Alejandro Parisi: amo la pintura, aún más cuando la considero un lenguaje en retroceso

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¿Cómo comenzó su relación con el arte?

 Dibujé desde que, niño, fui con mi padre a ver una exposición retrospectiva de Benito Quinquela Martín, el gran pintor expresionista argentino, y al regresar pinté con los materiales que podía y de memoria algunas pinturas que había visto, esos barcos que estaban por hundirse con agujeros en la proa que parecían monstruos marinos…Y luego a lo largo de los años seguí dibujando, copiando, desde personajes de historietas, comics, inventaba mis propios superhéroes y dibujaba sus viñetas…y así, era mi pasatiempo, mi juego, dibujar, cosas propias de un niño solo. Más tarde, ya con 21 años y con crisis existencial y vocacional, caí misteriosamente en el taller de Roberto Bosco, pintor que fuera alumno de Demetrio Urruchúa, y entendí que eso era lo que quería hacer si quería ser feliz. Había abandonado dos carreras universitarias. Desde allí no paré de pintar al óleo y dibujar. La formación era no sólo pintar y dibujar -mucho-, sino también escuchar buena música, leer buena literatura, ver buen cine…Todo era nutrición espiritual, afinar la cuerda del alma, enriquecer nuestra fantasía. Un trabajo ético y estético. Luego continué mi formación con el pintor Alberto Ferrara, y con el escultor-pintor Fabián Galdámez, que me ayudaron y me guiaron en la continuidad y desarrollo de mi carrera de artista. Lo que siguió fue autodidacta, siempre con una gran voluntad de trabajo. No tuve formación académica, o sí, pero fuera de las instituciones. Mucho estudio en silencio, solo, en contacto directo con mis sensaciones y emociones.

 

¿Cómo es el proceso creativo en su obra?

Fue cambiante. Con el trascurso del tiempo fue generándose un proceso donde comienzo con bocetos en lápiz en una época, luego en tinta, en cuadernos. Mis vacaciones suelen ser de trabajo, dibujo mucho en el lugar que esté, nutriéndome de lo que veo en la naturaleza y me atrae, sin ánimo de darle otra entidad que no sea la de registrar un momento, una situación fugaz. Generalmente, eso puede despertar una intuición y ello arrastra a que piense cómo pintarlo, que excusa tengo para desarrollarlo. Siempre la lectura y la música colaboran en encontrar un clima. Ya en mi estudio, trabajo en pequeños formatos al óleo, y con más bocetos en tinta. Puede que de algunos de estos pequeños formatos aparezca algo que me estimule a pintar en gran formato, 150×150 cm. o más, tomando como excusas esos bocetos iniciales y sin demasiado apego, para que surja algo nuevo, pero siempre teniendo cerca toda la documentación posible. De allí, cuando trabajo en una cantidad de telas, puede que surja un concepto unificador que le dé sentido a una serie de pinturas. Una serie de pinturas se extiende por un tiempo que no tiene medida ni regulación, salvo lo que mi espíritu me dicte: en algún momento, comienzan a “cerrarse las puertas” y lo que en algún momento podía desarrollar con espontaneidad, corre peligro de terminar en una repetición sin contenido, en un cliché, y allí es donde empiezo a despedirme de la serie. Lo que no quiere decir que no pueda retomarla más adelante en el tiempo, con una reformulación, con una nueva mirada fresca y desprejuiciada que haga que pueda fluir nuevamente. Pintar ha sido para mí desde que pude comprenderlo, capturar energías, una fuerza: puede ser un momento del día, una tarde, una luz que se posa sobra la copa de un árbol, un muro descascarado, un reflejo. Es el intento, a veces más logrado, otras no tanto de capturar un estado del mundo, que pueda hacernos reflexionar sobre un momento presente que estamos viviendo. 

 

¿Es el dibujo un arma importante a la hora de sentarse a trabajar?

El dibujo es todo. Es el mejor aliado, el que te ayuda cuando no tenés en claro que hacer, o cuando hay confusión en el proceso. Es fundamental, ayuda a descomprimir, a desobjetivar y quitar compromiso a la pintura, equivocarse mucho, errar, aprovechar esos errores y generar nuevos disparadores. Es el cimiento invisible. Me gusta especialmente trabajar con lapiceras de tinta, que llevo siempre conmigo, y me permite tomar una nota, o hacer un pequeño bosquejo donde me encuentre con algo que crea que puedo registrar y que puede ayudarme. Si bien ahora trabajo más con tintas, también lo hago con lápices de grafito blando que pueda portar encima.

También el dibujo puede servirme para iniciar una obra dibujando velozmente con el pincel cargado de materia.

 

Usted estudió Estética e Historia del Arte con la Dra. Marta Zátonyi. ¿Cómo fluyen en su obra estos conocimientos?

Marta ha sido mi mentora. Tuve la fortuna también de gozar de su amistad. Ella sistematizó mis conocimientos que había adquirido por mis propios medios, leyendo y estudiando por mi cuenta, y los enriqueció en grado sumo. Estudié con ella Historia del Arte, Filosofía del Arte, Arte y Religiones Comparadas, y además tuve la posibilidad de tener largas conversaciones en las que el arte, la poesía, la música, la literatura, la política, la historia ocupaban nuestros momentos. Me estimuló a leer y comprender textos complejos que ampliaron mis miradas sobre el mundo. Sus cursos eran todo episteme, nada de doxa, de nivel universitario, siempre se encargó de aclararme que era lo mismo que dictaba en la Universidad de Buenos Aires. Siempre me trató con enorme humildad, escuchaba mis sugerencias y preguntas con genuino interés, y me estimulaba que le trajera nuevas ideas o conceptos. Sin dudas, la persona más culta y generosa que traté en mi vida, y creo que fue la mayor profesora de Estética que dio la Argentina, aun siendo ella húngara. Siempre que trabajo en una pintura o una serie, me pregunto, ¿qué pensaría Marta de esto…? La llevo en mi corazón, eternamente agradecido, es una referencia permanente ética y estética en mi trabajo en el taller.

 

 Usted expuso en el 2005 una de sus primeras muestras individuales, y la llamó Paisajes. ¿Qué recuerda de ella y que tanto ha ido evolucionando dentro de esa línea su obra?

Fue una muestra donde, tras haber pintado paisajes urbanos de mi ciudad durante mucho tiempo, decido mostrar una serie de pinturas inspiradas en el puerto, de clara intención abstractizante. Sin dudas que influían las decenas de bocetos pintados en el puerto de Buenos Aires, en La Boca, los dibujos infantiles que hice de Quinquela Martín, pero no tenían intención de registrar el lugar sino más bien un clima, un lugar de arribos y partidas, de despedidas y de reencuentro, de historias, abandonos, crueldades, y por ello el nombre genérico de “Paisajes”, para que la pintura misma hablara. Formas y colores, nieblas y puentes de lanchas, barcas comidas por el óxido, proas, aguas que reflejaban como un gran espejo y que disparaban otro paisaje. Fue el cierre de una serie, a partir de allí comencé con una deformación y disolución del tema “paisaje”, que me llevó a primero una abstracción mayor y luego de unos años a la no-figuración, serie que abarcó mi trabajo hasta el año 2019. Esa serie estuvo llena de una síntesis de elementos que luego trasladé al enfoque de otros paisajes, de otras situaciones.

 

¿Qué tanto influye el cine en su obra?

 El cine es la suma de casi todas las artes: la imagen y el movimiento, la música y el tiempo, la poesía y la pintura. Fue y es parte esencial en mi formación y desarrollo como artista pintor. Veo todo el cine que puedo, y desde la pandemia lo incorporé más aún en la pantalla chica de mi casa, si bien entiendo que es una visión sesgada de la grandeza del cine. Tengo muchos directores de los cuales soy decididamente admirador, tanto del cine europeo, como el norteamericano y el argentino. Me interesa especialmente el cine que da prioridad a la imagen, en desmedro del cine que incorpora más al teatro, es una cuestión de gustos por mi formación claramente visual, pero veo todo el cine que puedo. Fellini, Visconti, Coppola, Scorsese, Rosi, Jarmusch, Bellocchio, Corneau, Sorrentino, Solanas, Truffaut, Kurosawa, Scola, Favio, etc. etc. El cine puede contener infinidad de climas que amplían mi mirada sobre el mundo.

 

¿Qué tanto influye la literatura en su obra?

 Es fundamental, naturalmente incluyo la ficción, el ensayo, la poesía. Leo de modo demencial desde los 5-6 años, desde los comics e historietas. Luego incorporé novelas, cuentos, ensayos históricos en la adolescencia. Con el inicio de mi formación como pintor, surge leer poesía, filosofía. Es un inmenso disparador de intuiciones, imágenes, fantasías. La literatura me permite viajar a donde no viajé, ser personajes que nunca seré, viajar en el tiempo, ser un personaje ético, o un personaje deleznable, volar, ir al espacio, amar u odiar en exceso. Sería muy difícil nombrar un escritor preferido, tengo decenas, pero no voy a dejar de mencionar a Marguerite Yourcenar, Borges, Pascal Quignard, Luis Franco, Rilke, Kavafis, Laiseca, Bioy Casares, Michel Onfray, Albert Camus, etc., o sea se puede observar multiplicidad de gustos. Leo muchos ensayos, tanto de arte como filosofía, historia, antropología. Además la literatura de viajes me fascina. También los escritos y diarios de artistas, generalmente pintores, los disfruto muchísimo, y los tomo para mi trabajo diario, tengo una gran colección de ellos. Desde hace un tiempo importante a esta parte, estoy leyendo muchos clásicos: desde Homero, Plinio a Julio César, Horacio, a Stendhal y Montaigne, éste último una referencia ética también.

 

¿Los artistas deben tener un compromiso socio político con su época?

Creo que sí, la obra en mi opinión debe dialogar con su tiempo. Por supuesto que no es lineal, el compromiso se manifiesta de múltiples maneras, más evidentes o sutiles. Sí creo que los artistas, si lo somos genuinamente llevamos una vida poética, que está claramente en oposición con el modelo consumista, pasatista, ligero por falta de conceptos, que se extiende en todo el planeta. Los artistas vivimos un tiempo asocial, en conexión con una estructura infinitamente mayor que es el Cosmos, y del cual somos una infinitésima parte, es un tiempo fuera del sistema. No somos gente “normal”, tal vez seamos mal ejemplo para una sociedad que pide trabajo y trabajo, y sumisión atrás de una zanahoria que nunca se alcanzará. Ya en el siglo XIX, Ingres decía que es desgraciadamente cierto que cuando más se tiene, más se quiere tener y menos creemos tener; los verdaderos artistas vivimos alejados del consumo indiscriminado, e intentamos vivir sabiamente alejados de la disipación que promueve el mundo y la sociedad contemporánea. Ahí es donde veo más aplicado el compromiso socio-político con nuestro tiempo.

 

La pandemia fue un momento extraño en la vida de todos. El mundo se detuvo y quedamos encerrados. ¿Cómo vivió su obra ese momento?

Particularmente, no afectó grandemente la pandemia mis movimientos cotidianos, ya que trascurro muchas horas diarias en mi taller trabajando. Pero en esta oportunidad, naturalmente, fue distinto: tuve un sueño, casi una duermevela, apenas comenzada la cuarentena, donde me aparecía una inmensa foresta verde que se me venía encima. En esos días veía informes de noticias donde mostraban como la naturaleza volvía a ocupar los lugares e invadir incluso, donde la humanidad estaba en retroceso por la pandemia misma. Me desperté obsesionado, y comencé a trabajar en una pintura que representara ello, casi una trama no-figurativa, en la que tomé la vista que tengo de las copas de los plátanos que se ven desde las ventanas de mi taller, pero con la memoria puesta en ese sueño revelador. Así como no podía salir, no podía ver a mi hijo, a mi madre, no podía ver mi entorno, entonces pinté una serie de pinturas donde reflejaba los cambios estacionales de las copas de los árboles mientras durara el encierro, medio al modo monetiano, pero con mi impronta: una serie de copas de árboles como vista desde un gran zoom pictórico, que conformaban una trama de colores. Verano, otoño, invierno, primavera, otra vez verano, y así, alrededor de 20, 23 óleos de 150×130 cm. con la particularidad de que fueron todas sobre telas que preparé yo, con géneros que me enviaron a mi casa, ya que no podía salir a comprarlos. Fueron pinturas que me mantuvieron más alerta que de costumbre, pude estar muy consciente del paso del tiempo -tema que me obsesiona, que es cardinal en mi pintura-, y que a su vez me permitieron poetizar la angustia que generaba el momento. Ya que no podía salir a ver el mundo, el mundo iba a venir a mí a través de la pintura. La Naturaleza me invadía a mí también, de ahí el título de la serie “Natura Invasiva”.

 

¿Cómo se suma usted a una invitación de una muestra colectiva?

Me incorporo a una muestra colectiva cuando hay un concepto unificador. De otro modo es difícil que haga muestras colectivas, y cuando, -modestamente- el nivel artístico de las propuestas de los otros participantes me interesa y me enriquece.

 

Estuvo inmerso creando paisajes, que usted denominó forestas y que con el devenir de su trabajo las llamó paisajes imaginarios. ¿Nos puede explicar ese nuevo título en su trabajo?

Fue un proceso de ida y vuelta, como si fuera una escalera caracol, donde podía subir y bajar a mi necesidad y gusto. Luego de una serie no-figurativa, donde la trama de la pincelada y la materia cobraban protagonismo especial, creando un clima siempre ligado al paisaje que me circunda, hubo un agotamiento. Allí comencé a dibujar fervientemente con tinta en mis cuadernos, con la tranquilidad que me brindaba el saber que la serie se había terminado, y que recobraba una libertad de trabajo, abrirme a nuevas intuiciones que pudieran surgir. Coincidió que estaba cuidando a mi madre convaleciente de un accidente, y a su lado sentado en un sillón dibujé lo que pudiera surgir. Primeramente fueron unas tramas de tinta muy oscuras que se fueron lentamente armando como enormes bloques en el espacio del papel, pero más tarde surgió la lectura de los mismos como rocas o promontorios en un paisaje, de ahí se sumó o más bien apareció el horizonte; cuando los volví a ver, me dije que se asemejaban a los farallones o escollos que se encuentran en el sur de Italia, más preferentemente en Sicilia. Ya con un concepto unificador, sentí, pensé, qué hubiera pensado mi abuelo siciliano, pescador él, si los hubiera visto, si hubiera tenido una remembranza de su paisaje natal. Empecé a pintarlos tímidamente, mientras se hacía la muestra “La Sangre Tira” donde mostraba toda la serie no-figurativa inspirada en mi viaje a Italia en 2018: adelantándome y quitándole el espacio al vacío que me genera cada vez que finalizo una muestra, vi que podía funcionar y decidí pintar de ser posible unos lienzos de 150×150 cm. con el horizonte a la misma altura. Era el mes de abril de 2019, me dije “antes de fin de año pinto cuatro o cinco telas” para ver si el concepto funcionaba y sin mostrar nada a nadie, como si fuera una purga de opiniones externas, atendiendo a mi juicio únicamente (en honor a la verdad, siempre trabajo de este modo, pero en este caso puntual había una ruptura muy fuerte entre una serie que yo llamé “disolutiva” y un retorno a una figuración fantástica, metafísica). A fin de 2019 tenía pintadas quince telas, y ya el título de la serie se nombró solo, por el cual al haber surgido de mi fantasía llamarlos ¨Paisajes Sicilianos Inventados¨ fue algo que cayó de maduro. La pintura de esta serie era retomar un camino que podríamos llamar “clásico”, como si fueran telas de hace más de cien años pero que se pintaron hoy, y fue algo absolutamente premeditado una vez que entendí que estaba respondiendo a una especie de mandato ancestral, surgido de mi raíz siciliana, como si mi abuelo hubiera hablado a través de mi sangre. Allí también empezó a surgir la presencia del mar, si bien con una mole de piedra que se elevaba como si fueran osamentas surgidas de la profundidad del océano. Islas de piedra surgida del fondo marino, que están a la vez ligadas a la soledad y alienación del mundo contemporáneo. El escritor siciliano Leonardo Sciascia, relaciona el término “isola” -isla en italiano- inventando la palabra “isolitudine”, que podría ser traducido como “isla en soledad”. Tal vez la serie más íntima y metafísica que haya trabajado. En el 2020 irrumpe la pandemia, y allí fue donde retomé de algún modo el carácter de la serie anterior se sumó la urgencia de pintar el entorno de las copas de los árboles que se ven desde mi taller, como testimonios de un estado del mundo, trágico y cambiante. Durante ese tiempo pinté como dije, veinticinco telas de 150×130 cm. con las forestas que llamé “Natura Invasiva”, y otras diez más de los “Paisajes Sicilianos Inventados”, un asunto que siento tremendamente ligado a mi historia personal y que creo me acompañará durante mucho tiempo. Pero las forestas de “Natura Invasiva” vuelven a surgir de tanto en tanto, casi irremediablemente.

  

¿Qué artistas de las artes plásticas lo han influido?

 Muchos, y por supuesto no necesariamente su imagen puede llegar a influirme, muchas más veces me interesa su enfoque, su actitud ética ante la pintura. En un principio la escuela más tradicional argentina con nombres como Quinquela Martín, Policastro, Russo, Presas, Cúnsolo, Macció, Victorica. Adoro a los pintores argentinos del siglo XX. Picasso y Matisse, claramente me abrieron a un nuevo mundo cuando empecé a pintar. Luego se sumaron las influencias en diversas series, desde metafísicos italianos como Carrá y Sironi, expresionistas como Kokoschka, Nolde, Marc, o los abstractos como de Kooning, Pollock, Rothko. Más adelante en este des-sedimentar que es mi búsqueda personal surgieron Courbet, Corot, Constable, Monet, que enriquecieron mi mirada sumando a Balthus, la pintura pompeyana, Delacroix…Hay una mirada que me inspira mucho, cierta épica de la pintura que encuentro en Philip Guston, Sean Scully, Gerhard Richter. En verdad, ocurre que amo la pintura, aún más cuando la considero un lenguaje en retroceso, que ha perdido su centralidad en la artes, y siento que como disciplina se ha liberado de la solemnidad y cierto “peso cultural” que me permite tomar de cualquier artista afín a mi sensibilidad aquello que mi espíritu precise. “Horadamos los huesos de nuestros predecesores” dice Pascal Quignard, a lo que agrega “continuar la obra que otros dejaron inconclusa.”

 

 Actualmente está exponiendo una muestra individual llamada “Planeta Océano”. ¿Qué puede decirnos de ella?

 “Planeta Océano” es una conclusión, aunque no definitiva, de mis pinturas de los últimos cinco años ligado a mi relación con el mar. Ahí se combinan dos series, “Paisajes Sicilianos Inventados”, y “Las Mares”. No es detalle menor que la serie “marina” se llame por su vertiente femenina “la Mar”, madre, origen de lo creado. La muestra se llama “Planeta Océano”, y no es un título para amalgamar dos series que podrían ser distintas, planteo una mirada desde “la Mar”, como podría ser nuestra mirada universal saliendo del pensamiento antropogeocéntrico. El agua, estamos rodeados de agua, estamos llenos de agua, es nuestro principal elemento que permite la vida, y acá agrego la inmensidad, los ilimitados bordes de los océanos, su increíble diversidad, sólo que pretendo que algo tan universal nos haga pensar y sentir ¿qué somos? y cómo podemos cada uno, individualmente sentirnos parte del Cosmos, y comprender que la inmensa mayoría de nuestros problemas contemporáneos tienen su raíz en el progresivo alejamiento de esta relación tan basal para la vida humana. En verdad, me atrae la posibilidad de estar a merced de una fuerza infinitamente superior, salvaje, como decía Thoreau, “lo salvaje es lo que preserva al mundo”. 

 

¿Las ferias de arte, suman espectadores? ¿Aproxima de una forma más directa el arte al público?

Si, creo que sí, las ferias son comerciales, no son como las bienales que son para un público conocedor específico. Las ferias suman otro público que sin ser consumidor cultural ferviente, formado, puede acercarse desde una mirada más prosaica, sin miedo a sentirse menoscabado por una supuesta ignorancia en temas artísticos.

 

Los coleccionistas se han convertido con el tiempo en un poder muy fuerte en cuanto a legitimar se refiere. ¿Qué beneficios o daños dejan a su paso los coleccionistas?

Claramente si el coleccionista tiene criterios de armar una colección con un concepto o idea que nuclee las piezas que contiene, naturalmente legitima. No es un camino fácil, supongo, no estoy tan relacionado con coleccionistas, en Argentina hay pocos conocidos, en otros tiempos de bonanza era más habitual. Si la mirada de quien colecciona es amplia, por supuesto creo que ayuda a contemplar otros artistas, pero no es un mundo que pueda juzgar demasiado. En Argentina las legitimaciones tienen caminos extraños, heterodoxos.

 

¿Deben las galerías reconvertirse, como también los museos, con la influencia que pueda tener la Inteligencia Artificial en la vida cotidiana?

Entiendo que las galerías son un formato en crisis, que los museos están más ligados a la industria del entretenimiento y del espectáculo. La Inteligencia Artificial es un tema del que no puedo tener una opinión libre de posibles prejuicios, desgraciadamente me resulta hoy algo diabólico, con consecuencias que no puedo mensurar hoy -ni creo que el grueso de la humanidad en general lo pueda hacer tampoco-. Si debo decir algo, me resulta poco fiable creer en un sistema informático que cuenta con infinita capacidad de acumulación y de relación de datos, tenga algo de inteligente cuando carece de un sentimiento que le den veracidad y trascendencia.

 

 ¿Son beneficiosas las redes para difundir arte? ¿Usted las usa?

Las redes sociales han dado una herramienta muy importante para la difusión de los artistas, que podemos hacer nosotros por nuestros propios medios sin depender de nadie, como hago habitualmente con Instagram, por ejemplo. El asunto es que hay una inmensa población de artistas en todo el mundo, por el cual destacarse en ese universo virtual es muy complejo, y depende de miles de contingencias ante una oferta tan grande.

 

¿En qué proyecto se encuentra?

En este momento, me encuentro con el proyecto y el deseo de internacionalizar mi obra, desarrollarme fuera de la Argentina, ya sea participando en posibles muestras como tener estadías en residencias de arte y donde pueda desarrollar mi pintura sin condicionamientos. Luego, por siempre, mi proyecto de vida: seguir pintando, estar con la energía y la capacidad de simbolizar y poetizar hasta el último instante en que me toque estar en este mundo. Estar siempre alerta ante lo vivo.