Dos obras de teatro de Juan García Ponce
Si bien es cierto que Juan García Ponce es más conocido por su obra novelística: Figura de paja, La cabaña, Crónica de la intervención, entre otras; o por sus libros de ensayos: Cruce de caminos, Cinco ensayos, Trazos; su dramaturgia ha permanecido prácticamente olvidada. Pocos saben que García Ponce comenzó su carrera escribiendo reseñas y notas sobre teatro para diversas revistas, así como varias obras dramáticas: El canto de los grillos, La feria distante, Alrededor de las anémonas, entre muchas más que permanecen inéditas. Sobresale el caso de Sombras (1959), pieza en un acto que fue publicada en la Revista Mexicana de Literatura y que sería representada quince años después bajo la dirección de José Cortázar. A pesar de ser clave para entender tanto la primera dramaturgia como la obra narrativa posterior de Juan García Ponce, debido a que no se había vuelto a publicar, esta obra no había podido ser debidamente valorada. Dado el carácter de maquette inicial, señalado por D’Aquino en su prólogo “Imagen previa”, en esta nueva edición Sombras no sólo inaugura una colección de Ediciones Odradek, la Biblioteca Juan García Ponce, sino que, estratégicamente, aproxima a los lectores a una zona poco transitada de su obra a través de una breve pero significativa pieza de transición.
Sombras comienza con un soliloquio inspirador y lírico con el que el autor nos adentra de lleno en el sufrimiento de Laura, quien al darse cuenta de todo el tiempo que ha dejado pasar sin expresar sus sentimientos hacia Carlos, su inquilino (quien deberá partir la mañana siguiente), expone en palabras su dolor y su deseo. Para ella, los años que han vivido en la misma casa —juntos físicamente, pero distantes en lo emocional— se acumulan como sombras latentes sobre las paredes. Ella sabe que quizá ya es demasiado tarde para concretar cualquier posibilidad de unión, sin embargo habla como si fuera la última oportunidad para cumplir su deseo: “Tú, con tus mapas y tu carrera, que no hablabas más que para poder escucharte a ti mismo y no has sido capaz de pensar una sola vez en mí con deseo o con odio o con irritación, al menos. Que has advertido cómo ha ido cambiando la colonia, cómo tiraban las casas viejas y levantaban edificios nuevos, cómo perdía las hojas la jacaranda y cómo florecía cada primavera y no has sido capaz de mirarme florecer y empezar a marchitarme” (p. 19). García Ponce hace uso de los elementos visuales del escenario para impregnar de una creciente oscuridad el espacio-tiempo de la trama. Así, mientras habla Laura, se tiene la impresión de que lo hace desde un estado onírico del cual despierta en el momento en que María, la madre, abre la puerta y prende inmediatamente la luz. María muestra el control que tiene sobre su hija, a la que ha obligado a ocultar sus sentimientos, a mantener inactiva su voz y a permanecer por años en ese oscuro silencio, tan parecido a una sombra que “domesticada” por las duras palabras de su madre sólo se atreve a hablar cuando no hay nadie que la escuche. Luego, cuando Laura y Carlos comenzaban a hablar por fin a solas, inesperadamente se corta la luz y ella, que viene de la cocina donde ha ido a buscarla, entra con el resplandor de una vela y llena el escenario de sombras mágicas; ambiente onírico que nos adentra en el diálogo final de la obra. Carlos sonríe al verla y le habla como si hasta ese instante no hubiera sido capaz de mirarla e incluso de desearla y ella, sorprendida por ser vista “como un fantasma o un hada” encuentra en sus palabras la descripción climática de su esencia y destino: “¿Sabes? Es extraño lo poco que miramos a los demás y cómo pueden revelársenos de pronto. Es como si algo que estuviera oculto se hiciera visible por primera vez y entonces advirtiéramos que eso era imposible y lo que pasaba es que mirábamos sin ver” (p. 43).
El crítico norteamericano John Bruce-Novoa, quien ha descrito Sombras como “un microcosmos” de El canto de los grillos y La feria distante, opina que estas tres obras comparten “una visión de la sociedad como represora en sí misma. Incluso están concentradas en personajes femeninos jóvenes, que son quienes más sufren las restricciones de las normas sociales. Los hombres y las mujeres maduros se conforman al pragmatismo, abandonan sus sueños fácilmente y aceptan la futilidad de la vida adulta”. La nueva edición de El canto de los grillos (Ediciones Odradek, 2022) nos permite apreciar, además del arte dramático de García Ponce en sus inicios, aquellos rasgos característicos, en sus personajes y en sus tramas, que prefiguran en su obra el paso del género dramático al narrativo. En este sentido, se puede decir que García Ponce parece concentrar en las figuras de Laura, Carlos y María, las sombras de personajes de sus obras anteriores. De esta manera, Ana y Sylvia de El canto de los grillos, junto con otras jóvenes como Julia de La feria distante, etc., se ven reflejadas en la protagonista de Sombras. Por su parte, Roberto y Luis comparten con Carlos ciertos rasgos que nos hacen pensar en seres vulnerables y faltos de visión. Y tanto la tía Evenilde como las matriarcas de otras obras, y la misma sociedad provinciana, están representadas en cada gesto y cada palabra de María.
En gran medida, la lectura de El canto de los grillos se complementa editorialmente con las opiniones de diversos escritores alrededor de la primera obra de teatro que García Ponce publicara y que le valdría el Premio de la Ciudad de México en 1958. Además del amplio prólogo de Ricardo E. Tatto, que contextualiza la obra en el medio cultural yucateco, el volumen incluye la carta que la dramaturga y novelista Luisa Josefina Hernández le escribiera a García Ponce a propósito del desarrollo de su escritura dramática en algunas de sus obras escritas hasta ese momento. De El canto de los grillos reconoce que “este ambiente y estas personas tienen el mérito de no ser parte de una excepción y de no estar inutilizados con el sello de la peculiaridad. Corresponden a una realidad de nuestro país, y lo que es más importante, a una realidad descuidada por la mayor parte de nuestros autores dramáticos; es el drama de nuestra clase media provinciana que agoniza sin saber siquiera la enfermedad que la acosa. Están allí la ignorancia, las tradiciones mal entendidas, la falta de ambiciones…” El escritor Carlos Valdés, en la reseña a la representación de la obra, afirmaría lo siguiente: “El principal mérito del autor es haber renunciado a la falsa originalidad, señuelo en el que caen muchos jóvenes. El canto de los grillos retrata un área limitada: la burguesía provinciana y sus pequeños problemas. El dramaturgo ha medido sus fuerzas, y no pisa terreno falso. Fácilmente se le perdonan las inseguridades del lenguaje, porque alcanza un tono de voz continuado, diríamos una atmósfera emotiva que envuelve la obra entera”. Por último, es precisamente José Luis Ibáñez, gran amigo y colaborador de García Ponce en la Revista de la Universidad, quien sugiere la tentativa del autor en el plano teatral y del contenido: “…el contraste que se establece entre la insignificancia del problema que la sola anécdota aparenta envolver, y la absoluta conciencia de debilidad que va provocando en los personajes el paso de una personalidad ajena al ambiente, hace de El canto de los grillos una obra de muy difícil estructura. Más difícil lo es, si se piensa que dentro de ese marco de sencillez, el autor se proponía mezclar los elementos que impiden a una sociedad determinada romper su órbita estrecha, y que por ser estos conceptos de tipo moral e intelectual (sexo y religión predominan), la sencillez del tratamiento peligraba”.
Tanto en Sombras como en El canto de los grillos, García Ponce refleja la dificultad de su época desarrollada en el ámbito de la familia, por lo que la cruda dinámica que denuncia sigue siendo actual, es decir, el dominio de unos pocos (la tía Evenilde o la madre María) por encima de la mayoría que se resigna (Ana, Sylvia, Roberto, Carlos y Laura). Hoy en día sigue habiendo muchachas como Laura que sucumben ante las manipulaciones de sus madres, sigue habiendo jóvenes como Carlos que no ven más allá de lo evidente, y esposas como Sylvia que se resignan a seguir a sus maridos aunque éstos no sean capaces de oponerse al control maternal. Además de explorar esta problemática tanto en el contexto provinciano como en el urbano, resulta importante volver a leer estas piezas, volver a representarlas, porque perfilan el tipo de personaje garciaponciano que va a determinar tanto el estilo del futuro novelista como el desarrollo de su voz característica.
Al hablar de estos libros es inevitable detenerse en su aspecto visual, ya que Ediciones Odradek es un proyecto que busca conjuntar las artes gráficas y la literatura en cada publicación. Tal conexión con las artes gráficas empatiza con la que García Ponce mostró desde sus primeros cuentos publicados en la Revista de la Universidad, que fueron ilustrados por Alberto Gironella, Roger von Gunten, José Luis Cuevas, entre otros. Ésta se refleja en el diseño de cada libro salido de las prensas de Ediciones Odradek, en los forros y en las páginas en las que se intercalan diversos materiales gráficos (fotografías de la representación de El canto de los grillos, así como los fotogramas y diversos documentos que se entreveran en la edición del guión de Tajimara, por ejemplo) con los que se apela a la sensibilidad visual del lector. Las cianotipias de Mónica McCumber que ilustran la edición de Sombras consiguen resaltar el juego de luces con que el autor va captando nuestra atención. Estas fotografías nos plantean una serie de espacios y presencias casi fantasmales que gracias a una cuidadosa curaduría editorial nos permiten imaginar, paralelamente a la lectura, esa trayectoria difuminada de los protagonistas, de su encuentro a su separación, siendo quizá ese constante desenfoque de sus siluetas una muy sugerente manera de representar la capacidad de transformación que concentran las sombras cuando son expresadas a través del arte.
Entre las empresas independientes dedicadas al rescate de la obra de un escritor, cabe mencionar la labor editorial que en torno a Juan García Ponce ha venido realizando el poeta, traductor, ensayista y editor Alfonso D’Aquino a través de Ediciones Odradek, el sello que fundó y que dirige desde hace cuatro años. Durante este tiempo el también estudioso de la obra del escritor yucateco ha venido consolidando el proyecto de hacer accesible una parte de la obra garciaponcesca (aquella que dispersa en revistas y en primeras ediciones resulta prácticamente inhallable) a través de la conformación de la Biblioteca Juan García Ponce, colección que además de dos obras teatrales y un guión cinematográfico (Sombras, El canto de los grillos y Tajimara), incluye hasta ahora publicaciones en otros formatos como los video-cuadernos digitales dedicados a difundir algunos ensayos del multifacético autor de Inmaculada y una serie de Audios que llevan por título “La voz de la novela”, y que son ni más ni menos que la reedición (con materiales gráficos que enriquecen su lectura) de aquellos programas que bajo el nombre de “El mundo de la novela” grabara García Ponce, entre 1974 y 1976, para Radio Universidad, sobre Thomas Mann, Georges Bataille, Cesare Pavese o Maurice Blanchot, entre otros. Tanto la actualidad de la obra de García Ponce como la importancia de apostar por su difusión no pueden sino confirmarse con las palabras con que D’Aquino refirió la significación del encuentro, en su adolescencia, con la obra de García Ponce a través de dichos programas radiofónicos: “Dos grandes espacios se abrieron ante mí: el atroz y fascinante de la faz negra de la literatura, que representa, como enseñó García Ponce, lo mejor de la literatura contemporánea, y aquel otro, de brillantes superficies y ocultos abismos, que nos entregan los libros del escritor mexicano. Había que seguir, pues, aquel hilo negro encontrado al azar en el oscuro laberinto de una voz”.
Juan García Ponce, Sombras, edición y prólogo de Alfonso D’Aquino, ilustraciones de Mónica McCumber, Ediciones Odradek, 2020, 52 p.
Juan García Ponce, El canto de los grillos,, edición de Alfonso D’Aquino, prólogo de Ricardo E. Tatto y textos de Luisa Josefina Hernández, Carlos Valdés y José Luis Ibáñez, incluye fotografías de la representación, Ediciones Odradek, 2022, 174 p.