La trashumancia del verbo

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El hombre huye de la asfixia”, escribe René Char en 1938. Y agrega: “para unos la cárcel y la muerte. Para los otros la trashumancia del verbo”. Al cerrar el libro Tierras altas de Mato Grosso del poeta Armando Salgado, resuena extrañamente su última palabra. Esta última palabra, emergiendo de una marejada de imágenes y de recuerdos, flujo de conciencia donde se llegan a confundir los rostros de los vivos y los muertos, aparece sola. Aislada, en una amplia página blanca: la última página del libro. Esta última palabra resuena como una conminación: “Respira”.

Esta palabra es un punto de cierre, el cierre de un diálogo entre una voz viva y una voz muerta, surgida de las tinieblas, ahogada entre las olas del mar. Esta palabra, clausurando este diálogo de voces, despide, y a la vez bendice la voz ahogada, de forma repetida. En el curso anterior del libro, ha aparecido repetidas veces, con insistencia, interrumpiendo constantemente un flujo de conciencia, plasmado en bloques de prosa densa: “Ve con Dios, hermano, respira un aire menos torvo”,Ve con Él, respira un aire menos curvo”, “Ve, respira aire menos agrio”, “Ve, respira menos mierda”, “Ve, respira”, y finalmente: “Respira”. Y es como si esta última palabra, aislada, se independizaría finalmente del diálogo –al mismo tiempo que sigue estrechamente ligada a él– para venir a hablarnos directamente. Como si la bendición dirigida al ser ahogado, muerto, errando entre las olas del mar nos alcanzase a llegar desde otro espacio-tiempo, y que nosotros la alcanzásemos a percibir. Palabra queriendo salir del registro del relato para empezar a funcionar como una palabra eficiente: palabra que, al ser emitida, anhela impactar la realidad concreta de quien la encuentre y la lea. Palabra hablando sola, como si ya no se tratase solamente de una voz viva despidiendo a su muerto, como si el poeta nos quisiese a su vez despedir, y también tal vez bendecir. Palabra dirigida a nadie y a todos.

 

I.

Acaso hubiera podido ser el punto de partida de Armando Salgado escribir un libro reflexionando sobre la migración, entendida como realidad social y política actual, desde una postura de denuncia. Sin embargo, las migraciones que quiere evocar Salgado recubren una realidad mucho más extendida, extensiva. En realidad, el poeta cuestiona los desplazamientos humanos desde las épocas más remotas de la humanidad. Plantea la migración no solamente como una condición y una necesidad actual –generalmente, la de los habitantes de los países colonizados hacia los países ricos en busca de una vida digna, huyendo de la pobreza y de los conflictos propiciados y generados por un sistema mundializado. Plantea la migración como característica milenaria, ontológica del ser humano, y por lo tanto necesaria. Plantea la migración como el acto de estas tribus de nómadas que caminaron sin cesar hasta asentarse en las altas tierras de Mato Grosso y llegar a pintar miles de pinturas en las paredes de piedra de sus cuevas.

Es destacable, en el libro de Armando Salgado, la recurrencia de las referencias a la noción de tribu. No menos de tres apartados del libro contienen, en su título, esta palabra: “Vieja tribu sin maíz”, “La tribu de las nubes” (¿eco remanente del verso de Piedra de sol?) y “Tribu de hormigas”. La tribu es por excelencia una entidad potencialmente móvil, potencialmente nómada, que se define más por su autonomía y su cohesión que por su permanencia en un territorio fijo. Como si el poema de Armando Salgado contuviera la nostalgia, el sueño perdido de un mundo en el cual era posible la libre circulación de los hombres en un territorio amplio, vasto, sin límites ni fronteras.

Tierras altas de Mato Grosso opera conectando varios puntos geográficos, en una yuxtaposición continua de lugares no contiguos, generando una cartografía múltiple, como si nos fuera posible saltar en un instante de un lugar hacia otro. Este movimiento nos lleva de China a Turquía, de Grecia a Siria, de Somalia a México, de Brasil a Estados Unidos. El mismo libro migra de un espacio a otro dibujando una geografía rizomática, en la cual cada punto se conecta con todos los demás, dibujando una geografía dolorosa, una geografía de muertes que a su vez reviven y vuelven a hablar desde la muerte. El libro así, niega la inmovilidad, instaura una lógica de movimiento permanente, misma que niega la noción de frontera política. “Un mundo fronterizo es mierda inerte”, escribe Salgado, denunciando directamente los mecanismos que llevan a tener encerradas algunas “tribus”, mientras una ínfima parte del mundo, solamente, goza de una relativa libertad de movimiento.

 

II.

Desde el presente de una época asfixiante, Tierras altas de Mato Grosso nos proyecta a la vez en dos dimensiones temporales distintas: el pasado y el futuro.

Se podría dividir la relación que el poema entabla con el pasado en dos grandes polaridades opuestas. Por una parte, el pasado remoto, muy lejano, casi atemporal de una humanidad naciente, el de las tribus, el de las entidades nómadas que poblaron la tierra y se nutrieron de la tierra, y luego dibujaron a mano, sobre las rocas de Mato Grosso, las enigmáticas figuras animales y humanas que todavía ahí se contemplan. Este primer pasado, como ya lo vimos, es evocado en el poema con una nostalgia entrañable, la nostalgia de un tiempo perdido para siempre, que sólo podemos rastrear desde estas huellas frágiles, borrosas, distantes, de las primeras migraciones humanas miles de años atrás. Por otra parte, un pasado ya entendido como Historia. Y es aquí que Armando Salgado vuelve a atravesar el pasado de la humanidad a través de la Historia de sus infamias. Para plasmar esta Historia, Armando Salgado recorre a la vez grandes momentos cumbres del devenir colectivo de la Historia –el genocidio armenio, el encarcelamiento de Nazim Hikmet, el devenir capitalista de China– y a la vez las historias singulares de una multitud de figuras anónimas atrapadas en la Historia colectiva –un niño ahogado en la Isla de Kos en Grecia, una niña de trece años violada y condenada a muerte en Somalia, multitudes de migrantes sin rostro y sin voz que cada día intentan llegar a Europa y a Estados Unidos, multitudes errantes que todavía responden al nombre de “tribu” pero que hoy en día siguen “en busca de maíz que pudieran intercambiar por una mejor muerte”.

Dibujando también una cartografía del futuro, Tierras altas de Mato Grosso mezcla estos fragmentos del pasado con el retrato de un futuro más distópico que utópico. Toda la primera parte del libro titulada “Bokanovsky”, a través de la figura de Aldous Huxley, recurre a una estrategia que podríamos calificar de ciencia ficción. Aquí el poeta, dirigiéndose directamente a Huxley, plasma el retrato de un universo ultramoderno en el cual vemos reflejado hasta la distorsión nuestro universo ultra-capitalista mundializado. En esta sección, la cuestión de la biopolítica es central, puesto que ahí se alcanza a discernir que todas las voces ubicadas en este futuro dependen de una estructura de poder jamás nombrada que interviene sobre la realidad biológica de los cuerpos, pervirtiendo profundamente la relación de transmisión entre las generaciones. Hijos creciendo en probetas, tecnología de punta, fertilidad artificial, hiperconsumo de droga –llamada, como en la novela de Huxley, con la palabra védica “soma”. Se abre entonces, desde la distopía, un espacio de ficción en el cual se cruzan, como ecos lejanos, desde tiempos y espacios fragmentados, sumados a la figura de Huxley: el escritor chino Gao Xingjian, el poeta turco Nazim Hikmet, y Lenin, presentado en su opuesto femenino como Lenina.

Esta manera de recorrer los espacios y los tiempos a través de sus figuras literarias, la comparte Salgado con el poeta Adonis. Tierras altas de Mato Grosso, como Epitafio para Nueva York, convoca y confronta a grandes figuras poéticas del pasado. Como Adonis confrontaría a Whitman, en una palabra de gran fuerza tanto política como lírica, recordando así la Historia sangrienta de la dominación del Oriente por el Occidente, Armando confronta ahora constantemente a Aldous Huxley, respecto a su terrible visión del futuro.

Armando Salgado logra así construir con su poema un laberinto temporal, el cual genera a su vez la imagen de una conciencia fragmentada, errando tanto en los espacios como en los tiempos, sin poder determinar finalmente si se trata de un viaje real, político, o, como en la obra de Calderón, de un sueño. “El tiempo es relámpago y en cada instante –entre partículas de olvido– nos dice al tímpano los nombres de los vivos y de todos los muertos que están detrás de nosotros, cuidando nuestro sueño”. Desde la dedicatoria inicial del poema A Gorety desde hace diez mil años, nos hemos adentrado ya en un libro donde la percepción temporal se encuentra atomizada.

Aparece aquí entonces lo que podríamos llamar la actualidad y la inactualidad del libro de Armando Salgado. Para “liberarse de la época” y evocar su tiempo, el libro de Armando, precisamente, necesita desplazarse hacia otros tiempos, en un movimiento de desterritorialización permanente. Lo cual permite sugerir que Tierras altas de Mato Grosso no es, en absoluto, un libro que cede a las exigencias de su época, sino que justamente alcanza a construir una postura crítica sobre esta misma época, en un doble movimiento que va hacia adelante y hacia atrás. Podríamos, a lo sumo, preguntarnos con Armando si ir adelante no es precisamente ir hacia atrás, como en la cosmología del pueblo aymara, antigua tribu que evoca el pasado extendiendo las manos hacia delante, y habla del futuro enseñando un espacio imaginario ubicado a sus espaldas.

 

III.

Más allá de tantos desplazamientos hacia espacios y tiempos remotos, la trashumancia que plantea el poema de Armando Salgado opera desde el uso de su propia palabra poética. Tierras altas de Mato Grosso parece negarse a pertenecer a ningún género fijo, haciendo uso de una multiplicidad de formas de escritura poética, desde el verso libre y la prosa poética hasta formas dialogadas, que la voz, naturalmente, tiende a querer articular. Citemos el fragmento titulado La horca:

 

Madre: Verán el signo del abismo en tus pechos y querrán deslavarlos. En estos tiempos ninguna madre puede amamantar a sus hijos.

Hija: Hay un aire de acantilado en mi vientre,
¿qué pasará cuando me persigan por alumbrar sin probeta?

Madre: El hombre no consiente que sus lobos cacen por la noche.

Hija: Eso dijiste y hallé tus ojeras colgadas de un árbol.

Madre: No me preocupa el pasado, eres tú quien me angustia.

Hija: Bajé tu cuerpo de la rama y lo envolví con mi llanto.

Madre: Me inquieta que no abandones tu vientre.

Hija: Mordí el polvo de tu ropa y abandoné mis dientes.

Madre: Me desconcierta que sigas mi ejemplo.

Hija: No negaré de dónde vengo, aunque claven
la noche y su filo entre mis piernas.

Madre: ¿En qué momento te extravié, querida hija?

Hija: El hombre acepta que sus lobos nos devoren una y otra vez.

Madre: Los mismos que nos heredan su soga.

Se soñaría aquí con la posibilidad de un teatro de Armando Salgado, un devenir dramaturgo del poeta, profundamente encriptado en su poesía misma.

Este tránsito de un registro de la palabra a otro lleva además a considerar el libro de Armando en términos de contrastes de tonos. Tierras altas de Mato Grosso nos hace transitar, en efecto, de la crudeza de una palabra realista, a veces coloquial, a estados de alta tensión poética. Pensemos en estos versos ubicados en la sección titulada “La Tribu de las nubes”, en los cuales una escena de amor y de masturbación en un tren urbano se ve repentinamente cortada por el recuerdo del suicidio de una mujer. Transitamos después de un breve espacio en blanco, de la voz de la persona sentada en el vagón, a la voz interna de la muchacha que se arroja del tren en marcha:

Tiembla dentro del furgón. Mi falda se abre un poco más, extiendo mis gestos; ese hervor que yace en mi cordura es alfombra movediza. Salto al vacío de forma voluntaria. El impulso entre mis muslos descarrila, no hago otra cosa que morder su sudor, no soltar su cuerpo, caer sin vuelta atrás.

En la página siguiente, aparecen, aislados, estos dos versos:

“Nubes: plaga de espermas.

Temblor entre tus piernas”.

Alcanzamos aquí un estado álgido de la poesía, cargado de la violencia física de una imagen de muerte, con el salto mortal sobre los rieles de metal, a la vez que de una tensión física culminando en el orgasmo, en el cual se disuelven los límites del ser, como diluidas en la inmensidad de las nubes: seres fugaces y volátiles de contornos cambiantes, formas evanescentes que algunas veces el niño-poeta habría contemplado. Entonces las nubes vuelven a ser aquí una tribu, una entidad errante, de contornos móviles, sin territorio asignado ni fijo, es decir, una multiplicidad cambiante. Las nubes vuelven a ser una tribu, al igual que los hijos de los pueblos de Mato Grosso que antaño “mordían los pechos de las madres”. Así, Armando Salgado, al nombrar las nubes, parecería regresar a una forma primitiva, primordial de la poesía entendida como palabra dotada del poder de nombrar el mundo nuevamente.

Y debemos subrayar aquí una vez más el funcionamiento rizomático del libro, constituido de varias capas y de múltiples voces. Libro abierto, sin duda, propiciando una palabra verdadera: varios de sus versos parecen haber sido vividos por el poeta en carne propia. Pero esta carne propia, este ser del poeta es a la vez múltiple. Parece entonces que esta voz, difractada en docenas de voces singulares, respondiéndose, contestándose, unas veces contradiciéndose, otras hablando a solas, un tiempo calladas, olvidadas y luego recordadas, viene de más allá, pues parecería rebasar los límites temporales de la existencia del poeta mismo. Parece entonces que el trabajo del poeta es dejar surgir estas voces que habitan en su voz singular. Parece que no es el poeta ya quien habla por su propia voz, sino las multitudes mutantes surgiendo incesantemente de mundos desaparecidos.

De allí se evidencia una relación fundamental del poeta con el mundo de los muertos. Al leer el último apartado del libro de Salgado, “Teoría del conflicto”, recordamos Cruz de Tierra, cuento que Armando escribiera años atrás. Como en un universo rulfiano, Cruz de Tierra ponía en evidencia una geografía física, real, poblada por entidades ya difuntas, pero todavía capaces de dialogar con los vivos. Asimismo “Teoría del conflicto” al recordar entre las voces de los vivos, las voces de seres ya desaparecidos, entrecortadas por recuerdos de luchas normalistas y de momentos de luz íntima –un primer amor, una hermana fugada, el recuerdo de una madre, la imagen de unas sombras fugitivas entre las ramas de un árbol de limón o de aguacate– parece borrar la última de las fronteras: la frontera entre los vivos y los muertos. Este flujo de conciencia, en el que a veces nos perdemos, y erramos –pues no alcanzamos a saber quién habla– hecho de fragmentos de memorias, de pedazos de recuerdos, todos vividos, ciertamente, en carne propia, deviene, finalmente, en un tejido literario vivo y respirante. Así, una vez más, se trastorna en el poema la regla de la linealidad de los tiempos, como si el poema mismo surgiera de una multitud de voces lejanas, y que, sin embargo, se actualizan en el presente, al ser pronunciadas y escuchadas. Así, una vez más, se abre desde el poema, el último espacio de respiración posible.

[1] Tierras altas de Mato Grosso (Coneculta-Chiapas, México, 2018 P. 108 /Los Perros Románticos, Chile, 2019, P. 110; Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2017; finalista en el Certamen Hispanoamericano de Poesía ‘Festival de la Lira’ para obra publicada en Ecuador)