La narrativa de Gabriel Wolfson (Puebla, 1976) se caracteriza por explorar las posibilidades del lenguaje y de la narración. Libros como Ballenas, publicado por el Fondo Editorial Tierra Adentro, ya apuestan por poner en el centro las palabras y dejar a un lado la anécdota. Esta vocación llegó, al parecer, al límite, con la publicación de los libros de prosas Be y pies y Profesores, ambos en 2015. El interés por desmenuzar la historia, tener como voz cantante la digresión profusa que, en apariencia, no conduce a nada, hacen que estas historias transformen la experiencia lectora. La línea narrativa tradicional se rompe para internarse en lo experimental, lo incómodo, lo problemático.
Lo que sea un nido, nadie lo racione. Historias de fuga es una reunión de tres historias: una estudiante de letras cuenta su experiencia con la bulimia y la anorexia; un hombre narra el año que pasó en la Unión Soviética, en los años 70, mientras asistía a un centro de capacitación para células comunistas; por último, un migrante cuenta su experiencia como indocumentado en Nueva York. El título del libro evoca la experiencia de una charla: una vez que se tiene el impulso de contar entonces la historia se ramifica, como cuando se deja en libertad una fuerza que va formando, mientras transcurre, su propio camino. Entonces, lo único que queda, es moldear lo que se cuenta a través de un código común. Fuera de ese elemento no hay otra regla más que la exploración voraz de la memoria. Quizás –y a contracorriente de la propuesta estética de Wolfson– lo único que se busca es lo inteligible: las palabras son claras, las digresiones siempre regresan al cauce original para seguir avanzando. Otro referente común en las historias es Puebla como punto de partida o como puerto de llegada. El entorno no reclama protagonismo –al contrario del libro que se cita en la cuarta de forros: la biografía de Chaves Nogales al matador de toros Juan Belmonte– sino que apenas se dibuja a la distancia: no se percibe una tensión con Puebla ni con sus calles; es un lugar anónimo que cede su lugar para que hablen sus habitantes.
Lo que sea un nido, nadie lo racione atiende el concepto de narración en su definición más amplia: contar algo que ha sucedido, ya sea ficticio o real. Por otro lado, echa mano del género de la entrevista para sacar a flote esas historias. Los tres personajes entrevistados se vuelven, a través de sus confesiones, protagonistas de un cuento o de una posible novela. La virtud del autor o entrevistador es, por supuesto, dejar que su interlocutor hable, hacer las preguntas correctas y vaciar toda la información en un molde que no desprecie las pausas, la exactitud y la estructura que debe tener toda una buena historia. Quizás, la primera entrevista, es la más complicada por el retrato crudo de una mujer enferma de anorexia y bulimia. En este caso, el entrevistador aparece de manera más activa, generando preguntas para que, a partir de ellas, ir a diferentes episodios de la vida de su interlocutora. En la segunda historia tenemos un flujo: Wolfson sólo motiva el primer recuerdo, acaso la primera imagen, para que el otro cuente, de cabo a rabo, su historia. La tercera historia parece una crónica contada en primera persona: el entrevistador está tras bambalinas, ordenando las palabras, planeando la estructura, cuidando que la voz que cuenta no pierda espontaneidad y que no convierta al personaje en un modelo de cartón.
Un dilema que surge, una vez acabada la lectura de Lo que sea un nido, nadie lo racione, es los vínculos que se pueden establecer entre el libro y la idea de lo literario con la que pretende dialogar. Por un lado, tenemos la apuesta más evidente: la entrevista como artefacto que trasciende lo coyuntural para volverse un testimonio atemporal. De esta forma el libro de Wolfson se inscribe en una tradición que toma la entrevista como algo que quiere retratar la experiencia humana en toda su profundidad. Además, en tiempos del realismo sin cortapisas, de la exhibición que implica la “no ficción”, las narraciones de Wolfson nos dicen que personajes casi anónimos, sin más referencias que un apellido, una inicial o un nombre de pila, pueden contar historias relevantes que apelen a nuestra empatía y nuestro conocimiento del otro. Tomando en cuenta estos referentes, parecería que este libro se mueve muy bien dentro de los límites de su género. Sin embargo, el título del volumen que reúne estas historias, un verso de la poeta Diana Garza Islas, es un guiño al lector para que piense que, lo que está leyendo, pertenece a más de un territorio. Si sumamos a esto que el libro –al menos en su página legal– está catalogado como “cuento mexicano”, tenemos un rompecabezas conceptual para armar. Quizás, en alguna entrevista que dé el autor se podrá saber si Lo que sea un nido, nadie lo racione es algo que busca ir más allá de la etiqueta, aunque, en este caso, la materia prima para elaborar el juego tenga los límites muy bien definidos.
Gabriel Wolfson, Lo que sea un nido, nadie lo racione. Historias de fuga,
Universidad Autónoma de Nuevo León, 1era edición 2019