Hay una poesía que transcurre sin asideros, confiada más al vigor evocativo de la descripción y el flujo de consciencia que a la relación de hechos concretos que supongan, en el marco de la realidad objetiva, una socialización del sujeto poético o del hilo conductor de los poemas. Es el caso de En la mirada del lobo (Nello sguardo del lupo), el más reciente libro del poeta italiano Alessio Brandolini (1958) vertido espléndidamente al español por Martha L. Canfield y aparecido en México en 2018 bajo el sello de Mantis Editores, aunque publicado originalmente en Milán en 2014. La voz encarna aquí en un pensamiento que va y viene por distintas atmósferas como una entidad remitida a un yo, pero reflejada en una tercera persona en la que recae el planteamiento de conjunto. Me refiero a la figura del lobo que irrumpe desde la primera composición y que en singular o plural representa no sólo el vistazo furtivo sobre el bosque de las vicisitudes sino también un ojo vagando por las estaciones del año ⸺o sea, espacio y tiempo⸺ igual que una linterna que intenta alumbrar la vereda que ofrece el destino: “hoy es Navidad, luego será Pascua”.
Articulada de siete apartados ⸺Constelaciones, Brotes en los enredos, El otro y la otra parte, Llamo desde otro planeta, Palabras sugeridas por el espejo, La sombra de los hongos, En la mirada del lobo⸺, esta colección de Brandolini cifra el sentido de variabilidad tanto en la cantidad y la disparidad formal de las secciones como en que los poemas carecen en su mayoría de título, estando por ende numerados en caracteres romanos y arábigos, cuando no acéfalos, a la manera de los intervalos de un reloj que pauta la duración y, a la par, aludiera a la abolición del curso de las horas. Hablo, en suma, de un proyecto constituido de cambiantes ecosistemas poéticos urdidos por una visión que toma distancia de las evidencias de un presente histórico y observa desde el ángulo de la intemporalidad las secuencias del sueño, los pasadizos de la abstracción y los lugares del recuerdo. Los elementos de un hábitat natural y ciertas regresiones a un pasado íntimo sirven como zonas de permanencia y transición hacia otro difuso jardín de la memoria.
Dicho lo anterior, la floresta de En la mirada del lobo puede ser el hortus conclusus de una vivienda ⸺o el área verde de un parque urbano⸺ y la arboleda sometida a lo desconocido comparable a un prado salvaje. En ambas situaciones prima el principio de restricción o de reserva a través de las connotaciones de una libertad limitada, o bien, de la posibilidad de un espíritu solitario que, enfrentando los demonios de la espesura, abre paso a una soberanía plena, exenta de atavismos emocionales, deudas afectivas. De ahí la relevancia que adquiere la impronta del desplazamiento. Los poemas saltan de una época, una locación a otra: la infancia, la juventud universitaria, la paternidad; coordenadas específicas, visitadas o invocadas: Libia, Siria, Calabria, Berlín, Madrid, el Tirreno, los vestigios de Tuscolo y por supuesto las inmediaciones del Lacio, donde comparecen la casa, la viña, el establo, el huerto y demás recovecos que esbozan una arquitectura doméstica. Brincos cronológicos, geográficos, escenográficos. Mediante esta baraja de planos y niveles de experiencia, Alessio Brandolini sale en pos de sí con una obra totalizadora que aspira a fatigar episodios de un trayecto de vida para atar cabos sueltos y llegar a conjeturas reveladoras.
Mas no todo reivindica a la naturaleza forestal como el paisaje en el que se cumplen las reminiscencias coyunturales. En la mirada del lobo conlleva asimismo, codificada por la añoranza, una cartografía particular de Roma bordada por el transeúnte y cuyos rumbos delatan un itinerario subjetivo en torno a las propias querencias: la isla Tiberina, en mitad del río, la colina del Gianicolo, el monte Pincio, los Foros Imperiales y el fluir tácito del Tíber que corta la ciudad igual que “una cuchilla en el cuello”. Pero las caminatas y determinadas fijaciones regresan siempre a la Fuente de Trevi y el domo de Sant’Ivo en el cual revolotean y hacen nido las palomas y los pichones. Ya el autor había rotulado El alba en plaza Navona una serie de poemas que vio la luz en 1992 y fue acreedora del Premio Montale. Las tres ubicaciones del centro de la capital italiana reaparecen en el libro para dotarlo de una sugestiva circularidad que insinúa los ciclos de un eterno retorno. Signos de civilización que surcan por añadidura la hegemonía del ámbito bucólico: una escuela, el bar de un puerto, una iglesia, un arco, una fábrica, un torreón, una muralla medieval.
En el fondo, Brandolini nos muestra un individuo que se fuga momentáneamente a diferentes peripecias de un ayer con el que ajusta cuentas y a las que termina por concurrir incluso la eclosión de la vocación poética, los indicios de una proclividad jovial que se convertirá en un oficio y después en algo más que una profesión: una actividad vital. Por consiguiente, hay en las entretelas de En la mirada del lobo historias subrepticias que ocurren detrás de una trama de primera línea, que sería la que subsiste en la óptica perspicaz y cautelosa, y, por qué no, agazapada y sigilosa, como un símil de la madurez, el desencanto, la veteranía. De modo que el lobo es la mente que acecha el mundo desde las franquicias del conocimiento y las lecciones de la práctica. Atrincherado en su fuero interno, discierne a partir de esta dicotomía cuanto lo inquieta y rodea. La poemática del volumen lo consigna. El verso y la prosa conviven en diversos textos en los que se migra sin sobresalto de una disposición a otra. La pupila del lobo, “abierta como una herida”, asoma por las fisuras de las circunstancias y pone el dedo en la llaga al poner en entredicho nuestras expectativas de supervivencia.
Finalmente, y a propósito de la perspectiva del lobo identificada con una faceta subyacente del sujeto poético, debo señalar la interacción que en ocasiones se establece entre la existencia sensible y la presunción de lo sobrenatural no menos patente que la ficción del lirismo. De pronto acude un ángel que alterna con normalidad con el protagonista de carne y hueso. No lo impide el costumbrismo del ambiente, semejante al heraldo de un más allá que en La Anunciación de Fra Angélico se acerca para insuflarle al lienzo un inesperado sesgo ilusorio que afianza la tentativa de un gesto animado por el ímpetu de la ensoñación y el repliegue de la vigilia. “Soy un visionario pero son verdaderas / mis mentiras”, reza uno de los poemas del penúltimo segmento; y, en el anterior: “frases anguilas saltan en el aire”. Con la vacilación y la entelequia de los fuegos fatuos, su tenebrosa belleza insólita, Alessio Brandolini ha escrito y armado con esmero un trabajo equiparable a este fenómeno de la geología en la que el soplo de la extrañeza resulta indisociable de la búsqueda de la perfección.
Alessio Brandolini, En la mirada del lobo, Mantis Editores, Guadalajara (México), 2018, 184 p.