Retrato de Antonio Ramos Rosa

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¿Cómo se defiende la poesía del vació que le hace la sociedad contemporánea? Los caminos son insospechados y sorprendentes a pesar de que también sean previsibles. Antes del internet el papel de las revistas de poesía en papel era fundamental, hoy lo sigue siendo, pero ha cambiado de signo. Se leían esas publicaciones en busca de nuevos tonos, nombres desconocidos, todo ello condimentado por la voluntad de compartir. Como la poesía no cuenta, a diferencia de la novela, con la publicidad y la televisión, las ruedas de prensa y el favor del público construido a lo largo de años se juega toda ella en una elección del gusto hecha de afinidades electivas. Así empecé a leer a Antonio Ramos Rosa, como he contado en otros lugares, a partir de una revista belga, el Courrier de poesie, que llegó a mis manos ya no se bien de qué manera. Lo leí, pues, en francés, y a partir de allí busqué sus libros, primero en francés, donde había varios traducidos. ¿Se podría decir que lo leí como poeta francés? En parte sí, no sólo por el idioma en que me aproximé sino también porque parecía un poeta afín a cierta estética propia de esa lengua, la que se pregunta sobre la poesía misma, la que hace de ella su sujeto. De eso hace unos treinta años.

Hoy Ramos Rosa es un poeta que cuenta con una presencia amplia en español, hay al menos unos quince libros publicados en nuestro idioma, y tanto en España como en otros países de habla hispana cuenta con lectores, si bien en reducido número, como es propio del poema. En México hay varios libros circulando. Sin embargo, no tiene, creo, el prestigio con que cuentan, otros dos poetas de su edad, Sofía de Mello Breiner y Eugenio de Andrade, con los cuales constituye una trilogía fascinante de la lírica lusa del siglo XX en el ámbito post Pessoa. Como probable señal de ello en Galaxia Gutenberg, la colección canónica española, no hay un volumen suyo, como si lo hay de los otros dos. ¿Por qué ocurre esto? Avanzo una hipótesis: Ramos Rosa, de quien ya dije que leí como poeta “francés”, tiene también muchos puntos en contacto con la poesía en español, en especial con Octavio Paz, pero no sólo con él.

Ramos Rosa había nacido en 1924 en Faró y murió en Lisboa, en 2013, a los 89 años. Poeta longevo, de mucha obra, según parece aquejado en las dos últimas décadas por una grafomanía incontrolables, se habla en algunos textos de más de cien libros publicados. Antonio Moga, uno de sus buenos lectores en España, señala, en un obituario, que la noticia de su muerte tardó dos semanas en aparecer en el periódico El País (no recuerdo si en México se informó de su fallecimiento). Y, sin embargo, como lo demuestra la bibliografía de sus libros traducidos al español, fue un poeta leído en nuestro idioma. Si se busca información en la red aparece varias veces una buena y pionera entrevista publicada en la revista colombiana Común presencia, que le hizo su director, el poeta Gonzalo Márquez Cristo, en los años ochenta.

Poeta de la duda y la pregunta Ramos Rosa es un poeta paradójicamente asertivo. Entre tanta escritura sus lectores comprenden pronto que su tema es el silencio. Si bien empezó, allá por los años cincuenta, como un poeta existencial, pronto mostró que lo que buscaba era el sentido de esa existencia, no su acontecer sino su ser, no su reducción anecdótica como hace a veces la novela, sino el abismo que abre la pregunta sobre el sentido. En un libro titulado El aprendiz secreto (Visor, traducido por Clara Janés), el poeta dice: “Sin vehemencia y sin precipitaciones, el constructor iría colocando las piedras al ritmo de la respiración”. El ritmo de la respiración: eso es. Su poesía es, como quería Heidegger, la casa del sentido, el lugar en donde éste anida. Y en esa casa se manifestará, reino de la paradoja, “la abertura viva de lo invisible”. Sí, para Ramos Rosa, escribir es respirar, de allí que la grafomanía no sea una enfermedad ni un síntoma de alguna dolencia, sino una manifestación vital.

Cuando fue, para mi hace años, un poeta francés, el portugués me reveló una faceta de esa escritura fragmentaria que es apunte sobre el sentido, más en la línea de Rene Char que de Paul Valéry, la prosa y el verso eran formas indistintas, aunque no indiferentes, en las que se manifestaba su búsqueda lírica. Y eso mismo condicionaba la manera en que los lectores de poesía van encontrando a sus autores. Mi entusiasmo por el poeta me llevó a publicar un libro de su autoría en Ediciones sin nombre Patria soberana/Nueva ficción, en traducción de Miguel Ángel Flores. Flores, poeta él mismo, y uno de los más atentos a la lírica portuguesa en México, quien tradujo también años después La rosa izquierda, El libro de la ignorancia y Tu rostro en un solo volumen para la Universidad Autónoma Metropolitana, y a perseguir sus libros en los idiomas en que los pudiera leer.

Ramos Rosa tiene un aire común con algunos escritores, pero no se parece a nadie sino a sí mismo. Para encontrar su raigambre portuguesa hay que rascar un poco en los poemas, pues es menos evidente que en otros poetas lusos, no recurre para nada a un color local. Tampoco a la heteronimia, pues su voz es muy suya, más allá de los cambios de temperamento y léxico según la época. Los rasgos existencialistas y comprometidos que hay en sus primeros poemarios van dejando paso a una obsesiva preocupación por el lenguaje y su manifestación poética ¿Cómo se dice dice? Es una manera que raya en la parodia de cuestionarse sobre la poesía. Pero Ramos Rosa, no exento de humor, extrema esa posición y agrega que se lo pregunta porque precisamente no se dice dice. De allí en cierta manera la grafomanía mencionada al inicio: esa pregunta siempre tendrá una vuelta de tuerca posible, pues siempre se desdice.

Pienso que a los lectores de lengua española los sorprende lo transparente y claro que puede ser en una reflexión tan compleja y a la vez tan monocorde. Y es también eso lo que hace que los poetas se sientan tentados a traducirlo a su lengua. La nómina de los que lo han hecho es amplia: Eugenio Montejo, Rodolfo Alonso, Ángel Campos, Luis María Marina, además de los ya mencionados Flores y Janés. Igual ocurre con sus traducciones al francés. Y no es porque sea un poeta fácil de traducir, al contrario, su transparencia puede volverse gris en las versiones a otro idioma, incluso opaca. Al traducir enunciados complejos que, gracias al trabajo del poeta, se presentan de manera sencilla, pueden volverse simples e incluso obvios, el más terrible pecado de esta poesía.

Su lectura de la poesía francesa de posguerra lo encaminó en busca de esa transparencia. Cercano a veces en tono a Guillevic o a Munier, la interrogación sobre las palabras es también un preguntarse sobre las cosas –como en Ponge– y sobre los actos –como en Char–. Supo conservarla sin la abstracción que a veces la pierde en vanos experimentos, pues para él el poema siempre es algo concreto, experiencia vivida. Por eso a veces se ancla a una imagen, a una figura, a un arquetipo, como en poemario Ciclo del caballo (traducido por Ángel Campos Pámpano) o en el deslumbrante Animal regard (Mirada animal, leído en la traducción al francés de Michel Chandeigne.) Ramos Rosa es, sin embargo, más que un poeta para poetas, pues su fundamento último es siempre el de un poeta amoroso.

Cuando el romanticismo español señala, con Bécquer, que “poesía eres tú” en realidad traslada la pregunta, o precisa su sentido, pues lo que se pregunta es quién es tú, qué significa ser otro. La mención del autor de Las rimas no es gratuita. Si, como responde en cierta manera la poesía en otros siglos, la poesía es una anagnórisis, un reconocimiento, nos hace saber quiénes somos, con Rimbaud nos hace saber que en la medida en que sabemos quiénes somos sabemos que somos otros, que se es otro. Esa dialéctica del ser otro es muy distinta de la tradicional, en su corazón está la necesidad de la permanencia y la fugacidad inevitable de la vida.

Ramos Rosa está mucho más inmerso en una continuidad de la poesía portuguesa precisamente porque no busca un color local y por lo tanto no es una excepción en el sentido sino en su construcción. De allí también lo enorme de su obra y la importancia que tiene, además, como ensayista y traductor, primero de la poesía francesa y después de la hispanoamericana. Es plenamente consciente de que él surge en la lírica cuando la fama de Pessoa crece enormemente, gracias al inicio de la edición de sus obras completas (1940) y al estudio de sus heterónimos. Entiende la importancia de Álvaro de Campos, y siente también en sí mismo a ese burócrata, ese hombre aburrido que se desperdicia a sí mismo, que denuncia en sus primeros poemas de claro, si bien no obvio, sustrato político. En esa condición de encierro, la imaginación pide libertad creativa, es la ventana abierta por la que se ve el horizonte, y por eso lleva más allá la lírica neorrealista de la generación anterior. Un grito claro, título de uno de sus primeros libros, es un grito lucido, no la reacción puramente física (aunque también) ante el dolor y el encierro al que el régimen de Salazar condenaba al creador (y no sólo al creador, a cualquier persona).

La inteligencia con la que Ramos Rosa desarrolla una poesía reflexiva es claramente deudora de su actitud política primera, aunque (o porque) se plantee como algo no ideológico sino vital. Y si eso lo lleva a resonar en el timbre de la poesía francesa, también lo acerca, un par de décadas después, a la poesía hispano americana. La evolución en lengua española, tano en España como en América Latina, de una poesía existencial, marcada primero por la guerra civil española, después por el conflicto mundial y por las filosofías existencialistas, resolvió al menos en la literatura, en un par de décadas el conflicto provocado por la inhumanidad de la guerra y la falta de libertad y democracia, y se reencausó por el trazado propuesto por las vanguardias de ambos lados del Atlántico –el 27, Contemporáneos, Chile, Perú y Argentina con su particular surrealismo–, pero en el idioma portugués sí se provocó una ruptura, y las líricas del Brasil y de Portugal no tienen una misma evolución general. Mientras que la plenitud del drama en gente pesssoana se resolvió en clasicismo y mesura con Andrade, De Mello y Ramos Rosa en Portugal, en Brasil, de Joao Cabral de Melo en adelante. no ha habido sino intensos vanguardismos sucesivos.

El que mejor entendió esa condición fue Ramos Rosa y por eso es el que puede servir de puente a ambos cauces. La forma extrema, ese formalismo histriónico que caracteriza a la poesía concreta se resuelve en él en una transparente meditación sobre la propia poesía apoyada en la evidencia de las imágenes y la experiencia. Por eso el poeta insiste en muchos pasajes de su obra en la idea de la respiración como ritmo interno del poema, una especie de tranquilidad oriental de no ser porque no busca la vacuidad sino la plenitud. En un idioma y en una región en muchos sentidos periférica, la lírica portuguesa consigue algo que las literaturas dominantes no han alcanzado del todo: paz interior.

Después de leer poesía de Ramos Rosa en francés y en español me aventuré a leerla en su idioma original. Suponía, con cierta ingenuidad, que, familiarizado con su tono y sus temas, su lenguaje y sus imágenes no me resultaría tan complicado. Y así fue en efecto, pero además se me reveló un aspecto distinto. En algún lado leí que Unamuno decía que el portugués era como el español, pero “sin huesos”, que no tenía estructura interna y que por eso su belleza se escurría entre las manos. Es una declaración muy propia del filósofo y poeta que busco siempre en el español una densidad necesitada de arquitectura, pero más allá del dejo un poco despectivo según recuerdo, intuía lo que en la poesía de Ramos Rosa es evidente: su silabeo es más rápido que el del español y eso lo hace menos melódico y más sincopado. Eso es lo que hace tan difícil su traducción. En general las versiones que se han hecho al español y al francés son buenas, y entienden bien el tono general, pero aun así son lentas, su búsqueda de ligereza expresiva, uno de sus rasgos fascinantes, no llega a esa danza interna casi monosilábica de algunos de sus poemas, que por eso hacen recordar otra vez a la lírica oriental.

En realidad, lo que las emparenta es la plenitud que expresan. Otras poesías de occidente, como la hispánica, la francesa o la alemana, están corroídas en esta época por una desconfianza en el mundo, una desesperanza que la portuguesa no parece vivir. Es un canto pleno, festivo, no torturado por el pesimismo y el dolor. No es que no haya tanto de una cosa como de otra, pero el poema es plenitud e iluminación. La mejor característica de Ramos Rosa y de los poetas portugueses es precisamente su condición de luz. Y en él resulta además extraña, pues los poetas que se suelen ocupar del lenguaje son profundamente escépticos y eso los sitúa incluso en sus momentos de iluminación en una zona oscura, la del abandono de los dioses. No es que en Ramos Rosa no se hayan ido o hayan regresado, pero su condición es de activa espera. Su poesía intuye la gracia.

La experiencia de la gracia está tradicionalmente ligada al éxtasis místico. No ocurre así en Ramos Rosa. Como dije anteriormente, los dioses están presentes en su ausencia, son un vacío. Clara Janes ha traducido dos libros unitarios suyos al español: Acordes (Olifante, 2000) y El aprendiz secreto (Visor, 2001), ambos de una fascinante redondez. El segundo mencionado es una profunda reflexión sobre la idea heideggeriana de la casa de la poesía, lugar del hombre, espacio del sentido. La espera de “El visitante que nunca vendrá” es lo que da razón a esa construcción de una morada de la espera. Penélope espera a Ulises y el padre al hijo, llamado pródigo tal vez equívocamente, pues el pródigo es el padre, tal vez por la transferencia que provoca la espera, uno espera el regreso, el otro regresar. La palabra pródigo tiene ecos de generosidad y prodigio: esperar el regreso y esperar regresar. Se desliga del eterno retorno de lo mismo para proponer el eterno retorno de lo diferente. Si el aprendiz trabaja en secreto como señala el título es porque lo hace en silencio y en soledad, y ni una cosa ni la otra se rompen por la palabra de la poesía.

Si el aprendiz trabaja en secreto es porque lo que hace, dar sentido, se realiza con una cierta reserva, no ocultándolo, dado que lo escribe, sino forjado en la soledad y el silencio, su ser es entrega y reserva, función dadora y receptora en la casa de la poesía, construida con palabras, morada de aire. Por eso es duradera, el tiempo la traspasa. La dinámica de la paradoja se deja atrás si toda intuición se resuelve y revela en su opuesto, negación afirmativa que impide su inmovilización conceptual. Es, claro, la casa sosegada de Juan de la Cruz, abierta a todos los registros de lo posible, presente en su inacabamiento. En Ramos Rosa la idea nunca es abstracta (dejaría de ser idea desde su punto de vista), pero no es tampoco una formulación exclusivamente sensible, tan frecuente en la poesía de su generación. No es un poeta intelectual pero sí de la inteligencia, por eso la necesidad de pensar la poesía desde el poema mismo, no plantear una teoría sino una práctica. Sabe que la condición divina de la epifanía –Dios dijo: hágase la luz, y la luz e hizo– no es propia del hombre. El poeta dice: hágase la luz y la luz comienza a hacerse, es una perpetua construcción que siempre se está haciendo, adquiere su ser en el hacer, el caldero para su acción es el tiempo. Si, en efecto, Dios, que es eterno, no tiene ni conciencia ni vivencia del tiempo, en su infinito poder envidia a sus criaturas la condición de vivirlo. Por eso el poeta quiere decirle, a Él que es mudo y, me temo, sordo, la experiencia del tiempo. Si, como ha dicho Francisco Segovia, Dios no habla, decir que dijo “hágase la luz”, es una manera de humanizarlo.

Para Ramos Rosa los poemas son paisajes mentales, pues el pensamiento también se contempla. Sólo que son visiones. Y la expresión siembra lo visto de duda. Cuando se dice que alguien tiene visiones se dice en cierta manera que no hay que creerle. A veces sus escritos parecen páginas de un diario, bitácora de viaje que es el viaje mismo, reflexiones ininterrumpidas sobre el hecho mismo de escribir, gesto que no puede detenerse ante la inquietud de perder el momento preciso, y por lo tanto (por su precisión) siempre postergado. Uno de sus traductores mexicanos al español, Miguel Ángel Flores me contó que, cuando él lo fue a visitar, Ramos Rosa estaba aquejado por una suerte de demencia grafológica: escribía y escribía sin parar, recluido en una clínica, entre asilo y hospital, donde lo visitaban sus lectores. Y la anécdota, independientemente de su veracidad estricta, me pareció adecuada, pues el desafío de la lucidez tiene en el horizonte a la máquina parlante. Pero una máquina imparable no es una máquina, pues todo mecanismo es una negación de la eternidad, tarde o temprano se descompone, y en contraste el cuerpo no lo hace, éste se enferma, que es una cosa muy distinta. La poesía es como toda enfermedad, un síntoma de vida. El muerto no se enferma, ya no tiene porqué, a menos, como diría Quevedo, que sigamos conversando con él, y así siga enfermo, vivo. En cierta manera la poesía portuguesa está hecha de aparecidos, de apariciones. Es la herencia de Pessoa. Todos los poetas portugueses posteriores pueden ser considerados heterónimos.