Sarabia:  aquí es allá y ahora es siempre

2249

Julio Eutiquio Sarabia, originario del estado de Oaxaca, pero arraigado en la ciudad de Puebla, es uno de los poetas más importantes en la poesía mexicana reciente. Hasta enero de este año, fue director de Crítica, revista de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, la cual se publicó durante 40 años y que, debido al recorte presupuestal a las Universidades, desapareció de forma inesperada, dejando un vacío muy importante en la difusión de la creación y la crítica literaria reciente de México e Hispanoamérica.

Autor de ocho libros de poesía, entre ellos Cerca de la orilla (1993), En el país de la lluvia (1999), Mudar de vida (2003), Tesitura (2008) y Pájaros breves en el techo (2016), Sarabia, en cada uno de sus poemarios, ha demostrado un compromiso ético y estético con el oficio poético a prueba de toda influencia, tendencia e interés; su trabajo se caracteriza por lograr la perfección técnica en el manejo del verso, su propuesta estética equilibra el clasicismo y la modernidad, porque todas las tradiciones se suman en su búsqueda. En general, sus poemas son de largo el aliento pero nos ayudan a vislumbrar el tenue rededor del mundo.

En cada libro, Julio Eutiquio ensaya una nueva voz, aunque prevalece un estilo, una propuesta donde el efecto poético es producto de la impersonalidad; en sus libros no siempre encontramos los desahogos emotivos del autor, sino el oficio del esteta que apuesta por la abolición de lo personal en aras del poema. El yo de sus poemas no es un yo individual sino, en términos de Hegel, un yo general, en el que intentan sumarse todos los yoes.

A pesar del contacto que Sarabia tuvo durante décadas con la poesía más reciente que pasaba por sus manos antes de ver la publicación, sus búsquedas estéticas no se contaminaron, sino más bien el oficio de editor contribuyó a que puliera un estilo muy personal, aunque con resonancias de varios de los poetas señeros de nuestro idioma. Su experiencia como editor fortaleció el rigor y la perseverancia que el poeta ha tenido con cada uno de sus poemas, y forjó los cimientos para que su poesía estableciera un diálogo horizontal y respetuoso con sus contemporáneos.

Su poesía proviene de una extraordinaria madurez intelectual y de un fino y educado oído. Sarabia es un poeta universal, una de las voces más sorprendentes de la poesía hispanoamericana, pero su obra, aunque ha sido publicada en España y en las mejores editoriales del país, quizá no ha tenido hasta ahora la difusión que merece. Este autor abreva en los clásicos; sus temas son atemporales y universales. Como pocos poetas de su generación, su obra merece un estudio a fondo y una mejor difusión.

La rigurosidad en el ritmo, el tono, la intención y la emoción de cada uno de sus libros lo confirman como un poeta consistente, con pleno derecho a reclamar un lugar fijo en la historia de la poesía mexicana reciente. Sin embargo, también debo destacar que me agrada la discreción con que ha conducido su obra, lejos de la búsqueda de la fama, el protagonismo y lejos, sobre todo, de las actitudes mafiosas.

 Había una luna grande en medio del mundo es la octava publicación de Julio Eutiquio Sarabia, quien inició publicando a una edad en que la mayoría de poetas ya lleva una buena cantidad de libros. Sarabia en cambio, con cada libro publicado, nos muestra cada vez una poesía más juvenil y fresca. Éste que ahora comentamos pareciera su primer libro, no por inmaduro e ingenuo sino por la naturalidad y espontaneidad con la que fue escrito, por la soltura de la voz poética, por la recurrencia de un yo que se multiplica hasta la suma; pero también por el empleo de voces populares, la descripción de los rituales cotidianos, el riesgo de la oralidad, la franca sencillez e incluso la ironía cursi de frases como “querido diario”.

Siguiendo a Eliot, dice la ensayista inglesa Anne Stevenson que los elementos comunes en la mejor poesía de todos los tiempos son “sonidos del habla y patrones rítmicos originados de ritmos de latidos y pisadas; imágenes verbales derivadas de cosas que vemos, la no forzada expresión de emociones y, sobre todo, la compasión, una percepción psicológica por encima de la general, un instinto excepcional para relacionar el tema a tratar con la forma”.

Estas características enumeradas por la poeta inglesa y antes propuestas por el autor de La tierra baldía son algunas cualidades que encontramos en la poesía de Sarabia, quien ha pulido su poesía lejos de las motivaciones academicistas, de la búsqueda de premios o reconocimientos y también lejos del lector apresurado de poesía que busca instantáneas para subirlas al muro de su red social. Julio Eutiquio ha apostado por el oficio, la disciplina, el rigor formal y la entereza emocional que requiere la escritura.

Desde Mudar de vida, su tercera publicación, Sarabia comenzó a pulir el filo feroz e inmarcesible del desamor. Más que de los amores imposibles, el poeta se ha ocupado en estos dos libros en poetizar la imposibilidad del amor. Sin embargo, lejos de ver el desamor como una tragedia, el poeta alumbra los espacios hilarantes, cómicos, memorables y épicos de la ruptura amorosa. Si Mudar de vida es un libro madurado, planeado, esquematizado, donde cada verso está fraguado con paciencia y a voluntad, en Había una luna grande encontramos lo espontáneo, el riesgo, la diatriba y el elogio fundiéndose y confundiéndose. Ambos libros coinciden en el desencuentro amoroso. Mudar de vida es un poemario iracundo, irónico, tajante. Había una luna grande es un libro pleno de melancolía. Quizá la mayor diferencia es que Mudar de vida permite la lectura individual de las secciones; en cambio, el poemario más reciente se lee como un poema de principio a fin, como un relato vertido en 27 fragmentos o mutilaciones, donde se narran y describen los hallazgos y hartazgos amorosos.

El sujeto de la enunciación diversifica su voz y al mismo tiempo acude a la intertextualidad y la transducción donde se dejan escuchar las voces de José Emilio Pacheco, Rubén Bonifaz Nuño, Ramón López Velarde, Carlos Pellicer René Char, entre otros poetas tutelares de Julio Eutiquio; al mismo tiempo, esta mutilación del discurso amoroso se enmarca en las voces de Juan Rulfo, Chico Buarque y David Huerta. Sin embargo, el poeta le propone un reto al lector para que por sí mismo encuentre estas alusiones, ya que no se encuentran marcas discursivas que hagan evidente las voces múltiples que se dejan escuchar en su discurso poético.

En este poemario de amor pos utópico, como llamó Haroldo de Campos a nuestro tiempo, no solo reúne y sintetiza diversas voces contemporáneas sino también aglomera una multiplicidad de tradiciones, pasados que se clarifican en el presente, pero sobre todo puedo decir que este libro es una expresión muy contemporánea de ese sentimiento que nombramos melancolía:

No estaba en mis cabales al seguirte.

No estabas en ti para seguirme,

No estábamos en el instante de la gracia.

El río del humor negro, como llama Roger Bartra a la melancolía, empapa estos poemas. La realidad líquida se filtra a cada rato por el agujero de este sentimiento. Al referirse a la época que nos tocó vivir, el mismo Bartra nos dice: “es un misterio la presencia generalizada de tristezas, tedios, melancolía y locuras, todas ellas expresiones que contradicen las fuerzas dominantes de la modernidad, que tienden a establecer la hegemonía de la eficiencia, la claridad y la racionalidad”.

En esta sociedad súper poblada, quizás el primer acto de amor consista en reconocer la soledad, como lo hace la voz poética a lo largo de las páginas. Por el contrario, la violencia comienza cuando se busca anular la soledad, como lo expresa magistralmente el poeta:

Nos vimos otras veces

para que surgiera armonía

en nuestras vidas solas.

Es la búsqueda de esa armonía lo que genera el caos y la incertidumbre. Algunas escenas amorosas del libro parecen plagadas de violencia, tensión y fragilidad; en cambio, los momentos de desamor están cubiertos por una atmósfera de calma y aceptación, como si la voz lírica quisiera decirnos que el desamor puede ser la condición humana más asertiva y empática. En cambio, una de las imágenes del amor en este libro es un colchón en llamas contaminando el cielo de Cholula.

Octavio Paz en La llama doble, nos recuerda: “Por el amor le robamos al tiempo que nos mata unas cuantas horas que transformamos a veces en paraíso y otras en infierno. De ambas maneras el tiempo se distiende y deja de ser una medida. Más allá de felicidad o infidelidad, aunque sea las dos cosas, el amor es intensidad; no nos regala la eternidad sino la vivacidad, ese minuto en el que se entreabren las puertas del tiempo y del espacio: aquí es allá y ahora es siempre”.

Empleando la terminología de Paz, en Había una luna grande en medio del mundo, podemos ver que, si el tono narrativo distiende los acontecimientos, el tono lírico fija los instantes. El sujeto de la enunciación recurre con frecuencia al empleo de los adverbios y las locuciones temporales para distender ese tiempo: cuando, ahora, ya, desde que y entonces, etc. Pero fija la vivacidad con el adverbio de negación: no es la palabra que más abunda en el poemario, pero a fuerza de repetirse la negación se convierte en afirmación. Al final del libro hay una de las imágenes más potentes y que sintetizan la siempre malograda búsqueda del amor:

Cuando te revelaste en mí

era de noche y había tulipanes

a un lado del camino.

La construcción del discurso amoroso en este libro se da con promesas, amenazas, evocaciones, postales de viaje, preguntas expresionistas y existencialistas, alusiones a la lectura, pero también procesos judiciales. El tiempo, el espacio, las evocaciones, las referencias a la lectura, a los viajes, a los paisajes y los rituales cotidianos se convierte en un centro de imantación de los deseos y los placeres.

A lo largo del libro domina el tono narrativo, pero matizado con estrategias rítmicas como la anáfora, la repetición, el paralelismo, el riesgo de la aliteración. Como contrapunto encontramos canciones, poemas escritos en tercetos, a menudo endecasílabos. Por la calidad de su factura literaria, éste un cuaderno que pesa porque, aunque es uno de los más breves del autor, nos enseña que en la época en que nos tocó vivir, como diría Bauman, y en la que debemos aceptar nuestra realidad líquida, solo la soledad es sólida y pesa. Se trata de uno de los libros más musicales del autor y al mismo tiempo su libro más colectivo, porque cada lector se sentirá identificado con el sentimiento que expresa el sujeto lírico, como sostiene Kathleen Raine: “El arte más excelso se parece siempre a nuestros propios pensamientos expresados de forma consciente”.

Había una luna grande en medio del mundo es un libro que nos demuestra la plena madurez intelectual del poeta, pero también la plenitud de sus facultades emocionales y sentimentales. Tanto en la excelencia técnica del verso como en la claridad con que se comunica la parte conceptual, sensorial y afectiva, Julio Eutiquio demuestra que los libros de madurez son los que rejuvenecen a la poesía. Porque nos ayuda a ver en medio de la oscuridad de nuestros días, hay una luna grande en medio de la poesía de Sarabia.

 

Julio Eutiquio Sarabia, Había una luna grande en medio del mundo, Libros Magenta/Secretaría de Cultura y Turismo, Puebla, 2018, 64 pp.