Autobiografía de un asombro*
Yo apenas conocía la O por lo redondo
cuando Rubén Darío entró en la casa de mi alma
Venía cabalgando en el corcel alado de la Música
y ponía a danzar en mi corazón sentimientos chiquitos
nuevos desconocidos frescos como la menta
y anchos como el horizonte
Yo tendría nueve años y aún no conocía la palabra malaquita
ni había visto elefantes vivos
porque aún no había carretera a mi pueblo
y los pequeños circos
que llegaban a cuentagotas entre las décadas y las montañas
bajando por aquellos caminos sinuosos
no alcanzaban a meter hasta los territorios de mi niñez
a ningún descendiente de aquel mamut que descubrí azorado
mientras hojeaba mi libro de historia
Sí conocía en cambio la palabra kiosco
y mi espíritu ─que ya era romántico sin que yo lo supiera─
temblaba como el agua tranquila de las pozas
con cada gota de condensado asombro
que caía en él de cuando en cuando
Por eso podía imaginar tiendas hechas del día
palacios de diamante dóciles rebaños de proboscidios
y princesas gentiles que se iban caminando
primero por el mar y luego por el cielo
como Pedro por su casa
Allá en el cielo las princesas cortaban estrellas
que luego juntaban como si tal cosa en un prendedor común
El prendedor era común pero no tanto
: era de plumas flores perlas y estrellas
: un manojo exquisito atado con un verso
Así supe del peso específico de los versos:
tenían tanto valor como una pluma una flor una perla
¡una estrella!
Yo tenía un tío que era vaquero y se llamaba Rubén Darío
Mi tío decía orgulloso como un pavo real
que debía su nombre a un poeta conocido de todos
tanto en el pueblo como en los ranchos
Versos tíos estrellas perlas flores
Y a propósito de flores la Margarita nunca fue una flor
: era una muchacha de sexto
que un día declamó Los motivos del lobo
en una fiesta escolar pomposamente llamada
Velada literario-musical
Lo hizo con magia tal
que ese día me sentí lobo por primera vez
y supe que en el alma humana tienen su guarida
junto al amor y la gratitud
las humillaciones los rencores
y el orgullo
Pero tuvieron que pasar algunos años más
para que desde el centro del infierno adolescente
un día comenzara a aullar ante la madre Luna
Y buscándola en el cielo una tranquila noche
en que mis primeras nostalgias amargas sufría,
miré a Venus temblando desde el fresco y callado jardín.
«¡Oh, reina rubia!, díjele, mi alma quiere dejar su crisálida
y volar hacia ti, y tus labios de fuego besar;
y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,
y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar».
Lo recuerdo muy bien:
El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida.
Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar…
A mi espíritu le dio desde ese entonces
por auscultar el corazón de la noche
y de ahí en adelante ya no pude parar
Ya ven
Ya ven cómo es Rubén
cuando nos toca el alma
Ya ven cómo es el mundo
El mundo es uno y varios
Mi corazón será brasa de tu incensario
dije en voz alta o baja aquella densa noche adolescente
hablándole a la Diosa a la Mujer a la Poesía
Mi alma se conmovía con aquellas sonoridades
que como dije ya llegaron a mi alma y la conmovieron sin misericordia
con el galope de su corcel alado
Yo no sabía aún que las Musas son hijas de Mnemósine
: la sagrada memoria
que siempre fue una madre para mí
Gracias a ella me aprendí a edades muy tempranas
un puñado de versos que no pude entender
sino veinte o treinta años después
Podía repetir aquella joya musical
y pronunciarla como quien paladea un caramelo
pero su jugo más secreto sólo lo descubrí con varios años de dolor vital
Con todo un estremecimiento hundía desde entonces
pequeños dientes en mi corazón
y esos dientecitos encendían en mi alma un leve desasosiego
Las aristas que más cortaban de aquella gema eran los versos que decían
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos
Ahí comenzó todo: de la música viva del poema
a la imagen que no puede ser nombrada
sino con la palabra en estado puro
Oyendo aquellas resonancias yo podía pasar
bajo arcos ornados de Minervas y Martes
y llevar en mi mano robusta la gloria solemne de los estandartes
y vibrar con los claros clarines que de pronto elevaban sus sones
su canto sonoro su cálido coro que envolvía en un trueno de oro
la augusta soberbia de los pabellones
Y yo era el más fiero de los vencedores
y merecía la dulce sonrisa de la más hermosa
entre las mujeres que bajo los pórticos veían la marcha
mostrando sus rostros de rosa
Y confieso sin rubor que eso ─la sonrisa de las más hermosas─
me importaba más que traer cautivas extrañas banderas
Pero además de aquellos sentimientos de patrio fervor
pude mirar más hondo
En aquel libro maltratado aprendí que yo vivía en América
y que aquí vivía también un gigante del que había que cuidarse
Los Estados Unidos son potentes y grandes.
Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor
que pasa por las vértebras enormes de Los Andes…
Y con esa conciencia de mi tierra de origen
contemplé la espuma fervorosa de mis ríos natales
y mientras los veía alcancé a pronunciar
las barbas venerables de nuestros padres ríos
Eran palabras de Rubén
y después de decirlas
mis ojos se lavaron en una transparencia
que me hizo ver más lejos
Y hubo entonces un afán un anhelo una soberbia
Pude sentir cómo a veces enuncia el vago viento un misterio
y en el rancho familiar poblado de ocotales y roblares
o en la gran huerta de la casa
entre naranjos y cafetos mangos y limoneros
limeros cidras jícaras y guanábanas
me sucedían cosas descubría realidades dentro y fuera de mí
que aún no podía nombrar pero que me gustaba oír
y que deseaba ver
El viento habla con uno cuando a uno sólo lo acompaña su alma
El follaje destila esas voces del viento
Los espíritus vanos huyen presas de espanto
Otros en vez de huir nos quedamos a oír
y después a mirar a gustar a olfatear a sentir con la piel
los misterios del mundo
: las voces femeninas de la tierra y el agua
la noche y la montaña
la Luna y la mujer
Mi pequeño espíritu daba tumbos precoces
pero aún no podía nombrar lo que le sucedía
Y comenzó a intentarlo: le llegó la soberbia
Y quiso ser poeta
Esa es la forma en que ahora me explico
lo que se cocía en mi alma
: una seguridad
: ser poeta no es cosa de uno
: es algo que sólo la Diosa y el tiempo pueden decidir
Así con mi oculta ambición
crecía también una profunda humildad ante el título anhelado
Pasó mi infancia Pasó mi adolescencia
Trabajé duro aprendiendo el oficio
y fue a los 23 cuando sentí que había forjado una pieza con alma
:una pieza capaz de emocionar a alguien más que a mí
Y no fue sino a los 31 que publiqué mi libro inicial.
Y seguí publicando libros y haciendo labor al servicio de la poesía.
Y como consecuencia de esa labor coordiné por nueve años un taller de creación poética en la Universidad Nacional Autónoma de México y luego hice lo mismo para el Instituto Nacional de Bellas Artes y para el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes en casi todo el territorio nacional.
Un día tuve en la UNAM una experiencia interesante. Había salido en la revista Vuelta un poema excelente de Pablo Antonio Cuadra que me conmovió profundamente: «La isla de los Centauros». Lo llevé al taller y lo leí. Y a pesar de mi entusiasmo no hubo reacción en el grupo. ¿Por qué? El poema dialogaba con la poesía de Rubén Darío, pero no con la del Darío fácil sino con el Darío de «El Coloquio de los Centauros», esa pieza mayor de Prosas profanas. Los jóvenes no conocían el poema. Lo llevé a la siguiente semana. Lo leí. ¡Nada! No reaccionaban. Ninguna muestra visible de emoción. Yo estaba dando por sentado que, como la mayoría de los asistentes eran estudiantes de letras: jóvenes universitarios en la licenciatura, o haciendo maestrías o doctorados ─aunque también había estudiantes de preparatoria y público en general─ eran expertos lectores de poesía. Pero no: percibí que no estaban leyendo: sólo reproducían sonoramente lo que los signos decían pero no iban más allá, no descifraban, no resolvían, no comprendían, no vivían el poema. De modo que comenzamos a leer, a desentrañar el artefacto verso a verso. Reiniciamos la lectura penetrando el sentido, descifrando imágenes, signos, guiños, figuras mitológicas, significados y significantes: leyendo, pues, con todos los sentidos, con la imaginación, con el pensamiento… y con el diccionario. Y ante el desentrañamiento de aquella maravilla pude ver el milagro: el nuevo brillo en las miradas, los rostros transformándose, la emoción profunda, la conmoción, el entusiasmo, la admiración por Darío. Luego leí de nuevo el poema de Cuadra: entró como agua fresca. Y vinieron los comentarios entusiastas de los muchachos.
Un joven y muchos no tan jóvenes pueden derivar ventajas extraordinarias al desentrañar un poema mayor, al descubrir sus tesoros ocultos, al vivir el proceso literal de la revelación. Después de conocer un poema como ese, es mucho más difícil que a un lector se le haga tragar, bajo el abusivo rubro de poesía, mucha de la basura que suele publicarse. Éste ha sido mi premio: generar lectores más exigentes, lectores que no se conforman con menos cuando pueden recibir más, lectores que dejaron de ser leedores gracias a Rubén Darío.
Y entonces descubrí una falta en mi sacrosanta Alma Mater, la UNAM. En su espléndida y ejemplar labor editorial en todos los géneros de la ciencia y las humanidades, la UNAM mantiene una colección absolutamente agradecible: Material de lectura Serie Poesía Moderna que, por un pago más bien simbólico, pone al alcance de los estudiantes universitarios la poesía más significativa del Siglo XX. Pues bien, en esa colección, llamada Poesía Moderna, ¡no estaba Rubén Darío!
Preparé una antología mínima del bardo rei y la entregué para su publicación en la citada serie. Presenté a Rubén Darío ante los universitarios mexicanos con estas palabras:
La prueba definitiva de que nos encontramos en presencia de un verdadero poeta —sentencia A. E. Housman— es que alguno de sus versos tenga el poder de erizarnos los pelos de la barba. Que conste: un verdadero poeta es capaz de producir este escalofrío cósmico, este contacto repentino y fugaz con la otra realidad, con la otra orilla; o, para decirlo brevemente: con la Diosa.
Se ha dicho mucho: nada más fácil que escribir versos y nada más difícil sin embargo, que ser un verdadero poeta. Pero ¿qué es un poeta verdadero? Suena redundante y lo es, pero hay que volver a decirlo en este pobre tiempo en que el trono de la Musa es usurpado por un Apolo cada vez más hastiado de sí mismo, de su parafernalia de análisis lingüístico, de su domesticado ejército de “científicos literarios” y de los juegos malabares con que se intenta disfrazar de liebre a un gato enfermo.
Rubén Darío: no un epigramista ingenioso ni un escritor satírico enamorado de la lógica, ni un “contenidista” al servicio de las ideas ni un formalista huero. Mucho más: un poeta.
Un poeta verdadero conoce el misterio bárdico a través de un conocimiento prelógico y poslógico, infralógico y supralógico que se llama intuición y se llama pasión y está antes y después, encima, abajo y a los lados de la razón.
Arde Rubén Darío en la cumbre más alta de la lengua española. El niño que escribía sonetos impecables, el joven que había escrito seis mil versos antes de publicar Azul, el hombre que sabía lo que traía entre manos y lo cantó orgulloso en las páginas cárdenas de las Prosas profanas¸ el poeta que pagó con el fuego su visión de la Diosa y escribió con carbones ardiendo sus dolores más hondos.
Un poeta verdadero es capaz de enamorarse absolutamente: de la Mujer, de la Diosa, de la Esperanza y de la Vida, aunque ésta envenene. Y es capaz por ello de cantarla. Ahí quedaron, para mayor gloria de la especie, los amorosos Cantos de vida y esperanza.
Se puede dar título de médico, de abogado y hasta de filósofo —dice don Juan Valera, el primer crítico español que vio a Rubén Darío— pero el título de poeta sólo por aclamación se alcanza.
A Rubén Darío la aclamación lo alcanzó aun después de su muerte. La crónica de la época nos recuerda que su cadáver fue velado en la Universidad, escoltado por las estatuas de Homero y Víctor Hugo. Los catorce templos católicos de la ciudad pusieron colgaduras negras. Las campanas doblaron una hora diaria desde el día de su muerte hasta la inhumación (varios días más tarde) con el toque funeral de los príncipes. El gobierno le tributó honores de Ministro de Guerra y Marina. Cada alumno de las escuelas leonesas depositó una flor frente al cadáver. Los trenes se dedicaron por completo al servicio de pasajeros para la manifestación de duelo. De Masaya llegó un tren cargado de ofrendas florales. A las cuatro de la tarde la ciudad encendió todas sus luces. La comitiva fúnebre se abrió paso en medio del más impresionante silencio. Se dijeron más de treinta oraciones fúnebres al paso del cortejo. Un crespón cubrió toda Nicaragua.
Rubén Darío está aquí, casi un siglo después, tocando la flauta del gran Pan, a pesar del intenso griterío de las trescientas ocas multiplicadas ad infinitum desde entonces.
Hay, todavía, perdonavidas reticentes (personal de servicio de las cohortes de Apolo, desde luego) incapaces de reconocer en Darío al verdadero bardo. Habrá que recordarles otra vez aquella invitación:
Saluda al sol, araña,
No seas rencorosa.
Sólo los verdaderos poetas producen con sus versos la reacción fisiológica que hace erizarse los pelos de la barba.
Muy pocos, entre ellos, pueden lograrlo tantas veces como Rubén Darío. Vaya este cuadernillo como prueba.
Rubén Darío murió el 6 de febrero de 1916.
Simplemente la Diosa lo quería más cerca: como constelación en su cielo privado.
Dios es mujer dice el rumor entre los siglos.
Por el amor humano he llegado al divino dijo Rubén Darío.
Mi primer temblor ante lo femenino, lo referí antes, se dio a una edad en que aún no disponía de palabras para nombrarlo. En lo femenino han encarnado para mí el agua, la tierra, la montaña, la noche, la mujer, el alma. Maravillas del monte, el viento ardiendo entre los ocotales, el fuego sobre los cerros, el poder de la Diosa hablando desde la transparencia del agua, la noche pronunciando constelaciones. Esa convivencia cotidiana con los elementos debió producir incisiones, estigmas y cicatrices en mi alma infantil. Desde entonces, entre los cinco y los nueve años recuerdo, también, mi temblor ante lo femenino humano, el quinto elemento: el misterio encarnado en la belleza de ciertas mujeres (niñas, adolescentes, hembras en plenitud). La clara percepción de un dulce misterio en cuya presencia mis emociones se agudizaban y me llevaban del deslumbramiento a la parálisis. Creo que así descubrí la poesía: por el lado luminoso del mundo. En cuanto pude comencé a interrogar esos misterios y a lo largo de mi vida he sido un oficiante dedicado y gozoso.
Pues la rosa sexual al entreabrirse
conmueve todo lo que existe,
con su efluvio carnal
y con su enigma espiritual.
Cuando pensamos en Homero, en Baudelaire, en Rubén Darío, en Antonio Machado, en Blake, en Pessoa, en Díaz Mirón, entre no muchos otros, es casi obvio que el poeta es un elegido por la Diosa para que hable a sus hermanos o para que lo haga en nombre de todos ellos. Es una rara avis porque la sensibilidad poética no es la sensibilidad promedio; y los que tienen la capacidad de tocar esas sensibilidades y conmoverlas con palabras, suelen ubicarse en extremos aún más micrométricos de la campana de Gauss. Pero el poeta es, también, un ser común y corriente que nace, crece, a veces se reproduce y siempre muere. Su obra perdurará si es buena, y resistirá el embate del tiempo mientras su parte desechable se reintegra a los elementos. El milagro de la poiesis, no obstante, habrá logrado que la humanidad florezca por un rato…
A los 31 años, lo dije antes, se publicó mi primer libro.
Ojo de jaguar se tituló y la reacción conmovida de lectores y críticos
contribuyó a mostrarme que quizá que tal vez que a lo mejor
podía ser merecedor del ambicionado título de poeta
Y no obstante los premios y el reconocimiento que generaron mis primeras publicaciones mi ser profundo aún no se convencía del todo
Sólo comencé a aceptar el título a partir de mi primer encuentro con la muerte
Mi vida había transcurrido hasta entonces del lado luminoso de la calle
y de pronto se presentó el resplandor negro
Era la pérdida de la inocencia el dolor de la llegada
el dolor de la plenitud:
una especie de trauma del nacimiento a la vida plena
Tras el dolor brutal
tras aquella pedrada en el sentido
otra vez vi más lejos
Y ante el dolor opté
y mi opción fue vivir
El poeta se enfrentó con el ángel
y lo que lo mantuvo vivo fue el escudo de oro de su orgullo
La muerte calcina y el poder corrompe
y el poeta ha de sobrevivir contra eso
y sólo tiene su orgullo para protegerse
porque la Poesía nos quiere a todos más puros y más libres
Y gracias a Rubén Darío pude mirar más hondo en los ojos de la muerte
Sus versos me ayudaron a vivir
Supe entonces que Ella no es demacrada y mustia
ni ase corva guadaña ni tiene faz de angustia.
Es semejante a Diana, casta y virgen como ella;
en su rostro hay la gracia de la núbil doncella
y lleva una guirnalda de rosas siderales.
En su siniestra tiene verdes palmas triunfales
y en su diestra una copa con agua del olvido.
A sus pies, como un perro, yace un amor dormido.
Que Mnemósine me haya sido propicia
y que haya yo citado bien al poeta non,
al pararrayos celeste.
Uno nunca puede estar seguro de si la Diosa ha respondido
cuando la invocamos con el poema humano
Lo único de lo que podemos estar seguros
es de la pureza de nuestra invocación
Yo lo estoy
Con esa convicción asumo todos los riesgos
mientras espero que mis libros sigan siempre su destino
en busca del alma propicia del lector
El sendero es pedregoso
pero el poeta está siempre dispuesto a seguir
con todo y contra todo
Eso también me lo enseñó Rubén Darío: mi Quirón personal.
Todo cuanto enigmático destino
ponga de duro o ponga de contrario
al paso del poeta peregrino:
insulto de sayón o golpe rudo,
caída en el camino del Calvario,
lo resiste quien lleva por escudo,
tranquilo y fuerte en la gloria del día,
como una luz azul en la cabeza,
la devoción por la alta Poesía
y por nuestra señora la Belleza.
Rubén Darío ha marcado mi vida
Además de lo ya dicho también quiero decir esto:
Con versos de Darío nos casamos mi amada y yo, unimos nuestros destinos en un ritual pre aqueo, bajo el cedro más antiguo de mi pueblo
Un día, hace ya muchos años, Rubén Darío me trajo espiritualmente a su Nicaragua natal y salí bañado con las aguas lustrales de la poesía de José Coronel Urtecho, de Pablo Antonio Cuadra, de Carlos Martínez Rivas, de Ernesto Mejía Sánchez, de Ernesto Cardenal…
Ahora que, por primera vez, Darío me trae físicamente a su Nicaragua natal, sólo me queda formular una esperanza: que un bardo rei, me perdone por todo lo que he dicho:
Perdóname, Rubén: porque tú, que al igual que don Quijote
soportas elogios, memorias, discursos,
resistes certámenes, tarjetas, concursos,
y, teniendo a Orfeo, tienes a orfeón!
De tantas tristezas, de dolores tantos
de los superhombres de Nietzsche, de cantos
áfonos, recetas que firma un doctor,
de las epidemias, de horribles blasfemias
de las Academias,
¡líbranos, Señor!
Y con esta esperanza y en fuerte abrazo solidario deseándoles un simposio fértil, los invito a responder con energía a mi siguiente arenga:
¡Viva Rubén Darío!
¡Viva Nicaragua!
¡Viva el Simposio Internacional de León!
- El 16 de enero de 2011 me tocó dictar la Lección Inaugural del IX SIMPOSIO INTERNACIONAL RUBÉN DARÍO en la Ciudad de Santiago de los Caballeros de León, Nicaragua. El texto había permanecido inédito hasta hoy.