Texto y traducciones de Gerardo Antonio Cortés Mariño
¿Qué se debería de entender por literario cuando un autor —específicamente un filósofo— recomienda una “lectura literaria” de su texto?
En concreto, la propuesta aparece al final de la introducción de El secreto de la violencia [Das Geheimnis der Gewalt]. Ahí, Daniel-Pascal Zorn plantea la tesis de que la violencia tiende a ocultarse de la misma manera en la que el ocultar regula o genera violencia. Según las primeras páginas del volumen, el autor se propone describir los vínculos entre la violencia y lo secreto para dar una imagen de la manera en la que los experimentamos en la actualidad, esto es, como repentinos actos de brutalidad en la vida privada y pública, como movimientos radicales en el mundo digital o, en su forma más paradójica, como acciones violentas que buscan alejar la violencia.
Planteándolo casi como una consecuencia natural del tipo de temas que investiga, el autor elige el género del ensayo para su tarea:
Debido a que dicha descripción de la violencia puede caer constantemente bajo la sospecha de ejercer a su vez violencia o de no hacerle justicia al tema, corro aquí el riesgo de no proceder de manera sistemática, sino por asociaciones. La forma libre del ensayo permite operar de manera estricta en el ámbito de las ideas, sin tener que entrar en la camisa de fuerza —otra forma de violencia— de un sistema o de una ideología (p. 21).
A esta explicación le sigue el párrafo en donde se propone la “lectura literaria” del texto:
No será sino hasta que se tenga una mirada del conjunto de cada uno de los capítulos que se torne más concreta la imagen, o tal vez la personificación, del secreto de la violencia en todas sus diversas facetas. Aquí se trata de esa imagen, de esa perspectiva. […] ¿Podría proponerle una lectura literaria de este ensayo? Literario no significa que no sostenga una tesis. Lea más bien cada capítulo como si me acompañara dentro de la cabina de espejos de la violencia y lo secreto (p. 21).
A parte de sugerir una definición estrecha de lo literario (la literatura como un proceder no sistemático que también puede defender una tesis), la justificación de la forma ensayística y la breve argumentación en torno a la “lectura literaria” generan suspicacias: ¿qué crítica ve venir Zorn que una interpretación literaria de su obra podría disculpar? ¿Qué quiere el autor que le permitamos a su libro que no le permitiríamos a otro tipo de textos? Ninguna de estas preguntas tiene una respuesta concreta porque en ningún capítulo se estudia el concepto de literatura. Sin embargo, existen algunos indicios en el volumen que ayudan a entender y juzgar mejor la particular sugerencia del autor.
Tal cual se indica en la introducción, el texto tiene, en efecto, un esquema asociativo asistemático. El tema de un apartado no prepara necesariamente el camino para el siguiente; por ejemplo, un capítulo en donde se analiza el uso de los secretos en las religiones y sectas da pie a otro en el que se intenta comprobar que la crítica de Kant a los videntes no es sino una reafirmación de los principios argumentativos de estos últimos; o, en otro lugar, a un análisis de las políticas flexibles de la cultura laboral al estilo de Google, le sigue un capítulo en el que se pone en duda el fin emancipador de la formación profesional universitaria. Este esquema, que de vez en cuando sí brinda algunos acercamientos al tema central, se mantiene hasta la mitad del libro, de ahí en adelante no sólo se nota un cambio de tono (menos ‘literario’), sino que a nivel de contenido las secciones se comienzan a enfocar en lo que anuncian el título y la introducción.
El capítulo que marca la diferencia se titula “¡Escenario libre!” [Bühne frei!]. La cantidad de páginas que tiene esta sección (casi el doble que las demás) y el cuidado del análisis llevan a pensar que tal vez el plan original de la obra no incluía un esquema tan asociativo o ‘literario’ (varios capítulos parecen haber estado más bien pensados como columnas o artículos periodísticos). No obstante lo anterior, el apartado en cuestión es un buen ejemplo de la capacidad analítica de Zorn. En él se profundiza en un punto importante que se menciona al inicio del tomo: en el mundo actual, la democratización del mundo digital y la libre circulación de opiniones generan movimientos extremistas que tienen como fin minar las condiciones mismas que los hacen posibles, es decir, el estado democrático incluyente y la libre expresión.
El foco del capítulo se centra en la manera en la que las tendencias impulsivas de grupos de usuarios de la red han reanimado prácticas violentas que se pensaban extintas. En específico, el vínculo se establece entre la picota y el shitstorm, es decir, entre dos formas de castigar a un individuo a partir de su exhibición pública. En principio, parecería que un shitstorm es un proceso más civilizado en la medida en la que la degradación del individuo se da en el ámbito de la comunicación digital y no con las manos y cabeza sujetas a un par de maderos. Sin embargo —dice el autor—, el caso es que un shitstorm tiene los mismos, o incluso más, puntos problemáticos que la picota: no sólo es un fenómeno que afecta la vida real de las personas a corto y largo plazo, sino que es un castigo que, a diferencia de los procesos públicos de finales del siglo XIX, no se rige por ninguna jurisprudencia:
El argumento de que se trata ‘sólo’ del ámbito comunicativo y de que a la víctima del shitstorm no le ocurre en realidad nada, encubre el hecho de que, dentro de la forma digital de comunicación que usamos, uno se llega a comportar como la muchedumbre espoleada que se burla y le grita al criminal golpeado en la picota. Pero se encubre aún más. Se encubre, por ejemplo, el hecho de que la picota era un castigo que se ordenaba conforme a un proceso judicial. En un shitstorm, quienes castigan al acusado son a la vez sus jueces. El mero llamado de una cuenta influyente, esto es, de una cuenta con muchos followers, basta para desatar la tormenta. Las pruebas y evidencias no tienen ningún papel, sólo la simpatía hacia aquel o aquella a quien uno sigue (pp.112-113).
Además de ser un buen ejemplo del modo en el que Zorn reflexiona en torno al vínculo de la violencia con lo secreto, el fragmento citado también es una muestra de uno de los problemas del texto. Acerca de lo primero hay que decir que el mayor logro del autor es describir el procedimiento con el cual la violencia gana terreno hoy en día a partir de su ocultación. En el párrafo anterior se tematiza la violencia que se encubre en el mundo digital al hacer referencia a la aparente no realidad de este espacio, sin embargo, en otros capítulos se estudia la manera en la que la violencia se disfraza a partir de argumentos religiosos, jurídicos y biológicos, o el modo en el que se representa su ejercicio en la industria cultural, por ejemplo, a partir del papel de un personaje fílmico: el héroe puede ser violento porque tiene la estatura moral para serlo. En cada caso, los análisis muestran que somos nosotros quienes hemos estado ocultando la violencia al justificarla o ejerciendo violencia al no ser transparentes, lo que lleva a una prolongación indefinida de las agresiones:
Hacemos de la violencia una fuerza externa o un destino de nuestra especie al cual nos tenemos que someter. Disociamos la violencia de nuestro actuar, la ponemos frente a nosotros como si fuera un objeto, como si no tuviéramos nada que ver con ella. Escondemos desesperadamente el ejercicio de la violencia de nosotros y de todos los demás. Nos remitimos al orden de dios, a la naturaleza inferior de los otros, a sus en verdad malas intenciones y a nuestra falta de intenciones, y todo eso sólo para no entrar en contacto con la violencia que nos hacemos a nosotros mismos y a los demás (pp. 187-188).
Ahora bien, tal cual se mencionó más arriba, la argumentación de Zorn también tiene sus vacíos. El hecho de que el autor se haya planteado abordar un fenómeno tan complejo como el del vínculo entre la violencia y lo secreto en menos de 200 páginas y en 28 capítulos (en promedio cada apartado tiene entre 4 y 7 páginas) hace casi inevitable el uso de generalizaciones; esto provoca la sensación de que no se les hace justicia a los temas estudiados y de que se recorre mucho, pero se comprende poco. Ahora bien, se entiende que el autor quiera evitar mencionar casos específicos para no alimentar el ciclo de la violencia a partir de relatos explícitos o que decida no cargar la lectura con comentarios bibliográficos. Sin embargo, creo que el trabajo con ejemplos concretos y la discusión de la literatura que hay al respecto de uno y otro tema (algo que se da esporádicamente), pueden evitar que el tono de la obra se vuelva a momentos el de una plática de café con alguien que astuta pero inútilmente habla de desenmascarar charlatanes y sistemas disfuncionales sin que éstos tengan nombre y apellido.
Lo arriba mencionado lleva a concluir que no es necesario romperse la cabeza pensando en una definición de lo literario para entender el propósito de El secreto de la violencia; la recomendación inicial del autor de leer el texto de manera “literaria” no enriquece la experiencia de lectura del volumen. El texto contiene capítulos en los que se nota el esfuerzo por ensayar lo ‘literario’, pero al final, la verdadera aportación de la obra de Zorn la dan los capítulos que ofrecen una reflexión filosófica, dicho así, sin más adjetivos. En este sentido, y trayendo a cuenta las palabras del prólogo a la segunda edición de la Historia de la Locura (1972) de Michel Foucault, creo que se le hace un bien al texto al evitar que el autor le “imponga su ley” al tipo de lectura que se le dará al volumen; si la recomendación es leer El secreto de la violencia de manera literaria, mejor que sea ésta la conclusión de quien lea la obra.
Daniel-Pascal Zorn, Das Geheimnis der Gewalt. Warum wir ihr nicht entkommen & was wir trotzdem dagegen tun können, Klett-Cotta, Stuttgart, 2019, pp. 198.