La mala costumbre de la esperanza: una novela de no ficción sobre un violador confeso
¿Hasta qué grado la literatura puede retratar la realidad? El escritor argentino Juan José Saer trató de responder esta pregunta en el ensayo “El concepto de ficción”. En este texto se destaca el poder que tiene la literatura para retratar, con toda la subjetividad posible, los hechos que conforman nuestra realidad. Para Saer la literatura no es un espejo sino una posibilidad alterna y valiosa para comprendernos.
Imagino que esta pregunta estuvo rondando en el escritorio de Bruno H. Piché mientras abordaba la redacción de La mala costumbre de la esperanza. Una novela de no ficción sobre un violador confeso publicada este año por Random House Mondadori, porque el libro pone sobre la mesa el complejo entramado entre ficción, realidad y literatura. En primer lugar y como centro del texto está Edward Guerrero –un hombre de raíces mexicanas nacido en Estados Unidos– encarcelado desde la década de los 70 por el secuestro y violación de tres mujeres norteamericanas. Este caso –que ha pasado casi desapercibido para la opinión pública de ambos países– es sólo el pretexto para reflexionar sobre las diferentes maneras de relacionamos con el otro, la impartición de justicia en Estados Unidos y, por supuesto, la vida de los migrantes mexicanos sujetos, muchas veces, al racismo y la discriminación.
La noche del 20 de octubre de 1971 fue decisiva para Edward Guerrero. El adolescente de 17 años, marcado por una relación disfuncional con su padre, se refugia en las drogas para escapar de una figura. Esa noche, con la mente distorsionada por la ingestión de diferentes tipos de drogas y acompañado por dos amigos, violó a una mujer norteamericana después de interceptarla cuando intentaba abordar su auto. En los siguientes días, con el mismo modus operandi, atacaron a otras dos mujeres. Edward fue detenido poco tiempo después e ingresado al sistema penal de Estados Unidos para purgar tres sentencias de cadena perpetua.
Hasta este punto de la historia se podría pensar que el libro de Bruno H. Piché es un recuento puntual del expediente de Guerrero. Se podría archivar el caso como un buen ejemplo de la llamada “microhistoria”, es decir, un relato individual pero representativo que se analiza desde diferentes perspectivas para llevarlo a una generalidad. Sin embargo, el objetivo va más allá: hacer literatura siguiendo la vida penitenciaria del convicto. ¿Cómo lograrlo? A través del punto de vista. La realidad no es única, no es un monolito impenetrable. Cada persona tiene una manera única de interpretar el mundo. Por esta razón Bruno H. Piché nos cuenta de Edward Guerrero a través de sus propios miedos, fobias y dudas. El autor nunca se pone por encima de lo que narra; al contrario, se introduce como un personaje activo en el flujo de los acontecimientos. En primer lugar, interroga su papel en una historia cuyo final parece anunciado: un convicto recluido en una cárcel de Michigan, con más de 45 años tras las rejas, y con todas las probabilidades en contra para lograr la libertad. Sin embargo, a pesar de todo, el autor comienza a investigar la vida de Edward Guerrero antes de aquella noche de 1971 y durante las más de cuatro décadas de cárcel.
Sin necesidad de llenar páginas con argumentos legales, el autor nos cuenta el trayecto que ha vivido Edward Guerrero. Su padre, atraído por los mejores salarios del norte de Estados Unidos, se asienta en un suburbio de Michigan y, desde ahí, se dedica a construir el futuro de su primogénito. Uno de sus sueños es que Edward sea beisbolista. Sin embargo, el adolescente –al inicio dócil– comienza a huir de la influencia paterna, revelarse, para después buscar aceptación en las pandillas escolares. Pronto inicia el consumo de drogas y protagoniza crímenes cada vez más violentos. Después de ser condenado, Edward lleva una vida ejemplar en las diferentes cárceles que habita. Funda asociaciones, estudia una licenciatura, se casa, encuentra apoyo en la fe religiosa. Todos los estudios psicológicos y testimonios de las autoridades que conviven con él indican que puede reinsertarse en la sociedad y, sin embargo, cada vez que se pide audiencia para una apelación a su condena, algo sale mal y es rechazada su petición. Atrás de este entramado se desarrolla algo más que un simple código legal; lo que tenemos es la historia subterránea del racismo en Estados Unidos. Más allá de los crímenes cometidos, la narrativa que queda expuesta en los entresijos del expediente es la vulnerabilidad de un hijo de mexicanos, ciudadano norteamericano por nacimiento, condenado por no tener dinero para contratar a un buen abogado, víctima de hostigamiento por su origen racial. Cada nuevo intento es parecido al recorrido que hace Sísifo, personaje de la mitología griega, que hizo enfadar a los dioses. Como castigo, Sísifo debe empujar una gran piedra a la cima de una montaña, ver cómo rueda hasta abajo y reiniciar la tarea. A pesar de las argucias legales, de los fracasos que parecen formar parte de un ciclo infinito, Edward Guerrero afronta cada negativa con entereza y, sin perder la esperanza, vuelve a empujar su piedra. Algo asombroso si consideramos las experiencias que ha vivido.
La vida del recluso, una vida que ha sido casi invisible para la sociedad de Michigan, vista a través de la mirada de Bruno H. Piché, se desdobla o se despliega en muchas dimensiones. Hay una, en particular, peligrosa: la condescendencia con los crímenes que cometió cuando tenía 17 años. A final de cuentas, hay tres mujeres víctimas. Sin embargo, lo que queda claro al recorrer las páginas de La mala costumbre de la esperanza es que no estamos ante un intento de redención de Guerrero sino de entendimiento, algo que está muy lejano de los procedimientos penales de casi cualquier sistema penitenciario del mundo. El autor, desde la vulnerabilidad de su depresión, en el transcurso de varios encuentros e intercambio de correos con Edward, nos cuenta no con el ánimo de explicar sino de contagiar sus dudas y, así, acercarse, aunque sea un poco, al hombre recluido. Ponerse en el lugar del otro, tratar de imaginar su sufrimiento, es una invaluable lección en un mundo en el que resurge el racismo y la desconfianza en el otro.
Bruno H. Piché, La mala costumbre de la esperanza: una novela de no ficción sobre un violador confeso, Random House, 2018, 256 p.
ISBN 9786073165600