Traducción de Rafael Canales
La moderna ciencia de la patografía ––nombre que se le da a los estudios psiquiátricos de la vida de los hombres famosos, reunidos en las obras de Kretschmer y Lange-Eichbaum–– emplea evidencia proporcionada por la genética y la estadística individual, la cual conduce, si se examina a la luz de ciertas hipótesis sociológicas, al desarrollo de una de las ideas más notables. Esta idea tiene que ver con el problema del genio, con su problema central; trata de uno de los temas de la humanidad más apasionadamente discutidos en los últimos dos mil años, desde que Sócrates declaró que la locura no era necesariamente un mal sino la fuente de los grandes beneficios que han bendecido a Grecia, y desde que Platón enseñó que el canto del hombre simplemente razonable es ineficaz comparado con el del hombre extasiado. El tema es genio y locura.
No comenzaremos nuestra investigación definiendo quien es un genio y quien es meramente dotado y talentoso. Sería inútil. Tomaremos como nuestro punto de partida el hecho de que el espíritu de nuestro tiempo ha señalado un grupo bastante meticulosamente delimitado de nombres como genios, tal vez 100 o 150, la mayoría de ellos difuntos, la mayoría hombres, algunos de ellos científicos, algunos generales, la mayoría artistas, poetas, filósofos y varias combinaciones de estos. El armazón que los contiene es enorme; abarca de Platón a Baudelaire, de Weininger a Goethe, de Menzel a Palestrina. La mayoría de ellos dejaron detrás documentos de naturaleza artística o literaria; uno de ellos tiñó su cabello de verde, otro cortó su oreja izquierda como pago en un burdel; algunos fueron líderes militares que irrumpieron violentamente por las fronteras de todas las naciones, nobles, habitantes de asilos, hermafroditas; algunos incluso eran aún muchachos.
¿Quiénes fueron? ¿De dónde vinieron? ¿Qué sabemos de su biología? Antes que nada, no fueron hechos del mismo barro; su historia muestra que era más probable que murieran en el arroyo a que nacieran en él. La ciencia genética ha demostrado que las familias viejas, cultivadas y talentosas, están entre las precondiciones más frecuentes para la aparición del genio. No sólo en aquellas familias famosas y excepcionales que produjeron los talentos más grandes durante cuatro o cinco generaciones ––los Bach en Alemania, los Bernoulli en Suiza, los Strauss en Austria––, la ciencia genética descubre que, por lo general, el talento intelectual es heredado junto con cualidades físicas. Es por tanto posible que dentro de ciertos límites, el genio, por decirlo así, sea engendrado, pero debemos añadir de inmediato que no puede ser heredado. Para examinar este asunto más de cerca, Galton, un primo de Darwin, condujo estudios genealógicos extensivos y calculó que es cien veces más probable que una persona perteneciente a una familia muy talentosa tenga un gran hombre entre sus parientes que el hombre promedio. En Estados Unidos, Woods examinó las relaciones familiares de tres mil quinientos muy conocidos yanquis, y mientras el norteamericano promedio tiene una oportunidad en 500 de estar cercanamente relacionado con alguna de esas famosas figuras, la probabilidad estadística de que esos importantes hombres estuvieran relacionados entre sí es de uno a cinco. Este hecho peculiar puede expresarse como sigue: estos influyentes americanos están cien veces más emparentados los unos con los otros que con los demás americanos. Encontramos una situación similar en la camada inteligente alemana. Ha sido probado, por ejemplo, el cercano parentesco de sangre entre una mayoría de poetas y pensadores suabios. El árbol familiar de Burckhardt-Badili muestra las raíces ancestrales comunes de Schelling, Hölderlin, Uhland y Mörike, y posteriores conexiones familiares se extienden de estos cuatro a Hauff, Kerner, Hegel y Mozart. El parentesco de Goethe con Lucas Cranach es bien conocido y ha sido firmemente establecido por los estudios genealógicos.
En Alemania, ciertos grupos profesionales están más fuertemente involucrados en la producción de genios que otros. Una demostrable alta incidencia de grandes músicos y pintores puede encontrarse en el árbol genealógico de familias con profesiones relacionadas con el arte. Es cierto en lo que atañe a los siguientes músicos famosos, en cuyo entorno genealógico encontramos cantores, maestros de música, organistas, conductores, miembros de orquestas: D’Albert, Beethoven, Boccherini, Brahms, Bruckner, Cherubini, Hummel, Löwe, Lully, Mozart, Offenbach, Rameau, Reger, Schubert, Richard Strauss, Vivaldi, Stamitz. La lista de pintores famosos con padres y ancestros que trabajaban como grabadores, litógrafos, joyeros, pintores decorativos, incluye a Böcklin, Cranach, Durero, Holbein, Menzel, Poloty, Rafael, L. Richter, Hans Thoma. Un segundo grupo que resulta de importancia excepcional para la producción de genios en Alemania es el de las viejas familias de científicos y hombres de iglesia. En ellas, la selección de individuos talentosos fue guiada durante siglos por el punto de vista humanista con un énfasis en el desarrollo de los dones del lenguaje y la abstracción lógica. Esta orientación del talento mostró ser tan parcial y tan agudamente definida que uno puede describirlo como una masa hereditaria autorrestringida que proveyó el fundamento genético principal del tipo germánico específico, la combinación de poeta y pensador científico. Schelling y Nietzsche, Lessing, Herder, Schiller y Hölderin pertenecen a este grupo.
Parece que cuanto más dispar es el material genético de los padres, es mayor la probabilidad de proporcionar las bases para la formación del genio: gente de cepa racial extraña, sangre germánica y eslava en los casos de Nietzsche, Leibniz, R. Wagner; o una marcada diferencia de carácter y constitución, tal como los tipos psicotímico extremo y ciclotímico, en suma, algo conducente a una tensión, incompatibilidad, bastarda, incompaginable e irresoluble. La misma tendencia fue conjeturada por Reibmayr y estudios genealógicos modernos han confirmado su opinión; el genio es producido con más frecuencia en áreas y paisajes conocidos por su mezcla de sangres y razas. Si marcamos en un mapa de Europa los lugares de nacimiento de los genios más importantes así como los lugares de los más importantes y duraderos monumentos culturales, la abrumadora importancia de la sangre nórdica alpina y la mezcla se razas se hará fuertemente evidente. Esta zona nórdica alpina comprende la mayor parte de Francia, además de Flandes, Holanda, la parte media y sur de las zonas de habla alemana que incluyen a Turingia y Renania, y finalmente la parte media y alta de Italia. Ésta es la zona ancestral de la cultura moderna europea y la fuente central de sus genios. Las razas, pues, juegan el papel de una paternidad expandida, y la tensión genética comienza cuando materiales extraños o no fácilmente compatibles de amplias zonas dispares se reúnen con ansias de mezclarse. Incluso se ha acuñado un término para describir esta relación: Enemistad genética.
Naturalmente, debemos mencionar que una y otra vez encontramos casos en los que el genio brota de la masa del pueblo, un golpe de suerte en un lugar insospechado, sin ninguna crianza preparatoria, sin ninguna evidencia de un talento especial o predisposición vocacional en la familia (Kant, Fichte, Hebbel, Handel). La ley de las probabilidades cuenta para tales casualidades ocasionales de oculto talento salido de un estanque de millones de personas. Pero, de acuerdo con la ciencia de la genética, estos accidentes no son suficientes para satisfacer la demanda de liderazgo de una nación.
Esto lleva a plantear una pregunta que es particularmente importante para nuestra investigación: ¿en qué punto, bajo qué condiciones, el genio se manifiesta en una familia? La respuesta es científicamente obvia: cuando la familia comienza a degenerar. Cuando después de generaciones de logros se inicia una caída ––bancarrota, suicidio, criminalidad–– la hora del genio llama también. Esta degeneración de la familia productora de genios se anuncia en la misma generación del genio o en la generación que la procede. Esto ocurre con sorprendente frecuencia y severidad en el caso de los genios verdaderamente grandes: consideremos las familias de Goethe, Byron, Beethoven, Bach, Michelangelo, Feuerbach. Pero evitemos las formulaciones de “genio” y “locura”, pues la locura es un concepto de diagnosis psiquiátrica, y hablemos de genio y de degeneración, mientras apuntamos que la degeneración no es idiocia y delirio ni una distinción contraria al tipo rústico mayoritario. Digamos que la degeneración es una combinación de una variante física menor y un acontecimiento psíquico que hace imposible la vida del tipo corriente mayoritario de las especies y pone en cuestión la continuación de la vida del individuo, si no es que la anula del todo. Pero agreguemos de inmediato que los psicópatas como tales son gente disminuida en cuanto a la orientación de sus logros sociales e intelectuales, que la vasta mayoría de psicóticos es material de desperdicio incapaz de grandes logros; que, por ejemplo, para el grupo que estamos discutiendo, algo más, algo que podemos dejar sin definir, debe añadirse para llegar al tipo que aquí nos ocupa. Así, para resumir la cuestión del genio y de la degeneración, arribamos a la primera posición: sí, el genio es una forma particular de la degeneración que implica un escape de productividad. Prueba: la posición del genio en la secuencia generacional, su ocurrencia en un momento en el que el proceso psicopático degenerativo clara y generalmente comienza a hacer su aparición en los fenotipos.
Recurramos al material biográfico, el cual no es chisme periodístico sino material de fuente estrictamente científica. Las conclusiones de Lange-Eichbaum y Kretschmer son complementadas por las de Binder, un psiquiatra de Würtemburg, quien comenzó por rechazar la mera idea de genio y locura pero que no tiene dificultad en encontrar cientos de genios afligidos por una psicósis común. Luego tenemos los hallazgos de Birnbaum, quien recogió material psicopatológico sobre 150 genios en su libro Documents. Y si consideramos que las cosas más sutiles e íntimas frecuentemente no se registran, por ejemplo, gran cantidad de lo que cae en el área general de lo excéntrico, lo socialmente peculiar, la chifladura hogareña, lo corporal secreto y las condiciones inducidas por el carácter; que, además, hay una gran cantidad de material que es irrecuperable en los casos de la gente que ha muerto, considerando todo ello, podemos estimar las implicaciones de las siguientes estadísticas.
Los siguientes sufrieron de franca esquizofrenia clínica: Tasso, Newton, Lenz, Hölderlin, Swedenborg, Panniza, Van Gogh, Gogol, Strindberg; mientras Kleist y Claude Lorrain fueron esquizofrénicos latentes. Gutzkow, Rousseau y Pascal fueron paranoicos. Los siguientes sufrieron de melancolía: Thorwaldsen, Weber, Schubert, Chopin, Liszt, Rossini, Molière, Lichtenberg; con fantasías de ser envenenados: Mozart; con pensamientos obsesivos de suicidio: Raymund. Platen, Flaubert, Otto Ludwig y Molière estuvieron sujetos a ataques de histeria. Los siguientes murieron de parálisis: Makart, Manet, Maupassant, Lenau, Donizetti, Schumann, Nietzsche, Jules Goncourt, Baudelaire, Smetana. Kant, Gottfried Séller, Stendhal, Linné, Böcklin y Faraday murieron de demencia arterioesclerótica. Kleist, Van Gogh, Raimund, Weininger y Garschin se suicidaron. Cuarenta genios tuvieron inclinación homosexual. Kant, Spinoza, Newton y Menzel (cuyo testamento incluyó la famosa frase: “Hay una completa carencia de pegamento entre el mundo y yo”) fueron casos de asexualidad vitalicia. Los siguientes fueron bebedores (y lo que queremos decir aquí por beber no es el promedio de ingestión líquida de la clase media, como en el caso de Goethe, quien durante toda su vida bebió una o dos botellas de vino diariamente, sino beber con la clara intención de embriagarse); con Opio: Shelley, Heine, De Quincey (500 gotas diarias), Coleridge, Poe; Láudano: Musset, Wilde; del éter: Maupassant (además de alcohol y opio), Jean Lorrain; hachís: Baudelaire, Gautier; alcohol: Alejandro (quien mató a su mejor amigo y mentor bajo sus efectos y murió de sus excesos), Sócrates, Séneca, Alcibiades, Catón, Séptimo Severo (murió en una borrachera), César, Mohammed II, el Grande (murió bajo delirium tremens), Steen, Rembrandt, Carracci, Barbatellpo Poccetti, Li Tai-Po (“el gran poeta ebrio” murió de estupor alcohólico), Burns, Gluck (vino, licor, murió de envenenamiento alcohólico), el poeta Schubart (comenzó a beber a los 15 años), Nerval, Tasso, Handel, Dussek, G. Kéller, Hoffmann, Poe, Musset, Verlaine, Lamb, Murger, Grabbe, Lenz, Jean Paul, Reuter (dipsómano), Scheffel, Reger, Beethoven (murió de cirrosis hepática inducida por el alcohol). Casi ninguno de ellos se casó, casi ninguno tuvo hijos: los matrimonios felices pueden encontrarse sólo en media docena de músicos y en los casos de Schiller y Herder. Muchos tenían malformaciones físicas: Mozart tenía orejas contrahechas, Scarron carecía de piernas; Toulouse- Lautrec tuvo parálisis en la infancia; Verlaine tenía orejas de asas de jarra; uno tenía hidrocefalia, el otro prognatismo criminal, uno más una bestial frente recesiva y un cuarto tuvo hijos idiotas. La masa productiva, dondequiera que uno toque, es una masa cubierta de estigmas, con intoxicaciones, insomnios, paroxismos: un ir y venir de variaciones sexuales, anomalías, fetichismos, impotencias. ¿Hay algo parecido a un genio saludable?
Hay casos de antinomia compensada por el poder intelectual más grande, de una desarmonía primaria que tiene que ser superada una y otra vez por logros intelectuales: Goethe es un caso ilustrativo, el de Schiller es similar, el de Leibniz también. Pero incluso Goethe, como lo ha demostrado Mobius, fue extremadamente sensible, altamente irritable y emocionalmente psicópata; de hecho, adicionalmente sufre ––y esto ha sido probado sin lugar a dudas–– de una muy ligera forma de ciclotimia con depresiones que detenían por completo su productividad, seguido por periodos de hipomanía y exagerada inmadurez. También Lombroso, quien siempre estaba en busca de los génies intègres y colocaba a Voltaire entre ellos, es corregido por descubrimientos contemporáneos que muestran que Voltaire, cuando es examinado de cerca, era peligroso, irritable y psicópata hipocondriaco. Lo siguiente debe ser tomado en cuenta: hay individuos aparentemente sanos cuyos parientes cercanos muestran signos clásicos de psicopatología: Hegel, por ejemplo, fue sano, pero su hermana estaba mentalmente enferma y su abuela era sonámbula; Balzac fue aparentemente sano, pero su padre se echó un día en cama sin ningún motivo y en los siguientes veinte años nunca se levantó; con seguridad estos son casos de labilidad latente. Estos hombres prescinden aparentemente de los síntomas de una degeneración genética incipiente. Pero debo mencionar un señalamiento de Kretschmer de una fuerte dosis de salud y filisteísmo es parte necesaria de los grandes genios, una parte que se expresa en el disfrute de la comida y la bebida, en un comportamiento sólidamente responsable, en su civismo, en su respetabilidad. Cualidades y actitudes que le otorgan a los grandes genios las características de industria, constancia y autocontención que eleva su efectividad sobre los ruidosos y efímeros intentos de la simple actitud de genio. Me parece una observación excelente. No hay duda de que el geológicamente extenso terreno del genio, en especial del genio épico, contiene estratos burgueses inmóviles contra lo cual lo demoniaco choca y fractura en formaciones particularmente impresionantes, y en cuyos bordes las flores del mal crecen con particular firmeza y convicción. Pero ello no altera de ninguna manera nuestra tesis, para la cual hemos encontrado una segunda posición basada en el material obtenido de la estadística individual: genio y degeneración. El elemento psicopático es un factor indispensable del complejo psicológico que llamamos genio.
El genio es enfermedad, el genio es degeneración; la evidencia es, me parece, convincente. Pero ahora la cuestión que surge es si el problema en su conjunto no requiere de otra vuelta de tuerca: ¿qué acontece con el análisis del genio y la locura cuando uno lo traslada del dominio biológico al sociológico? Aquí topamos con una idea que permea la investigación moderna de la cuestión del genio, una idea que al principio parece desilusionante y sensata pero que ha demostrado su utilidad y convicción metodológica en los resultados más recientes del estudio del genio, un pensamiento que abre una perspectiva más abisal que aquella del genio que directa y personalmente asalta los cielos y logra entrar. La idea es la siguiente: el genio no nace, se hace. La disposición biológica, los logros, incluso el éxito, no son suficientes. Para convertirse en genio, algo más debe añadirse, y es la aceptación por el grupo, por la gente, por el espíritu del tiempo, por lo general el espíritu de un tiempo posterior. El genio tiene que experimentarse. Uno, por lo tanto, no debe hablar del genio sino de la formación del genio. Es un proceso sociológico llevado al extremo, pero que no tiene que ver en absoluto con su vaga maduración metafísica o con la historia encaminada a la recepción de individuos e ideas. Se trata de un fenómeno de transformación colectiva: en su principio se encuentra la figura histórica y, en su final, el genio. Por supuesto, se juntan; por supuesto tienen varias correspondencias y puntos de identidad, pero en general están alejados. Veamos un caso concreto: Rembrandt. Durante su vida fue un pintor respetado, aunque nada excepcional. En la segunda parte de su vida se le consideró amanerado y dejó de recibir encargos. Finalmente, después de que todas sus posesiones fueron embargadas, murió alcohólico, como es bien sabido, en un asilo de pobres. Después de eso su nombre se olvidó. En los años ochenta del siglo XIX se le consideraba un talento de mediano orden hasta que apareció el libro del Rembrandt germano (se refiere a J. Langbehn, autor de Rembrandt als Erzieher) y se convirtió en una personalidad histórica mundial y en genio.. Un caso de formación de un genio, como lo ve la sociología, y es muy probable que haya otros Rembrandt para quienes este proceso no ha tenido lugar. ¿Por qué aquí, por qué no en otro lado? O Walther von der Vogelweide: él no había sido sólo olvidado sino que era absoluta y totalmente desconocido, su nombre era inexistente hasta que Uhland escribió la famosa biografía de Walther von der Vogelweide en 1822 y pronta y abruptamente se convirtió en el mayor poeta lírico de la edad media. Lo más probable es que haya muchos trovadores semejantes, pero ¿por qué él? Hubo, para empezar, una obvia causa externa en cada caso. Uhland en el otro. Esto, creo, no es suficiente por sí mismo. Sin embargo hubo una oportunidad para que el proceso transformacional arriba mencionada comenzara: el pintor se hizo visible para una Era. Se investiga su vida. Se descubre el descenso desde la cima, una miserable vieja Era olvidadiza. El asilo de pobres es una imagen muy sugestiva, el rostro hinchado, los ojos apagados; y el mito comienza. El grupo se pone a elaborar un tema que ha sido popular desde la época de las leyendas: el creador luchando por dinero hasta con las uñas, el envejecido visionario cuyo entierro nadie quiere pagar, y ahí se desarrolla la relación emocional con el sujeto de nuestra atención que la moderna psicología, aprendiendo de la ciencia de la religión, llama numinous, una mezcla de santidad y horror; y a partir de ahí la elección y la formación del genio se aproxima y alcanza la altura que percibimos hoy. Nótese que todo esto no tiene nada que ver con artimañas, la moda, la publicidad, la economía; esto puede darle un ímpetu, puede jugar su parte, pero tomado en su conjunto el proceso tiene lugar en regiones más profundas, cercanas a la religiosidad y a los tremores arcaicos de los estratos más primitivos. Walther von der Vogelweide , por otro lado, es un vagabundo errante y desamparado, alejado de su feudo, del que guarda fiel y amoroso recuerdo: un motivo frecuente en la formación del genio, pues lo encontramos nuevamente en Rimbaud, Verlaine, François Villon, Li Tai-Po, en los baladistas germanos; las cuerdas que tañen son “fugitivo t vagabundo” y llevan la señal de Caín en su frente.
Ésta no es de ninguna manera, una explicación racionalista, una relativización antiheroica, una reducción al estilo sabelotodo americano; no es una explicación sino un examen de la fama, su recorrido y disolución en la colectividad. Pues resulta que la fama y eventualmente la formación del genio nunca están inmediatamente conectadas con las realizaciones, sino siempre con algo accidental, con una fatalidad interna y externa. La situación inicial es casi prototípica. He aquí la descripción de Burkhardt de la clase externa: “Incluso Erwin von Steinbach o Miguel Ángel no habrían sido considerados los más grandes arquitectos de la historia del arte si a uno de ellos no se les hubiera encargado accidentalmente la construcción de la mayor de las torres y al otro el templo principal de una religión universal. Fidias no es el más famoso de los escultores porque haya sido el más grande sino porque se le encargó construir la estatuaria de los edificios más representativos de una época rica.” Para alcanzar la cumbre, pues, uno debe construir la torre más alta o aliarse con el mayor de los poderes. No es la obra como tal la que le acarrea fama al creador, ¡ni siquiera en el caso de Miguel Ángel! Pero es Miguel Ángel, precisamente ––uno de los mayores psicópatas de la historia del arte, sexualmente desviado y aquejado de las más severas tendencias depresivo esquizoides––, quien de inmediato nos remite a los puntos de partida internos más importantes: enfermedad, suicidio, muerte temprana, adicción a las drogas, criminalidad, anormalidad y ––particularmente obvia y masiva en su caso–– psicosis. Revisemos nuestras estadísticas anteriores y repentinamente la relación de genio y locura se ilumina: aunque el portador del genio es degenerado, esto no es suficiente para la formación del genio, el cual es completado por la colectividad en respuesta al llamado demoníaco y misterioso de los síntomas de la degeneración.
Considérelo: ¡qué actitud tan peculiar de la colectividad! ¡Qué ciclo de encuentros tan extraño: ir al reino de los estratos primitivos en demanda del dios sacrificado! Vea los colores que adopta: tintes de leyendas y mitos con sus multitudes de dioses enfermos y contrahechos: Odín tiene un solo ojo; Thor una sola mano; loki es cojo; Höder es ciego, Gunther y Wieland son cojos. Considere cómo adopta el tratamiento de la musa de Homero: le arranca los ojos y a cambio le otorga el don del dulce canto: él vivirá en la oscuridad y conocerá los senderos de las sombras. Y en este contexto sociológico y genético, fama y genio, que son tal vez casi absurdos desde un punto de vista individual histórico y normativo, adquieren el carácter de un simbolismo colectivo del degenerado, de una aforística religiosa de la degeneración.
¡Recapacitemos en lo que eso significa! Pensemos entre cuáles mundos y valores este siglo buscó su camino. Los valores fueron biológicos: salud óptima, capacidad óptima para la vida y el éxito, cualidades favorables para la preservación de la especie, reproducción no como una demanda en interés de la nación sino ––producto de un furor genuinamente biológico por todo lo carnal, orgánico, pululante, prolífico–– como un, así llamado, triunfo de la vida. Fueron valores pertenecientes a la crianza, clasificados como afrodisiacos de acuerdo con su rango, una moralidad de yohimbina centrada en la lascivia, siempre empujada por la noción de una especie más altamente desarrollada. Y ahora nuestro examen del genio nos confronta repentinamente con precondiciones que se oponen a estos valores. Nos enfrentamos a la anormalidad y la degeneración, de las cuales la humanidad recibe los mayores estímulos impulsores del arte, y observamos una tendencia descendente, variaciones letales, que producen una mezcla de fascinación y ruina. Justo frente a nuestros ojos vemos un complejo contrario separándose de la norma médica y sociológica ideal; el único caso dentro del mundo técnico higiénicamente científico donde un contravalor separado se desarrolla y abarca la gama completa del disfrute a la sumisión, de la admiración al horror. De lo que somos testigos es del concepto de bionegatividad (Lange-Eichabaum), y lo vemos no sólo en su forma personal ejemplificada por la figura naturalista del “portador” de la cualidad llamada genio, sino que ––lo que resulta más notable–– lo vemos honrado, patrocinado y cortejado por el grupo social, por la comunidad cultural, la cual está en busca de algo muy diferente a la circulación de Harvey, a saber: la circulación de la psicopatía y de sus variaciones menores, producidas, en suma, a sus propias expensas; no ya salud sino una moderna mitología de la intoxicación y la decadencia, a la que llama genio.
Recapitulemos: algunos de los cerebros creativos volcánicos ––llamémoslos geniales–– suben; algunos son atrapados por horas; algunos se convierten en genios ; muchos permanecen en las antípodas, como si nunca hubieran existido. Una imagen se impone a nosotros: aquí los vagabundos, los alcóholicos, los habitantes de asilos, los de orejas de asas, los tosedores, las hordas de enfermos, y allá la Abadía de Westminster, el panteón y el Valhalla, donde se conservan sus bustos. El panteón constituido, el busto esculpido, no como muestra de gratitud por sus logros (el cual, de cualquier modo, ¿por qué habría de agradecérselos?, pues no nos dieron sino el producto de sus compulsiones y sus predilecciones), no como muestra de admiración por su fortaleza (pues quién sabe qué cosa es y qué hace la fortaleza), sino como una necesidad colectiva de degeneración y decadencia, lo que resulta más notable en vista del placer procurado a los normales por las Bacantes, quienes danzan en sus cadenas celebrando a la inapreciable e irredimible víctima que cayó en el torbellino de su propia intoxicación.
La tensión y la decadencia de la tensión, y, junto a ellas, las ideologías burguesas. Monólogo de la creación: trozos de hielo echándose, los unos a los otros, su último aliento, heridos que a coro muestran sus cicatrices, y la sociedad de la yohimbina observando en una comunión de placer. No es falta de nadie, no es trágico; no dejemos que alguien diga que estos círculos se convierten en uno, que se generan los unos a los otros o son lógicamente interdependientes, que el genio recibe una justificación póstuma en el sentido de una cualidad histórica, como claman los hipomaniacos traficantes de valores apologistas del héroe: Carlyle, Emerson, los pupilos de Ranke. Se supone que Rousseau pavimentó el camino de la Revolución Francesa, se supone que La cabaña del tío Tom encendió la Guerra civil contra los estados esclavistas del sur. ¡Suposiciones que, desde la perspectiva histórica del periodismo biopositivo, realzan el carácter! Sostengamos lo que frente a nuestros ojos es lo cierto: ¿Nietzsche impulsó o retardó algo? Este genio infinito, esta montaña volcánica opuesta al crecimiento de la mediocridad, ¿fue efectivo? ¡En lo más mínimo! Si no hubiera sido por su locura hubiera permanecido desconocido o hubiera sido olvidado hace mucho. Todas estas grandes tensiones de amargura y dolor, estos destinos de alucinación y defectos, estas catástrofes de fatalidad y libertad, flores inútiles, flamas impotentes, y detrás de ellas lo impenetrable con su ilimitado no.