I
Hora de partir
En la ventana los eucaliptos agitan su cabellera espesa y verde
sus olores envuelven el gemido
la sala de partos también es verde aunque lo más
terrible es el viento
se me revela de pronto el soplo que es la vida
lluvia con sol es marzo casi la primavera
—contracciones cada minuto de 42 segundos—
la muerte llama al amor respira el tronco y la raíz
permanecen inmóviles
la ventana sólo deja anudar nubes y hojas
ah ese sueño ese sudor que te recorre el cuerpo
reconociendo el laberinto de sus ramas
el hedor de la parca que nos rodea siempre:
inmóvil la alameda
—usaremos simplemente un bloqueo—
se agitan las cabelleras el tallo que se prolonga en mi
vientre, va a cortarse
(sólo los cortes permiten los retoños)
mis brazos se quieren alzar al cielo
estoy atada
los pirules en su fruto sangran
la imagen fluye en el destello de la lámpara salpicada de rojo
y las ramas se vuelven y me miran más que nunca.
Este animal sale del interior de una cueva
lo único que le recibe es el mundo
la marea está aquí y en todas partes
se contagian los vientos y los ápices doblegan
suavemente sus pezones de virgen
nada hay contra las marismas prematuras
sólo el cuerpo se mantiene en su sitio dando forma a lo vivo
así después de este dolor intenso comienzo a darle
apenas sus raíces.
(pp. 80-81)
Como el viento, la lluvia o el sol, Maricruz Patiño es una fuerza de la naturaleza cuya voz viva o por escrito, cuyo silencio y sonrisa no pueden pasar inadvertidos. La conocí en el taller literario que se inventó Huberto Batis para dar clases incluso los sábados y juntar en su jardín a los alumnos de las dos universidades en que daba la clase, la IBERO y la UNAM en la Facultad, La Facultad de Filosofía y Letras. Ahí nos conocimos con ella, con José Manuel Pintado, con Guillermo Sheridan, Magolo Cárdenas, Alberto Ruy Sánchez, Margarita de Orellana, Alberto Blanco, Luis Cortés Bargalló, Katya Caso, Marcelo Uribe, Coral Bracho, Verónica Volkow, Jorge Cubria, Mariano Flores Castro, Víctor Villela y una cauda de estrellas fugaces que pasaban ahí a leer sus poemas y cuentos. Recuerdo a Maricruz leyendo poemas y discutiendo a voz en cuello, sentada en el suelo, defendiendo quién sabe qué punto de vista mientras golpeaba en el suelo y alegaba con su contradictor. No eran precisamente diálogos platónicos, aunque se diesen en un jardín. Otra imagen que tengo, algo posterior, es la de Maricruz ya instalada en su casa en la calle principal de Valle de Bravo atendiendo a sus hijas Itzia y Ligia y José Carlos y a José Manuel Pintado su compañero y padre de sus hijos, y a sus amigos: Rosalba Ortiz Monasterio, Francisco Serrano y Patricia Van Rijn a cuerpo de rey haciendo preparativos para recibir al poeta nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez o al poeta peruano Rodolfo Hinostroza. Un rasgo: la amplitud de su mesa y de su corazón donde había lugar, alimento y bebida para todos sus invitados… Maricruz nunca se desesperaba ni se salía de sus casillas. Pero no perdía los hilos de la conversación, mientras cocinaba podía discutir sobre “Los vasos órficos” de Lezama Lima o las prosas agrestes de Orlando Guillén…. Otros recuerdos numerosos se agolpan en la memoria. Recuerdos de cosas que ella contaba como los de que durante unos meses ella y Joaquín Xirau junto con otros jóvenes poetas iban a visitar a Octavio Paz y a leerle sus poemas y escucharlo hablar o sus recuerdos familiares en Cuba, pues uno de sus secretos es su raíz antillana pues en realidad Maricruz no es tanto de la colonia Condesa sino hija o más bien nieta perdida de La Habana Vieja, “La abuela”, (p. 209):
La abuela
Así llegó la madre de mi abuela
a La Habana,
altiva hija de un continente antiguo
y ni el sol de las Antillas
pudo arrancar un destello caribe a sus mejillas
Así llegó la bisabuela a la isla:
asombrillada.
Y esto me lleva a hablar de Maricruz de nuevo como una fuerza de la naturaleza que no reconoce fronteras y va y viene libremente, cruzando fronteras sin dar ni pedir pasaporte o salvoconducto. La palabra que conviene aquí es: libertad. Maricruz pertenece al linaje de las mujeres que han ido a buscar la libertad o que la han encontrado y defendido… No es de esas personas que se esperan a que caiga del cielo la flor de oro. Es más bien de aquellas que saben cultivar metales preciosos en las minas de la amistad desinteresada.
Una prueba es el trabajo editorial que la llevó con Aurora Marya Saavedra y Leticia Luna a editar los tres volúmenes de la Trilogía poética de las mujeres en Hispanoamérica[1] dividida en tres volúmenes: “Picaras”, “Místicas” y “Rebeldes”…. pero vuelvo a Maricruz y matizo el retrato que trazo diciendo de ella que algo tiene de pícara, de rebelde y de mística y que acaso se deba leer su poesía bajo la lente de este triple prisma… Hemos sido convocados aquí para saludar su 70 aniversario. No es una fecha trivial —el que cumple esta edad ha cumplidos diez veces siete años. Es el inicio de un ciclo o si se quiere de un cielo… Varios ciclos. varios cielos, varios anillos en su corteza tiene este ser que ha sabido hacer crecer sus ramas y raíces para dar sombra y abrigo a su propia vocación y a sus lectores y seguidores. La poesía de Maricruz Patiño es un secreto a voces, y ese secreto a su vez está hecho de voces que hablan en ella o que ella saber oír. De hecho, si el libro se llama “La misteriosa voz” podría llamarse también acaso “El misterio de la voz”.
La voz es casa y arma, lúcido y desgarrado decir, (p. 94):
No diré paz ni amor como la gente de mi tiempo
porque ni paz ni amor existen
ni cantaré frases lindas ya que hablar es mentir
yo vocifero al viento
gritos iras
zozobras del dolor humano
no escribo por placer
sino en mala hora
ay ave ave que morirás de moda en tres segundos
track track track
¡vuelas! la bella muerta entre los aires
la nefasta ilusión
ay ave ave de corazón mi ave de viento
que sólo miras amor en la negrura y paz
en la presencia insomne de las horas.
Lo demás es migajas, migajas para las aves muertas
ave ave de corazón ave de viento
yo sé que no podré guardar silencio.
La voz es también casa y albergue, (p. 306):
Epílogo
Para mi maestro, Octavio Paz
La gente que no vive su casa
sufre de una cierta pesadez de espíritu
digo, porque sin casa viven millones sobre la Tierra
Vivir en una casa vivir sin casa
aun así habitar nuestra casa
no es fácil lo sabe todo el mundo
Pero siempre hay una casa
la casa nos persigue
se lleva dentro
si estás en este mundo
es imposible no tener una casa
Cuando nada se tiene
el alma es una casa
la piel es una casa
y por último maestro Octavio:
la mirada también es una casa.
Si es cierto que el poeta es quien sabe decir y fraguar dichos, también es cierto que ese saber está hecho de tensa atención a las voces de los otros y a la música del mundo, a la música de las esferas, la música de la memoria.
Así en “Danzón”, (p. 68):
Danzón
Danzón dedicado a mis padres,
Jorge y Nidia, porque bailaban.
Mis padres lo bailaban suavecito
como dejándose llevar por el piano la flauta y los timbales
deslizándose apenas por el salón aquel de La Cabaña
bajo el sopor limón de los mojitos
Mis padres bailaban danzón en un cuadrito
pegaditos sudando
bajo un revuelo cálido de sordos abanicos
en aquella Habana encendida por la Revolución
Pasito corto arrastradito
cediendo al reclamo azul de las Nereidas
claves con su tac-tac de enredaderas
donde miradas de diez años
espiábamos átonas
el ritual de los pies siempre los mismos
al tono acompasado de las caderas
Mis padres lo bailaban los domingos
Ella con un vestido de orquídeas contempladas
Él de guayabera blanca y jipi-japa
nosotros los vimos interrumpir el baile para escuchar el solo
y retomar la danza de gestos complacientes
en aquel juego de altísimas miradas
Mis padres lo bailaban calladitos
apenas como susurro de palmeras.
Bajo “La misteriosa voz” subyace un mapa secreto de lugares donde tienen lugar y se celebran los misterios de estos retratos y metamorfosis: la Ciudad de México, y sus calles y antros, sus plazas y departamentos, Valle de Bravo, Tuxtepec, Ixtapan Jagüey, Guaymas, Los Cabos, Las Californias, Marquelia, Granada, Andalucía, Toledo, entre otros tantos lugares donde se da la ofrenda, la ceremonia de la contemplación de esta descalza peregrina infatigable que anda y vuela y nada en busca de la verdad de su ser interior, del íntimo y secreto vaso dorado de su ofrenda.
Eso me lleva a subrayar algo el papel que juega y ha jugado la música, la idea de la música en el impulso de esta voz. La música y el silencio. Maricruz sabe escuchar, pero también sabe callar y merodear los claros del bosque sin nombrarlos. Véase el poema “Enseñanza”, (p. 169):
Enseñanza
Aprendí el lenguaje de los críticos
pero me pareció acartonado
conocí la lengua de los filósofos
me perdí en ella
repetí la jerga de los chismosos
de los publicistas, no pude
con el entramado de mentiras
…un día escuché el silencio
y llegó la palabra desnuda
húmeda temblando.
o “La oración de la tarde” dedicado a Joaquín Arcadio Pagaza y fechado en Valle de Bravo en 2001, (p. 211):
La oración de la tarde
Homenaje a Joaquín Arcadio Pagaza
Que se derrame el canto
y que la tela del cuerpo se despliegue
como una sábana hambrienta de palabras
Es una voz que despierta
la que baña de luz esta campana
Aire que tañe en la cúpula suspiros
es la hora que llama al primer rezo
y mi alma brumosa sobreviene en cascada.
Valle de Bravo, 2001.
II
La misteriosa voz. Poesía reunida (1979-2015)[2] reúne XV, quince libros de Maricruz Patiño: I. La circunstancia pesa, 1979, II. Tarjetas postales, III. Receta para desvaríos, IV. Horneada sentimental, V. Voces, 1984, VI. Desorden armónico, VII. Sueños, VIII. Estudio sobre un cuerpo, IX. Cartas, X. Prosa de un viaje desesperado, 1990, X. Otras vidas, 1993, XI. Larga vigilia, 2002, XII. Del mundo y otros cielos, 2010, XIII. El timón dorado, 2012, XIV. Arati, 2013, XV. La misteriosa voz, 2015. El mar y el amor, la soledad, la contemplación, el cuerpo amado y el cuerpo propio, la casa… El mar como fuente de parábolas y de lecciones. “Escena en la playa”, (p. 237):
Escena en la playa
Ola tras ola el joven surfista
acecha la cresta perfecta
para deslizarse hacia la playa
hasta el momento en que la espuma
reviente a sus espaldas
capa espumosa testigo de su hazaña
figura blanca que se disuelve en la arena
e ignora la sombra del vendaval
así, surcamos soberbios
anhelando la cima murmurante
que a la aventura nos llama
mientras el alma se desvanece preñada de futuro
arrastrada hacia la inercia del instante perpetuo
desconociendo la intrépida gallardía de nuestra libertad
si has llegado hasta aquí no hay escapatoria
de todas maneras, detrás estará siempre la resaca.
o “Náutica”, (p. 243 y ss):
I
En el crepúsculo el mar dice:
—aquí estoy —con su rumor perenne
En la quietud respiran luciérnagas y voces lejanas
detrás de la bruma se adivinan ciudades de luz
Plateada alcoba
cuyo único sostén son los cocoteros
Conjuro de la diosa
rito de constelaciones, tú, la Luna
La soledad que lleva a una “Lectura crítica”, (p. 196):
Lectura crítica
Leo:
“Toda la vida por un minuto de gloria
Me pregunto:
¿Valdrá la vida un minuto de gloria?
o
¿No será la vida, la gloria sin minutos?
o bien
¿Será el minuto la vida o la gloria?
quizá
¿La gloria sea tan sólo un minuto de vida?
y a una inquietante “Visión”, (p. 208):
Visión
Vengo del futuro
a vivir la vida de mi sombra
He venido a buscarla
para llevarla conmigo
a ese lugar sin tiempo.
Con Maricruz hemos ido del brazo por las plazas y calles de la vida, hablando de poetas como quien dice rumbos y orientaciones. Uno de ellos ha sido Octavio Paz, otro Jorge Cuesta al que ella cita como epígrafe en una urna reflexiva. VI, (p. 285):
VI
Hablo una lengua sin voz
habito una conciencia
que se vive a sí misma
palpita dentro del ser manifiesto
que respira en la nada
Todo está en movimiento aunque parezca yerto:
un rayo de luz derrama pétalos en los altares
y al fin es el silencio
la canción sagrada
La misteriosa voz es un espacio ritual donde se practican varias religiones. Una de ellas y acaso la principal es el amor, el Amor en mayúscula entre los cuerpos, el Amor en mayúscula de la mente en busca de su camino y de su serenidad. Un ejemplo del primer aspecto está en las pp. 117-118- 119:
Sueño I
Mi casa es un barco
navega entre los días
como una gran nave
en la mitad del desierto
que es el mar
respiro su calma en la rutina
doméstico el gato lame su cola
no hay viento, el agua es un espejo
estamos varados en el abismo
el hombre descansa,
goza de su ración de amor
estamos anclados en el centro del océano
la casa está en paz.
Sueño II
En el ritmo de los tambores que tu corazón
deja escapar frente a las islas
logro sentir el sueño de los grillos
Obatalá, Oyá, Yemayá.
La primavera es consagrada nuevamente,
en tus brazos la oscuridad nos recorre.
Como girasoles nocturnos
seguimos el olor de los cuerpos
voz hecha piel
Orula, Orula,
sobre el templo del mundo
los miembros se desprenden
entregados a su totalidad
ofician el rito del amor.
Sueño III
Apretaremos brazos sobre sonrisas tibias
de la lumbre en los labios gotearán las señales
entraremos en los signos que marcaron los pasos
y en la cama miraremos desde un espejo blanco.
Y eras figura ardiente como una mano estrecha
y te metías en mi piel repentino y distante.
Cabalgaremos horas montados uno en otro
y el vuelo de los enjambres
no derribará nuestros talles.
De la segunda en la p. 316:
VII
Cuando la voz se calla
absorta en la maravilla
todo es silencio germinal
todo es grandeza
estoy conmigo en una sosegada paz
oigo la voz y escribo a la luz de una vela
que dibuja un biombo labrado de sombras.
Valle de Bravo, 2015.
y en la 295:
El reino
Meditación
en la casa de Maimónides
El templo que es mi cuerpo
el cuerpo que es mi casa
la casa que es el mundo
el mundo que es el alma
el alma que es el viento
de azulada agua
azul como la lluvia
la lluvia como un manto
el manto que es de estrellas
despliega la otra Luz
la Luz que es un espejo
reflejo de esa alma
el alma que es mi cuerpo
mi cuerpo que es la casa
la casa en la que siento
el alma derramada
En la p. 297, aparece una cita de Gaston Bachelard:
Habitar la casa
Los espacios donde hemos
sufrido la soledad o gozado de ella,
donde hemos deseado y hemos comprometido,
son en nosotros imborrables.
La poética del espacio
Gaston Bachelard
quien desde esa remota juventud nos acompaña y sigue acompañándonos. Bachelard fue leído por Jorge Cuesta, pero Bachelard también leyó a Paz y fue leído por Tomás Segovia, Inés Arredondo y Maricruz Patiño. También, desde luego, por el suscrito… A la poética del espacio del francés siguieron los libros sobre el fuego, el aire, los sueños, la tierra y la voluntad. Yo diría que Maricruz ha levantado su casa de palabras con los materiales de la experiencia viva y vivida sazonando ésta con sus caudalosas lecturas también vivas y vividas que van de Lezama Lima a Simone Weil. Viene de muy lejos es como una alta y poderosa ceiba bajo cuya sombra juegan y saltan la reata esos niños que somos sus amigos. Fragmentos de una poética del fuego[3] es el título póstumo de los ensayos de Bachelard preparados por su hija. También podría ser el lema del que un heraldo echaría mano para hablar de la poesía de Maricruz Patiño.
[1] Trilogía poética de las mujeres en Hispanoamérica: pícaras, místicas y rebeldes, Maricruz Patiño, Aurora Marya y Leticia Luna, La cuadrilla de la langosta (Once Mil Vírgenes), México, 2004.
[2] La misteriosa voz. Poesía reunida (1979-2015), Maricruz Patiño, Ediciones La Cuadrilla de la Langosta, 2015.
[3] Gaston Bachelard, Fragmentos de una poética del fuego (Fragments d’une Poétique du Feu), edición, prólogo y notas de Suzanne Bachelard, Presses Universitaires de France, París, 1988.