plaza/ y con el gato del viejo Bulagaio que con salto intempestivo/ podía girar la palanca de la manija…” (LXXXIII). ¿No es bellísimo? Una vez que estaba en Perugia con dos simpáticas amigas descubrí que (tal vez lo había dicho ya Contini) Bulagaio es (o era) un barrio pobre con un comedor para estudiantes y una espléndida vista sobre las colinas. El gato ya no estaba, pero ahora será celebrado para siempre (si alguien todavía lee poesía y los Cantos pisanos y se llega a decir “ah, sí, Perugia, ah, sí, la fuente, ah, sí, el gato…”). El lector es llamado a compartir. ¿Pero hasta cuándo seguirá siendo así? Los Cantos recogen todo esto para una memoria futura, como Hemingway en sus memorias españolas. Jolis quarts d’heure. Claro que después Venecia aparece con mayor relevancia que otros lugares. Los cantos XXIV-XXVI (algo pesados de traducir, por lo largos) hacen historia en escorzo, después, en los Pisani, están las memorias personales. Pero ya en el canto XXVI Pound interrumpe las transcripciones para decirnos todo trémulo: “Y yo vine aquí/ en mi juventud/ y me tendí allá bajo el cocodrilo/ junto a la columna, mirando al este el viernes, / y dije: Mañana me acostaré hacia el lado sur/ y pasado mañana hacia el sureste/ y de noche cantaban en las góndolas…”. No anda muy lejos de Byron, quizá menos divertido. Otros cuartos de hora. Ya Whitman abría Hojas de hierba proponiéndose holgazanear: “I loafe and invite my soul”. Se trata de la polémica con la ética mercantil protestante, toda trabajo útil: yo me la paso cómoda en Venecia, bajo el “cocodrilo”, que en realidad es el dragón sobre la columna de San Todaro, en la Schiavoni. Así que pasando a los Pisani encontramos: “and by the column of Todero/ shd I shift to the other side/ or wait 24 hours” (“y junto a la columna de Todero/ ¿debería pasar al otro lado/ o esperar 24 horas?”). Y continúa el diario del prisionero: “libre entonces, esta la diferencia/ en el gran gueto, íntegro/ y el nuevo puente de la Era donde estaba el viejo horror…” (LXXVI). Por tanto, paseamos por Venecia, de los Schiavoni al Puente de La Academia, que durante la “era” fascista sustituyó al metálico precedente y todavía permanece. He debido aprender de los venecianos que Todero (Teodoro) lo pronuncian Tòdero. ¡Se aprenden tantas cosas siguiendo los consejos del experto viajero Pound! Paisaje e historia, nombres de pronunciación desconocida (para no hablar del chino). ¿Cómo hace el lector estadounidense para orientarse, para leer en voz alta? Por ello, la contribución más importante para la comprensión de los Cantos sería grabar una lectura hecha por una persona informada. En estos días su hija Mary cumple 95 años. ¿Querrá grabar al menos alguna página? En la Universidad de Edimburgo hay una investigación financiada (dirigida por Roxana Preda), The Cantos Project, que ha llegado hasta ahora a la Quinta década de los cantos (XLII-LI) y es accesible on-line, comenta el poema línea por línea y adjunta lecturas grabadas del texto. No he verificado la confiabilidad de estas, pero en su conjunto el material es interesantísimo, en especial la correspondencia relativa a la composición. Pound, sobre todo al principio, anda en busca de temas y escribe a los amigos para pedirles que si tienen alguna idea se la comuniquen. Es solo al despuntar 1930 que pierde la cabeza por la economía y ve clara su fallida misión: el canto XLV de la usura, que sigue a aquellos sobre el Monte dei Paschi. Primero la investigación, después la conclusión. Para volver a los paisajes, en mi libro dedico cuatro capítulos a los lugares: Rapallo, Venecia, Roma y el “mundo verde” (Liguria) (“Aprende del mundo verde cuál es tu lugar/ en la escala de la invención y el verdadero arte”, LXXXI). No hay duda de que Liguria tuvo un rol prominente. Pound vivía y escribía ahí, enamorándose del paisaje marino y montañoso, y observando los ritos de los pescadores y los campesinos, el (a sus ojos) paganismo erótico. Otros bellos momentos contados con palabras diseminadas sobre la página: “amadas,/ amadas las horas brododaktulos/ contra la media luz de la ventana/ con el mar que a lo lejos marca el horizonte/ le contre-jour la línea del camafeo…”. Momentos compartidos con la amada, las horas que realmente cuentan en la vida. Al final de El gatopardo, el príncipe moribundo recuerda los escasos momentos fundamentales de su larga existencia: a la joven amante, la caza, el sobrino vivaz y poco más que eso. Y tal vez sea suficiente.
Pound y las mujeres: de La Martinelli, fascinante y frágil, a H. D. ¿Cómo entran las mujeres en los Cantos, qué ha descubierto sobre estas recurrencias poundianas?
El canto I celebra a Afrodita con las joyas de oro y cita incluso a Circe de cabellera hermosa. El canto CXVI, el último, se cierra con un signo de Venus, “el hilo de oro en la trama,/ en el Vicolo de Oro, Tigullio”. Si vienes a Rapallo encontrarás, en el viejo centro, descuidado en una época, el Vico dell’Oro, que no tiene nada de especial, pero es como una de las señales de la amada, del sentido (el hilo de Ariadna), que Montale registra en los Mottetti. Pound gozó de la devoción de la esposa inglesa, piadosa, y de la compañera estadounidense, violinista y madre de su hija. Un poco burlonamente escribió en un fragmento pisano: “Si sabes mantener la paz entre estas dos gatasas/ no tendrás problemas ni en gobernar un imperio”. En realidad, fueron ellas quienes lo gobernaron, cierto, escuchándolo y dándole la comodidad necesaria para escribir, con fe inquebrantable e incluso espíritu de sacrificio. La Martinelli fue un amorcillo irlandés del periodo del manicomio de Washington. Le fue útil a Pound para componer las páginas más bellas de los años cincuenta. “Debajo del montón de escombros/ me alzaste,/ desde el borde en la niebla más allá del dolor/ me elevaste…” (XC). “Es uno de los más bellos poemas de amor en lengua inglesa”, le dijo Pound a La Martinelli cuando se lo leyó con lágrimas en los ojos. No pecaba de humildad, incluso si “Pull down thy vanity” (arranca de ti la vanidad, canto LXXXI) es un buen principio por tener en cuenta y que uno se esfuerza por suscribir. Como en todo, Pound amaba a su manera; en realidad, trataba a sus compañeras como colaboradoras. En las cartas no hay efusiones, sólo indicaciones de las cosas que deben hacer para sí mismas y para él. Pero en la poesía se percibe cuánto le habían dado: “La generosidad infinita de sus manos” (CXIV). La poesía no existiría sin estas presencias.
En todo sentido ─poético, histórico, humano─ el itinerario de Pound parece el de un hombre herido y, en fin, derrotado por la historia, incluso la literaria (se lo estudia, pero como encajonándolo, por imposibilidad de réplica, en su siglo). ¿Qué nos dice hoy el gran poeta?
La búsqueda pertinaz del sentido y de la expresión, el intento de comprender la historia, la capacidad de apasionarse, de lanzarse a nuevas aventuras, el chino… “Ho fatto forse un po’ di poesia rozza, di terz’ordine. Qualche volta ho trovato forse un po’ di sentimento di malinconia popolare” [“He hecho quizá algo de poesía tosca, de tercer orden. Alguna vez he hallado quizá un poco de la melancolía popular”]. Así Pound en italiano al presentar en 1964, en Venecia, la traducción italiana de sus Odas confucianas, que había precisamente buscado traducir con cadencias popularizantes. Había perdido la capacidad de creer en el gran proyecto poético que lo había sostenido a lo largo de su vida, de creer en sí mismo. Pero aun así decía aquello que siempre había afirmado: “Nada cuenta, sino la calidad del afecto/ que ha dejado sus huellas en la mente” (LXXVI). Un poeta, pues, vale por los cinco o cincuenta versos memorables que nos ha legado. Y en Pound se encuentran no pocos, como se puede notar en las citas que hemos hecho. La lengua ha asumido aquella forma de una vez por todas, esa voz ha hablado, pronunciado, entre saltos y errores ha sabido encontrar la nota exacta. No “uno de los más bellos poemas en lengua inglesa”, pero “un poco de melancolía popular”. Y además Pound sabe jugar. Son tantas las tonalidades que ha sabido registrar: “Y tres muchachillos sobre tres bicicletas/ le dieron de palmadas sobre el trasero joven al pasar/ antes de que se recuperara de la primera/ ce sont les moeurs de Lutèce” (LXXX). En la primera y valiente traducción de los Pisani, de Alfredo Rizzardi, “Young fanny” había quedado “joven pubis”, y sigue así en la reimpresión actual (editorial Garzanti, con introducción de Raboni). ¡¿Palmadas sobre el joven pubis?! Dificultad sobre dificultad. ¿Y la línea francesa? Pero ya esta escenilla podrá reconciliarnos con Pound. No hay muchos clásicos del siglo XX con páginas así de picaronas. Aunque está el Ulises.
Ante todo, ¿qué falta por estudiar o qué está usted estudiando de Pound?
¿Proyectos? Una nueva traducción de los Cantos pisanos podría valer la pena. Mientras tanto, cuando me da tiempo le echo un ojo a la micropelícula del manuscrito compuesto en el verano de 1945 en Pisa, no en Coltano, como dicen muchos, errando a veces interesadamente, sino en la Arena Metato, donde eran recluidos y “reeducados”, a veces ajusticiados, los militares estadounidenses presos. Él escribía en aquellas cursivas elegantes y luego, cuando copiaba a máquina el texto que hoy leemos, no rara vez saltaba alguna línea y creaba con ello nuevas combinaciones impensadas, que en el fondo no estaban en el original autógrafo. Se llega, de ese modo, a la emoción de seguir aquel pensamiento-escritura. He aquí, traducido, algún verso suprimido que cito en mi libro, ligado al paisaje ligurio en el que conocí y amé a Pound, y que con él comparto: “y el eucalipto esta por la memoria/ mientras que una baya suya permanezca/ saliendo de Rapallo/ donde Pirra abraza a Deucalione/ Bauci/ Filemone/ y el sendero conduce al borde de la cumbre/ ─bajo los olivos/ junto a los cipreses─/ mar Tirreno, y el Manico del Lume/ ¿cuando?-/ la hierba en torno al poste de la tienda/ se mueve con el viento tirreno-/ espero la diana-/ más allá de Malmaison, el campo junto al río con las mesas”. He marcado en negritas los versos que no se leen en el texto impreso del canto LXXIV y en cursivas las palabras italianas del original. El Manico del Lume es un monte a espaldas de Rapallo, más bien intransitable. La baya de eucalipto se recuerda a menudo en los Pisanos como un talismán que el poeta llevó consigo el día de su arresto. Es todo lo que ─dice en el canto LXXX─ se llevará cuando deje Italia (“si la dejo”). Pero, cuando se fue, en su maleta iban también los cuadernos con estos versos.
1 Traducción y publicación autorizada por Massimo Bacigalupo y Davide Brullo del original aparecido en Pangea, Rivista Avventuriera di Cultura & Idee, 6 de julio de 2020.
2 En otra parte, el profesor Bacigalupo observa: “los cantos rencentistas VIII-XI, publicados por vez primera en 1923, se escribieron explícitamente como una respuesta a La tierra baldía. Mientras Eliot asumía una visión sombría de la historia humana y buscaba una seguridad mística, Pound, el eterno optimista, alternaba acusaciones radicales (‘many English’) con elogios implícitos o explícitos: Malatesta como hombre de acción, Kung [Confucio] como ejemplo de sabiduría desapasionada e incluso práctica (aconsejaba a gobernantes). De ahí los héroes o vidas ilustres de los Cantos, empezando con Malatesta y Kung y terminando en los cantos CVII-CIX con Edward Coke, el gran jurista jacobeo. (Musolini y Napoléon también recibieron sus breves canto-biografías.) Véase “Starting from China: a new translation of The Cantos”, en Lina Unali y Elisabetta Marino (eds.), Europe Facing Inter-Asian Cultural, Literary, Historical and Political Institutions, Roma, Universitalia, 2014, pp. 17-32. N. del T.
3 Al principio de su introducción a Canti postumi (una selección, publicada por vez primera en 2002, de los fragmentos que Pound no incluyó en la versión final de los Cantos), producto de la consulta de los archivos poundianos, Bacigalupo anota: “trabajó casi toda la vida en un proyecto de gran poema: los Cantos, que fuera a un tiempo la historia del mundo y de sí mismo, una nueva Odisea en tanto relato del regreso de un exilio a la tierra-patria prometida, y una nueva Divina comedia en tanto fatigosa salida de los infiernos a un paraíso erótico y visionario. Sólo que lo que en los modelos clásicos sucedía linealmente, por medio de la narración, en Pound, poeta de imágenes e intuiciones fulmíneas, sucede circularmente. La parte contiene el todo y ya el primer canto presenta el modelo del conjunto, pasando del descenso al Ades de Odiseo a la visión de Venus, ‘la de los párpados oscuros’, pero aun así gozosa” (Milán, Mondadori, 2012). N. del T.