Brend Brunner, Vivir en horizontal, Breve historia cultural de una postura, Traducción de Anibal Campos, Acantilado, 2024, 148p.
Con exactitud diagnosticó Walter Benjamin que “en el presente la estructura de la vida está en los hechos, no en las convicciones, y en hechos que difícilmente pueden ser la base de alguna convicción”. El epítome hoy son los diarios. ¿Qué encontramos en un periódico? Hechos, hechos, hechos. Información, información, información: el PIB bajó tres por ciento, el presidente electo amenazó a su homólogo de otro continente, la construcción del metro no estará lista a tiempo, el fiscal usó su poder para organizar una boda en un museo. Las noticias que publican a las nueve de la mañana son viejas a las nueve y media, a veces apenas toma segundos que un hecho reportado sea irrelevante.
¿Qué sentido tiene -en sí mismo- saber cuánto costó un edificio, lo que declaró tal secretario de estado, la última pista del escondite del criminal prófugo más famoso? Tener un acervo de datos puede ser útil en algún momento, aunque en este instante no podamos vislumbrar tal momento. Claro que memorizar datos per se es tarea poco menos que imposible, pero incluso si pudiéramos hacerlo, ¿para qué?
Pienso en algunos artistas, que acumulan muchos objetos en su estudio, sin saber bien para qué, cómo o cuándo van a usarlos, porque sienten (una especie de intuición) que pueden servirles en el futuro. ¿No es eso algo idéntico al sentimiento que nos produce leer el periódico todos los días? De primer bote sí, pero no es lo mismo. Porque el artista no piensa que cada uno de los objetos que acumula es valioso en sí mismo, y el trato que le da lo muestra: están arrumbados, embodegados, en espera de su turno para cobrar sentido. Esa es la clave: sentido. El artista ve en cada uno de esos objetos un proyecto latente de sentido, que solo vale la pena cuando el proyecto se concreta. Los objetos son herramientas potenciales, pero todavía no lo son, y a lo mejor muchos nunca lleguen a serlo. En el periódico, en cambio, todo hecho recibe trato de rey, como si cada dato fuera en sí mismo algo valioso que todos necesitamos.
Es el fenómeno del que habla Benjamin en toda la sociedad. Saber lo que declaró el secretario de salud en su conferencia, así nomás, es un disparo en el espacio: a nadie puede importarle, porque dice nada. Pensemos en los hechos que generan controversia. Verbigracia, la presidenta gastó diez millones en un viaje a Miami. Nos repele (al menos a mí) porque tenemos la convicción de que usar impuestos (dinero que debe destinarse a mejorar el bienestar de los ciudadanos) para lujos personales es incorrecto. Más abstracto: estamos convencidos de que violar las reglas es algo que debe señalarse y castigarse, porque es reprobable. Aquí, sin embargo, ya hay narración. El hecho causa escándalo porque tenemos una convicción previa a leer el dato, pero no todos los datos tienen lecturas paladinas, no tenemos convicciones sobre todo.
Carecer de convicciones en ciertos aspectos de la vida, frente a ciertos hechos, no es malo. Es imposible conocer todo. Pero lo que leemos, lo que vemos, lo que escuchamos, podría contribuir a formar nuestras convicciones. Es decir, a articular nuestro entorno en narrativas responsables que le den sentido al mundo, a nuestro mundo. El eslogan de una revista lo expresa bien: “orgullosos de llegar tarde a las últimas noticias”. Escribir un libro es una forma de tomar distancia, de llegar tarde, orgullosamente, a las últimas noticias, para poder pensarlas, entenderlas, es decir, para darles sentido.
No estoy descubriendo el hilo negro. Otros han hablado del agobio que es recibir información y sólo información (entiendo información como datos verbalizados: el índice de criminalidad es tal, el funcionario dijo aquello), así como de su inutilidad para generar conversación y propuestas que apunten a una vida mejor. Me sumo. Los hechos que no forman parte de una narrativa no son una herramienta, son un lastre. No sabemos qué hacer con ellos, y como no les encontramos sentido acabamos olvidándolos.
Pero los datos siguen llegando, hasta que nos asqueamos. De ahí muchas personas evitando ver el noticiero u hojear el periódico, porque les dicen nada. No están enmarcados en una historia que les de sentido, es lo que quieren decir, y sin esa narrativa son agotadores, tediosos, no sabemos en qué lugar acomodarlos. El hecho de que –salvo excepciones– no recordemos lo que leímos ayer en el periódico debería atestiguar que la información no es poder. Solo la información articulada, dotada de sentido, empodera.
(Benjamin lo escribió hace cien años. Lo cito como punto de partida para hablar de hoy. Hago esta digresión para cuestionar si la frase de Benjamin puede aplicarse a cualquier momento de la historia. Si la respuesta es positiva a lo mejor deberíamos considerar el bullicio de información ineludible, pero pensar en Dostoievski y Sue publicando en periódicos me hace confiar en que no).
Todas estas líneas a propósito del último libro de Bernd Brunner en español, Vivir en horizontal. Breve historia cultural de una postura (Acantilado, 2024). El subtítulo del libro es una mentira, que revela su principal problema: el libro no cuenta la historia de las personas acostadas ni tampoco cuanta una historia de las personas acostadas (que sería, desde luego, una parte de la historia). El subtítulo debería rezar ‘colección de datos alrededor del cuerpo en reposo horizontal’, lo cual no haría del libro algo mejor, pero al menos tendría una advertencia honesta en la portada.
Algunos datos, por supuesto, son interesantes. Por ejemplo, que “una persona sana, con capacidad de movimiento, cambia de postura hasta cien veces cada noche”; que en la década de 1920 el arquitecto Otto Bartning diseñó una habitación doble con dos camas, “separadas por una pared de cristal transparente. Gracias a ello, los integrantes de una pareja podían dormir uno al lado del otro sin tener que padecer los inconvenientes derivados de ello”; o que en la mañana el Rey Sol “convocaba a no menos de seis aristócratas, que le echaban una mano en el complicado proceso de levantarse de la cama”. Junto a los datos a menudo hay imágenes –no ilustraciones ad hoc, sino documentos históricos (grabados, pinturas)– que no tienen otra relación con el texto que representar personas acostadas; Brunner jamás liga lo que estamos viendo con lo que escribe.
Pero una serie de datos yuxtapuestos no forman una historia. Uno termina de leer el libro y no recuerda absolutamente nada, está igual de vacío que al empezar, porque Brunner no da sentido a ninguno de los hechos que transcribe (ni siquiera lo intenta). No esgrimo recordar algo al terminar un libro como criterio absoluto. Un libro de poesía lo refutaría de inmediato. Por otro lado, ¿quién negaría el placer de abrir una enciclopedia al azar, y leer, por ejemplo, la entrada sobre los misterios eleusinos? Los libros de referencia tienen sus reglas, y en general no están hechos para leerse de corrido (son, como lo enuncia su nombre, de referencia, vamos a ellos por algo específico). El de Brunner, en cambio, no es poemario ni enciclopedia, y si no contamos una historia con el propósito de que sea recordada, ¿para qué la contamos? La historia está construida sobre el sentido. Son hechos con sentido.
Lo que hace Brunner es disfuncional, pero lo que hicieron los editores es grave. Brunner tiene lista la investigación para un libro que tiene pendiente escribir. Tiene todos los datos, le falta dotarlos de sentido. Tal vez el eje sea la postura horizontal como forma elemental para formar vínculos con otros humanos; a lo mejor argumentando que la postura horizontal, contraria a su connotación de quietud, siempre nos ha llevado a la acción. Estoy especulando. Brunner envió a su editor notas para un libro, no será el primero ni el último que lo haga.
El problema es de los editores, que lo venden como “una apasionante contribución a la historia cultural”. ¿Qué contribución a la historia cultural puede hacer un conjunto de datos dispersos en Wikipedia adosados en papel? Si es un trabajo de historia desconfío, porque desconfío de cualquiera que se diga historiador sin hacer trabajo de archivo (basta ver sus fuentes), y si fuera crítica literaria sería como decir que servir agua en un vaso es jugar tenis.
También aseveran sus editores en español que en los libros de Brunner “la historia, la antropología y las ciencias se combinan para ofrecer abordajes transversales sobre temas insólitos”. Primero basta ver la bibliografía del libro para darse cuenta de que el tema no es insólito y ha sido estudiado con detenimiento en varios libros. Después, decir que un arquitecto diseñó una habitación con camas separadas por un cristal no es usar la arquitectura para “ofrecer un abordaje transversal”, es simplemente transcribir un dato. Combinar el abordaje de la arquitectura con algún otro requiere cierto entendimiento de la arquitectura, sus métodos, sus razonamientos. Eso está ausente en Vivir en horizontal. Sus editores en Alemania debieron rechazarlo, pedirle a Brunner que escriba el libro que no ha escrito, pero no lo hicieron, y los editores en Acantilado les hicieron eco traduciendo su error, lamentablemente y para desprestigio de su catálogo, que por lo general brilla.