El duelo: lo público, lo privado y lo íntimo

1834

A Susana Sánchez Sánchez

 

Me paralizaba la convicción de que escribir era un acto irrelevante,

que el mundo como yo lo entendía ya no existía.

Joan Didion

 

Hay palabras que dejan de formar parte de nuestro vocabulario, y otras que comienzan a integrarlo. Zoom es una de estas últimas. Si hace dos años alguien hubiera dicho que se practicarían servicios funerarios por esta vía, habría sido tachado, por lo menos, de irreverente. Bien sabida es la dificultad para modificar las costumbres. Como todo en estos dos últimos años, coronavirus incluido, los rituales han mutado.

Sobre el duelo (Literatura Random House, 2021) es una digresión muy ordenada de Chimamanda Ngozi Adichie (Abba, 1977) sobre lo público, lo privado y lo íntimo, sobre el comportamiento más primitivo de un humano ante el dolor. Pero no cualquier humano, una mujer, y no ante cualquier dolor, el de la pérdida de su padre, James Nwoye Adichie, “el profesor de estadística más importante de Nigeria” en cierta época.

Se trata de un libro breve, acaso un manifiesto como otros que la autora suele publicar, y una especie de despedida del padre amado, venerado, adorado y admirado, que parece estar hecho desde una conexión peculiar, de ésa que acontece muy ocasionalmente en la vida de ciertas personas, entre razón y sentimiento. No obstante, la autora crea y expone aquí el que quizá su personaje más empático, porque es y no es ella, porque es un ser que carga con la pérdida desde el momento que se entera (por Zoom), pero a la vez es la voz que reflexiona, la que piensa y se afana por recordar momentos hasta reconstruirlos y verbalizarlos. El libro podría ser tomado como un derroche de dolor, de un flujo de sensaciones, pero es más un esfuerzo de la razón por nombrar para descargar incluso el dolor físico; sí, porque el dolor de la pérdida también es físico.

Sin misterio de por medio, desde la primera página el lector se entera de la muerte de quien puede ser confundido como protagonista de la historia; sin embargo, en las siguientes no sólo se entera cómo muere sino de que el tomado por protagonista no lo es. Porque es Chimamanda, la desarraigada producto del dolor, quien protagoniza el libro; porque es a ella a quien la noticia, pese a la edad del padre (88 años), toma por sorpresa y para quien la verbalización del acto (morir) es hacerlo realidad.

El texto está atravesado por una negación que va y viene y que, en verdad, nadie en su juicio querría experimentar. Podría pensarse, entonces, que es difícil identificarse con la voz narradora, porque, pese a la empatía con la que los personas que pueblan el mundo de la autora están plasmadas, parece que sólo puede estar en la misma sintonía quien ha pasado por ese dolor. La muerte de un amado es, intuyo, uno de esos marcadores de por vida, uno de esos límites que se cruzan abandonando una inocencia de la que no se tenía conciencia.

¿Cuál es la mejor edad para perder al padre?, ¿qué grado de madurez requiere un dolor así?, ¿cuál es el mejor momento? ¿Cuándo?, la verdadera pregunta.

Me parece que Sobre el duelo es un libro profundamente desesperanzador –pagano, si se quiere–, porque no hay esperanza. Es un libro sobre el presente, sobre el hecho de saber muerto a alguien, sobre la certeza de no volver a verlo y sobre el instante actual en que el corazón, el cerebro y los músculos se distienden para dar paso a lágrimas que, de súbito, se convierten en desgarramiento.

Pese a que la autora reconoce que su padre es (era, fue) católico, ella parece alejarse de cualquier creencia o tradición judeocristiana. Valora, eso sí, la manera igbo, “la forma africana”, dice, de lidiar con el duelo, porque ofrece una licencia “performativa”.

Curiosamente, si existe en esas páginas un atisbo de “algo más” a lo que asirse, es justamente la tradición igbo de la que la madre hace eco (Grace Ifeoma murió casi un año después, el 1 de marzo de 2021). Es ella la que decide respetar, y los hijos por añadidura, el ritual que su cultura dicta en memoria de su esposo: raparse la cabeza y comer platos sencillos durante días, entre otras cosas. Y la autora deja ver que quizá sea más por la memoria del que ya no está, que por convicción de la madre. Pero eso basta.

Si lo que se busca en el libro es alguna certeza, habría que esperar la segunda parte del manifiesto. Una parte dos que ofreciera una descripción detallada de los estadios por los que se debe atravesar para alcanzar la luz, o bien, los pasos para lidiar con la experiencia.

Lo anterior son sólo características que identifico en el libro, que para nada le restan orden, sencillez ni belleza. Y, lo que me parece más trascendente, es esa sencillez la que ofrece una extraña sensación de estar frente a la única convicción en un momento así, la de saber que alguien más ha pasado o pasa por lo mismo, que alguien más se ha desgarrado o se está desgarrando por una ausencia.

En honor al orden del libro, el título de la reseña debería ser “Lo íntimo, lo privado y lo público”, porque las etapas detalladas por la narradora van así entrelazadas, dejando ver primero el desarraigo profundo del ser para transitar por el de su familia nuclear –del que se percata incluso su hija de cuatro años–, hasta llegar a la esfera pública. Y por esfera pública me refiero al vistazo que se puede echar a una sociedad desde la experiencia individual.

La autora no deja de aguzar la mirada sobre su Nigeria y el caos con que las autoridades, como en tantos otros países, asumieron la llegada del coronavirus. “Nigeria, como de costumbre, hace las cosas más complicadas de lo que ya son […] La decepción con mi tierra natal ha sido una constante en mi vida, pero esta animosidad tan áspera es nueva.” Esa decepción es áspera y se revela nueva porque se da cuenta de que el desorden es capaz de dejar en el limbo a quienes no pueden enterrar a sus seres queridos. Si bien el padre de Chimamanda murió de un fallo renal, ella y su familia se vieron sometidas a la incertidumbre y espera de quienes sí perdieron familiares por el coronavirus, por lo que las adversidades en la funeraria y morgue les fueron comunes.

Hace tiempo dudé que hubiera surgido algo productivo de los primeros meses de encierro. Luego me di cuenta de la ingenuidad de esa duda y pronto la realidad se impuso. A decir verdad, quienes gozan de mejores condiciones, quienes se quedaron en casa en el 2020 y parte de este 2021 llevaron cierta carga, tanto como el resto de la gente, pero también la posibilidad de pensar. Pensar de más, quizá. Después, algunos enfrentaron algo más: sus muertos. Las líneas de este libro son sobre el duelo de quien tuvo la posibilidad de sentarse a sentir, pero dirigido a quienes lo viven.

Chimamanda Ngozi Adichie, Sobre el duelo, Literatura Random House, Barcelona, España, 2021, 112p.