Citlali Guerrero: Cuando la poesía se impone a la pedagogía del silencio

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Citlali Guerrero,Conversaciones con el cadáver de mi madre, Ícaro ediciones, México, 2023, 59 p.

ISBN: 978-607-99908-9-3

La poeta y filósofa Chantal Maillard escribió en el libro ¿Es posible un mundo sin violencia? que “El arte debe ser capaz de transformar las emociones básicas, ordinarias, en otras modalidades de la experiencia susceptibles de ser saboreadas”.
Las palabras de Maillard me acompañaron mientras leía y releía el último libro de la poeta Citlali Guerrero, me refiero a Conversaciones con el cadáver de mi madre, editado recientemente por Ícaro ediciones. Se trata de un libro provocador, puede incluso ser incómodo. La poeta guerrerense pone en nuestras manos una reunión de poemas en los que el desamor materno es protagonista. Desde el título se enuncia que la voz lírica se impone y se declara contra la madre. Pretende, mediante su poética, un diálogo abierto. Pero la insistencia sucede ante oídos sordos, porque la madre no se presta, no desea participar en lo que la poeta propone. Después de todo la conversación es la invitación a un encuentro, no obstante, en este libro, podemos advertir que la relación entre madre e hija se define mejor a través de lo contrario. Advertimos la incomunicación que se experimenta en distintos momentos del poemario: “Hay un error aritmético en nuestro primer encuentro / fronteras y puentes destruidos”. La voz lírica insiste en que este diálogo no será fructífero. Ante el silencio o el vacío de la vida real viene el arte a colocar sus parches.
Algunos poemas de este libro me hacen pensar en la pedagogía del silencio. Defino como pedagogía del silencio a ese aprendizaje que se nos hereda a las mujeres desde la edad temprana y que consiste en callar, en guardar silencio, en no hacernos de ninguna voz. Encuentro la ejecución de mi idea en el poema “Jamás te conté que un tiovivo”, pues la poeta narra de qué manera aprendió a guardarse el dolor en el cuerpo, leemos:

Jamás te conté que un tiovivo
(al caer) me aplastó el pie izquierdo
Ocurrió en los juegos mecánicos que llegaban todos
los veranos
Ocurrió de noche y a pesar de que el pie se me hinchó
como sapo, opté por el silencio
(entonces, no sabía que el dolor se podía comunicar)
En su lugar inventé el llanto de tres rosas amarillas,
por el habla.

Sabemos ya que el espíritu de la palabra no desea ser eco del silencio. En Conversaciones con el cadáver de mi madre, podemos leer desde el primer poema, una voz que se presenta imponiendo su rebeldía ante los deseos de la madre, quien desea obligarla, en este caso, a no ser zurda. El juego de oposiciones se levanta en muchos momentos del libro. También hay en el poemario, diversos momentos donde se registra la negación de la palabra, como en este verso: “El silencio nos acompaña como un pájaro calvo y enfermo”.
En este punto quiero remarcar la audacia creativa que Citlali Guerrero imprime en su escritura, pues sabe, como oficiante de la palabra que para conversar se necesita disposición. Y en la poesía siempre es posible encontrarse con las voces de otras. En la poesía la conversación reverbera. Para no caer en el monólogo, su voz se engarza a las voces de otras poetas y con ellas se teje el hilo de esa charla anhelada, como antítesis a la que jamás existió con la madre. Como ella misma lo inscribe: “Madre, ni el tiempo ni el silencio apaciguan el odio / (si no se atiende)” por propia mano es que abre la caja de pandora donde se había guardado el resentimiento y a través del lenguaje nace esta conversación, que es un libro, que es poesía.
Leemos en otro poema: “busco el vientre de las mujeres donde pude haber nacido” y esta búsqueda conduce al lenguaje. A la conversación sí acuden Emily Dickinson, Wislawa Szymborska, Ane Sexton, Tony Morrison, quienes con su palabra responden y respaldan el discurso poético y la necesidad de sostener el diálogo pero también de cimentar la genealogía poética. Leo sus voces en este libro como claves que son más que epígrafes, son acompañamiento y refugio. Todo lo que no se le ha podido decir a la madre, puede ahora ser conversado con ellas, las autoras de su genealogía. Todo lo que no ha respondido la madre, lo responden las poetas y escritoras a través de la poesía.
Y no era suficiente crear este ensamble para derrotar al silencio, el mutismo y el dolor que provoca. Por eso intervenimos también nosotras; las lectoras, los lectores. Retomemos las palabras de Maillard: el arte transforma los dolores y sufrimientos para que sean saboreados. En este libro se da forma a un ser incapaz de amar, pero no se le juzga, no es ese el sabor de boca que nos queda porque no es la poesía un instrumento de purga, ni de catarsis. Se nos entrega, eso sí, un poemario donde la compasión se transfigura. Se delinea a la madre en su juventud, en su ser cruel y se le acepta así como es. Porque en el mundo siempre habrá personas con quienes no sucederán nunca los encuentros y a veces esas personas, son las madres:

“Ahora aquí estamos sin encontrarnos nunca
Aquí estamos lejanas, destruidas, sin aliento
para pedir perdón por tanta vida sin memoria.”

Se puede saborear y reconocer que el amor no es un don otorgado y connatural de todas las madres. Y tampoco las hijas deben, bajo ningún motivo, pedir perdón a quienes les han causado sufrimiento.
Para concluir vale la pena remarcar que el estilo al que recurre la poeta se encuentra repleto de escenas donde la naturaleza del recuerdo toma forma. Un recuerdo maleable que vira hacia lo que sucedió y hacia los recuerdos inventados de un amor o una convivencia que no existió. La poeta se obstina en declarar lo que se espera del futuro en contrapeso con lo que se recuerda. A fin de cuentas la memoria se arma de mosaicos y en este libro las escenas configuran la idea de que el pasado siempre es maleable si se recurre al lenguaje de la poesía.