Una constelación inteligente: Roger Bartra y José Luis Díaz Gómez

1995
Fotografía de Javier Narváez

He tenido la fortuna de ser testigo de los itinerarios de dos investigadores a la vez distintos y afines. Roger Bartra y José Luis Díaz Gómez. Ambos son infatigables y versátiles, críticos y autocríticos gambusinos de sí mismos y de su entorno. No extraña que uno de ellos forme parte del tributo al otro. El espacio de juego intelectual y filosófico que ambos trazan es un síntoma de la saludable condición de la cultura de que forman parte. Junto estos perfiles para enmarcar sus trayectorias y para dar cuenta y testimonio del hecho de haberse permitido vislumbrar sus itinerarios críticos.

 

Roger Bartra

“Lanza gloriosa” del “bosquecillo tupido” sería una perífrasis lúdica del nombre de Roger Bartra.1 La primera ocasión que oí o leí las dos sílabas que componen el apellido Bartra, que lleva en su nombre Roger, fue en un libro traducido por su padre el poeta Agustí. Era en la poesía del francés Guillaume Apollinaire, prologada y presentada por el traductor y poeta catalán nacido en Barcelona en 1908 y fallecido en 1982, en Terrasa, en las inmediaciones de esa misma ciudad. Muchas otras traducciones vendrían a mis manos con el crédito de ese traductor: de Carl Sandburg o de William Blake, entre otros. Roger es hijo de un poeta y traductor y de una escritora, Anna Muriá, nacida en 1904 en Barcelona y fallecida en 2002, en la misma población en que moriría su esposo Agustí. Es hijo entonces de la buena sangre y de la noble tinta. Roger nació el 7 de noviembre de 1942, cuando su padre tenía 36 años y su madre 38. Nació bajo el signo del Escorpión, y en el horóscopo chino del Caballo. La pareja tuvo dos hijos: Roger y la pensadora e investigadora Eli, nacida en 1947, cinco años después que Roger. Mientras que el pulso del nacimiento y la destrucción, de la muerte y del amor, sella el signo del arácnido temible, el caballo abre las puertas a la libertad y a la creatividad.

              Agustí venía de una familia catalana noble y culta y su obra poética y como traductor se alojó en un archivo que su viuda legó a la comunidad en Barcelona. Agustí, como Anna Muriá, tenían fuerza y carácter, así lo muestran sus vidas y obras como escritores y militantes. Eso no les impidió dar una sólida formación a sus hijos ni enseñarles desde niños a convivir con el mundo, la historia y las letras.

              Roger Bartra es un hombre de varios mundos. Nació bilingüe en catalán y español. Perdió esta lengua cuando de niño acompañó a sus padres a Estados Unidos, pues Agustí había recibido la Beca Guggenheim. Al regresar a México, luego de algunos años, tuvo que aprender español de nuevo, pero como ya había aprendido inglés se vio beneficiado con un mundo múltiple. Su primera vocación fue la de arqueólogo. Su maestro fue José Luis Lorenzo, quien a su vez era un discípulo de Gordon Childe. Lorenzo fue decisivo en la formación del inquieto Roger Bartra en aquella escuela de Antropología. Después de estudiar la carrera de arqueología decide estudiar Etnología, aunque siguió tratando a su maestro José Luis Lorenzo, interesado también en la geología. De esa época es su primer libro La arqueología y la periodificación en el método arqueológico (SAENAH, México, 1964). Se pude decir que Bartra es un humanista en muchos sentidos. Uno de ellos es que le interesaron desde siempre los usos y costumbres de los humanos, y no solo eso, la tierra misma, el humus, la geografía y la geología. Muchos viajes hizo entre México y Acapulco para ver las formaciones geológicas de la mano de don José Luis Lorenzo. Otros maestros suyos más en un plano familiar y amistoso fueron los dos poetas y críticos catalanes Ramón Xirau y Manuel Durán, quienes eran muy amigos de sus padres. A principios de los años sesenta, entre 60 y 61, los padres de Roger, Agustí y Anna, se fueron a vivir a New Heaven. Roger aprovechó para ir de ahí a Nueva York, donde asistió al surgimiento y florecimiento de la cultura Beat. Se alojó en la casa de un pintor catalán amigo de sus padres, Jusep Bartolí, a quien considera uno de sus maestros y, de hecho, el gusto palpable en las ediciones de sus diversos libros —El salvaje en el espejo, El ajolote— acaso se daba a este artista plástico.

              Roger ha andado por muchos caminos: la arqueología (Arqueología y sociedades antiguas), la sociología (Las redes imaginarias del poder político), la filosofía y antropología (El mito del salvaje, Antropología del cerebro, La melancolía moderna, Digitalizados y apantallados, Cerebro y libertad), la política (La fractura mexicana: izquierda y derecha en la transición mexicana, Territorios de terror y otredad, Regreso a la jaula), la historia (Axolotiada. Vida y mito de un anfibio mexicano), y se ha asomado a temas a la par diversos y constelados por un aire de familia. Roger Bartra es fiel al dicho clásico: Nada humano me es ajeno. Nada está fuera de su mesa ni de su horizonte. Ni el cine ni la neurología, ni la política ni la cibernética, ni el arte ni la literatura. Todo forma parte de su aventura intelectual. Siempre me ha llamado la atención la capacidad de diálogo que tiene Roger para medirse con las distintas circunstancias por las que va atravesando. Más allá, pienso en Roger Bartra como en una especie de navegante del conocimiento que va atravesando fronteras imaginarias y conceptuales y llevando la fronda de su visión articulada a cada uno de los territorios que toca imantándolos. Además, a Roger Bartra le gustan las palabras, las frases bien hechas, los argumentos impecablemente expuestos, la construcción conceptual como una forma de conocimiento y el diseño intelectual y tipográfico. Roger, además de ser un pensador, podríamos decir que es un artista de las formas. Pero esa inclinación a la contemplación y fragua de formas perfectas —como puede ejemplificar el libro El mito del salvaje— se acompaña en su caso con una valentía del que sabe ver lejos pero sabe cómo decir a quienes lo rodean —a sus contemporáneos— las formas en que la ciudad y lo civil se ven distorsionados por la cascada de las fastas y nefastas efemérides políticas e históricas. El mito del salvaje es un ejemplo de la forma en que Bartra sigue el hilo concéntrico de su razonamiento. No sólo se va hasta la cocina, sino que de ahí baja a los sótanos y subterráneos de la cultura (no es gratuito que se encuentre al ajolote) para traer de su expedición un texto que es un tesoro pues nos ayuda a entendernos mejor. Gracias, querido Roger. Larga y fecunda vida.

Al regresar a México, pone casa aparte y abre la suya a los viajeros que vienen de Estados Unidos. No ignoró el uso de las drogas, conoció diversas formas de la libertad sexual. Paralelamente, se asocia a un pequeño grupo ligado al dirigente campesino del estado de Morelos Rubén Jaramillo, que poco después sería brutalmente asesinado. En ese contexto, un año después decide irse con un grupo a tratar de organizar una guerrilla en Arcelia, Guerrero. El intento no prosperó. Roger ingresa al Partido Comunista. Un partido menos radical y más reformista. Encuentra o vuelve a encontrar a uno de sus maestros, el antropólogo e historiador Guillermo Bonfil. Había empezado a escribir por esos años una columna en el periódico El día, dedicada a temas de arqueología, en que publicaba colaboraciones sobre las culturas antiguas de México, como los Toltecas, Teotihuacán. Un día le rechazaron un artículo pues había tocado un cierto tema sensible en términos políticos. La cosa no paró ahí fue expulsado del INAH y fue a dar la Comisión del Río Balsas, dirigida por Lázaro Cárdenas. Su jefe durante dos años fue Cuauhtémoc Cárdenas. Ahí pudo continuar escribiendo su tesis. Por otro lado, cada vez le interesaba más el campo, la cuestión campesina, las formas de vivir y sobrevivir de los campesinos, y desde luego la desembocadura misma del Río Balsas. En el ir y venir hacia esa región pudo hacer su libro Estructura agraria y clases sociales en México (1974). Un año antes había publicado Breve diccionario de sociología marxista, fruto de sus lecturas. En 1967, Roger Bartra decide dejar el país e irse a Venezuela, invitado a la Universidad de los Andes, asfixiado por la situación represiva en México. Siguió estudiando en Venezuela donde paso el 68 y de Venezuela se fue directamente a buscar su lugar en Europa, es decir, en Londres, donde pasaría un año y tendría a su hija Melisa. La London School of Economics tampoco era un lugar muy abierto. Trató de ir a Berlín, pero su amigo y maestro Friederich Katz lo disuadió y terminó yendo a Francia. Estuvo un año ahí y volvió a México donde encontró trabajo en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM. En 1974, obtiene su doctorado, y escribe su tesis a partir de los estudios que había hecho en el Valle del Mezquital. Eso lo lleva a hacer el libro Estructura agraria y ciencias sociales en México. Además del conocimiento teórico y libresco detrás de esa obra hay una experiencia civil y social que lo lleva más tarde a estudiar de manera por demás original los temas de cultura del sistema político mexicano.

 

 

José Luis Díaz Gómez

I

“Comentario para servir a la construcción poética de la máquina para explorar el tiempo” es el título de una obra de Alfred Jarry de 1899, que inspiró a Marcel Duchamp, según Octavio Paz, en su empresa de servirse “de la ciencia como de un arma contra la ciencia”.

Invocar la figura de este corrosivo autor francés en el marco de este saludo al científico y escritor mexicano José Luis Diaz Gómez, es una forma de subrayar la amplitud y profundidad de la aventura científica, filosófica y literaria de este investigador mexicano de origen español, cuyo perfil sólo podría ser comparado con uno de esos adelantados intelectuales y científicos del Renacimiento como Galileo, Giordano Bruno o Marsilio Ficino.

La analogía suena hiperbólica aunque puede ser útil para montar el rompecabezas que arma y desarma con sus libros y artículos este investigador que, a partir de la medicina, se ha interesado en Las moradas de la mente (2020), la bioquímica del cerebro -véase Psicobiología y conducta, La conciencia del tiempo y el reloj cerebral-. Uno de los capítulos de Las moradas de la mente, es sobre el estudio neurológico de las emociones, tema de una de sus lecturas recientes y que ha buscado comprender el espinoso asunto de las drogas y de las cactáceas, de los fármacos en la antigüedad europea y americana y en la actualidad. En El revuelo de la serpiente. Quetzalcóatl resucitado (2005), desde las ciencias cognitivas, ha incursionado en la etología, en la sociobiología y en los fundamentos neurológicos del lenguaje, incluso en el mundo de los sueños y de las premoniciones, como en Registro de sueños. Atisbos a la conciencia onírica desde las ciencias, las artes y la filosofía (2018).

Se ha adentrado a los territorios más elusivos de la experiencia y la conducta sin perder nunca de vista el hilo de la ponderación y de la crítica, y desde luego, de la expresión exacta y de la búsqueda de la exactitud, como en Frente al cosmos. Esbozos de una cosmología cognitiva, 2016, donde ensaya sobre el cerebro de Einstein, eclipses, huracanes, astronomía y supernovas; o su trabajo sobre “Psicobiología de la agresión y la violencia. Implicaciones-Bioéticas”, publicado en Agresión y violencia. Cerebro, comportamiento y bioética. Mientras que en Psicobiología y conducta. Rutas de una indagación, ensaya dar a conocer al gran público los fundamentos biológicos del conocimiento humano.

Por otra parte, la búsqueda de las bases conceptuales de la etología cognitiva es el centro o eje de La mente y el comportamiento animal. Ensayos de etología cognitiva, que coordinó y editó en 1994 como resultado de un ciclo de conferencias organizado por el Grupo Interdisciplinario en Ciencias Cognitivas.

Este haz de cuerdas hace ver que a José Luis Díaz le gusta jugar con fuego y que en no pocos de sus textos toca o roza asuntos que tienen que ver con la poesía, las artes, la música, los sueños, los mitos y la tradición hermética. Este “jugar con fuego” tiene que ver, del otro lado, con un sentido lúdico que nunca se desborda pero que dota a su persona de una singular elasticidad. Tal sería para mí uno de los rasgos característicos de este poeta disfrazado de científico elegante, discípulo de Ruy Pérez Tamayo y de toda una familia de hombres investigadores como Dionisio Nieto o Augusto Fernández Guardional, que han hecho de la ciencia perfilada en México una de las más ricas del mundo iberoamericano.

He tenido la fortuna a lo largo de los últimos años, en el seno de la Comisión de Consultas, de ver cómo funciona la inteligencia versátil de este deportista de la mente que, por otra parte, evoluciona con familiaridad entre la cultura popular: el cine, la música, la filosofía… He visto a José Luis Díaz detenerse largamente ante una cuestión, como quien contempla una estrella o una caída de agua, antes de responder y darle vueltas y vueltas en el curso de la conversación… Uno de sus libros más recientes: Neurofilosofía del yo. Autoconciencia e identidad personal, Bonilla y Artigas, 2022, esté dedicado a “La Academia Mexicana de la Lengua”, en “particular a su comisión de consultas”. Otro libro recientemente publicado y en cierto modo hermanado con éste es El enredo mente cuerpo que devana y declina los temas que hacen trabajar su pensamiento desde hace unos años.

En 1997 publicó una reunión de ensayos de divulgación científica: El ábaco, la lira y la rosa. Las regiones del conocimiento. Al libro lo animaba una idea central, la de la unidad armónica de esas regiones. Otra prueba de esa unidad es el libro Frente al cosmos. Esbozos de cosmología cognitiva. Ahí Díaz Gómez contrasta la “astrología sublime y el intracosmos” de Emmanuel Kant, expone la idea gnóstica del “universo consciente” en Albert Einstein, pondera las ideas de Carl Sagan, y adelanta una idea en torno a la correspondencia radical entre el conocimiento del universo y el conocimiento del cerebro, se columpia en la contemplación del cielo en el Eureka de Edgar Allan Poe y concluye con “La experiencia de un eclipse”, ensayo que había sido publicado en 1997 en El ábaco, la lira y la rosa. La sensibilidad de José Luis Díaz lo hace tener presente tanto a Kant y a Einstein, como a Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Jorge Guillén, Álvaro Mutis y Octavio Paz… En él se da el ejercicio de la autoconciencia como una de las posibles puertas para el conocimiento y la observación del cosmos.

José Luis Diaz sabe que no está solo, es consciente de que tiene raíces, de que su cultura es la española y que la experiencia del exilio no le puede ser ajena, como mostró en la lectura dedicada al asesinato por los franquistas de su tío Manolo, el Dr. Díaz González, que era médico, cosa que acendró una sensibilidad republicana. Sabe que no está solo, que tiene un primo Francisco García Díaz, quien descubrió de la terraza de su casa en Lugo, el 28 de marzo de 1983, “una de las más brillantes y fascinantes supernovas (explosiones estelares) de los tiempos modernos” (SN 1993J en la Galaxia Espiral, M81). Sabe que no está solo y que tiene una hija poeta, Elisa Díaz Castelo, laureada por su libro de poemas El reino de lo no-lineal, en cuyas entrelíneas se puede adivinar un diálogo tácito con el autor de sus días. Sabe que no está solo, como muestra este coro de voces afinado por Roger Bartra que como un cortejo saluda sus pasos.

Si alguna vez se hiciera una nueva edición de la Antología del Pensamiento en Lengua Española como la que hizo José Gaos para la editorial Séneca en 1945, habría que añadir algunos nombres. Uno sería el de Ramón y Cajal, premio estudioso del cerebro y su funcionamiento y Premio Nobel, 1906, otro sería el de su heredero mexicano José Luis Diaz Gómez.

Si Jules Verne escribió La vuelta al mundo en ochenta días y Julio Cortázar armó un breviario azaroso titulado La vuelta al día en ochenta mundos, podríamos decir que nuestro amigo lleva moviendo alrededor de Las moradas de la mente una cinta de Moebius, buscando acercar los afueras de los adentros y los límites del cosmos y de la conciencia con rigor, elegancia y una sonrisa armónica capaz de poner en cintura los huracanes de la historia y de la cultura, por el sueño de una armonía universal.

II

Acaba de publicarse un especial en homenaje a José Luis Díaz en la revista Mente y Cultura (Volumen 4, número 2, julio-diciembre 2023), éste es el contenido:

 

55               Homenaje al Doctor José Luis Díaz

57               A José Luis Díaz Gómez

              Francisco Gómez-Mont Ávalos-Levy

59              Palabras en homenaje al doctor José Luis Díaz Gómez en su octagésimo aniversario. 15 de marzo de 2023. INPRFM

              Héctor Pérez-Rincón García

61              José Luis Díaz, 80 años

              Roger Bartra

63              La consciencia renovada

              Jesús Ramírez-Bermúdez

65              Psicodélicos y conciencia: un paso hacia adelante

              Herminia Pasantes

67              Psicofarmacología y plantas psicotrópicas

              Antonella Fagetti

71              El periplo colombiano

              Jairo Muñoz-Delgado

77              Agencia, faena y libertad. Sobre voluntad, motivación, deseo, decisión, intención, concentración, esfuerzo, destreza, funciones ejecutivas, afrontamiento y albedrío

José Luis Díaz Gómez

95               Reseña del libro “Neurofilosofía del yo. Autoconciencia e identidad personal”

Norohella Isabel Huerta Flores

99               Libros del Doctor José Luis Díaz Gómez

 

Epílogo

La conjunción de estos perfiles no es fortuita. Dibuja una constelación, una geometría inteligente. No pasará inadvertida.2

 

 

 


1  El nombre de Roger proviene del bajo latín Rodegarius, Rodigerius, y del germánico Hrodger, Hrodegar, compuesto de hruot, “gloria”, y ger, gar, “lanza”: “lanza gloriosa”, “la lanza de la fama”. El apellido Bartra proviene del catalán y es variación de barta, voz gascona que equivale a “bosquecillo tupido”, de origen prerromano.

2   Estos dos textos fueron leídos en los homenajes que la Academia Mexicana de la Lengua rindió a estos compañeros.