Las aventuras de los piratas nórdicos

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Adrian Curiel Rivera, Vikingos. Los verdaderos descubridores de América, Lectorum, México, 2024, 96p.

Los piratas de la Edad Media han fascinado a artistas de todos los tiempos y latitudes. Adrián Curiel Rivera, desde la literatura, también ha sucumbido al encanto de las aventuras de estos combativos navegantes en Vikingos. Los verdaderos descubridores de América, editado en 2022 por Lectorum y, por azar, publicado a la par del estreno de la película épica estadounidense-británica El hombre del norte, dirigida por el norteamericano Robert Eggers y ahora con la dirección del neozelandés, Thor: amor y trueno.
Algo enigmático tiene esta civilización y sus dioses. En el siglo XIX el músico alemán Richard Wagner compuso la tetralogía de óperas El anillo del Nibelungo inspiradas en la mitología germánica. Ese mismo siglo, a instancias de Wagner, el diseñador de vestuario, también alemán, Carl Emil Doepler dibujó, como se imaginó, el vestuario de los vikingos para las óperas. La indumentaria incluía los cascos con cuernos, producto de su fantasía creadora, ya que no existe evidencia histórica de ellos, sin embargo, en el imaginario así los identificamos.
En el siglo XXI el escritor de cómics estadounidense Stan Lee, incluyó en el Universo Marvel a tres personajes de la mitología nórdica: Odín, Thor y Loki, algunos de los protagonistas en Vikingos. Los verdaderos descubridores de América. Es precisamente con el locuaz Loki que inicia el libro de aventuras. “El elixir de los dioses”, es un episodio tierno, profético y profundo. El divertido Loki montado en su hipopótamo amarillo alado, lleva de tierras lejanas hojas de té al palacio del enfiestado dios Odín, para preparar la bebida aromática que no entusiasmará ni a sus guerreros. Loki entra en cavilaciones metafísicas cuando cuestiona su propia existencia. Reflexiona cuando el dios Odín exclama: ¡Por Dios!, ya que desconoce si se refiere a sí mismo o si tiene conocimiento de los dioses de otras razas y pueblos, nos relata el autor.
Con lenguaje lírico, Adrián recrea 25 pasajes de la historia vikinga durante cinco siglos hasta su ocaso. En el año 793 de nuestra era, “El nuncio”, en el segundo capítulo, cuenta que: “Gigantescos torbellinos naranja habían cabalgado las aguas del mar revuelto”, inigualable metáfora del avistamiento de los hombres del norte. Estos seres intimidantes no podrían tener a otro timonel más que al mismo Caronte, según dijo el enviado, quien aseguró que “Los remos ni siquiera rozaban el agua. Oscilaban ligeros en el aire, horadando la niebla en un espantable murmullo”.
Entre las estrategias narrativas, Adrián da un salto en el tiempo e inserta el fragmento de una carta escrita en octubre de 813 por Alcuino de York, consejero del emperador Carlomagno, quien a título personal se dirige al obispo Ermentarius, el único sobreviviente de la matanza de Lindisfarne, para revelarle una serie de disposiciones.
A dos voces, el séptimo capítulo nos transporta a la primavera de 845 durante el “Asedio a París”. Torkel y Ragnar dan su versión de los hechos y la visión que cada uno tiene del otro. Ragnar es la voz del siguiente episodio cuando se encuentran con los “Coléricos escandinavos y los moros atrabiliarios”. En este capítulo las deidades vuelven a ser relevantes para las civilizaciones. Tras varios enfrentamientos y derrotas, las culturas en pugna llegaron a acuerdos de paz. La libertad de culto fue importante para que la libre navegación se realizara sin contratiempos, además del matrimonio de Torkel con una mora en una ceremonia híbrida.
Algunos capítulos están impregnados de brutalidad por medio de lapidaciones y sacrificios. En “Los rus”, se describe un parricidio. Por error Horik asesina a su padre Torkel. El castigo lo arrastrarán las descendencias del perpetrador por varias generaciones hasta el último nacido en 985. Asimismo hay pasajes siniestros como el que recrea Adrián durante la velación del mismo Torkel, cuando “la cama y los muros de la habitación comienzan a trepidar con violencia”, antes de que el muerto reviviera para infringir la penitencia a su asesino: perder su nombre para llamarse desde ese momento Boris. Después el difunto vuelve a su estado inanimado.
Los hechos chuscos también están presentes. “Un cargamento insólito”, cuenta lo sucedido en la “tierra de viñas”, Vinlandia. La espera en la isla de hombres solitarios exacerbó las expectativas cuando supieron que llegaría un nutrido grupo de mujeres recias provenientes de Noruega, Islandia y Dinamarca. Después de semanas soñando con ellas día y noche, la decepción no se hizo esperar cuando las vieron cruzar el puente. El autor nos deja en libertad para imaginarlas, ya que no da descripción alguna, quizá para no comprometerse.
Los códigos estéticos de la obra logran que la atrocidad se introyecte sin resistencia. Los campos de batalla son espacios donde la prosa poetiza la barbarie. La aventura vikinga y la aventura verbal de Adrián, entretejen mito e historia para una lectura grata.