Nikil Mukerji y Adriano Mannino: de la catástrofe a la filosofía en tiempo real

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Texto y traducciones de Gerardo Antonio Cortés Mariño

 

 

Quien sólo aprende de sus propios errores, aprende poco, muy poco[1].

 

I.

Cuando una secuencia de acontecimientos sucede por sorpresa, resulta pasmosa y genera el deseo de entender por qué ese acontecimiento inesperado ha sucedido. Cuando los acontecimientos se vinculan a través de conexiones necesarias o probables, la audiencia puede reflexionar sobre la estructura de la trama y llegar a entender, retrospectivamente, por qué los acontecimientos, si bien inesperados, eran resultado de lo que había pasado antes[2].

El párrafo proviene de Aristóteles y la “Poética” (2019), texto que expone e interpreta el conocido tratado a partir de la primacía que tiene el conocimiento en la obra del filósofo griego. A pesar de que aquí Angela Curran sólo aclara una tesis del opúsculo, las líneas dejan en claro que el éxito de una trama depende del modo en el que se entrelaza la capacidad de asombro con la natural avidez de conocimiento del ser humano. A diferencia de la curiosidad que genera la percepción de algún fenómeno natural recurrente, el pequeño tratado aristotélico sugiere un tipo de ansia intelectual ligada a la condición que posibilita la experiencia de la tragedia. Saber que determinadas acciones ya no tienen vuelta atrás es el primer resultado de la epistemología de lo fatal; reconocer que dentro de la trama hubo todo el tiempo indicios para poder evitar el desenlace, el segundo. Según Aristóteles, observamos el mundo y tenemos deseos de conocerlo, pero lo que particularmente queremos entender es qué provocó la tragedia.

En el mundo actual, el cambio radical de la trama es la catástrofe; las ansias de conocer sus causas son otra manera de expresar la impotencia frente a lo que se perdió. No obstante, como lo mencionan los autores de Covid-19: Lo que cuenta en la crisis [Covid-19: Was in der Krise zählt], “el después de la catástrofe es el antes de la catástrofe” (p. 93), es decir, el siguiente paso de una epistemología de lo fatal es una proyección hacia el futuro: lo irreversible del suceso trágico es ya el escenario, el primer indicio, del siguiente.

II.

Desde su título, Covid-19: Lo que cuenta en la crisis. Sobre la filosofía en tiempo real, el texto expresa su intención de moverse entre lo cuantitativo y lo cualitativo: lo que cuenta en una crisis son las decisiones, pero también los números que las sustentan; de ahí que Mukerji y Mannino decidan proyectar sus contribuciones desde la ética de la catástrofe y la epistemología del riesgo, dos ramas de la filosofía en tiempo real [Philosophie in Echtzeit] que se ocupan de estos dos aspectos implicados en la crisis actual.

La narración inicial de la manera despreocupada en la que la se vivió la llegada del Covid-19 a Europa y el recuento de las primeras reacciones a las medidas de emergencia que se tomaron en Italia, Francia y España hacen patente que no sólo no se valoraron e interpretaron adecuadamente los sucesos que a inicios del año 2020 ya anunciaban la gravedad del problema que arribaba, sino que además se tomaron acciones tardías y no siempre bien fundamentadas. Sin usar muchas páginas justificando la injerencia del discurso filosófico en las discusiones corrientes, la introducción de la obra anuncia un análisis crítico de las decisiones del estado alemán para afrontar la crisis a partir del principio de reducción de riesgos o hedging y de un examen epistemológico de los discursos especializados involucrados en los debates.

El principio de hedging es la piedra de toque de la lógica detrás de la cobertura de cualquier seguro: si los daños que pueden ocasionar los posibles riesgos rebasan los costos de las medidas para evitarlos, entonces es razonable invertir oportunamente en estas medidas. A diferencia de un contexto doméstico, el uso de este principio a gran escala y dirigido a las catástrofes mundiales no sólo implica una interpretación cuidadosa de las fuentes cuantitativas de las que se sirven los discursos especializados, sino también el establecimiento de los criterios para tomar las decisiones más adecuadas desde el punto de vista ético. Los costos —argumentan Mukerji y Mannino— serán altos y sin duda habrá pérdidas importantes (en la actualidad, al menos siete proyectos de vacunas contra el Covid-19 obtienen financiamientos millonarios a pesar de que se sabe que probablemente sólo uno será efectivo); sin embargo, es claro que, usando este principio, se puede invertir en el ahorro de un futuro gasto aún más alto y en una menor probabilidad de tener que tomar decisiones a destiempo.

Antes de discutir los criterios epistemológicos que puede brindar la filosofía para una mejor orientación entre las diversas afirmaciones de los discursos científicos, lo primero es establecer las condiciones que deben guiar esta reflexión. Idealmente, los fenómenos se piensan con la mayor cantidad de datos y de tiempo posibles; hoy en día, no obstante, la reflexión filosófica tiene un deadline. La filosofía con límite de tiempo, concepto acuñado por Nick Bostrom, designa el trabajo de pensar fenómenos que implican catástrofes inminentes. En ámbitos como el de la inteligencia artificial o el del cambio climático “para bien o para mal se deben de contestar preguntas filosóficas porque se deberán de tomar decisiones de cómo actuar antes de un determinado tiempo” (p. 18). Estas circunstancias hacen que “las y los filósofos no pueden darse el lujo de esperar hasta que estén a la mano todos los datos relevantes” (p. 18), hay que hacer filosofía con nuevos parámetros, es decir, con “constelaciones de nuevos problemas filosóficos, plazos cortos y desarrollos dinámicos” (p.19). Al igual que la ciencia actual, la filosofía también tiene que hacerse en tiempo real.

El preámbulo al trabajo con las cifras se da en forma de un capítulo que se ocupa de la pregunta de si era previsible o no la catástrofe. Sobre esto se menciona que no se podía saber de antemano que sería en Wuhan durante el mes de diciembre de 2019 donde aparecería el Covid-19; ahora bien, lo que sí se sabía es que (1) una catástrofe como esta ocurriría tarde o temprano[3] y que (2) era una enfermedad ante la cual había que haber reaccionado rápido en cuanto el aumento del número de fatalidades en Asia demostró su letalidad y, sobre todo, en cuanto Wuhan, de una población de 11 millones, fue puesta en cuarentena obligatoria con medidas militares.

Frente a lo anterior la pregunta es, ¿si se conocía esto y además se veían dichas señales, por qué no se tomaron las medidas necesarias a tiempo? Al respecto, los autores opinan que entre otras cosas hubo una serie de errores de cálculo bien conocidos en las ciencias cognitivas. Uno de ellos se ejemplifica con el siguiente problema: si en un valle se duplica cada día la cantidad de flores y para el día 48 el valle está lleno de ellas, ¿en qué día había la mitad de las flores? Según el texto, parece que quienes juzgaron que el Covid-19 no llegaría tan rápido a las urbes de Europa y América, seguramente no dedujeron que el valle estaba lleno al 50% de flores en el día 47 (p.43). Con los datos de Wuhan, de Taiwán y de Corea del Sur se conocía bien la alta tasa de crecimiento del virus, la reacción tardía parece no haber estimado que la rápida expansión de la enfermedad implicaba también una rápida toma de decisiones.

Al siguiente error lo llaman el error del pavo. Un pavo es alimentado todos los días por un granjero; el pavo tiene buenos motivos para pensar que así será siempre hasta que un día el granjero en lugar de darle comida lo sacrifica para vender su carne. La incapacidad que tenía el pavo de imaginarse lo que iba a suceder es la misma que se tuvo frente a la llegada del virus. Se sabía que existía la posibilidad de que llegara la enfermedad a Occidente y de que causaría daños sin precedentes; sin embargo, nuestro horizonte de experiencias no nos preparó ni cognitiva y ni emocionalmente para lo que ocurriría (p.45).

El último error es el de pensar que todas las afirmaciones de los expertos son acertadas para todos los contextos. Este tema abre la discusión en torno a la correcta orientación dentro de la multitud de opiniones especializadas que circulan en los medios de comunicación, reflexión que implica una incursión en la epistemología social, es decir, en la disciplina filosófica que investiga “cómo se puede y debe generar conocimiento en contextos sociales” (p. 52). Después de valorar en qué medida se debe considerar que actualmente es normal e incluso deseable que las opiniones de los expertos cambien con el tiempo (finalmente sus afirmaciones deben ajustarse a los nuevos datos que aparecen día a día), los autores pasan a discutir algunos parámetros para acercarse de manera crítica a sus declaraciones. En torno a esto, se recomienda identificar en qué medida las opiniones se basan en evidencias científicas y, posteriormente, sopesar si ellas responden o no a preguntas que entran dentro del área de conocimiento del experto. Los especialistas en un tema pueden ser los perores consejeros en otro.

De la mano de esto último, otro problema es el de la división de la opinión de los científicos. De acuerdo con el filósofo Thomas Grundmann, ante la duda sobre qué grupo tiene la razón, lo más sensato es declinarse por la opinión del que tenga más partidarios, pues en general los trabajos serios suelen revisarse cuidadosamente entre colegas antes y después de publicarse. La crítica a esta postura se hace, de nuevo, a partir del principio de hedging. Si ya una minoría de los expertos anuncia con buenos fundamentos que puede haber consecuencias graves si no se atiende un determinado problema, más vale tomar acciones preventivas para reducir costos y riesgos innecesarios (p. 60). Esta afirmación se respalda con el resultado del debate público entre los virólogos más prominentes de Alemania y sus opiniones en torno al uso obligatorio de tapabocas.

La última discusión epistemológica del tomo se ocupa de los criterios para la mejor orientación dentro del ámbito de las cifras. Ante una pandemia que se extiende rápidamente, ¿qué números son relevantes y por qué? Al respecto, se menciona que guiarse por la cantidad total de infectados y de fallecidos no es del todo fiable ya que no sólo hay una diferencia entre estos datos y los números reales (las llamadas cifras oscuras [Dunkelziffer]), sino que tampoco se sabe con certeza a qué grupos afecta y de qué manera. Desde el punto de vista de Mukerji y Mannino es el número de las hospitalizaciones en estaciones de medicina intensiva el que refleja con mayor claridad el grado de alarma que es pertinente tener (p. 68); ahora, dónde obtener estos datos es una cuestión que lamentablemente no se trata en el texto.

El siguiente punto que se trata es el de la efectividad de las medidas que se han tomado. El confinamiento fue la mejor manera de evitar que el número de camas de las estaciones de medicina intensiva fueran insuficientes o que su cupo se rebasara por demasiado tiempo; no obstante, cabe preguntarse si ésta y las demás estrategias no fueron reacciones exageradas ante el pasmo de un fenómeno repentino y desconocido. En esta línea, el texto analiza los trabajos de John Ioannidis, médico de Stanford que argumenta en una serie de trabajos que la estimación de la letalidad del Covid-19 no ha sido correcta, ya que en parte hubo un sesgo en el grupo al que se le aplicaron las pruebas (un porcentaje bajo fueron individuos elegidos de manera aleatoria). Sus resultados indican que el Covid-19 no debería de ser mucho más letal que la influenza estacional, es decir, no sería de un 3% (muy peligroso), sino de un 0.3% (p.73). Los autores responden a las no descabelladas afirmaciones del experto con tres argumentos: (1) los datos de Ioannidis son viejos para un fenómeno que cambia de una semana a otra (para cuando Mukerji y Mannino escriben ya se tienen suficientes datos para seguir apoyando la idea de la alta letalidad del virus); (2) sus estudios no toman en cuenta el número de plazas de cuidado intensivo y (3) la gripe estacional ya tiene algunos grados de inmunidad, el Covid-19 no.

Para terminar el apartado se admite que, además de salvar vidas, algunas decisiones para mitigar los contagios también causaron daños a la economía, a los derechos de los ciudadanos y a la salud mental de millones de hombres y mujeres. Sobre esto no hay objeción alguna, por ello el último análisis del texto se da en torno a los métodos que actualmente se discuten y se aplican para combatir la letalidad del virus. Sobre este tema, el texto menciona que de las estrategias utilizadas es la de cocooming, esto es, la de proteger a los grupos de riesgo mientras que el resto lleva una vida más o menos normal, la que perfila el escenario menos catastrófico; sin embargo, a juicio de los autores, lo mejor es combinarla con los buenos resultados que se obtuvieron con el confinamiento, a esta opción le llaman cocooming plus. El capítulo acaba con la propuesta —un tanto ingenua si se piensa en la complejidad de los fenómenos actuales— de un razonamiento que puede servir de orientación al momento de tomar decisiones en torno a riesgos inminentes: “Entre menos efectiva, cara, riesgosa y éticamente dudosa sea una medida, más rápido se debe de derogar; entre más efectiva, barata, libre de riesgo y éticamente aceptable sea la medida, debería de mantenerse o ser instaurada de nuevo” (p.92).

III.

“El después de la catástrofe es el antes de la catástrofe” dice el título de la sección final del libro, ahí se discute de nuevo a partir del hedging la manera en la que los wet marktes de algunas ciudades asiáticas, el cambio climático y la inteligencia artificial pueden ser fenómenos que de no pensarse a fondo y a tiempo pueden generar los mismos o mayores costos monetarios y éticos que el Covid-19. En cada caso, los autores proponen planteamientos esquematizados en tablas en los que se demuestra de manera clara que, aunque no es en la posibilidad de dichas catástrofes, vale la pena apoyar las medias que previenen sus riesgos.

El hecho de que sea el principio de cálculo de la cobertura de riesgos la que guíe los argumentos más contundentes del pequeño tomo permite echar un vistazo a los recursos que la filosofía actual desarrolla para involucrarse en los métodos en los que se valoran las crisis y en los que se toman decisiones a gran escala. En este sentido, la forma es determinante para el fin del texto: un pequeño tomo de muy bajo costo, el tratamiento sencillo pero serio de las fórmulas estadísticas (en muchas ocasiones aún opaco para un no especialista) y el constante recordatorio de que al final se trata de ahorrar costos, son argumentos que ayudan a transmitir un discurso crítico que enfatiza el peso ético de las decisiones tomadas a tiempo. Por otro lado, la descripción de los errores de cálculo, de la poca capacidad para imaginar los riesgos y, sobre todo, de la imposibilidad de pensar a partir de la premisa “y qué pasaría si me equivoco” no sólo muestran una serie de errores institucionales, sino que también dejan ver algunas actitudes inherentes a nuestro modo de existir en este mundo.

Al hilar los acontecimientos que devinieron en el estado de alarma mundial y al mostrar los momentos en los que, de haberse valorado adecuadamente la información existente, la historia hubiera tenido una dirección distinta, Mukerji y Mannino estructuran una trama coherente de la tragedia actual. Su epistemología de la catástrofe es también la epistemología de una tragedia moderna; si a través de ella sabemos que la trama se repetirá, al menos que esta vez nos tome con mejores elementos para identificar a tiempo qué hacer y cuándo hacerlo.

 

Nikil Mukerji & Adriano Mannino, Covid-19: Was in der Krise zählt. Über Philosophie in Echtzeit, Reclam, Stuttgart, 2020, pp. 120.

 

[1] Nikil Mukerji & Adriano Mannino, Covid-19: Was in der Krise zählt. Über Philosophie in Echtzeit, Reclam, Stuttgart, 2020, p. 12.

[2] Angela Curran, Aristóteles y la “Poética”, trad. Rodrigo Guijarro Lasheras, Cátedra, Madrid, 2019, pp. 137-138.

[3] Además de saber que las pandemias son un fenómeno histórico regular y de que existen lugares como los wet markets de algunas ciudades asiáticas en donde hay un alto riesgo de que los virus que existen en animales se transfieran a los seres humanos, desde el Global Risk Report del World Economic Forum de 2019 se tiene claro que la interconexión entre los países, la urbanización, la deforestación, el cambio climático y las olas de refugiados son fenómenos que propician la rápida propagación de nuevas enfermedades.