Norman Douglas: Las sirenas y sus ancestros

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Esa carretera suspendida sobre el mágico Golfo de las Sirenas, todavía surcado por la memoria y el mito.

Italo Calvino

Viajar en lo invisible

I

Entre las rocas calizas y dolomitas que aún protegen l’isola, ellas cantaban para seducir a los marineros, borrándoles de su memoria cada uno de sus ayeres y convocándolos al placer sin límites, al reino donde hace acto de ausencia todo ciclo vital. Cantaban para conducirlos hacia una dicha indiferente que anticipa el final de todos los finales: el retorno a la eternidad. Homero y la iconografía helenística las imaginaron como aves, la mitología romana y la Edad media como seres acuáticos; pero en cualquiera de sus formas, las sirenas son las voces terriblemente hermosas del subconsciente. “Sabemos cuánto sucede sobre la tierra fecunda”, dicen ellas en el Canto xii de la Odisea.“I haveheard the mermaids singing, each to each. /I do not think that they Will sing to me”, reza el más amoroso de los poemas de T. S. Eliot, quien supo que él pertenecía a una época ya para siempre disociada de aquellos cantos.

En las colinas que se levantan sobre la costa escarpada, abundantes en limoneros y olivares, tomillo y lavanda, almendros y encinas, la diosa Atenea recibía tributos desde tiempos anteriores al Tiempo. Los antiguos habitantes de Sorrento adoraban la inteligencia, la forma más duradera de la seducción. Fausto Zevi describió esa comarca como “una tierra encantada, habitada por seres sobrenaturales que interactuaban con los humanos”.

Capri y Sorrento son regiones terrae que se resisten a perder su carácter mágico-mitológico, o “el aura de lo antiguo” —como diría Walter Benjamin—. Isola y scogliera, mare y vetta, ni siquiera el incoloro furor de la “era del turismo” —corrosión democrática del Grand Tour— ha logrado cancelar sus halos míticos. “Es un lugar tan hermoso que quiero morirme”, dice una turista anónima (quizás imitando a Greta Garbo, una eterna enamorada de Capri), mientras contempla los faraglioni desde los Giardini di Augusto. En Sea and Sardinia(1921), ya D. H. Lawrence había escrito que “este es el paisaje que, desde la cima del Camino de los Dioses, se abre a nuestra mirada: el escenario donde se abandonan los dioses de hoy y se descubre de nuevo un yo perdido, mediterráneo, anterior”.

Historiadores y sabios aseguran que en su viaje (inagotable cópula) hacia Creta, de Oriente a Occidente, la raptada Europa y el divino Zeus (transformado en un magnífico toro blanco de resplandecientes cuernos) tomaron descanso en estas tierras, donde las ninfas marinas coronaron con adelfas, campánulas y anémonas a la bella hija de Agénor, rey de Tiro. Como era costumbre por aquel entonces, las sirenas cantaban, sin dudas para ellos. Según George Gissing, en sus crónicas de viajes By the Ionian Sea, “en lugares como Sorrento y Capri, el pasado mítico es tangible; uno siente la presencia de antiguos dioses y las voces persistentes de sirenas llamando desde el mar”.

Llegar a “las tierras altas de Sorrento” o desembarcar en la isola di Capri es acceder a un tiempo anterior a la Caída, relatada en el Libro primero de la Torá; es una temporada en la tabla izquierda (y, a veces, también en la central, como lo hicieron Tiberio, Augusto y Calígula) de El jardín de las delicias de un cierto artista neerlandés. Natura pristina y tempio antico, “Capri y Sorrento son lugares donde el ser humano parece haber hecho las paces con la naturaleza, aceptando su misterio y sus poderes, sin intentar nunca dominar lo que claramente pertenece a un reino más allá del nuestro”, escribió Norman Douglas en Siren Land.

 

II

Aristócrata erudito, amante de la la cocina, irónico sin par y bromista incurable, Norman Douglas (Thüringen, 1868-Capri, 1952) es conocido principalmente por su novela South Wind (1917), obra que Cyril Connolly incluyó entre los cien mejores libros del Movimiento Moderno. Sin embargo, son sus libros de no ficción —donde hizo danzar los géneros de la prosa, entre ensayo, memorias y relato de viajes— los que se cuentan entre los más raros y bellos escritos en la primera mitad del siglo xx sobre la cultura mediterránea, especialmente sobre el sur de Italia: Siren Land (1911), Fountains in the Sand: Rambles Among the Oases of Tunisia (1912), Old Calabria (1915), They Went (1920), Capri. Materials for a Description of the Island (1930) y Looking Back: An Autobiographical Excursion (1933). Todos estos libros reflejan la mirada única de quien supo “viajar en lo invisible”.

Pero, ¿qué significa “viajar en lo invisible”?

La respuesta aparece en los primeros compases de Un viaje a Italia. 1981-1983, de Guido Ceronetti: “[A] Italia ya no la encontraré, pero sé viajar en lo invisible, donde volveré a hallarla”. Ese movimiento por lo intangible ya lo había capturado Norman Douglas casi una centuria antes, tanto en su vida como en su literatura. De los lugares que habitó, creó una cartografía fascinada: tradujo en sus libros las voces arcanas de aquellos sitios, especialmente de ese sur italiano. “Sorrento y Capri son lugares que te seducen lentamente, como el canto de una sirena; hay que dejarse llevar, no resistir, para entender sus secretos” (Siren Land).

Alejado del espíritu de las guías de viaje, Siren Land es una exploración mitológica y una aventura existencial. Los relatos sobre las sirenas y las antiguas deidades griegas no son meros adornos, sino que funcionan como una lente a través de la cual el autor observa y reflexiona sobre la vida en la región y sobre sí mismo. La conexión emocional entre el paisaje y su efecto en el espíritu humano sostiene su escritura.

En In the Land of Myth, Richard Ellmann criticó el “idealizado” estilo del autor de London Street Games —obra de la que Joyce extrajo literalmente frases enteras para Finnegans Wake—, afirmando que “Douglas cae en el encanto de una Italia idealizada, filtrada por el prisma de un visitante que busca refugio espiritual más que un conocimiento profundo de las realidades locales”. Ellmann se equivoca. Douglas fue un aventurero de la belleza que nace del conocimiento. Como todo verdadero esteta, sabía que la belleza no salvará al mundo, pero siempre dará testimonio de quienes la han buscado.

 

III

La obra de Norman Douglas ha tenido escasa fortuna en idioma español. Exceptuando South Wind —traducida como Viento del Sur— y algunos textos dispersos en antologías, sus libros permanecen prácticamente inéditos en la lengua de Quevedo. Tampoco la crítica literaria de España e Hispanoamérica se ha ocupado de ella —Gómez de la Serna, Borges y Carpentier lo mencionaron de pasada, César Aira lo ha reivindicado en un ensayo sobre “el realismo”, y poco más—. Este volumen pretende remediar en algo esa carencia.

Somerset Maugham afirmó que Douglas poseía la habilidad de “destruir a alguien con una sola palabra” y de “leerse cien libros para escribir una página”. Las sirenas y sus ancestros—los tres capítulos iniciales de Siren Land—dan testimonio, al menos, de lo segundo.

 

Norman Douglas, Las sirenas y sus ancestros, Traducción e Introducción de Pablo de Cuba Soria, Casa Vacía, 2024, 120p.