Velmir Jlébnikov

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Quedan aún tres verstas por recorrer. La lluvia

gobierna esta llanura desolada,

y a la suela de las botas se adhieren grises

y obstinados pedazos de tierra natal.

 

Joseph Brodsky, Otoño en Norenskaia, 1965

 

Andrajoso y sin un kopek, vagabundo, errabundo, habiendo atiborrado papeles con escritura menuda que metía en sacas que solía extraviar después de emplearlas como almohadas, desprendido hasta la agonía, adscripto al tifus contagiado más de una vez, habitual de los techos de los trenes y los vagones de epilépticos en su trashumancia congénita, envuelto en batas de hospital, comido por la gangrena de la que iría a morir a la edad de Pushkin.

Reservista sin haber hecho el servicio militar, movilizado en abril del ’16 y declarado a solicitud propia enfermo mental por un amigo psiquiatra para evitar el frente, entusiasta de la revolución de febrero y bolche, a cargo de tareas de propaganda y agitación cultural, guerrero de segunda línea e informante del departamento de acción política del Ejército Rojo, acusado de espionaje, encarcelado en la Járkov tomada por los blancos.

Nacido en la óblast de Astracán en un asentamiento invernal de mongoles nómadas que profesaban la fe de Buda y criado en la estepa calmuca del fondo seco del mar Caspio con sus cuarenta nombres, jinete de caballos desaforados, nadador de aguas abiertas en el golfo de Sudak y el Volga, de sangre armenia y zaporoga, estudiante de matemática, divulgador ornitológico, expedicionario en los Urales y el Daguestán.

Para unos un anárgiro o santón sanador sin paga, para otros un devoto y mártir de la palabra, el más formado e ingenioso de los suyos, un integrista algo suspicaz, el primero de sus maestros y el más honorable caballero de la batalla poética; redactor en 1910 del acta de nacimiento del futurismo ruso al que excede presentado en una publicación colectiva impresa en papel para pared, distribuidor de octavillas contra la visita de Marinetti en las mismísimas conferencias de éste en febrero del ’14 y definido como el gran genio de la contemporaneidad (dignidad que a su propio juicio ostentó en cada uno de sus últimos nueve años de vida).

 

De las varias vertientes que Jlébnikov [Khlebnikov] cinceló a fuerza de gubia, lápiz y peripecia en el magma ardiente que partía el suelo sociocultural de la Rusia pre y post revolucionaria (durante esos trances en los que, como sentenció un petersburgués de familia aristócrata, “el flujo del tiempo se convierte en un torrente fangoso y la historia inunda nuestros sótanos’”), su indagación del neologismo, contracara a su vez de su reprobación a la incorporación al ruso de préstamos de otras lenguas1, es por su expansividad síntoma de una curiosidad casi programática.

Asomándose por encima de un horizonte que a los demás se les corría de lugar y les quedaba siempre diez kilómetros adelante, fumando y tomando té fuerte al escribir en estado febril, la singularidad conocida como Velimir se preguntó por el sentido, validez y oportunidad de la invención de palabras; en su derecho a darse un idioma propio en la transacción incordiante con el ruso en circulación, sus pisotones en el polvoriento suelo gramatical vernáculo levantaron nubes de neologismos a cuya sombra reverdeció el tábano de ojos facetados de la lengua, y la incontestabilidad de su jugueteo le permitió encontrar leyes de agregación y transformación que la situaron en su época, y a él en ella como construcción suya.

Maiakovski en su panegírico a la muerte del poeta refirió que no sólo había demostrado la independencia e inevitabilidad de la aparición de palabras nuevas y entregado un método correcto para su creación como casos gramaticales de la raíz, sino que admitió la población y labranza de los continentes descubiertos por él y aplaudió su paso de la desnudez verbal teórica a la aplicación de esa indigencia en una praxis.

Lo que es el caso.

En las notas a las traducciones de poesías y poemas suyos2 Fulvio Franchi discrimina en sus métodos el armado de palabras con diferente significado a partir del agregado de prefijos y sufijos a una misma raíz (procedimiento que JV definió como coconjugación de raíces), la invención de palabras en base a juegos sonoros o a la correspondencia entre sonidos y colores, la imitación en base al eslavo antiguo, el neologismo edificado sobre apellidos de otros escritores rusos, la aglutinación de las primeras sílabas de varias palabras, la supresión de iniciales o descomposición gradual de un término a partir de la supresión sucesiva de sus primeras letras, su combinación, la transformación de una palabra en otra a partir del cambio de un carácter.

El aliento integrador, el salto adelante y la irremediabilidad libre y lúdica de estas operaciones se afirman en su consonancia con el mundo en mutación del que dan cuenta, y por eso se sienten a más de un siglo de distancia no sólo inimputables y legítimas sino indicativas, sintomáticas.

 

Este neologismo como afloración, axial a su lugar y tiempo, indujo a emulaciones cuya insulsez quedaría la mayor parte de las veces en anécdota si no fueran reveladoras del trazo grueso y el eco sordo de muchas escrituras para con lo que el gentío segrega por la boca, por no hablar de la deliberación de forjarse un vínculo con el idioma que pecó de idiosincrasia.

En el mismo 1922 en el que muere VJ Vallejo hace público su Trilce, editado en los Talleres Tipográficos de la Penitenciaría de Lima en la que supo estar detenido y donde escribió varios de sus poemas, en el que despliega un serie de violencias sobre la palabra atadas más a su impenitente necesidad de encontrar una libertad expresiva ante el vacío del que se siente surgir que a la colisión deliberada con las normas lingüísticas que habría venido a disolver; su neologismo morfológico y lexical (afijación de verbos, adjetivos, adverbios y participios, cruzas, variaciones ortográficas, verbalización y sustantivación de adverbios, adverbialización de sustantivos, reordenación de grafemas) es la canibalización de un temperamento verbal impar e insólito y no un epifenómeno que emana de su medio, la gestación al filo de lo genial de otro apéndice más que la evolución del oído interno.

Tres décadas después y en sintonía con la revalorización trilciana, ya en los tardíos ’50 y a sus sesenta y cinco, el último Girondo de ‘En la masmédula’ exaspera el neologismo como contrasanción, ya sin esa fe un poco pueril en diferenciarse como americano al ‘oxigenar’ la herencia de Castilla para hacerla más respirable arrastrada desde los años ’20, y edifica el soliloquio de una lengua cerrada sobre sí, endogámica, un idiolecto (interesa poco si nihilista, existencial o qué) cuya pretensión hechizante y heterodoxa tropieza en general con el lugar común del fetichismo de la palabra como sonido puro; en este contexto su neologismo dominante y de especie varia es más que nada un malabarismo del verso para encontrar alcance y distancia, y el resultado de una dinámica de variaciones fónicas que se despliega de palabra en palabra al interior de la línea.

 

Podría plantearse un archipiélago de ejemplos aducibles y encontrar mucho más humus que trasegar.

Es evidente que el específico sincretismo comunal de las ‘repúblicas del Plata’ exacerbó, desde la anonimia de su proceso fundante inmigratorio, las apropiaciones de vocablos usuales en toda lengua ‘’asumidos por el pueblo bajo de Buenos Aires, en cuyo discurso se mezclaban con otros de origen campesino, y quechuismos y lusismos que corrían ya en el habla popular’’3, y que a impulso de extranjerismos de distinta estirpe vinieron a conformarse no uno sino varios léxicos originales.

Hayan sido o no marginales, es en el neologismo de este tipo de inventarios (sea el argot, el gergo, el propio lunfardo o sus secuelas) donde abrevaron de suyo cantores y poetas para saciar su sed menestral, no ignorando que los brillos que extraían de esos aljibes no eran gemas sino bijou al fondo del balde, en tanto corrían ya, asimilados, de boca en boca.

No obstante esto, y aún a falta de revoluciones consumadas, nunca faltó espanto ni guerra intestina en el delta rioplatense, y sobrados de ocasión para los nuevos logos hubo entonces cantidad de casos aislados en su tinta.

Precisamente porque resultó necesario ir encontrando palabras para la inclemente degradación social que se agiganta desde la dictadura es que la poesía en democracia, asumiendo que si no emerge como necesidad de las entrañas de la euforia o el padecimiento el neologismo es artificial, se propuso entre otras cosas sintetizar, a partir de la ambición de ciertas obras, el espíritu de su tiempo emasculándolo con la música ardiente de sus barbarismos.

 

 


1  En su ‘Nota autobiográfica’ supo escribir: ‘’Cumplí con la exigencia de purificar la lengua rusa de los es-combros de palabras extranjeras, después de hacer todo lo que se puede esperar de diez renglones.’’

2  ‘El rey del tiempo’, obra reunida de Velimir Jlébnikov, 2019, añosluz editora, Colección Traducciones.

3  José Gobello en la Nota Bene a su Nuevo Diccionario Lunfardo, Corregidor, 1999.