¿Cómo se pinta un cangrejo?

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Al pie de las montañas. Memorias del Fuerte, Editorial el ateje, ha visto la luz tras un larguísimo periodo de destilación literaria. “Concebido (según su autor Luis de la Paz) en mayo de 1980 y escrita cuarenta años después en Miami, en cuarenta días, entre el 14 de agosto y el 22 de septiembre de 2020”. Año del Señor este último al que De la Paz denomina de la Pandemia China.

De Al pie de las montañas destacaría ante todo su ambigüedad o transversalidad genérica. Que sean memorias, lo dicen el título y la portada. Que se lea como una colección de cuentos dan fe el índice y la autonomía de cada una de las entradas. Que se trate de una novela es evidente. Podemos rastrear una a una las peripecias del personaje principal gracias a ese dron celestial que es la voz de la tercera persona. Lo es, novela, por el espíritu del libro que trasciende su armazón formada por pequeñas piezas narrativas (más relatos que capítulos), hasta trasvasar en el principal leitmotiv de la historia o saga: el tiempo y sus avatares poseen una dimensión particular en el Fuerte Indiantown. Filadelfia. Estados Unidos.

La novela presupondría, por el tema, un canto a la libertad. Desde el comienzo lo testimonial prefigura el final: Tomás será sacado del fuerte y enviado a Miami donde se reunirá con el resto de su familia. ¡Ni en las mejores películas o series de televisión!

Pero en algún momento todo se tuerce y la historia adquiere un dejo siniestro.

Cortesía de un Fidel Castro, obsesionado y consumido por el eterno mito de David y Goliat, el presidente James Carter recibe, entre los miles y miles de refugiados salidos por el Mariel, un regalo especial: la cifra exacta de presidiarios y enfermos mentales. En gesto de pura rabieta ─el dolor de admitir que sus súbditos reniegan del paraíso que les ha construido─, por cada escoria etiquetada el dictador envía hacia las entrañas del monstruo un real desecho de su obra revolucionaria. El resultado no se hace esperar: el Caballo de Troya despliega su carga emponzoñada por los diferentes centros de acogida. Lugares en donde campearan por sus fueros los potenciales Toni Montana de la vida real.

La fuerte presencia de elementos del hampa le imprime un cariz de atmosfera presidiaria a cada sitio al que estos arriben. Entonces el himno de libertad adquiere tintes de guaguancó carcelario. Del paso infame de aquellas lacras por los Estados Unidos mucho se ha escrito. No hubo misión no encomendada más exitosa. Comparada a la labor de cientos de agentes secretos, el tránsito de estos delincuentes y homicidas por los centros para refugiados y cárceles fue un triunfo espurio, cero costo, del castrismo.

La recreación de la convivencia de Tomás con los citados hampones permite a De la Paz construir un vigoroso entramado psicológico en que las motivaciones, deseos y metas de los actantes (muchas veces funestas) se entrecruzan, excluyen y yuxtaponen de maneras que van desde la añoranza al peligro en cada uno de los capítulos de Al pie de las montañas. La puerta del paraíso (soñado) se convierte en una especie de Combinado ¿del Norte? o antesala del infierno (inevitable), cortesía a Bryan De Palma y James Carter de quien sabemos.

Es precisamente esta exposición lo que nos hace recordar las mejores páginas que Varlam Shalamov dedicara a diseccionar, desde la narrativa, al preso común Made in USSR durante el estalinismo.

En este sentido las memorias ─¿de Tomás, alter ego de Luis de la Paz?─ también son una exaltación a la amistad fortuita. Como en el relato de Cortázar “En la Autopista del Sur”, el hecho de reunir personas disimiles a partir de un suceso ─en el cuento es un embotellamiento, en Al pie de las montañas es una criba migratoria tras la travesía multitudinaria del estrecho de la Florida─ crea vínculos insospechados. Entre hampón y hampón Tomás intimará con otras personas. Dicho trato le permitirá disminuir el estado de alarma y paranoia en que vive debido al (a veces no tan sutil) asedio del ambiente carcelario y la angustiosa espera de la salida. Gracias a esto entramos en contacto con el mundo en que se mueve Tomás, en el fuerte, en La Habana que ha dejado atrás. Y en calidad de amistades desechables, accidentales, dejarán alguna que otra huella en su sensibilidad.

Trascendiendo lo anecdótico ─el rescate del paso de miles y miles de cubanos por los campamentos de acogida─, Al pie de las montañas desliza mensajes cifrados que aguzarán el carácter literario de la novela por encima del testimonio plural. Nos referimos al papel que juega en el libro la doble iniciación de su maltrecho héroe, humano hasta verle los huesos, en sus nuevas, no perfectas, coordenadas.

Como el Combinado del Este y la prisión de El Príncipe, lugares en los que se desarrollan los relatos “La perra” y “La puerca”, de Ángel Santiesteban, y la novela de Carlos Montenegro, las barracas del fuerte Indiantown también conforman un espacio de “hombres sin mujer”.

El tratamiento de las relaciones homoeróticas es otro de los grandes aciertos de Al pie de las montañas. Una fiebre de posesión ciñe como “inminencia hosca” a Tomás. La sombra de las galeras de las prisiones habaneras se extiende sobre el campamento, y el ambiente bugarronil que lo oprime sobrepasa cualquier entelequia. La manera en que De la Paz expone la homosexualidad, en su versión presidiaria, tensará la interacción del personaje con su entorno. La sexualidad de Tomás será puesta a prueba una y otra vez recorriendo un arco dramático que va de la burda seducción y la violencia a lo lúdico y la ternura. Y, precisamente, este tratamiento será uno de los elementos narrativos que bordarán el suspense en la novela. Además de acentuar el ritmo de la acción a partir del entramado psicológico que mencionábamos.

Acosado por pederastas, atormentado por la espera de la salida del fuerte que se le hace esquiva, ¿qué le queda a Tomás para comulgar con el tedio y la ansiedad? El joven dispone de un recurso de inestimable valor de sanación: Tomás escribe. Donde sea y a como dé lugar. En su caso la escritura es un acto de fe y libertad a ultranza.

Poseído de esta fiebre escribirá dos relatos y un diario. Y aquí retomamos lo dicho acerca de la ambigüedad genérica de la novela. Ambos aparecen publicados en sendos libros de cuentos de Luis de la Paz. ¿Es Tomás su negro literario, término a evitar de acuerdo con los dictámenes de la corrección política? Desde la ficción uno escribe para el otro. En literatura todo es engañoso. Es uno de sus grandes misterios.

Visto el doble aprendizaje del personaje, que se expresa en los rituales iniciáticos de la homosexualidad y la escritura, solo nos quedaría por agregar que ambos sugieren el trazo de dos piezas claves en el futuro destino en su nuevo país. Futuro que debemos explorar en otros libros de Luis de la Paz. Porque la literatura, además de misteriosa y engañosa, existe a través de infinitos vasos comunicantes. Es aquí donde la novela alcanzará “el punto águila de la dureza” en cuanto a mensajes y corriente de sentido.

Retomamos el comienzo de estas consideraciones, y pensando en el tiempo transcurrido entre los sucesos que dan su origen y la escritura de Al pie de las montañas. Y pensando en los chinos. Nos viene a la memoria la anécdota que recoge Ítalo Calvino en “La Rapidez”, Seis propuestas para el próximo milenio. Cierto rey encarga a un pintor el retrato de un cangrejo. Este acepta, pero la cosa llevará su tiempo y necesitará al menos cinco años, por lo que le solicita casa y sirvientes. Pasados cinco años el artista es llamado ante el rey. Nada. El interpelado ni siquiera ha comenzado. Necesita otros cinco años. El monarca molesto y, a la vez, consciente de la calidad única del pintor, le concede la prórroga. Transcurridos los diez años, el artista acude a la corte. El rey ansioso exige su pintura. Pero el pintor tiene las manos vacías. El rey llama a su verdugo. El artista despreocupado y calmo solicita pinceles y papel. Toma el pincel y en un instante, con un solo gesto dibuja un cangrejo, el cangrejo más perfecto que jamás se hubiera visto.

Luis de la Paz ha pintado un cangrejo.

Montreal.  Julio de 2021