Esperando la hora

2001

En memoria de Carmelo Rosa Cruz (el muerto real)

 

Hemos sido muy felices, algo tenía que surgir, la felicidad cobra tributo…

Amparo Dávila

 

Lo ocurrido es asombroso (exagera). No pude creerlo hasta que lo testifiqué (engaña): vi la osamenta de César (aún conservaba pequeños restos de tejido), postrada en el lecho que compartió trece meses con mi cuñada (¡la loca!), noche tras noche, piel con…

No habló con nadie sobre el tema; suponía que mi hermano resucitaría; estaba convencida de que Dios “le daría otra oportunidad”, que “lo regresaría a la vida” (¿alguien podría ser más tonto y fanático? Lo dudo). Lucrecia es muy religiosa; incluso llevaba “la palabra de Dios” de casa en casa (sin palabras). Entonces el tiempo continuó pasando: el cuerpo de César se pudrió cada vez más: ella se atemorizó tanto que optó por encerrarse… no sabía cómo explicar lo acontecido (¡el silencio delator!).

La situación es más compleja de lo que parece: Lucrecia declaró ante las autoridades, aparentemente espabilada, que el cuerpo de mi hermano “había sido poseído por el Demonio”, que por eso había sucumbido de forma insospechada… pero después se mostró aturdida y, entre balbuceos, fue incapaz de explicar con claridad las causas de la defunción (se negó deliberadamente). César gozaba de excelente salud a sus setenta y siete años.

Acaba de trascender que una muchacha vivió por algún tiempo en casa de mi cuñada; aún se desconoce quién es, pero la policía asegura que en breve será identificada, capturada y, tal vez, encarcelada. Resulta obvio suponer que estaba al corriente de que el cadáver de César reposaba sobre la cama de Lucrecia… Es extraño que una persona normal pueda convivir de manera tan cercana, rutinaria, con un cuerpo humano en descomposición (con sólo pensar en el hedor… Es inverosímil que la pestilencia producida por el cuerpo podrido del desafortunado viejito haya pasado inadvertida para los vecinos). Al parecer, mis sobrinos tampoco tenían noticias de mi hermano (abandonaron a sus padres desde hace mucho. ¿Por qué será?).

Mi cuñada cambió radicalmente en tiempos recientes; su transformación más notoria: misantropía. Salía a la calle sólo para lo imprescindible. Si se veía forzada a dialogar con conocidos y éstos le preguntaban por su marido –extrañados de no verlo, pues era un hombre activo y sociable?-, ella respondía que estaba “esperando la hora” (y no mentía, el único detalle es que estaba “esperando la hora” para revivir y no para morir, como todos creían).

Lucrecia trataba de evitar las visitas a su casa, pero cuando no podía librarse permitía el acceso sólo a la cochera, luego de cerrar las puertas con pasador, correr las cortinas, exigir silencio para que César no se perturbara con el ruido –cuentan, por ejemplo, que los días en que la imagen de la Virgen del Rosario se alojaba en su domicilio, las integrantes del grupo de oración se veían forzadas a rezar en el garaje.

Como mi cuñada me impidió comunicarme con César, interpuse una querella ante el Departamento de la Familia. Ignoraba que ya había sucumbido. Un detective estaba comenzando a investigar cuando el Servicio de Emergencia de la Policía recibió una denuncia anónima; así nos enteramos de que Lucrecia dormía con los restos de mi hermano (¡ajá!, seguro que la méndiga siguió cobrando la pensión del muertito).

Sólo tengo dos certezas: César es un cadáver, y Lucrecia es sospechosa de diversos crímenes, entre ellos asesinato (quizá lo ultimó durante un arranque de ira y después no supo cómo deshacerse del cuerpo). Siempre lo dominó a capricho; por ese motivo, lo sucedido resulta hasta cierto punto natural (la amaba locamente y era capaz de cualquier cosa con tal de satisfacerla).

Las razones del deceso son un enigma; ni siquiera se sabe el día exacto del fallecimiento. Algunos vecinos dicen que su salud era frágil y que sufría enfermedades diversas; no obstante, son mentiras: estaba sano: sólo padecía los achaques propios de la edad… imposible imaginar que moriría así, tan de repente. Lucrecia (¡la loca mentirosa!) declaró ayer que mi hermano tenía diabetes y alzhéimer (¿por qué inventaría algo así? Sería más lógico que achacara la muerte del viejo a afecciones súbitas que a enfermedades crónicas, ¿no?). Loca mentirosa.

El Servicio Médico Forense entregará pronto los resultados de la autopsia, los cuales determinarán el futuro de mi cuñada; irá a prisión si se comprueba que asesinó a César (la sociedad la compadecerá: “¡pobre loquita!”); de lo contrario enfrentaría sólo cargos menores, que tal vez ni procedan… Lo reitero: la situación es más compleja de lo que parece [¿compleja? El objetivo de Lucrecia fue compartir más tiempo con César, porque lo amaba. En consecuencia, este cuento puede leerse como una historia de amor… o, quizá, como una tierna muestra de depravación senil].

 

Este cuento apareció originalmente en

Herrera, Jorge Luis. roja. México: Libros del marqués/Patronato de Escritores Contemporáneos, 2019. Pp. 19-21.