Aira, César. Continuación de ideas diversas. Jus, Libreros y Editores S.A. de C.V., Ciudad de México, México, 2017, 106 p. ISBN 978-607-9409-80-7
“[…] en la literatura también voy al efecto, y me son indiferentes las apreciaciones sobre la calidad de la escritura” César Aira
Cuando se lee Continuación de ideas diversas de César Aira, se comprueba que el autor busca justamente un efecto, cierto efecto sorpresivo en el lector, producto de apuntes provocativos y un aire de ligereza en la prosa, que pretende ser cotidiano. Es, en ese sentido, un efectivista, de ahí que el epígrafe de esta reseña de cuenta cabalmente de este libro concebido originalmente por Aira en el 2014 y que llegó a México en el 2017 gracias a Jus, Libreros y Editores S.A. de C.V. César Aira, en tanto que busca el efecto y no la calidad en la escritura caería en eso que Umberto Eco llamó lo kitsch, que el italiano relacionaba con la mala intención en sus Apocalípticos e integrados. Aira deplora la metaliteratura, y sin embargo parece mantener una doble relación con la literatura de vanguardia; por un lado, la admira, y extraña con cierta nostalgia, diciendo que hay un Dadá para cada época, y por otro lado le niega la capacidad de existir en la actualidad, y en un arranque por ser anti elitista o anti academicista o anti intelectual, se pone del lado de la inexplicable preferencia de las mayorías por lo feo y vulgar. Aires de vanguardia y aires pop al mismo tiempo, incluso demasiado pop. Lo que le gusta pensar a Aira que ha venido haciendo él en la literatura, es enfrentar a su enemigo, que es, según él, el pasatismo, la demagogia y la apropiación comercial del arte. Ha intentado traducir esas actitudes sin traicionarlas, dice. Y quizá sea así, no en balde declara que su principal influencia en su vida de escritor han sido las historietas de Superman. Lo paradójico, es que siga escribiendo libros, aún cuando el arte para él está en el mismo plano que sacar palabras cruzadas o mirar el televisor.
Mediante viñetas misceláneas o entradas textuales muy breves, César Aira parece hacer un recorrido espontáneo y aleatorio de temas pendientes, retazos de ideas que le ahorrarían el trabajo a sus entrevistadores y algunos esbozos de su poética y hasta de su autobiografía. Digno de mención es el boxeo de sombra que Aira parece practicar con dos escritores argentinos, un boxeo que en las páginas de Continuación de ideas diversas parece realmente innecesario, pues no genera ningún deslinde, ningún desviacionismo notorio. Arremete contra Piglia, su contemporáneo, y contra Cortázar (que edípicamente hace las veces de padre fantasmal) al primero sin mencionarlo y al segundo directamente.
Contra Piglia, parece tener en mente Los diarios de Emilio Renzi, cuando escribe “el diario íntimo devalúa la escritura porque se lo puede continuar indefinidamente”, si pensamos que los tres tomos de esos diarios son el verdadero legado de Piglia, el ataque parece obvio. Si se piensa en los diarios de Dostoievski o Kafka o los cuadernos de guerra de Jean Paul Sartre, la afirmación de Aira parece errónea. Además de esta descalificación sin fundamento, hay otro tema mediante el cual pretende polemizar con Piglia, la idea del fracaso. Respecto al fracaso, Aira relaciona la figura del fracasado con la del frustrado y violento antisemita, en cambio Piglia en Respiración artificial, había planteado una original apología del fracaso, justamente oponiéndose al fascismo y acercándose más a la del auténtico escritor como Gombrowicz. Finalmente, un tercer dardo parece dirigido especialmente contra Piglia, la crítica a la narrativa escrita en presente, una de las notas estilísticas de Piglia. Aira dice que la narrativa en presente tiende a convertirse en un tono oral barato, y remata con una bravuconada: “tomé la radical determinación de no leer nunca más un relato, corto o largo, escrito en presente”.
Contra Cortázar arremete en la página 51: “El lector no es un intérprete; esos experimentos de “lector activo” (Rayuela) son patéticamente pueriles” y en la página 93, hablando de dos cuentos de Cortázar que le habían entusiasmado cuando los leyó en su remota juventud, Reunión y El perseguidor, escribe: “Los volví a leer treinta años después y los encontré malos y más que malos, me fui al otro extremo”, y más adelante los califica de “textos precarios y ridículos”. No es que Cortázar necesite defensa o que forzosamente nos tengan que gustar los cuentos de Cortázar, pero esa obsesión de atacar a una figura de la literatura argentina del boom latinoamericano parece más bien una pose o un síndrome edípico que una convicción. En eso parece seguir la moda de atacar las figuras de cierta tradición literaria como recurso para nacer, para hacerse visible. Y entonces le encaja dos o tres ganchos al hígado a un Cortázar que ni se entera.
Para rematar las afirmaciones provocativas de este libro el viejo Aira escribe “los viejos son unos seres perfectamente desinformados, inútiles, sin capacidades intelectuales dignas de notar, y su única actividad visible es causar problemas”, más allá de la ironía o el pretendido humor negro, escribe eso un argentino, justo cuando en su país cientos de manifestantes han hecho sonar en las calles sus cacerolas en protesta por la reforma de las pensiones en Buenos Aires, gritando ¡Con los viejos, no! De tal suerte que Aira escribe eso o por gerontofóbico o por mera provocación. A través de sus ideas diversas vamos encontrando sentencias de ese tipo que buscan el efecto o el escándalo en el lector y ser ante todo provocativas, sin ningún tipo de profundidad, en una suerte de estilo superfluo, chato, escribiendo cosas del tipo “El viejo síndrome de la Página en Blanco ha muerto. Lo mató la computadora” o “la acción, el ponerse en marcha guiados por una intención, no puede conducir sino al desastre”, frases que, aunque arbitrarias se antojan ocurrentes, pero no más. Acierta sin embargo cuando analiza el devenir en la estética posmoderna, principalmente en las artes plásticas, y respecto a las transformaciones en ciertos géneros literarios, dice por ejemplo que “cuanto más se reinventaba la literatura, menos podía hacerlo el ensayo, porque su función era dar cuenta, hacia el exterior de la literatura”, explicando así la evolución experimental y acelerada en géneros como la novela o el cuento, que parecían enroscados en sí mismos, y no así en la ensayística que tenía que habérselas con lectores ajenos al campo literario.
Hacia el final del libro se pregunta ¿no será que estoy en decadencia?, y la respuesta que espera de la crítica es que sí, en efecto está en decadencia. En todo caso no le molestaría que se leyera y entendiera su libro como una artesanía feliz y despreocupada, como las que le gustan a él.