Traducción de Federico Vite
Se acerca a todas: la cuidadora, mi madre, mi hermana (su hija), mi esposa y cualquier otra mujer que pueda entrar a casa, con los ojos luminosos y la mirada perdida, con una postura en continua ofensiva y con una mano que continuamente se mete en el pantalón. Quiere besarla —a la cuidadora, a mi madre, a mi hermana (a su hija), a mi esposa y a cualquier otra mujer que entre a casa— tocarla. Quiere cogérsela, sólo que no tiene la fuerza, no habla y no cae preso de la violencia, está retrocediendo y, por tanto, no quiere arrebatar, quiere un beso en la boca y cuando comprende que no es posible toma la mano de ella y la besa con voluptuosidad. Entonces se acerca lánguidamente todo lo que puede y busca que haya un contacto físico, intenta tocar cualquier parte del cuerpo; lo hace de verdad sin ningún gesto violento, es como si sólo solicitara, pero al pedir se acerca, toca, trata de envolver. Dice que si quieren andar allá, con él. Le dice a su hija, a su esposa, a mi esposa, a la cuidadora. Mi esposa está muy avergonzada porque está conmovida, realmente desconsolada. Pero ella no quiere que la toquen ni que la besen en la boca, entonces me mira, me sonríe y me pide ayuda, pero no sé cómo ayudarla; no sé qué cosa decir, no sé cómo alejar a mi padre y luego ella, con delicadeza, lo abraza para tenerlo acorralado y le habla, pero lo tiene bloqueado. Vio a mi hermana hacer eso. Y de verdad, cuando mi padre se acerca a su hija, su hija lo sujeta de los brazos, lo tiene a distancia, lo complace, pero no le permite acercarse ni un milímetro y ella dice con dulzura que no a todas sus peticiones. Cuando él la toma de las manos, ella las aprieta, le habla despacio, pero luego lo aparta, tiene los brazos extendidos hacia adelante porque siendo su hija no puede imaginarse este gesto, esta especie de deseo. Dice que no cuando su padre le ordena: Vente conmigo, vamos para allá. Al final, se va solo. Y en medio del corredor se mete la mano en el pantalón y no se entiende si intenta despertarse la verga o trata de masturbarse torpemente.
Mi madre y la cuidadora tienen que lidiar con esta obsesión todo el día e incluso durante la noche. La cuidadora cierra con llave la puerta de su recámara por la noche. Y en cualquier momento mi padre va hacia la cama de mi madre y ella nos dice que finge que duerme, porque él se acerca, se frota, quiere coger (sin que hubiera fuerza alguna o posibilidad, habíamos entendido) y luego cuando se da cuenta que mi madre no se despierta, en algún momento se va. Mi madre y la cuidadora lo regañan cuando él extiende la mano. Se enoja. Y el neurólogo dice que de vez en cuando es bueno regañarlo en el momento para que él entienda y se inhiba un poco. Pero después recomienza siempre.
Esta historia es al mismo tiempo muy embarazosa, extraordinaria. Es muy vergonzoso el hecho de que las mujeres que viven en casa con él estén continuamente en tensión. Y es muy embarazoso que mi madre sufra continuos asaltos sexuales de su marido, con el cual ha vivido durante toda la vida y este deseo es sólo un instinto genérico, no concerniente a una compañera de vida sino a una figura femenina cualquiera. Es muy embarazoso que mi hermana —su hija— se sienta a disgusto y deba aguantar la mano de mi padre. Es muy embarazoso que mi esposa sienta pegada la mano de mi padre, los intentos de besarla en la boca, es muy embarazoso que lo agarre de los pliegues de los codos para obstaculizarlo y que me mire como mira, y es una mirada tan sentida que yo no puedo sacármela de la cabeza, porque está es la mirada de una persona que ha perdido toda la comprensión y es al mismo tiempo un disgusto y se siente disgustado por mí, que debo asistir a esta escena. Es muy embarazoso todo aquello que sucede en mi ausencia, pero es de verdad increíble asistir en vivo a estos asaltos, continuos, en los cuales la presencia de mi hermano y la mía es una ausencia, no nos vemos aquí, no somos. Él ve sólo a las mujeres, busca besarlas, besa la mano con gesto galante y voluptuoso, pone una mano en la cadera, pide que lo acompañen allá, dice que eres hermosa acercándose de a poco. Y en tanto tiene una mano metida en la bolsa del pantalón y la mueve, creo que para encender un deseo, ahora un poco más, o para que lo sientan en la espalda.
Pero la cosa extraordinaria, a observarla, es que el deterioro de mi padre se ha detenido y concentrado allí. Que su instinto primordial sea de todos modos el sexo, el deseo. Que su enfermedad lo trajo (o lo devolvió) a este punto y sólo a este. Y todo lo demás que lo había construido como un ser humano se había ido, incluso el amor por sus hijos, incluso no los reconoce. Haciendo a un lado todo, poco a poco, incluso su mirada, sólo queda esto. Me parece un recuento claro de este animal que llevamos dentro y que se mantiene a raya gracias a la racionalidad, gracias a la evolución, al respeto por los otros, gracias a la convención social, al sentido civil, de conectar múltiples estímulos culturales para tratar de entender ¿qué es?, ¿cuáles son los sentimientos?; pero es un intento de lucha contra ese animal que está en el fondo, y si entonces, incluso, el cerebro pierde su facultad, el animal sale de manera obsesiva, total, en este momento, es la única ocupación, en vista de que ha derrotado hasta la obsesión por el dinero o por los discos. Y atribuyo todo esto a una característica familiar, a una manera de transmitir las presiones, los deseos y los deberes.
Lo observo con tristeza, con dolor, me da pena verlo, un ser humano que es mi padre, que ha sido un mito para mí cuando fui niño, la persona con la que estuve en conflicto cuando fui un muchacho, la persona que me avergonzaba, ya como adulto, por la exhibición de su deseo, la persona a quien, desde que se ha vuelto vieja, me dirijo sólo con comprensión, y sé que no lo entiende; la persona que hasta hace poco estaba enojada y excitada —verlo transformado en un cuerpo desentonado del que ya no queda nada. Nosotros vivimos con un padre que ya no está, como si estuviera muerto, pero en realidad está ahí en frente y es un dolor diferente de la muerte, porque es un dolor lentísimo y que debe tenerse bajo control porque la envoltura existe; aunque el dolor no es total, sí es grande, grandísimo pero de otro tipo, porque uno se encuentra de frente con un fantasma, que es sólo un fantasma y con el cual no puede haber más relaciones, como con los fantasmas. Sin embargo, en este fantasma pervive la obsesión por el sexo, el intento de apropiarse de cualquier mujer, la mano en los pantalones, se toca continuamente la verga para experimentar un placer que quizá sí sienta.
Hoy por la tarde, cuando regreso a casa, mi hijo está en el diván y mira la televisión. Y tiene siempre la mano en el pantalón y se estimula el pirulo. Continuamente. Continuamente yo y mi esposa decimos para, y él se detiene. Pero después de un rato reinicia, sin pensarlo, no puede evitarlo.
Así me encuentro con mi padre, la mano siempre en el calzoncillo y mi hijo siempre con la mano en el calzón, y yo ahí, en medio, pienso que en el fondo se trata de una inmutabilidad que me atraviesa; combato y combato, combatí muy fuerte por la diferencia entre mi padre y yo, y luego me encuentro mirando hacia atrás y hacia adelante a mi papá y a mi hijo, sus manos están en los calzoncillos, mi hijo es un niño en crecimiento, y hace lo mismo. Yo estoy en medio y me siento mal, estoy desanimado y desarmado. Me fastidia y me hace mal, sobre todo, porque siento que yo he sido así, que seré así, y que de cualquier modo ahora y siempre seré así.
Francesco Piccolo, L’animale che mi porto dentro, Einaudi, Italia, 2018, 228P. Páginas: 112–116