Libros Grano de Sal se estrena con un estupendo libro: La Muerte de Tenochtitlan, La vida de México, de Barbara E. Mundy. Publicado este 2018, es una obra escrita por una premiada pluma que, desde la historia del arte, se propone dar respuesta a la pregunta ¿pueden morir las ciudades? A partir de ahí, la autora discute la hasta ahora incuestionable tesis de la muerte de Tenochtitlan, en 1521, y el nacimiento de la Ciudad de México, en 1522, ahora como punto clave en las redes de comercio de un nuevo imperio mundial.
La orientación disciplinar de este libro ha exigido una edición cuidadosa y de alta calidad. Acertadamente, la editorial ofrece al público lector un estudio meticuloso que se acompaña de la exposición parcial de sus fuentes de investigación: una decisión que da lugar a un interesante diálogo entre las partes del libro. Además, el abundante material iconográfico nos permite ingresar visualmente a la argumentación. A través de sus páginas es posible leer, de la mano de la historiadora, mapas y planos (antiguos y contemporáneos), biombos, detalles de códices, símbolos, pinturas, mosaicos, dibujos, grabados y retratos, iconos, esculturas y alguna fotografía de un fragmento de la ciudad.
Bárbara E. Mundy construyó esta obra para replantear el comienzo del Nuevo Mundo sobre la base de la destrucción mexica. Matiza este diagnóstico y acepta la muerte de la capital imperial, pero no la de la ciudad indígena, entendida como ideal, como medio ambiente construido y como centro de producción. El análisis se concentra en los siglos XV y XVI y se desarrolla a lo largo de 10 secciones siguiendo en general un orden cronológico.
Desde la introducción, Mundy expone la discusión con claridad. Indaga el origen de aquel lugar común y nos transporta hacia las concepciones que le dieron origen, las que pensaron la ciudad como entidad metafóricamente sometida a ciclos biológicos: el Ave Fénix, por ejemplo, en el caso de Bernardo de Balbuena, o el ciclo vital del Tlatoani, surgida de la filosofía política indígena. Ocupa un amplio espacio de la introducción el análisis de ésta a la luz de dos códices, el Mendocino y el Aubin. La historiadora no deja escapar la oportunidad de hacernos ver que los autores del segundo testimonio dieron cuenta, sin proponérselo, de la continuidad de la ciudad después de la conquista, salvo en su aspecto monumental que fue destruido.
Mundy recoge, mediante las reflexiones de Michel de Certeau y Henry Lefebvre, principalmente, el instrumental para formular preguntas, para la investigación y la exposición de resultados, sobre la evolución de la ciudad. Espacio creado, espacio apropiado, espacio vivido, articulan, en resumen, el estudio. De suerte tal que La Muerte de Tenochtitlan, la vida en México es un libro que mira “desde abajo”, desde los habitantes, moradores y caminantes de los siglos apuntados. Estudios previos sobre la presencia indígena en la historia de la ciudad ya dejaban ver no sólo su fuerza; también su originalidad y genio. Los trabajos de Luis González Aparicio, Ángel Palerm, Eduardo Matos, Leonardo López Luján, Alain Musset, Charles Gibson, James Lockhart, William Connell, Edmundo O’Gorman, Alfonso Caso, Edward Calnek, Ethelia Ruiz Medrano, Felipe Castro Gutiérrez, entre otros, contribuyeron al entendimiento de los espacios vividos de la ciudad y son un material en el que también se apoya la autora.
A nuestro juicio, el aporte de este libro comienza con el método que la autora adopta para valorar la presencia indígena en el corazón de la actual ciudad de México. Siguiendo la nomenclatura de las estaciones del metro, se pregunta, en el capítulo 2: ¿cómo un centro rocoso rodeado por un lago logró transformarse en una ciudad isleña? La creación de Tenochtitlan, imaginada recientemente en la pintura de Luis Covarrubias, retrotrae al mito de Aztlán, al dios-guía Huitzilopochtli; también a Karl Wittfogel y su señalamiento sobre la estrecha relación entre Estado conquistador y Estado hidráulico, liga reunida en los glifos atl y tlachinolli. En este capítulo se analiza, a través del reconocimiento de las estructuras hidráulicas (canales, diques, acueductos, chinampas) construidas en los cinco lagos, la creación de la ciudad. El estudio del Mapa de Santa Cruz (ca,1537) ha sido fundamental para reconstruir los espacios vividos en el proceso de construcción de la obra hidráulica. A la par, se analiza la edificación de la representación de la ciudad bajo otro vínculo, el del gobernante y el dominio del agua. Relación sacralizada en el Templo mayor y Teocalli de la Guerra Sagrada por deidades nahuas, la derrota y sacrificio de Chalchiuhtlicue.
A mediados del siglo XV las obras hidráulicas que permitían separar las aguas dulces de las saladas, enfrentar las inundaciones y aprovechar los recursos para una exitosa satisfacción de necesidades, trajeron una etapa de prosperidad que se manifestó en la celebración de los triunfos sobre el agua y en las guerras para la sujeción de otros pueblos. Tres gobernantes mexicas, Moctezuma I, Ahuizotl y Moctezuma II afirmaron su identidad en los logros. Se hicieron presentes de manera permanente ante el público prehispánico en piezas escultóricas que fueron ubicadas en espacios asociados al aprovechamiento del agua dulce. Con ello que se consolidó la representación que identificó al tlatoani con la ciudad. En el capítulo 3 se analiza este proceso.
En agosto de 1821 Cuauhtémoc se rindió ante el sitio a Tenochtitlan, y la ciudad fue abandonada por sus moradores. En el capítulo 4 es narrada la reconstrucción de la ciudad luego de la destrucción de las edificaciones ceremoniales indígenas a raíz de la conquista. Es en este capítulo en donde la historiadora comienza a señalar las continuidades. La nueva ciudad, reconstruida entre las décadas de 1520 y 1530, compartió características esenciales de Tenochtitlan a pesar de que su centro había sido ocupado por los españoles e impreso su tono a las nuevas edificaciones. Subraya que el retorno de los pobladores tradicionales ocurre con la instalación de un gobierno a cargo de la nobleza indígena. Asimismo, Mundy reúne testimonios que muestran el uso ininterrumpido de los métodos productivos, de chinampas, de mercados (Plaza mayor, el Tianguis de México, Tlateloco), de los saberes indígenas, para sostener el equilibrio económico y ecológico de la ciudad mexica, representada por Tlacotzin. También se ocupa de los dos ciclos rituales que determinaron la vida de la ciudad. Con ello la autora muestra cómo las prácticas cotidianas modelaron los espacios urbanos y ratificaron el asentamiento indígena como centro de comercio.
Ocupada el área central de la ciudad de México por el cabildo español, los pueblos y parcialidades indígenas construyeron espacios vitales que terminaron por ser nombrados, uno como México-Tenochtitlan, y el otro como Santiago Tlatelolco. El capítulo 5 está dedicado al estudio de la participación de la nobleza indígena en la imaginación de la nueva ciudad y las denominaciones antes referidas dan cuenta de esa intervención. La conversión católica requirió de los gobernadores indígenas, los cuales. en alianza con los franciscanos, supervisaron la creación de un nuevo orden social estable. Diego de Alvarado Huanitzin, miembro de la casa real mexica, es una figura sobre la que se detiene la autora. Un mosaico de plumas creado bajo el patronazgo de Huanitzin, “La misión de San Gregorio”, reconstruye los rasgos de su reinado, que se constituyó en modelo de gobierno y de ocupación del espacio. El Tecpan, el tianguis y la capilla del convento franciscano fueron sus elementos.
En “El Olvido de Tenochtitlan”, capítulo 6, Mundy analiza el complejo y ambivalente proyecto de los franciscanos para ganar la fe de los paganos. A través de Rhetorica Christiana, el convento es planeado como un microcosmos que debía proyectarse en el exterior y modelar a la ciudad que lo rodea. El propósito es hacer olvidar a los habitantes la Tenochtitlan pagana y reconstruir la ciudad a imagen de Roma: crear y llenar los espacios con los significados de la fe verdadera. El papel de la educación de los hijos de nobles para el olvido, el uso de los adoratorios en la conversión religiosa, así como las reflexiones de Pedro de Gante sobre la memoria, son parte del esfuerzo de reorientación y reorganización de la ciudad como República cristiana, por ello el Tecpan y el convento se convierten en eje de la ciudad del siglo XVI.
“Toponimia de México-Tenochtitlán”, capítulo 7, es una parte del libro pensada a ojo de pájaro para mostrar cómo, en las 4 partes de la ciudad hacia 1628, cien años después de la conquista, han sido construidas Iglesias y edificios religiosos sobre un territorio en el que fueron derruidos los recintos indígenas. A partir del mapa de la ciudad de México de ese año, elaborado por Juan Gómez Trasmonte, Mundy descubre la persistente presencia indígena en los nombres del territorio como un todo, así como los dados por los residentes a espacios urbanos específicos. Las palabras México, Tlaxilacalli y Atlixyocan son objeto de análisis, al igual que las procesiones, mitotes y juras reales, estudiados en capítulo 8. En estas últimas, los gobernadores y el cabildo de México-Tenochtitlan buscaron el reconocimiento público de su importancia, trazaron los ejes de la nueva urbe, dieron oportunidad para apropiarse de la nueva ciudad, y reprodujeron la cultura festiva del altepetl. Destaca en especial don Diego de San Francisco Tehuetzquititzin.
Finalmente, en el último capítulo, antes de recoger las conclusiones, Mundy se detiene en descubrir el hecho, inusual y simbólico, de la reunión conjunta de los dos cabildos de la ciudad pocos días antes de terminar el mes de junio de 1575. Ahí se relata la construcción de un nuevo acueducto para proveer de agua dulce, con las aguas del lago de Chapultepec, a la zona de Moyatlan en donde se ha creado el centro indígena. El estudio de los derroteros de dicha construcción subraya el mantenimiento del ideal de Tenochtitlán bajo el gobernador indígena Antonio Valeriano (1573-1599). Una obra de importancia práctica e ideológica en el ejercicio de la gobernanza indígena, que contó con el respaldo del virrey.
La obra de Mundy, en fin, resulta interesante y emocionante. El lector la disfrutará sin duda.
Barbara E. Mundy, La muerte de Tenochtitlan. La vida de México, traducción de Mario Zamudio Vega y Alejandro Pérez Sáez, Grano De Sal, México, 2018, 472p, ISBN 978-607-97732-8-1