Los faunos de Pablo Soler Frost

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En Las noches blancas, Dostoievski musita: “¿Es posible que existan seres malos bajo un cielo tan hermoso? Esta pregunta es también un pensamiento de juventud, querido lector, de la más ingenua juventud. ¡Ojalá que tu corazón pueda conservarse joven mucho tiempo!”.

Al leer el inicio de Europa y los faunos, nos queda clara la juventud espiritual de Pablo Soler Frost.

Su más reciente novela es una epopeya íntima, que de tan literaria, nos engalaberna. La erudición de su prosa, su divertimento con el lenguaje y sus referencias culturales, representan un atrevimiento digno de lectura.

Mas no se crea que por mencionar erudito, estamos frente a un mamotreto de egolatrías, de una cátedra de arte o las ínfulas de un intelectual soberbio. No es así. Soler Frost, con sutileza, lo mismo nos sitúa en los espacios territoriales (Dinamarca, Suecia, México) donde transcurre la trama, o bien, nos abofetea con reflexiones acerca de la vida o de la muerte, dotando al lector de las referencias necesarias para entender a cabalidad esta historia de migrantes judíos, de amores no consumados y de pasiones atormentadas.

David, el protagonista, es un niño danés que logra escapar de los nazis. Refugiado en Suecia, crece con otros huérfanos de la guerra que huyen de la avalancha nazi, con quienes llegará a la juventud. Con su amigo, Max, viajarán a México donde harán su vida. David se casará con Vera, la hija de un acomodado filatelista (aquí Soler desfoga su conocimiento sobre esa singular afición). Vera es una actriz y será una posterior productora de la escena cultural mexicana. Max, por su parte, dará rienda suelta a su vida pasional marcada por un don: una especie de hipnosis mediante la cual domina a las personas, en especial, a los hombres. Max y David siempre serán cercanos, hasta la vejez. David hace un último viaje a Europa y se suicida para ganarle la carrera a cáncer terminal. Pide a su nieto una última voluntad: montar una obra de teatro en Copenhague.

El comienzo de la novela es desalentador. Las ideas caen, a veces cual llovizna o como una tempestad. Pueden incluso llegar a saturar al lector. En una entrevista para Sin Embargo, Soler reconoce que no le agradan los inicios convencionales. “Quería yo un principio difícil, con un lenguaje no habitual, porque en general nos gustan mucho los principios, nos gusta mucho acordarnos de cómo empiezan las cosas. Y aunque pareciera una escritura sacralizada es en realidad una escritura desacralizada, en el sentido de que representa un principio falso. No sé dónde empieza la novela, pero sin duda no empieza en la primera página”.

Superada esta prueba (una prueba con sabrosos guiños a la cultura grecolatina), comienza la mejor parte del libro: la primera mitad.

Con destreza nos lleva a recorrer el periplo del pequeño David. Percibimos con nitidez las atmósferas durante el sueño nazi, las calles destruidos y los escenarios de dolor y zozobra. La segunda guerra mundial está en su apogeo y la vida de David pende de un hilo.

Desde aquí hay un ente metaliterario que cucharea la trama sin permiso del narrador: un gusano. Recordemos la fascinación de Soler por los insectos reflejado en su fabuloso libro Oriente de los insectos mexicanos (UNAM, 1996 y reeditado por Aldvs en 2001), donde confiesa: “los insectos me causan, en distinto grado, pasmo, nostalgia, antojo, curiosidad, pasión por destruir de construir, deseo y terror animales y en sus múltiples metamorfosis, descubro, guiado por los santos padres, un anhelo de esperanza”.

En Europa y los faunos (como en otros de sus libros) los artrópodos son homenajeados con este meta personaje. El gusano opina y corrige al narrador, con la dureza de un editor, con la autoridad de la conciencia y con la familiaridad de su mejor amigo. Me recuerda a La Mosca Redactora, personaje que usaban en la revista La Mosca en la Pared, durante los salvajes años 90. El gusano de Soler, aporta un ingrediente ácido y morrocotudo a la complejidad del arranque. Para nuestro infortunio, el gusano desaparece conforme avanza la novela.

Luego, David llega al México hacia la década de los 50, donde se hace adulto y es testigo del milagro mexicano. Soler Frost nos comparte un particular escenario cultural de la época, realiza algunos paneos a artistas y personajes de la vida real. Todo lo entrevera con Vera, la actriz que termina casada con David, quien a su vez, está enamorado de Esmirna, aunque su amor nunca se consuma. David ve con cierta resignación como su hijo y la hija de Esmirna, se casan y forman una familia.

Entonces viene la segunda mitad del libro.

Soler presuriza la historia, y los hechos (algunos tan dramáticos como el Halconazo o el temblor del 85), son narrados con una pasión que se diluye. La maestría con la que inició, empieza a cojear levemente y para el cierre del libro, es notorio el cuarrangueo. El narrador de amplio espectro que nos deslumbra en la primera mitad, focaliza el ángulo de visión y se circunscribe a un segmento de la historia. Persisten los juegos verbales, sí, pero la trama comienza a volverse unisonante. Empieza, tal vez a destiempo, una introspección del protagonista. Un ejercicio de conciencia casi huérfano. Y quizás, quizás, David Cristian Baltasar, el nieto del David inicial, ya no nos duele tanto como el abuelo. Quizás, la insufrible vida de este joven de clase acomodada, solo es el trasmine de un bosquejo narrativo de algo que no fue o que no termina de ser. El regreso del nieto a la tierra natal del abuelo, carece de la emotividad que el lector pueda inferir. Lo que comienza como una epopeya generacional de finas formas (hasta poéticas, si se quiere), termina como una novela de atasque.

No es que me espante el tema. No. Como drogadicto confeso, disfruto con placer la literatura sobre sustancias. Sin embargo, en el caso de Europa y los faunos, este elemento le resta, en vez de aportarle.

Sin embargo, al tomar en cuenta los patrones con los que el autor da inicio a la novela, nos deja la duda si, adrede, Soler Frost bornea el final hacia un destino insólito, desencajado y cruel. Para no pecar de convencional. Claro, lo anterior no es sino una suposición personal.

Pese a lo anterior, la gamarra narrativa de Soler se tantea abundante, túmida y culta. Rasgos poco vistos (pero sumamente necesarios) en la narrativa actual, abigarrada en la inmediatez, la violencia y la vida digital. Su experiencia probada en un puñado de novelas, queda acreditada en este libro que nos deslumbra, entre tanta literatura clonada, sin originalidad, ni carácter. Tenemos, por fortuna, Soler Frost para rato.

 

@balapodrida