Alessio Brandolini: Rastros de una expedición

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Poesía y naturaleza son desde siempre entidades miméticas. Tanto la poesía tiene en la naturaleza un infinito arsenal de analogías como hay escorzos o efusiones de la naturaleza que rezuman, se dice, la sublimidad de la poesía. No obstante, este vínculo sincrético, esta relación ancilar, ha sufrido, como es razonable suponerlo ante la mutabilidad de las tendencias del arte, hiatos, interrupciones, paréntesis de impopularidad. El ascenso de los escenarios urbanos y la creciente demanda de un lenguaje literal en los horizontes del género poético se han convertido en contrapesos del casi irreprimible trasvase entre la voz lírica y la abundancia referencial de los ecosistemas. A su modo, cada tradición literaria ha conservado vivo su diálogo con la naturaleza, renovando a través del tiempo o las generaciones la manera de interactuar con ella al nominarla, evocarla. Es a veces confesora o testigo, paisaje de fondo o metáfora. La historia de la plástica contribuyó a afianzar los lazos y ensanchar el imaginario compartido por la formulación poética y el mundo forestal o submarino, el desierto o el cielo. La pintura flamenca y la del Renacimiento mediterráneo, la del Romanticismo y la de carácter rural del siglo XX se han sumado a afinar en los poetas esa cultura, esa sensibilidad ocular.

 

El camino de regreso (El Suri Porfiado, Buenos Aires, 2019), del poeta Alessio Brandolini (Roma, 1958), se incardina con mesura en semejante universo, ahondando con una muestra de veintitrés poemas seleccionados de variados libros del autor y traducidos del italiano al español por Marisa Martínez Pérsico (1978) en distintas preocupaciones de orden vital y ontológico que poseen un asidero en el medio ambiente, la meteorología, el pozo cósmico y los laberintos de la espesura. Acudiendo a este puñado de motivos sin detenerse demasiado, la poesía de Brandolini propicia, con y entre ellos, una sana equidistancia que la salvaguarda de la apología de la atmósfera o de las heredades del dios Pan. En El camino de regreso la naturaleza emerge como un ámbito trascendido, pero necesario para llegar a determinados lugares de la enunciación poética o de la trama misma de la composición. Contemplar el firmamento, percatarse de una telaraña en las ramas de un arbusto, recorrer un sendero o escuchar la quietud del bosque en el canto de un pájaro se vuelven ritos de pasaje hacia un punto de mira que desemboca a la postre en una forma de plenitud, un avistamiento en el que cristaliza el reflejo de una verdad que el aire desvanece. Instantes de iluminación que reconfiguran la conciencia del diálogo sutil entre los astros y el suelo, la intuición y la certeza, el presente y la probabilidad.

 

La naturaleza constituye por lo tanto un espacio de transición a la par íntimo y estimulante, sujeto a una complicidad no idealizadora sino motivada por la delectación, la precisión objetiva, la curiosidad. Esta receptiva actitud de expectación repercute en el interior, activando el sutil acompasamiento del entorno con la condición anímica. Lo rubrica uno de los poemas: “Apresúrate con calma, duerme / despierto, en especial cuando camines / por la cuerda que corta el dolor”. El estado de alerta conlleva un sentir, la apertura una impronta de los afectos, como quien realiza un trayecto expiando una tribulación. Andar es purgar una pena, borrar una aflicción, contrarrestar un pesar, a la usanza de las peregrinaciones medievales en el noroeste de España. Alessio Brandolini advierte en cada experiencia de excursión una suerte de Camino de Santiago que consiente nivelar los humores. Veamos: “así también escribes, para olvidar y mantener la calma: / el día pasa y la noche despeja las vocales”. Los elementos que rodean a ese pasajero desempeñan la función de un testigo omnisciente, como una deidad taciturna, y la de un acompañante que adquiere dimensión humana en un ejercicio híbrido de obtestación y prosopopeya. “En silencio he conversado con las nubes y esparcido / la soledad a un extremo a otro del viaje”, se lee en otra pieza.

 

Procurar la novedad en el desplazamiento se torna por consiguiente el incentivo tutelar de El camino de regreso, en sintonía con la invitación de Baudelaire de remitirse a lo desconocido para avizorar lo nuevo, tal como declara uno de los poemas de Brandolini: “hay un futuro que recomponer, un camino que conduzca / hacia regiones intactas”, anhelo que tiene un complemento disuasorio en un lance de psicología inversa como “entonces tú sonríes y yo grito / que no puedo entrar a este paisaje / porque no encontraría el camino de regreso”, episodio que da título al repertorio y resume esta contradicción de la presteza y la fuerza de gravedad de lo ignoto que nos prenda igual que el silbo de las sirenas. No en vano, con la tentación de la retirada o la claudicación, el sujeto lírico valida su voluntad de someterse a los hallazgos de la casualidad: “pero no renuncio al sabor de lo imposible”. La exploración de Alessio Brandolini involucra una dialéctica, la de los pasos orientados por la eventualidad de un descubrimiento y la del marasmo de esos pasos de antemano hechizados por el promisorio desenlace del itinerario. Y para ajustar los polos implícitos en toda aspiración de aventura, Brandolini se decanta por una proposición óptica, visoria, no exenta de nitidez proverbial: “La luz viene de la oscuridad, no hay conflicto / sin encuentro”. Travesía, ambientación y un amago de revelación confirman la cobertura de su poética.

 

El círculo se cierra. Más que una dicotomía, el insondable dosel que articulan la naturaleza y la hiperestesia del individuo encarnan la gran bisagra de los planos existenciales: lo que está más allá de nosotros, fuera de nuestro alcance, en la órbita sideral, y lo que está a pie de calle, o bien, de la pinaza, accesible al tacto con alargar el brazo y palpar la textura de un árbol. Por un lado, la majestuosidad del vacío interestelar, inasequible al contacto, y, por el otro, la consumación de los sentidos en la magnificencia de la proximidad, colmada de dones fastuosos y sencillos, evidentes y secretos. “El olor de la corteza de los nogales expulsa la energía / de los bulbos”, apunta el poeta. El radar del olfato y el impulso de figuración enaltecen las particularidades del reino vegetal. Desde un registro que late a ras de suelo, Alessio Brandolini consignará una gradación que remata en las estrellas, las distancias insalvables, franqueando la fragilidad de la especie como el filtro por el cual fluye la noción de la vida, según consta en un sugestivo pasaje: “Dependiendo de dónde uno esté, se es lo que se puede: alejarse / de la gusanera, abrirse a las heridas, a las constelaciones”. Entre la percepción y la imaginación, la longitud de onda de la poesía que surge de la concreción del humus y se remonta a la indeterminación de las nebulosas. El camino de regreso nos recuerda que cualquier salida de casa implica una resignificación de la odisea de Ulises. Las gratificaciones de ese apartamiento, de esa separación temporal de la consabida rutina, no radican necesariamente, sin embargo, en cruzar las puertas de Ítaca sino en la vendimia de lo experimentado.

 

Alessio Brandolini, El camino de regreso, El Suri Porfiado, Bs As, 2019, 50p.

ISBN 978-987-4409-38-6