Llamar a la colección de cuentos Asesino en serio de Francisco García González un ejemplo de la “ficción especulativa” es subrayar lo castrador e inútil (y necesario) que es generalizar sobre la creación literaria; es, en fin, identificar las limitaciones de todo intento de definir, contener o explicar el arte a través de la crítica. La protagonista del segundo cuento de la antología, le envejecida Sra. Gagliano, lo pone así: “Usar el cuchillo correcto es como ejercer la crítica de arte”. No sé si llevo el cuchillo puntual, pero es una manera eficaz de comenzar una discusión de la antología de García González pues cada historia contiene distintos puntos de vista sobre la narración, el acto de narrar y las decisiones que un artista toma o deja de tomar. Además, la relación entre los distintos cuentos enriquece y complejiza estas cuestiones y predicamentos. Que la mayoría de estos cuentos permita vislumbrar de alguna forma la experiencia del autor como emigrante cubano en el Canadá francófono amplifica la potencia antropológica y alienígena de sus variadas voces narrativas.
La primera historia, que lleva como título la frase trascendente de “En nombre del padre”, sigue los esfuerzos imaginativos de un modelo por controlar su cuerpo al posar desnudo delante de un par de estudiantes de arte, un “centurión” en cueros. Es un marco provocador para la colección debido a su cartografía de la relación entre el arte, el deseo, la represión y la violencia, y todo con una mueca irónica que muestra el poder del humor para desarmar cualquier pretensión de control. La lucha entre los peligros y atracciones del exhibicionismo y una imaginación fuerte y a la vez forzada provee un retrato complejo y angustiado del artista. “La escopeta de Chejov”, inicia un desfile de personajes y circunstancias que lleva a sus últimas consecuencias una gama de deseos, situaciones, y predicamentos, en este caso, el conocido teorema de Chejov de que si aparece un arma en una historia pronto o tarde se tiene que emplear. Aquí, un vendedor de cuchillos cuya imaginación viaja entre una escena de la película Kandahar y las conversaciones con su patrón, se interesa en la historia romántica y agridulce de una cliente vieja y melancólica llevándolo a realizar de manera sorprendente el teorema ‘el cliente siempre tiene razón’.
Al leer estos cuentos, me parecía que sólo un autor que conociera bien los inframundos laborales y sociales del inmigrante sería capaz de describir con tanto humor y horror los disparates creados por la realidad de la globalización. Tal es el caso de “¿Qué sucede cuando un hombre pisa una mina?”, en donde se celebra el cumpleaños de un perro parapléjico el mismo día en que el protagonista pierde sin explicación alguna su trabajo de mierda. Los ecos kafkianos son difíciles de evitar, aunque el contexto es inexorablemente contemporáneo y el resultado mucho más gracioso. “Una maldita eternidad” regresa al tema del poder de la imaginación y sus límites en lo que es probablemente la historia más violenta de la colección, aunque no se trata de violencia física, por lo menos entre los personajes: un chico imaginativo, su madre drogadicta, y el amigo cubano de la madre. Una maravillosa escenificación del complejo Edipo, en la que el humor irónico y escéptico de García González es reemplazado por el patetismo, demostrando que incluso el humor tiene sus límites como instrumento de intelección y supervivencia. Para mí, este cuento subraya el patetismo profundo de todas las historias, aun las más cómicas. El siguiente cuento, “La adquisición de segundas lenguas”, resulta un seguimiento ingenioso para quienes hemos tenido que aprender un idioma nuevo una vez que la facilidad cerebral de la juventud ha pasado. Aquí el autor se inventa un ‘arma secreta’ para el aprendizaje lingüístico a la vez que potencia el tropo del vampiro a través de una inversión y enriquecimiento de la figura del inmigrante.
Profundizando las tendencias necrofílicas de la sociedad contemporánea, en el mundo futurístico de “Fucking Swedes”, se nos presenta un necrófilo que se encuentra en un mundo en que la necrofilia ha sido legalizada gracias al progresismo político y sexual de la socialdemocracia sueca. Puede que se introduzca un comentario sobre el mundo oscuro y perversamente violento de la novela detectivesca escandinava, pero la historia se acerca más al humor negro de Pedro Almodóvar o los hermanos Cohen. Los cuentos que siguen avanzan nuestra comprensión de las obsesiones y patologías sexuales de la posmodernidad a través de: un emigrante cubano que combina sus fantasías políticas anticastristas con sus encuentros eróticos en el mundo internacional de Montreal (“Aquí falta leche”); la conversión de un portero en una especie de agente de negociaciones entre un judío rico obsesionado por el descubrimiento de un montón de zapatos de víctimas del holocausto y una prostituta asqueada por los excesos sexuales del mismo (“La belleza es también comestible”); una cita crecientemente desastrosa, y ocurrente, entre los clientes de un servicio de online dating (“Conoce a tu mejor amigo”); y la visita de dos inmigrantes a un sex shop montrealense (“Peep Show”). Los personajes de estas historias son extraños y reconocibles al mismo tiempo y sus destinos nos sorprenden e iluminan. Podría continuar desfigurando estas historias con mis intentos de darle al lector de esta reseña un resumen de su forma y contenido, pero creo que los lectores deben conocer a García González en su propio terreno, poblado de situaciones a la vez absurdas y mundanas, marcadas con cambios y desenlaces sorprendentes e increiblemente esperados.
La prosa de Asesino en serio es directa y conducida por la narración y el diálogo, a veces en el estilo de Cormac McCarthy, mientras que los argumentos y perspectivas de los distintos personajes (e historias) se entrecruzan y solapan como una serie de espejos barrocos. A la vez, la humanidad y el humor logran superar o, mejor dicho, sobrevivir a la violencia y las tendencias apocalípticas de tantas expresiones artísticas de nuestra época. En el último cuento, “Asesino en serio”, un asesino en serie creado y programado por una sociedad futura con el fin de incitar (y controlar) emociones y ansiedades en un mundo pos-criminal, transforma la perversión patológica anclada en su software, de tal manera que no sabemos si la respuesta a la perversión de un mercado cultural y mediático enfocado en el terror y su resultante pasividad resulta de errores en la programación o de la resistencia de una misteriosa fuerza vital cuya potencia siempre escapa a cualquier intento de encerrarla.
Francisco García González ha contemplado nuestros tiempos, nuestros predicamentos, sean identitarios, políticos, eróticos, etc., con una rara perspicacia antropológica, y los transforma a través de una profunda sensibilidad y temeridad estética en historias sorprendentes que son a la vez herramientas de reflexión. Como crítico de la literatura clásica, aprecio obras que entretienen y enseñan a la vez—según la tradición horaciana, confieso—y García González cumple con ese dictum según su propia visión enfocada y expansiva. La próxima vez que dé un curso sobre el Quijote, mis alumnos leerán algunas de estas historias.
Concordia University, Montreal
Francisco García González, Asesino en serio, Sudaquia Editores, New York, 2019, 151 pp.