Lo que fue la Revista de la Universidad de México

4128

Para Álvaro Matute, gran lector de la Revista de la Universidad, con admiración

 

1930: diez años después de la consumación de la Revolución, México aún no conquista plenamente la calma. Sale de la guerra cristera (con una iglesia que nunca abandonará la intriga política) y de la rebelión escobarista, pero entra en la turbulenta cauda de la crisis económica internacional originada por el quiebre de la bolsa neoyorquina en octubre de 1929.

José Vasconcelos, candidato a la presidencia en el proceso electoral del año anterior, alega fraude en su contra y, camino al exilio, llama infructuosamente a la insurrección armada. Su opositor, Pascual Ortiz Rubio, sucede a Emilio Portes Gil en la presidencia de la República. Ambos son vistos como instrumentos del verdadero detentador del poder: Plutarco Elías Calles, el jefe máximo. El 5 de febrero de 1930, día en que Ortiz Rubio asume la presidencia, ocurre un atentado en su contra. Acusada de haber participado en la supuesta conspiración para realizarlo, Tina Modotti es expulsada de México muy poco tiempo después.

De los 16. 6 millones de habitantes con que cuenta el país según el censo levantado en mayo de ese año, sólo el 38 por ciento sabe leer. Las mujeres conforman el 51 por ciento de la población del país, y su creciente presencia como trabajadoras del sector público les da pie para comenzar a organizarse y pelear por sus derechos económicos, políticos y sociales. Dos notabilísimas feministas avant la lettre, Elvia Carrillo Puerto y Florinda Lazos León convocan a un Congreso en la Ciudad de México, al que asisten obreras y campesinas.

También los estudiantes universitarios han buscado transformar sus circunstancias. En mayo de 1929 realizaron una huelga en contra de medidas académicas que consideraban arbitrarias y sus demandas evolucionaron hasta convertirse en una lucha por la autonomía, que finalmente fue expedida como ley por Portes Gil el 22 de junio de 1929.

Líderes revolucionarios buscan asilo y apoyo en México, como César Augusto Sandino, quien después de pasar un año en México regresa a Nicaragua en mayo de 1930.

Hay músicos, pintores, escritores y arquitectos que realizan obras muy notables —Carlos Chávez, Silvestre Revueltas, Diego Rivera, José Clemente Orozco, Alfonso Reyes, Martín Luis Guzmán, los poetas que publican la revista Contemporáneos (que en junio cumple dos años de publicarse), Juan O’Gorman, Luis Barragán, por citar sólo algunos de los nombres más célebres—, pero México todavía está lejos de contar con una gran infraestructura cultural.

Apenas en junio de 1930 se reinicia la construcción del Palacio de Bellas Artes y más allá de las bibliotecas con que cuentan algunas escuelas en realidad no existen bibliotecas públicas.

En la Universidad, como apunta Georgina Araceli Torres Vargas, “en los ocho años posteriores al rectorado de José Vasconcelos no se desarrolla una actividad editorial importante […] Es hasta 1929, luego de que obtuviera su autonomía, que se observan algunos intentos por retomar el impulso que anteriormente se había dado a la producción de textos en la institución.”[1]

En diciembre llega el famoso director soviético Serguei Eisenstein, quien viaja por el país rodando horas y horas de película que a la postre habrán de convertirse en la cinta ¡Qué viva México!

Grosso modo, eso es lo que ocurre en el país en el año en que nace la revista Universidad de México —Órgano de la Universidad Nacional Autónoma de México, según se lee en la página del Directorio—, un ambicioso intento de difundir el quehacer y las metas de la principal casa de estudios en esa naciente etapa de su vida.

 

I

El primer número aparece en noviembre de 1930. El director es Julio Jiménez Rueda, abogado, diplomático y escritor de renombre, entonces con 34 años de edad, quien además encabeza el Departamento de Intercambio de la unam. Ha sido nombrado directamente por su antiguo compañero en la Facultad de Leyes, Ignacio García Téllez, primer rector de la Universidad en su nueva etapa como institución autónoma.

El Secretario de redacción es el profesor Pablo Martínez del Río, historiador y arqueólogo, quien en lo referente a realización de revistas tiene ya alguna experiencia. En 1916, siendo aún muy joven y en plena revolución, se las había arreglado para publicar una revista literaria, La Nave, entre cuyos pasajeros se hallaban Julio Torri, Xavier Icaza y Mariano Silva y Aceves. Desafortunadamente, ésta encalló después del primer número.

Es probable que él y Jiménez Rueda sean los responsables de ensamblar las anónimas “Palabras iniciales” que ocupan las seis páginas de apertura del número. No se quiere explicar en ellas la aparición de la revista, sino fijar en la atención y la memoria de los lectores la trascendental reforma que vive la institución a la cual sirve como órgano de expresión. Por ello, en vez de promesas y declaraciones se transcriben los diecinueve artículos de la Ley Orgánica de la Universidad, expedida por Portes Gil, con la que se cristaliza la autonomía, así como algunos fragmentos del discurso inaugural de García Téllez. Sólo en la última parte del escrito se recogen palabras de profesores y alumnos con respecto al cambio que viven. El doctor Ignacio Chávez, parte del profesorado de la Facultad de Medicina, habla en nombre de los primeros. Alejandro Gómez Arias es el portavoz de los segundos.

Cierra el texto un saludo de Ortiz Rubio a los universitarios, con el que anuncia la adquisición de un terreno en Lomas de Chapultepec para la edificación de la ciudad universitaria.

El mejor mensaje lo constituye el restante contenido de la revista, claro indicador de la imagen que la Universidad Nacional tiene de sí misma en ese momento y de lo que busca proyectar: una institución que, si bien no participó como tal en la lucha armada ni se vio afectada por ella, se identifica sin lugar a duda con los sectores de la sociedad más necesitados de educación y cultura y busca vincularse con ellos. Véanse los títulos de los ensayos y artículos que se ofrecen: “Instituto Americano de Derecho y Legislación Comparada”; “La educación del indio y los idiomas indígenas”; “Las universidades y el teatro”; “La revolución agraria mexicana”; “La integración nacional”; “El dilema de México”; “El ingreso de alumnos a la Facultad de Medicina”.

Las indispensables notas sobre libros (brevísimas reseñas de unas cuantas líneas) están a cargo de Baltasar Dromundo.

Con un costo de un peso por ejemplar (diez la suscripción anual), periodicidad mensual, 90 páginas por número, y un tamaño de 26 centímetros de altura por 19 de ancho, la revista, de sobria y sencilla presentación, impresa a una sola tinta en interiores y a dos en la cubierta, es el rostro extramuros de la Universidad.

Aunque prácticamente no tiene ilustraciones, salvo por los grabados de Valerio Prieto que se alternan en la portadilla de cada edición (representando los edificios emblemáticos de la Universidad en ese entonces, como el de la Rectoría, que se encontraba en las calles de Guatemala y Primo de Verdad; el Colegio de San Ildefonso, o el ex convento de San Agustín), la mayoría de los números incluye algunas páginas de papel couché con reproducciones de diversos tipos de obras —desde esculturas prehispánicas hasta orfebrería indígena—, rasgo que acusa el interés de sus editores por la arqueología y las artes así como la obvia influencia de otras publicaciones culturales de la época, como la revista Contemporáneos, con la que Jiménez Rueda ha colaborado.

Pero más que una revista cultural a la usanza de la época, en sus comienzos, Universidad de México quiere ser la expresión más importante de la extensión cultural universitaria (recuérdese que aún no existe Radio Universidad) y, sobre todo, lograr que sus lectores conozcan cabalmente lo que la Universidad es, cómo está estructurada —sobre todo después de la cantidad de cambios y ajustes que trajo aparejados la autonomía—, cuáles son las posturas e ideas de los universitarios con relación a los grandes problemas nacionales.

Así, en los primeros números la mayoría de los artículos aparece firmada por los directores de las facultades, escuelas e institutos, quienes explican, como Estanislao Mejía, director de la Facultad de Música, “Qué es la Facultad de Música y sus funciones dentro de la universidad”, o bien dan cuenta, como Isaac Ochoterena, director del Instituto de Biología, de “Un año de trabajos” en esa institución.[2]

Es frecuente encontrar ensayos como “Importancia y porvenir de la carrera de Ingeniero Forestal”, junto a “La inmigración mexicana en los Estados Unidos”, “La Doctrina Estrada” o “Por qué son más fuertes los estadounidenses”. La propia diversidad de la institución hace que los contenidos de la revista resulten dispares.

De ello son plenamente conscientes sus hacedores, que desde el segundo número han insertado un texto en la página correspondiente al directorio de la revista (la segunda de forros), que define los propósitos de la publicación y aclara cuál es su sitio dentro de la comunidad universitaria:

Al preparar el primer número de la revista Universidad de México, hicimos, por conducto de las autoridades de las facultades y escuelas universitarias, un llamado cordial a los profesores y estudiantes para que colaboren en sus páginas. Universidad de México quiere ser un exponente de lo que es nuestra primera institución de cultura en el país, y consecuente con el deseo expresado, desea que todos los que forman parte del cuerpo universitario publiquen en ella sus trabajos. Sólo pide seriedad en los artículos que se le envíen. Es una revista de estudio, no un magazine literario ni un escaparate lírico de buenas intenciones. La investigación, el análisis de los problemas sociales, el estudio de cuestiones científicas tendrán cabida siempre en sus páginas. La universidad realiza con ello su mejor obra de cultura fuera de las aulas. La colaboración de profesores y alumnos es indispensable en esta tarea.

La dirección de la revista desea también, para el mejor éxito de su tarea, que los lectores de ella expresen claramente su opinión sobre la misma, que inicien mejoras, corrijan yerros, y sean verdaderos guías de la marcha intelectual de la misma. Universidad de México no es, como su nombre lo indica, obra de un individuo, de un grupo, de una capilla; es la obra de todos; maestros, alumnos, ex alumnos. Es la obra de la universidad que, al conseguir su autonomía, ha llegado a una mayoría de edad preñada de augurios, pero también colmada de compromisos contraídos con el pueblo que la sostiene y con la república que tanto espera de ella.

Poco a poco se van sumando colaboradores externos: Ermilo Abreu Gómez, León Felipe, Alfonso Reyes, Rafael Heliodoro Valle. Gradualmente la revista se decanta en favor de las humanidades, aunque nunca deja de prestar atención a las actividades científicas y tecnológicas de la Universidad.

Debe subrayarse su carácter pluralista y su apertura a temas que en la época son altamente polémicos, como “La educación marxista” (el Partido Comunista Mexicano fue proscrito en 1930), sobre la que escribe Eduardo Pallares, o “Los derechos de las mujeres”, que defiende la abogada socialista Elodia Cruz F. quien, en un momento en que muchos hombres deseaban eliminar la participación femenina en la administración pública, solía repetir que “Si algunas mujeres son mejores empleados que los hombres, entonces la mujer debiera tener el derecho de votar.”

Una de las mejores ediciones de esa primera época es la dedicada a Goethe al cumplirse el centenario de su muerte en 1932. Se trata de un número doble, el 17-18, correspondiente a los meses de marzo y abril de ese año, que cuenta con el respaldo de la Embajada de Alemania, y que abre precisamente con unas “Palabras preliminares” del Ministro alemán en México, Eugen Will.

Curiosamente, quien no participa es Alfonso Reyes, el escritor mexicano que más ha escrito sobre el inmenso sabio alemán. La razón es conocida: Reyes se desempeña en ese momento como embajador de México en Brasil, y la revista Sur, fundada también poco tiempo antes, ya le ha solicitado un ensayo con el mismo motivo. Sur publica íntegro “Rumbo a Goethe” (85 páginas) a comienzos de 1932.

Jiménez Rueda dirige la revista hasta agosto de 1932, ya que a partir del mes siguiente asume la Secretaría General de la unam bajo la rectoría de Roberto Medellín Ostos, quien el 12 de septiembre de ese año releva a Ignacio García Téllez. Éste, por su parte, habrá de convertirse un año después en el jefe de la campaña presidencial de Lázaro Cárdenas y, a partir de 1934, en secretario de Educación Pública del régimen cardenista.

El nuevo director de la publicación, a partir de septiembre de 1932, es Andrés Iduarte. Su encargo es inesperadamente fugaz: sólo realiza el número doble 23 y 24, correspondiente a septiembre y octubre, pues en noviembre obtiene una beca y tiene que hacer arreglos para viajar a España a comienzos de 1933. (Allá estudiará en la Universidad Central de Madrid, y permanecerá hasta junio de 1938, convertido en un ardiente defensor de la República.)

Queda entonces al frente Pablo Martínez del Río, quien 15 años más tarde habrá de convertirse en el primer director del Instituto de Historia de la Universidad, antecedente del actual Instituto de Investigaciones Históricas de la unam.

Con Martínez del Río Universidad de México adquiere un equilibrio interesante. Continúa publicando ensayos y artículos de temas muy diversos, pero la historiografía se convierte en un hilo conductor evidente y le da coherencia al conjunto.[3] Por desgracia, justo cuando se acerca a su “definición mejor” (como diría el poeta Lezama Lima) la revista deja de publicarse. La razón se encuentra en el que quizá sea el primer gran conflicto de la Universidad como entidad autónoma.

El Primer Congreso de Universitarios Mexicanos, realizado del 7 al 14 de septiembre de 1933 en el anfiteatro Simón Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria —dirigida por Vicente Lombardo Toledano—, suscita una agitada polémica en el seno de la Universidad a raíz de la cual Roberto Medellín es impugnado y, tras un mes de protestas, forzado a renunciar a su cargo.

En términos esquemáticos, el punto central del conflicto es la adhesión del rector Medellín a la política educativa gubernamental del presidente Abelardo Rodríguez y su secretario de Educación, Narciso Bassols, interesados en orientar la educación universitaria hacia el socialismo. Lombardo Toledano argumenta en favor de la postura federal. El principal opositor a ella es Antonio Caso, quien aboga por la libertad de cátedra y rechaza la imposición de lineamientos, que considera una amenaza a la naciente autonomía.

La polémica escala y da lugar a un choque entre la Universidad y el gobierno federal, que al cabo resuelve dotar a esta última de autonomía plena, incluida la financiera. Con ese objetivo, Abelardo Rodríguez envía una iniciativa al Congreso para reformar la Ley Orgánica de la Universidad en octubre de 1933. Pero ello no significa un mayor apoyo del gobierno federal a la Universidad, sino prácticamente un rompimiento: ésta queda obligada a procurarse sus propios recursos económicos en lo sucesivo —así será por lo menos durante los siguientes dos años, ya que la posición del gobierno tampoco cambiará durante el primer año de la presidencia de Lázaro Cárdenas.[4]

Debido a la consiguiente merma de recursos, la última edición de la que podría llamarse “época fundacional” de Universidad de México aparece en agosto de 1933. Martínez del Río sólo consigue editar diez números, incluido uno doble (enero-febrero de 1933).[5]

El 23 de octubre de ese año Manuel Gómez Morín asume la rectoría. La parquedad de los recursos disponibles le obliga a seguir una política económica severa sintetizada en el lema “Austeridad y trabajo”, que orienta su acción durante los trece meses en que encabeza la unam. Para paliar el déficit Gómez Morín solicita donativos a empresas y a particulares e incluso organiza una rifa cuyo premio es el automóvil que institucionalmente corresponde al rector.

Es obvio que en tal situación el rector y el Consejo Universitario habrán considerado la edición de una revista universitaria como la menor de sus preocupaciones.

En octubre de 1934 el Consejo Universitario solicita el apoyo del gobierno y le informa que se suspenderán las actividades porque se carece de condiciones adecuadas para trabajar. El gobierno asegura haber entregado a la Universidad la cantidad de diez millones de pesos, equivalentes a tres años de presupuesto.

En medio de un clima de confusión los estudiantes de Leyes deciden hacer una huelga para protestar contra el gobierno. Gómez Morín los llama a levantarla. A finales de noviembre una huelga en su contra lo lleva a renunciar.

El nuevo rector, Fernando Ocaranza, enfrenta una situación igual o aún más crítica en lo financiero y decide solicitar apoyo directamente al presidente Cárdenas, quien asume el poder en diciembre de 1934. Ocaranza le señala que la Universidad no puede trabajar en condiciones tan precarias. La negativa que recibe motiva que presente su renuncia el 17 de septiembre de 1935.

Exactamente una semana más tarde Luis Chico Goerne es designado como nuevo rector.

La gestión de Chico Goerne es más afortunada que la de sus dos predecesores en lo que toca a relaciones con las autoridades federales. No sólo tiene un trato cordial con Ignacio García Téllez, secretario de Educación, sino que también simpatiza y se identifica con Cárdenas. Pronto desarrolla una “política académica de acercamiento al proyecto social del cardenismo”[6]

Como la historiadora Gabriela Contreras señala, Chico Goerne supera el déficit presupuestal del comienzo de su gestión gracias a la venta de los terrenos de Las Lomas en los que se había pensado construir la Ciudad Universitaria, mismos que adquiere la Secretaría de Guerra.

Acaso gracias a esos recursos la Universidad puede adquirir maquinaria de artes gráficas y fundar la Imprenta Universitaria a finales del mismo 1935. Salvador Azuela, jefe del Departamento de Acción Social, nombra al frente de ella al poeta e impresor Miguel N. Lira, que también se hace cargo de dirigir la nueva publicación identificable con los propósitos de extensión cultural de la institución: Universidad. Mensual de cultura popular.

Lira viene de fundar la imprenta Fábula, en 1932, y de dirigir, con Alejandro Gómez Arias, la revista homónima, de la cual editaron nueve números, entre enero y septiembre de 1934. Con base en esa experiencia funda Universidad y se hace cargo de su dirección.

Aunque el título y su aspecto son distintos, la intención de esta revista es la misma que la de Universidad de México: la difusión extramuros de las labores universitarias.

El primer número aparece en febrero de 1936. La tapa en cartulina tiene un tamaño de 23 x 30 centímetros y en interiores cuenta con 64 páginas de 22.5 x 29 impresas a una sola tinta. 56 en papel periódico y 16 en couché impresas por una sola cara.

El diseño es rudimentario y en términos gráficos el conjunto tiene un aspecto más bien pobre, pero los contenidos son interesantes y logran un buen equilibrio entre las colaboraciones de firmas reconocidas y los textos representativos de instancias universitarias como el Instituto de Biología, la Facultad de Derecho, las Escuelas de Arquitectura y de Ingeniería, el Observatorio Nacional.

La inclusión en este primer número de textos que ensayan una aproximación al marxismo, y de anuncios de proyectos universitarios para el bienestar social —construcción de viviendas y hospitales—, deja entrever la voluntad de las nuevas autoridades universitarias por acercarse al gobierno de Cárdenas. Pero las “Palabras iniciales” firmadas por el propio rector Chico Goerne no admiten duda al respecto.

Hacia el final de ellas el rector establece una diferencia tajante con la Universidad existente antes de la revolución, que puede entenderse también como una manera velada de referirse a las gestiones de sus antecesores inmediatos:

Nuestra Universidad pretende también, como la pasada, investigar y crear ciencia; pero pretende, además, ennoblecer esa ciencia, sirviendo con ella a la vida doliente de los bajos fondos sociales.

La Universidad de hoy ambiciona, sobre todo, ser un organismo vital, fundido en la existencia del país, palpitando con él, conviviendo con él sus inquietudes y sus ideales.

Frente a la vieja Universidad egoísta, indiferente al mundo que se agita y que sufre fuera de sus muros, la nueva ha de ser una Universidad generosa que se entregue en plenitud a la vida de su pueblo.

Este número inicial de su revista es el primer paso que da por esa nueva ruta, por esa nueva ruta que ha de llevarla un día a la entraña misma de México.

Por otra parte, para cubrirse anticipadamente de posibles ataques, a partir del segundo número inserta la siguiente leyenda en la contratapa: “Esta revista constituye una de las publicaciones del Departamento de Acción Social de la Universidad Nacional Autónoma de México y no está afiliada a ninguna doctrina en particular ni pertenece a grupo alguno sectario, sino que abre sus páginas a todas las tendencias.”

Con un tiraje de 20 mil ejemplares y distribución gratuita a través de un directorio de personas físicas y morales, además de librerías y otros puntos de circulación, Universidad cobra una presencia muy importante en la comunidad universitaria y gran parte del público lector. También gana paulatinamente en calidad. La sola mención de los nombres de algunos colaboradores (Ramón de Valle-Inclán, Genaro Estrada, Antonin Artaud, Rafael Alberti, Azorín, Juan Ramón Jiménez, Gabriel Méndez Plancarte, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Julio Torri, Luis Alberto Sánchez) es ejemplo de ello.

Universidad crece gradualmente y va creando nuevas secciones, como “Panorama” (16 páginas que se añaden casi al final de la revista, con una numeración especial), en la que se da cuenta de lo que ocurre en el arte, las ciencias y la política en el mundo.

En diversos números la revista incluye reproducciones de obras de pintores mexicanos —Diego Rivera, Julio Ruelas, José Guadalupe Posada, el Dr. Atl—. Lira y sus colaboradores se preocupan por dar un sitio especial a las artes plásticas. Así, a partir del número 24 (enero de 1938), Universidad incluye unos “Cuadernos de Arte” de 16 páginas, impresos en papel couché. El primero de ellos, elaborado por el pintor Agustín Lazo, se titula “Sobre las actividades sobrerrealistas”, el castizo apelativo que algunos, como él y Xavier Villaurrutia, preferían para referirse al surrealismo.

Hacia sus últimos números Universidad está cada vez más nutrida y mejor diagramada. Llega a tener 92 páginas o más por edición. Las carátulas de los últimos números se imprimen en serigrafía.

Es evidente que tal crecimiento debe haber causado algún problema en cuanto a costos, aun imprimiéndose en los talleres de la propia institución, pues en marzo de 1938 la publicación inserta en sus primeras páginas el siguiente aviso:

A NUESTROS LECTORES

En los veinticinco números hasta ahora aparecidos de Universidad. Mensual de Cultura […] nos hemos esforzado por presentar la más selecta nómina de escritores mexicanos y extranjeros y hemos intentado ofrecer al lector, sin partidarismos ni compromisos de ningún género, el panorama contradictorio y apasionante del mundo actual. Por el índice de los dos años de vida que Universidad cumplió ya, pueden apreciarse la variedad de nuestras informaciones y la categoría intelectual de los colaboradores de esta revista. Todos los grandes nombres de la inteligencia mexicana contemporánea han honrado nuestras páginas con artículos originales y en la sección “Panorama” recogimos —sin limitaciones de idioma, nacionalidad o credo— cuanto hallamos de más generoso o palpitante.

Las solicitudes de suscripción que continuamente recibimos no sólo de nuestro país, sino de todos aquellos en que se habla nuestro idioma o se tiene interés por el arte y el pensamiento mexicanos, así como una sostenida y numerosa correspondencia, demuestran que el esfuerzo de divulgación cultural emprendido por la Universidad Nacional a través de su revista, no ha sido inútil, y nos mueven a continuar la tarea.

Con estos propósitos, desde el próximo número iniciaremos una etapa de positivo mejoramiento en todas las secciones de Universidad, inaugurando, además, una serie que incluirá información de interés actual, documentos gráficos, crítica de arte y bibliográfica, notas sobre espectáculos, etc. Continuaremos publicando, en la forma de monografías independientes, los “Cuadernos de Arte” que, escritos por autoridades en cada uno de sus temas, han sido recibidos con excepcional entusiasmo. Cada número, como hasta hoy, llevará, fuera de texto, una bien seleccionada página de música mexicana.

El nuevo programa, como es natural, aumentará considerablemente el costo de Universidad —que hasta ahora se ha repartido absolutamente gratis— y nos vemos, por ello, muy a pesar nuestro, obligados a buscar otras fuentes de ingreso que no sean exclusivamente las universitarias y la cooperación de los anunciantes que hasta la fecha han permitido la publicación de este mensual.

A partir del número 28, correspondiente a mayo próximo, Universidad dejará de distribuirse gratuitamente, fijándose condiciones de venta que no pueden ser más accesibles y que permitirán a todos nuestros lectores seguir recibiendo mensualmente Universidad.

Si nuestros lectores acceden a prestarnos la colaboración que solicitamos, les agradeceremos encarecidamente se sirvan devolvernos la anexa solicitud de suscripción debidamente llenada y con el importe respectivo.

la dirección

En el número de abril el anuncio se reitera: “Universidad cierra con este número la etapa durante la cual visitó a los lectores de un modo absolutamente gratuito. Ya dimos a conocer, en la edición del mes pasado, las circunstancias económicas y morales que nos obligaron a adoptar, a partir del mes de mayo venidero, un nuevo plan editorial y de distribución, a base de una modesta cuota de suscripción por parte de nuestros lectores.”

El precio de venta por ejemplar es bajo (treinta centavos), lo mismo que la cuota de suscripción: un peso con cincuenta centavos por semestre o dos con cincuenta centavos por un año.

Sólo con una revisión a fondo de los archivos del iisue se podría saber la magnitud de la respuesta de los lectores de la revista. Pero se antoja factible que no haya sido tan entusiasta como sus editores esperaban.

Para esas fechas, la Universidad vive un clima de encrespamiento político que todo lo polariza. El rector Chico Goerne es atacado con creciente frecuencia. Un ejemplo: el 23 de marzo, en una manifestación universitaria para apoyar la expropiación petrolera decretada por el presidente Cárdenas, éste invita a Chico Goerne al balcón central del palacio de gobierno para ondear el pabellón universitario. Al día siguiente se acusa al rector de comprometer la autonomía universitaria.

Irónicamente, el conflicto que acabará por forzarlo a renunciar a la rectoría, el 9 de junio de 1938, es su oposición al proyecto del Consejo Nacional de Educación Superior e Investigación Científica —entidad creada por Cárdenas en octubre de 1935 para reorganizar la educación profesional— que propone crear seis centros universitarios en diferentes regiones del país para desarrollar la educación superior de México.

Puede decirse que con la renuncia de Chico Goerne, Universidad concluye. No obstante, tras su salida aparece todavía una última edición de la revista, la 29, correspondiente a junio de 1938. En ella se reproducen unas palabras del nuevo rector de la unam a partir del día 21 de ese mes, Gustavo Baz, pronunciadas en la toma de posesión de la mesa directiva de los estudiantes de la Facultad de Derecho, y aparece como nuevo director de la publicación Antonio Acevedo Escobedo. Pero por sus contenidos es evidente que fue preparada por Miguel N. Lira y sus colaboradores, y que su envío a la imprenta fue demorado en espera de los cambios en Rectoría.

Unas palabras sin firma que por ende han de atribuirse a Acevedo Escobedo, hablan de “La Universidad ante el porvenir” y señalan que los estudiantes “están cansados de la demagogia, la agitación estéril, la política intrascendente.”

Brilla en el índice de esa edición el “Diálogo con André Breton”, de Rafael Heliodoro Valle, en cuyo curso el poeta francés hizo la célebre y muchas veces mal entendida afirmación de que “México tiende a ser el lugar surrealista por excelencia”.

Se antoja extraño que Gustavo Baz no haya sostenido la publicación de Universidad durante su periodo como rector (hasta diciembre de 1940), pero Georgina Araceli Torres Vargas explica la razón:

Hacia 1938 las condiciones económicas de la Universidad eran precarias; necesitaba de los recursos suficientes que le permitieran cubrir los sueldos del personal docente, técnico y administrativo, así como los gastos de las dependencias universitarias. […] Debido a estos desajustes económicos, la administración decidió tomar algunas medidas a fin de resolver el problema. Entre esas medidas se encontraba la siguiente:

Proceder a la suspensión de aquellas dependencias que no fueran absolutamente indispensables para la existencia de la Universidad. Entre estas se encontró el Departamento de Acción Social, creado en 1936.[7]

Pasarán poco más de ocho años antes de que la Universidad vuelva a contar con una revista de divulgación y cultura general. No será sino hasta que Salvador Zubirán asuma la rectoría, el 4 de marzo de 1946, que ese relegado proyecto de extensión cultural se reanime.

 

II 

El 7 de abril de 1946 se crea la Dirección General de Difusión Cultural, que conjunta la Escuela de Verano, Radio Universidad, el Servicio de Educación Popular y la Imprenta Universitaria. Es nombrado al frente de ella el doctor Alfonso Pruneda, quien fuera rector de la Universidad de 1924 a 1928. A su vez, éste encarga al joven abogado Francisco González Castro el proyecto de una publicación universitaria destinada a los lectores en general.

Es dable conjeturar que González Castro haya acudido a Antonio Acevedo Escobedo en busca de su consejo y que éste le auxiliase a configurar un equipo para lanzar el nuevo impreso. Pero, ¿será idea de éste último, o de Rafael Heliodoro Valle, invitado a participar en la nueva revista, darle exactamente el mismo nombre que tenía la revista fundada por Julio Jiménez Rueda en 1930?

En cualquier caso, la nueva época de Universidad de México. Órgano de la Universidad Nacional Autónoma de México, arranca en octubre de 1946. Tiene 32 páginas con un formato muy distinto al de sus dos antecesoras. Ahora su tamaño es mucho más grande (30 centímetros de ancho por 40 de alto) y está impresa a dos tintas en papel periódico. En más de un aspecto recuerda el formato que la Gaceta del Fondo de Cultura Económica tenía en su primera época, en los años cincuenta, cuando la dirigía Emmanuel Carballo. El costo por ejemplar es de 20 centavos.

El equipo que la realiza está conformado por González Castro en la Dirección; Antonio Acevedo Escobedo en la Jefatura de Redacción; como Redactores: Rafael Heliodoro Valle, Elvira Vargas, Salvador Pineda y Salvador Domínguez Assiayn. Entre los colaboradores enlistados en el directorio destacan: Ermilo Abreu Gómez, Fernando Benítez, Antonio Castro Leal, Alí Chumacero, Andrés Henestrosa, Efraín Huerta, Julio Jiménez Rueda, Miguel N. Lira, José Luis Martínez, Pablo Martínez del Río, Edmundo O’Gorman, Héctor Pérez Martínez, Francisco Rojas González, Salvador Toscano, Manuel Toussaint, José Vasconcelos, Agustín Yáñez y Leopoldo Zea.

Es notable la calidad de su impresión, muy superior a la de las otras épocas. También llama la atención la gran variedad de anuncios (más de cuarenta) que la revista despliega desde el primer número, desde automóviles hasta tiendas departamentales, gracias, según parece, a la habilidad del poeta Germán Pardo García, colombiano afincado en México desde principios de los años treinta, quien recibe crédito como gerente comercial.

En cuanto a contenidos, El primer número incluye colaboraciones de Heliodoro Valle, Samuel Ramos, Agustín Yáñez, Francisco Rojas González, Alfonso Reyes, Luis Enrique Erro, y tiene secciones muy bien definidas (Noticias de la Dirección de Difusión Cultural; Por el mundo de los libros; Hechos, letras, personas; Panorama Cultural; Actualidad Universitaria), compuestas por notas breves, sin firma, que brindan al lector una gran cantidad de información de manera muy ágil. En general, dentro de su sencillez, la factura física y literaria de la revista es una síntesis afortunada de saber y buen gusto.

Como es usual en toda publicación al comenzar una nueva época, ésta abre con la siguiente justificación:

México supera día a día el ritmo de su crecimiento urbano, de su desarrollo técnico, de sus necesidades espirituales. Pero el auge material del país no significa nada en sí mismo en esta época, si junto a las edificaciones donde se instalan grandes hoteles, fábricas, laboratorios, hospitales, centros de esparcimiento, etcétera, no surgen parejamente —o se mejoran los que ya existen— los centros de investigación científica, los planteles de profesiones superiores y especializadas en los que la juventud de nuestros días se prepare convenientemente a fin de construir el poderoso México de mañana.

Atenta a tal exigencia del momento la Universidad Nacional vive ahora una inmensa etapa de reorganización, trabajo y disciplina cuyo designio para un futuro inmediato es afirmar hasta el sumo límite las capacidades y el rigor en la formación de los profesionistas que pasan por sus aulas cuatro veces centenarias pero siempre vinculadas con el espíritu universitario de su tiempo.

La publicación de la revista Universidad de México tiene como propósito asociar a los estudiantes en un esfuerzo común para mejorar y dignificar su casa de estudios, así como fomentarles un sentimiento de solidaridad indestructible con ella.

Cada mes se recogerá aquí la voz de los más destacados maestros universitarios que a través de nuestras columnas prolongarán su sapiente diálogo con los estudiantes. Estos, a su vez, hallarán en la revista todas aquellas disposiciones y noticias relativas a actividades de la Universidad que les conciernen directamente.

En el ambiente de la más alta casa de estudios mexicana, y fuera de ella, Universidad de México será un diáfano reflejo de las inquietudes culturales del país y un vehículo puesto de modo permanente al servicio de la mejor coordinación y logro de tales esperanzas.

El párrafo inicial de esta “Justificación” es ilustrativo de la atmósfera en que vive una parte de los mexicanos. El Distrito Federal y algunas otras ciudades del país se expanden. El país sigue un modelo de industrialización que prevalecerá sin oposición en el sexenio que va de 1946 a 1952, los años del desarrollismo alemanista, que identifica desarrollo con crecimiento sostenido del producto interno bruto, así sea a costa de la dependencia financiera internacional.

Si en épocas anteriores la relación de la Universidad con el gobierno federal ha sido tirante, bajo el régimen de Miguel Alemán, en el que se echa a andar la construcción de Ciudad Universitaria, se produce, en cambio, una vinculación muy fuerte.

En marzo de 1947, una de las breves notas sin firma de la sección Noticias de la Dirección de Difusión Cultural asevera: “Podemos decir que la Universidad está conduciendo al país. La exaltación del Lic. Miguel Alemán al puesto supremo de México es la primera señal de esa evidencia.”

Universidad de México cumple de manera equilibrada su propósito de difundir la imagen y las tareas de la Universidad y de ofrecer al lector textos de literatura, humanidades y ciencias de autores relevantes. Hay poemas de Efraín Huerta y de Alí Chumacero, textos de Luis Cardoza y Aragón y de Max Aub, ensayos de Jaime Torres Bodet y de José Luis Martínez. Es una publicación que todavía hoy, a más de medio siglo de distancia, suscita interés y se lee con gusto.

En ocasión del primer aniversario de su publicación la revista publica un texto anónimo que es balance y anuncio de sus actividades:

Con el presente número, Universidad de México cumple un año de vida. Los fondos económicos de la Casa de Estudios se vienen aplicando a la renovación de equipos y laboratorios, a la magna empresa de edificar la Ciudad Universitaria, a otras muchas exigencias que demanda su radical modernización, y si en consecuencia el aspecto gráfico de nuestra revista no toca ni de lejos los límites de la suntuosidad, tal circunstancia —en ningún caso bochornosa— se ha tratado de compensar con una inalterable preocupación por reflejar del mejor modo que ha sido posible la inquietud creadora del Instituto, las palpitaciones sobresalientes del momento mexicano y los proyectos que se desarrollan en provecho de la cultura del país.

No estamos satisfechos con lo realizado hasta aquí. Es más: elementos universitarios de buena voluntad nos han hecho notar que estas páginas no consagran espacio suficiente a reseñar muchas actividades de la Casa de Estudios y que, con frecuencia, derivan hacia aspectos meramente literarios. Aunque esta última no nos parece una objeción válida, puesto que los caminos de expresión de la cultura de un país son infinitos, es el momento de aclarar que si aquí no se registran todos los sucesos del amplio mundo universitario, ello se debe a la escasa colaboración que la mayoría de las facultades, institutos y escuelas nos han brindado. No obstante en los meses venideros se buscarán los recursos más propicios para allegarnos una más nutrida información.

Universidad de México madura un ambicioso proyecto que habrá de desenvolverse en 1948. Se tiene el propósito de que, independientemente de que se aumenten y enriquezcan sus secciones, la revista llegue absolutamente a todos los hogares de los catedráticos, estudiantes y autoridades de la Casa de Estudios. Con paciencia, con empeño, lograremos que a través de nuestra publicación se estreche el vínculo fraterno entre todos los que, al amparo de esta noble institución trabajamos por su engrandecimiento y decoro.

Nos complace comprobar el estimulante interés que numerosos organismos y personas, desde los más apartados rincones del mundo, testimonian de modo constante por nuestra revista. Universidad de México es muy estimada y requerida en remotos meridianos, y queremos ver en tal hecho un testimonio de incontrastable simpatía.

¿A qué ambicioso proyecto se refieren los directivos de la revista? Es curioso que hablen así del futuro en un momento en que es inminente un relevo en la rectoría de la unam. En abril el doctor Zubirán concluye su gestión como rector y poco después lo releva el licenciado Luis Garrido, quien ocupará ese cargo del 2 de junio de 1948 al 14 de febrero de 1953.

En Universidad de México, ciertamente, ocurren cambios: a partir del número 18, correspondiente a marzo-junio de 1948, la revista se adelgaza. Ya no tiene 32 sino 24 páginas y, más importante aún, Rafael Heliodoro Valle se ha convertido en su director.

Como cuenta María de los Ángeles Chapa Bezanilla, el 23 de junio el dramaturgo yucateco Wilberto Cantón transmite a Valle la invitación del rector Garrido para que dirija la revista.[8]

Hay un dejo de justicia en el hecho de que este hondureño, nacido en Tegucigalpa en 1891 y radicado en México desde 1907 asuma la dirección de una publicación que —como habrá advertido el lector de estas páginas— él ha contribuido a animar casi desde su fundación en los primeros años treinta, al principio con notas bibliográficas, luego con ensayos, y después con extensas e inteligentes entrevistas, ejemplares en una época en que éstas apenas comenzaban a cultivarse como forma literaria.[9]

Lo acompañan en la redacción Alfonso Pruneda, Agustín Yáñez, Wilberto Cantón y Rafael Corrales Ayala.

Gracias a las buenas relaciones de Valle con el medio intelectual mexicano, gran parte de las mejores colaboraciones que se publican en la revista pertenecen a este periodo. Entre muchas otras cosas, cabe destacar el apoyo que la revista brinda —en el número 24 (enero-febrero de 1949)— a la candidatura de Alfonso Reyes al Premio Nobel.

Lamentablemente, sólo se editan diez números bajo su dirección. El último es el 27, correspondiente a abril de 1949. Ese breve periodo es sin duda el mejor de esta tercera época.

Valle deja Universidad de México porque parte a los Estados Unidos como embajador de Honduras. Unos meses más tarde reaparecerá en el directorio de la revista como “Corresponsal en Washington”. Volverá a México hasta 1955.

El número 28 de la revista aparece sin crédito alguno en la dirección. Pero en el 29 se indica que el cargo ha sido ocupado por el abogado Rafael Corrales Ayala, funcionario de cierta importancia en los gobiernos de Pascual Ortiz Rubio y Manuel Ávila Camacho.

Con Corrales Ayala la revista se vuelve casi exclusivamente académica, y aunque cuenta con ensayos y textos de autores ya muy distinguidos por ese entonces (como los escritores Juan José Arreola, Mariano Azuela y Francisco Díaz de León, o el compositor Julián Carrillo) se dedica sobre todo a dar cuenta de actuaciones y discursos del rector Luis Garrido, congresos, reuniones, ponencias, conferencias, intercambios, inauguraciones de cursos, etcétera. El contraste con el trabajo de su tocayo Heliodoro Valle es grande.[10]

En julio de 1952 Horacio Labastida es nombrado Director de Difusión Cultural y la revista sufre nuevos cambios. Nombra como encargados de ella a Miguel Prieto (pintor español nacido en la región de La Mancha, a quien no es exagerado considerar como padre del diseño gráfico moderno en México) y a Antonio Acevedo Escobedo. Rafael Corrales Ayala se convierte ahora en responsable de Relaciones.

El primer número del nuevo equipo aparece en agosto. Prieto ha hecho modificaciones en la revista. Su tamaño es ahora un poco más grande (dos centímetros más en la base y dos más en la altura, aproximadamente), casi el mismo del suplemento cultural del diario Novedades: México en la Cultura, que Prieto realiza desde 1949 al lado de Fernando Benítez.

Respetuoso de las características gráficas de la revista, que tiene casi seis años en circulación, Prieto no hace cambios dramáticos, pero afina y mejora el logotipo, que adquiere mayor plasticidad gracias a las letras que él esboza y hace dibujar a su joven asistente, Vicente Rojo, y da una nueva distribución a los materiales que se insertan en las primeras páginas. Asimismo, aumenta y diversifica los contenidos visuales, combinando dibujos, grabados y fotografías.

En términos de contenidos el cambio es todavía más perceptible. De una gaceta informativa de actividades universitarias, vuelve a ser una revista cultural variada y de gran interés, como se puede ver a través de las colaboraciones de los primeros números: “Apuntes sobre Ortega y Gasset”, “Razón y pasión de Sor Juana”, “Arte mexicano en Europa”, “Relaciones entre México y Estados Unidos durante la última década del siglo xix”, poemas de Enrique González Martínez, ensayos y notas de nuevos autores como Horacio Flores Sánchez y Ricardo Garibay.

Trece números se publican con este formato, a pesar de que el rectorado de Luis Garrido concluye en febrero de 1953. Hay continuidad gracias a que el nuevo rector, Nabor Carrillo, ratifica a Horacio Labastida en la Dirección de Difusión Cultural. Pero en agosto de ese año Labastida es designado director de Servicios Escolares de la unam y se nombra en Difusión a Jaime García Terrés, que en los últimos años se ha desempeñado como subdirector general del Instituto Nacional de Bellas Artes y director de la revista México en el Arte (1948-1952).

Antonio Acevedo deja la revista pero García Terrés conserva a Miguel Prieto, diseñador de México en el Arte y otras publicaciones del inba.

Esta vez Prieto reduce el tamaño de la revista (23.5 x 34.5), que en lo sucesivo se imprimirá en papel couché mate, a una sola tinta, salvo por medio pliego, lo que permite que la portada y la cuarta de forros, entre otras páginas, se impriman a dos tintas —hay que subrayar que en Universidad de México, como en muchas de las publicaciones diseñadas por Prieto, la portada y la cuarta de forros en realidad no se distinguen del resto de las páginas salvo por el logotipo de la revista, de manera que es más preciso hablar de ellas como “página uno” y “página treintaidós”.

 

III 

El primer número de esta nueva época de la revista abre con un ensayo de Antonio Castro Leal titulado “El valor de la poesía hispanoamericana”. Conviene subrayarlo como un signo del eje alrededor del cual la revista girará en lo sucesivo. Castro Leal no es el autor más admirado por García Terrés, pero sin duda la poesía es su principal interés. Hoy, visto en retrospectiva, se advierte que la presencia constante de la poesía —de la poesía auténtica, siempre indesligable de la inteligencia crítica— es lo que le confiere una gran riqueza a la revista en el periodo dirigido por García Terrés. Lo que la hace no sólo legible, sino pertinente y necesaria en este momento.

Sin embargo, García Terrés y su equipo —Henrique González Casanova en la Coordinación editorial, Prieto con su debido crédito como Director Artístico— se ahorra aspavientos y anuncios de cambio y más bien apuesta a la institucionalidad, como lo deja ver el “Editorial” que encabeza la página tres:

La revista Universidad de México, al iniciar esta nueva etapa de su vida, pretende ser el órgano de información más adecuado de las diversas actividades universitarias. Estas no se conciben en un sentido estrecho, como la serie de sucesos, medidas y actos administrativos o académicos que ocurran o se practiquen en el claustro, sino de una manera más amplia que, además de lo anterior, comprende los quehaceres de sus maestros e investigadores, en conexión íntima con quienes se dedican, aun fuera de la Universidad, a las tareas propias de la cultura superior.

Así, Universidad de México pretende ser una publicación cuya calidad informativa no se limite a lo meramente noticioso, sino que llegue al círculo más amplio de la difusión y la divulgación culturales, a través de la publicación de ensayos, artículos, entrevistas, reportajes, que revelen, por los autores mismos o por sus entrevistadores o cronistas, las obras que los intelectuales y los artistas mexicanos realizan, ya sea de manera individual o colegiada, así como los trabajos de las instituciones, sin atenerse en esto a los de las que por su índole técnica puedan considerarse más vinculadas con la ciencia o con la cultura superior en general, sino yendo al examen mismo de la estructura de la administración pública y de la realidad social mexicanas, para develar de una manera viva y actual la participación y la responsabilidad, que al técnico, al profesional, al hombre de ciencia, tocan en la vida pública nacional.

Es también propósito de la revista Universidad de México proporcionar, además de la información objetiva y rigurosa de los acontecimientos culturales de mayor importancia —exposiciones, conciertos, espectáculos, conferencias, publicaciones, etc.—, los puntos de vista que revelen la actitud crítica y vigilante del público más sensible a su recepción.

Dados estos objetivos, la revista irá incorporando nuevas secciones —cuya publicación será regular en la medida en que el material lo exija— hasta ser cabalmente universitaria por el espíritu unitario que prevalezca ante la contemplación y examen de la diversidad.

La revista Universidad de México persigue con esto llegar a ser un instrumento que concurra a la formación de los estudiantes universitarios y a la información de los profesionales, a la par que aspira a convertirse en un vehículo de intercambio cultural entre la Universidad Nacional Autónoma de México y otras universidades nacionales y extranjeras.

Como el propio García Terrés le comentó al historiador Álvaro Matute en una conversación pública sostenida en el Museo Carrillo Gil el 29 de junio de 1983, a él y a sus colaboradores les pareció importante optar por la institucionalidad. “Ni siquiera designamos a la nuestra como una nueva época; quisimos mostrar nuestro respeto a una tradición porque ello nos parecía necesario en este país de tantos genios improvisados que viven descubriendo el Mediterráneo.”[11]

No hay, pues, anuncios de cambios radicales, pero el cambio se hace evidente muy pronto.

En el segundo número de esta nueva etapa, aparece la primera entrega de “La Feria de los Días”, ensamblaje de breves comentarios sobre política, lecturas, vida cotidiana (inspirado en la sección “The Talk of the Town”, de la revista The New Yorker) en los que, gracias a su buena factura prosística, como lo señaló Matute en la conversación citada, incluso las nimiedades aparentes se convierten en asunto mayor.

También en ese segundo número empiezan a colaborar escritores aún más jóvenes que García Terrés (que entonces tiene 29 años), como Carlos Fuentes, quien se ocupa de la crítica de cine, o Eduardo Lizalde y Enrique González Rojo, quienes firman sólo con sus iniciales múltiples comentarios sobre libros. Este punto es especialmente interesante, porque la apertura a la colaboración de escritores jóvenes convertirá a Universidad de México en el espacio de expresión de las nuevas generaciones, sin que ello signifique excluir a quienes vienen colaborando con la revista de tiempo atrás, como Francisco Monterde, Jorge Crespo de la Serna o Vicente T. Mendoza.

A partir del tercer número Fuentes se integra a la revista como Secretario de Redacción. En el quinto, Octavio Paz (con quien García Terrés trabó amistad en París en 1950) colabora por primera vez con la revista. Entrega seis poemas que Prieto despliega sobriamente en dos páginas.

(Es curioso que Paz no haya publicado antes en Universidad de México, sobre todo teniendo en cuenta su amistad con Miguel N. Lira (impresor de su primer libro: Luna Silvestre, 1933) y con Rafael Heliodoro Valle, a cuyo lado fue fotografiado en 1937.)

Sobra decir lo que su asociación con García Terrés habrá de significar, tanto para la revista como para el propio Paz, que en lo sucesivo tendrá en ella un espacio propicio y el apoyo de un importante grupo de jóvenes escritores que lo admiran.

Otro colaborador constante, de gran importancia, será Alfonso Reyes, quien desde 1939 ha vuelto definitivamente a México.

En el séptimo número Emmanuel Carballo sustituye a Fuentes en la secretaría de redacción (éste, no obstante, mantendrá varios años su columna de cine bajo el pseudónimo de Fósforo II). En el décimo, Rulfo entrega, probablemente por obra de Carballo, un fragmento de su novela en preparación, “Los murmullos”, que un año más tarde publicará el Fondo de Cultura Económica bajo el título de Pedro Páramo.

Son muchos los escritores que poco a poco se suman a un proyecto que, además de privilegiar la poesía, se ocupa también de los trabajadores mexicanos que emigran a los Estados Unidos, de los problemas de agua en la Ciudad de México, de la educación indígena, de los escollos que padece la industria editorial mexicana, y que a la vez descubre a los jóvenes universitarios —y a gran parte de los lectores mexicanos en general— a Ezra Pound y a Jorge Luis Borges.

En el curso del primer año de la revista bajo la dirección de García Terrés se esbozan varias de las líneas que normarán los siguientes doce años de trabajo: el interés por América Latina (que implica la colaboración de muchos destacados autores hispanoamericanos), la preocupación por los problemas del país, el gusto por las artes plásticas y la música, el afán por insertar las ciencias naturales en un entorno acostumbrado a creer que la cultura se reduce al mundo de las humanidades.

Todo lo anterior sucede en un momento importantísimo en la vida de la Universidad: su traslado del Centro de la ciudad a la Ciudad Universitaria, que Adolfo Ruiz Cortines entrega al rector Nabor Carrillo el lunes 22 de marzo de 1954.

La Dirección de Difusión Cultural se instala en el décimo piso de la torre de Rectoría y la mudanza opera en su favor, pues la concentración de escuelas, facultades e institutos, así como la disponibilidad de nuevos espacios, permite multiplicar la oferta de actividades culturales y tener un contacto más estrecho e inmediato con estudiantes y profesores.

Otra novedad en la vida universitaria beneficiará también a la revista: la fundación de la Gaceta unam, que a partir del 23 de agosto de 1954, da cuenta “de las medidas de orden académico y administrativo que se adopten para la mejor marcha de nuestra casa, para hacerlas llegar oficialmente, al maestro, al funcionario y al empleado, al estudiante y al padre de familia…”, según se lee en el editorial del primer número, redactado por Jaime García Terrés.

El director del nuevo órgano informativo de la unam es Henrique González Casanova, quien asumirá su nueva labor sin abandonar la Coordinación de Universidad de México.

La división de tareas posibilitará, prácticamente de inmediato, que la revista se convierta en una publicación cien por ciento cultural —lo que no significa que deje de ocuparse de los asuntos de la Universidad— y librarse de las responsabilidades (y limitaciones) propias de un órgano que fácilmente puede considerarse como portavoz oficial de una institución.

También permitiría, a mediano plazo, que su proyección internacional fuese mucho más amplia y se leyera con parejo interés en Chile, en Colombia, en Perú o en Argentina.

En 1955 ya tiene un perfil propio. Varios escritores renombrados colaboran con frecuencia en sus páginas, como Alfonso Reyes (que en el curso de ése y los siguientes dos años publica por entregas “Historia documental de mis libros”), Andrés Henestrosa, con su columna “Pretextos”, Luis Cernuda, que publica a veces un poema, a veces un ensayo; Jorge J. Crespo de la Serna y Justino Fernández se alternan en la crítica de artes plásticas; el compositor Joaquín Gutiérrez de las Heras entrega notas sobre música; Mario Puga hace extensas entrevistas a escritores como Reyes, Rafael F. Muñoz, Artemio de Valle Arizpe, Martín Luis Guzmán, Pellicer… y también son colaboradores cercanos Alí Chumacero, Paul Westheim, Tomás Segovia, Jomi García Ascott.

Entre los autores más jóvenes que colaboran con la revista hay uno especialmente notable por su asiduidad y versatilidad: Carlos Valdés, quien andando el tiempo se convertirá en miembro de la redacción de la revista y, para decirlo con el elogio que merece, uno de sus pilares. Empieza a colaborar en el número de septiembre-octubre de 1954, con varias reseñas bibliográficas, y pronto se le encuentra escribiendo también sobre cine, artes plásticas, la historia de la literatura náhuatl, así como cuentos, ensayos de corte personal imaginativos y cargados de humor.

También le dan identidad a la revista el equilibrado diseño de Prieto, los dibujos de Vicente Rojo y de Juan Soriano, las fotografías de Ricardo Salazar.

Y comienzan a llegar colaboraciones de América del Sur: Julio Cortázar, Fernando Charry Lara, Manuel Scorza, Mariano Picón Salas, Jorge Luis Borges…

Al hacer un recuento de quienes colaboran con Universidad de México, le dan una estructura y la fortalecen, también es importante recordar que desde el comienzo de la dirección de García Terrés la revista se articula con dos de los más importantes focos de difusión cultural en ese momento: el ya mencionado suplemento México en la Cultura, y el Fondo de Cultura Económica. La buena relación que la revista entabla con ambas instancias tiene que ver, en cierta medida, con la amistad que García Terrés guarda de años atrás con las personas que forman parte de ellas: Fernando Benítez, en el caso del suplemento, y, muy especialmente, en el caso del Fondo, Joaquín Díez-Canedo.

Esas relaciones ayudan a nutrir las páginas de la revista, de la misma manera en que ésta allega autores de calidad al suplemento y a la casa editorial. No son pocos los escritores que luego de darse a conocer en las páginas de Universidad de México se integran con un libro a la todavía naciente colección de Letras Mexicanas o bien se convierten en traductores del Fondo.

Asimismo, la riqueza de la revista es un reflejo de la riqueza de actividades que surgen del impulso de quienes laboran en la Dirección de Difusión Cultural. Dos ejemplos: la serie de obras teatrales escenificadas por el grupo Poesía en Voz Alta, y los ciclos de conferencias en la Casa del Lago, ese antiguo espacio del Instituto de Biología que García Terrés y Juan José Arreola, Tomás Segovia y Juan Vicente Melo convierten en uno de los sitios más resonantes de la capital de México, entonces con poco más de cinco millones de habitantes.

En 1956 ocurren tres cambios importantes en la composición del equipo que hace la revista. En marzo se integra, como Jefe de Redacción, Juan Martín, un español partidario de la República que vive en México desde 1951.

En agosto muere Miguel Prieto. Nadie ocupará, hasta finales de 1966, su sitio como director artístico. En lo sucesivo, la revista se formará siguiendo el modelo establecido por él, aunque, como se verá un poco más adelante, con algunas variaciones.

En septiembre Emmanuel Carballo deja la secretaría de redacción.

Los efectos de estos cambios tardarán en hacerse visibles, pero con ellos inicia un periodo de transición.

Hay cada vez más escritores jóvenes en el cuerpo de colaboradores. Hay cada vez más ensayos sobre autores extranjeros. Cada vez hay más reflexiones sobre temas de política y ciencias sociales. Cada vez se traducen más textos.

Juan García Ponce comienza a colaborar con la revista en el número correspondiente a julio de 1957 con notas de libros y, casi de inmediato, con una columna sobre teatro. Él y Juan Martín traban buena amistad. Un fruto de ella es el primer texto de García Ponce sobre pintura: a instancias de Juan Martín escribe un ensayo acerca de Juan Soriano.

Juan Martín deja la revista en diciembre de 1958 para poner una pequeña librería francesa que tras una serie de avatares, acabará por transformarse, en 1961, en la galería Juan Martín.

En febrero de 1959 Carlos Valdés y Juan García Ponce se convierten en secretarios de redacción.

En marzo se publica el que quizá pueda considerarse como el número de la revista con mayor repercusión en términos políticos. Un número que puede considerarse especial, no sólo porque tiene más páginas que las ediciones a las que están habituados sus lectores (40, en vez de las 32 de costumbre), sino sobre todo porque la mayoría de esas páginas están dedicadas a un sólo tema —lo que casi lo convierte en un número monográfico—: la Revolución Cubana.

Ese número de la revista incluye un testimonio de primera mano de su director, García Terrés, quien ha visitado Cuba durante la primera quincena de marzo para registrar el parecer de la gente así como las actividades y medidas tomadas por el nuevo régimen.

Su “Diario de un escritor en La Habana” recoge el ánimo festivo de la gran mayoría de los habaneros después de la victoria de los revolucionarios y no oculta el optimismo de su autor con relación al porvenir de Cuba.

Por ese número —que contiene también testimonios de Enrique González Pedrero, Carlos Fuentes y Víctor Trapote, además de opiniones de Manuel Cabrera, Leopoldo Zea, Jorge Portilla, Augusto Monterroso y Ernesto Mejía Sánchez—, García Terrés tuvo una escaramuza con las autoridades universitarias, que habían ordenado, sin enterar al director de Difusión, que el impreso no se distribuyera. En protesta, García Terrés presentó su renuncia, que no le fue aceptada.

Los cinco mil ejemplares de la edición salieron a la venta y se agotaron en dos semanas. El asunto quedó superado. Pero desde la prensa abundaron los ataques contra la unam, la Dirección de Difusión Cultural y García Terrés, al que un anónimo editorial del diario Excélsior tildó de “traidor a la patria”.

El escándalo suscitado sirve para ilustrar el papel que la Universidad desempeñaba en aquellos años: una isla de libertad en medio de una cultura autoritaria, en la que la disensión y la crítica son posibles. Y más aún los espacios de la Dirección de Difusión Cultural, en los que, como bien distingue Carlos Monsiváis, “lo político ocupa un sitio muy reducido, pero es inocultable el desprecio por la cultura oficial, sus inercias y cortesanías, que hacen del gobierno la fuente de los dogmas implícitos y del rechazo a cualquier disidencia, la que exista y la que conviene desaparecer antes de que se produzca.”

 

No creo exagerar —puntualiza Monsiváis—: en el período anterior al auge de la industria cultural, la unam es el mayor espacio formativo del público nuevo. En una ciudad no muy acostumbrada a lo moderno, Difusión Cultural cumple con creces su tarea. Propone nuevas atmósferas y autores, e incluso —a través del teatro y de la actitud de algunos escritores— formas de vida. ¿Cómo se describe de modo que le haga justicia el espíritu de esos años, anteriores al desbordamiento de la oferta? La ciudad parece reducirse para potenciar lo que sucede en unos cuantos ámbitos. Los estrenos de teatro son noticia, algunos escritores o músicos son parte de las autobiografías ideales de sus admiradores, las conferencias se escuchan de principio a fin. Y en el vértigo, desde la unam se fomenta la ilusión y las realidades de la Autonomía ante la censura, el mayor obstáculo para la creación en y de una sociedad cerrada.[12]

Esa edición de marzo del 59 se singulariza también por otro hecho: su portada es casi del todo distinta a las que la revista ha tenido desde 1953. Conserva el logotipo diseñado por Prieto pero la diferencia es más que notable cuando se coteja el ejemplar de ese número con ediciones anteriores.

En los números siguientes, los anónimos encargados de la formación de la revista continuarán introduciendo cambios. En el número de agosto el título deja de ser Universidad de México para convertirse en Revista de la Universidad de México.

Pero es necesario retroceder cuatro meses para marcar otra fecha con piedra blanca.

En el número correspondiente a abril de 1959 aparece la primera de las muchas colaboraciones que José Emilio Pacheco publicará en la revista: una serie de breves reseñas de libros que firma solamente con sus iniciales. La participación de Pacheco en Universidad de México, como la de Valdés y la de García Ponce, es decisiva en la realización de la revista durante la primera mitad de los años sesenta, que también marcará en más de un sentido el trabajo de Pacheco en el futuro.

“En abril de 1960 —cuenta él— [García Terrés] me pidió ocupar la última página con notas breves sacadas de las revistas extranjeras que llegaban hasta el décimo piso. Él mismo bautizó la sección y ‘Simpatías y diferencias’ apareció firmada con mis iniciales.”

En esa página se encuentra el primer antecedente de su espléndido “Inventario”, que pocos años después empezaría a escribir en el suplemento cultural del diario Excélsior.

Cuando Juan García Ponce gana una beca Rockefeller y se va a vivir a Nueva York en septiembre de 1960, Pacheco se convierte en Secretario de Redacción, e inmediatamente invita a colaborar a Juan Vicente Melo quien, al igual que Valdés, García Ponce y Pacheco, comienza por entregar notas sobre libros.

Para noviembre, Melo es ya uno de los secretarios de redacción. En enero de 1961 Carlos Valdés es nombrado Jefe de Redacción y al mes siguiente Henrique González Casanova deja la Coordinación de la revista para concentrarse en la edición de Gaceta unam.

Pero hay que detenerse un momento en el paisaje que la Revista de la Universidad ofrece en 1960. El mero hecho de ojear el índice de un número de ese año es útil para tener una idea de la calidad que la revista ha alcanzado.

Hay dos colaboraciones que saltan a la vista del lector que lo revisa a cincuenta años de distancia: una de Octavio Paz, que es la primera entrega de una sensacional serie de artículos titulada “Corriente alterna”, y otra de Gabriel García Márquez: “La siesta del martes”, un cuento que Augusto Monterroso, otro colaborador cercano de aquellos años, le entregó a García Terrés con la escueta recomendación: “Mira a este joven que va a publicar pronto algo muy importante”.

Así fue cómo García Márquez publicó por primera vez en México.

Pero también llama la atención un artículo sobre “Escritores de América en Concepción”, firmado por Carlos Martínez Moreno, un muy buen narrador uruguayo al que García Terrés conoció un par de meses antes, precisamente en Concepción, Chile, durante un encuentro internacional de escritores del continente americano (incluidos los Estados Unidos) organizado por el poeta Gonzalo Rojas, cuya obra entonces casi no era conocida fuera de su país.

En ese encuentro García Terrés conoció también, entre muchos otros, a Nicanor Parra (y fue el primero en México en escribir sobre su poesía), a Sebastián Salazar Bondy, tal vez el escritor sudamericano con el que llegó a sentirse más identificado, a Ernesto Sábato, a dos de los poetas beatniks, Allen Ginsberg y Lawrence Ferlinghetti… Todos ellos colaboraron en un momento u otro —o a veces con mucha frecuencia— con la Revista de la Universidad, y con algunos de ellos hizo amistad de por vida.

Ferlinghetti es uno de los autores que figuran en ese índice, del que también forman parte Ernesto Mejía Sánchez, Max Aub, Ramón Xirau, Francisco Monterde, Emilio Carballido…

Y no se trata de un número elegido por su carácter excepcional. Cualquiera de los números de la revista entre 1960 y 1966 tienen una calidad similar. Leerlos en aquel momento debe haber sido un banquete —todavía lo es hoy.

Por desgracia el espacio de estos apuntes no permite extenderse en la descripción de los contenidos ni enumerar a todos los escritores y artistas visuales que participan en la Revista de la Universidad durante esos años. Pero no se puede dejar de mencionar, por la inteligencia y constancia de sus colaboraciones a Elena Poniatowska, a Jorge Ibargüengoitia, a Emilio García Riera, a Federico Álvarez, a Jesús Bal y Gay.

El 13 de febrero de 1961 el doctor Ignacio Chávez asume la rectoría de la unam y ratifica a García Terrés en la Dirección de Difusión Cultural. En septiembre Juan García Ponce regresa a México y en octubre se reintegra al equipo de la revista. Desaparece la jefatura de redacción y ahora los cuatro escritores (García Ponce, Melo, Pacheco, Valdés) constituyen, sencillamente, la Redacción.

Para 1962 la revista tiene ya un corte hispanoamericanista, con colaboraciones de argentinos, chilenos, uruguayos, colombianos, nicaragüenses, además de “Cartas” enviadas por corresponsales que cuentan lo que sucede en el ámbito cultural en Francia, España, Estados Unidos y Argentina.

A la vez, siempre hay textos extranjeros de gran calidad traducidos por los redactores de la revista, como “Exasperaciones”, de Igor Stravinski, en el que el compositor habla de algunos de los directores de orquesta e intérpretes que ha conocido, o el análisis de John F. Kennedy (sí, el presidente de los Estados Unidos) sobre las belicosas relaciones entre “Escritores y políticos”, o “La errancia erótica”, del filósofo greco-francés Kostas Axelos, o las reflexiones del arquitecto brasileño Oscar Niemeyer sobre “La ciudad contemporánea”. Escritos que no caducan.

Otro número de la revista que causa revuelo es el de enero-febrero de 1963, casi una monografía de 64 páginas sobre el psicoanálisis. Textos de Freud, de Jean Hyppolite, de Herbert Marcuse, de Erich Fromm, de W. H. Auden, Lawrence Durrell, Frank O’Connor, un muy extenso e inteligente ensayo de García Terrés sobre la influencia de Freud en nuestro tiempo —y varios subtemas más, como los paralelismos entre las ideas de Freud y Marx. El agotamiento de la edición es prueba incontestable del interés del público lector.

En abril de 1963 Alberto Dallal se une a la Redacción. Su primera aportación es la traducción de un largo ensayo de H. M. Waidson sobre “La novela alemana reciente.” Más adelante escribirá notas sobre teatro y numerosas reseñas de libros.

En 1964, por encima de la gran calidad que tienen los números de la revista publicados ese año, destaca la publicación de Nuestra década, una obra en dos volúmenes —con más de mil páginas cada uno— que, como se advierte en el breve texto de presentación, recoge una selección de ensayos, poemas, narraciones, breves piezas de teatro y, también, notas, crónicas, artículos de carácter más circunstancial, que en su conjunto —y por eso es que vale la pena detenerse en ella un momento— “dan una imagen de la vida de esta publicación en los diez años anteriores.”

Es una antología magnífica, hecha por García Terrés y José Emilio Pacheco (aunque ninguno de los dos volúmenes acusa autoría alguna), en la que, como le comenta García Terrés a Matute en el diálogo ya mencionado, “puede advertirse el núcleo de nuestra obra.”

Y, en efecto, basta con recorrer el índice de cada volumen para reconocer los núcleos temáticos de Revista de la Universidad de México, y calcular el peso que tenía cada uno de ellos.

En la primera parte del primer tomo, los poemas y ensayos sobre poesía, conjuntados, comprenden más de 400 páginas. En seguida, los textos narrativos y ensayísticos de autores mexicanos, que brindan una “Visión de México” (como se titula el apartado en que se agrupan), ocupan otras 400 páginas. Las “Imágenes de Hispanoamérica” (semblanzas de escritores de España y América del Sur, en la mayoría de los casos, aunque también tienen cabida algunas muestras de género narrativo) ocupan las últimas 200 páginas.

El segundo tomo abre una “Ventana al mundo” que en sus 426 páginas deja ver muchos ensayos relativos también a poetas y poesía, y luego pone el acento en la “Presencia de España”, no sólo a través de textos de autores españoles sino también mediante ensayos mexicanos sobre temas de España. Este apartado ocupa más de cien páginas. Las quinientas páginas restantes reúnen ensayos y notas sobre libros, artes plásticas, teatro, humor, música y cine.

Es fácil deducir que la decisión de hacer esta suerte de balance se debió, en parte, al amor por las cifras redondas, y en parte —como lo expresan las palabras que se citan líneas abajo— al deseo de celebrar diez años de continuidad en una publicación universitaria signada anteriormente por rupturas y drásticos cambios:

Podría decirse que la Revista de la Universidad de México tiene ya casi medio siglo de existencia. Sin embargo, la unidad de sus diversas épocas es nula, pues se ha tratado en cada caso de una publicación con características formales y materiales muy distintas. La Revista de la Universidad de México que surgió en 1953 contiene pues, si se quiere, otra etapa; pero con valores y propósitos peculiares que la distinguen de las realizaciones precedentes.[13]

Ameritaba hacerlo, además, el hecho de que en ese periodo la revista no sólo no había padecido altibajos sino que se había vuelto cada vez más fina, y los dos volúmenes tenían mejores posibilidades de perdurar y dar testimonio de ello que los frágiles ejemplares sueltos.

Sólo se echan de menos en esta obra dos cosas: textos sobre ciencia, que los hubo en la revista, aunque menos de lo que habría sido deseable —los editores advierten esa carencia, y explican: “carecemos en México [de escritores] para la difusión de muchas disciplinas científicas: consecuencia de la realidad, no de nuestro criterio”—, y reproducciones de dibujos y otros materiales gráficos, que eran mucho más que ilustraciones de los textos. La riqueza de la Revista de la Universidad de México en ese aspecto era muy grande.

En mayo de 1965 García Terrés es nombrado embajador de México ante Grecia y renuncia a la Dirección de Difusión Cultural. Parte a Europa en julio, pero todavía el número de la revista correspondiente a agosto acredita su dirección. Con él se redondean exactamente doce años de trabajo. El índice dice qué clase de revista deja: colaboraciones de Mario Vargas Llosa y Sebastián Salazar Bondy; un ensayo de Marta Traba sobre Francis Bacon; otro sobre El Periquillo Sarniento y el Quijote, del mexicanista norteamericano Arnold C. Vento: García Ponce sobre Thomas Mann; una nueva entrega de la columna “Corriente Alterna”, de Octavio Paz.

Recibe la estafeta el filósofo Luis Villoro, una de las mejores mentes de México, muy reconocido desde los años cincuenta por obras como Los grandes momentos del indigenismo en México, Páginas filosóficas y El proceso ideológico de la revolución de independencia.

El primer número bajo su dirección abre con un editorial, “Continuidad de una tarea”, que por su extensión es imposible citar aquí in toto, como sería deseable, pero de cuya lucidez brindan una clara idea los primeros dos párrafos:

Con este número se inicia el vigésimo año de vida de nuestra revista. Cuatro lustros de una labor continuada, sin defecciones, de difusión y estímulo de la cultura en nuestro país. Pocas publicaciones de este género podrían aspirar a tanto. Este resultado ha sido posible porque detrás de sus páginas alentaba siempre el alma de la institución cuyo nombre ostenta. Nuestra revista es sólo un latido de una vida espiritual que transcurre, día con día, en nuestras aulas y en nuestros laboratorios.

Desde su modesto formato inicial, al servicio de un propósito informativo, la revista de la Universidad ha pasado por muchas etapas. Si cada una fue capaz de superar a la anterior en algún aspecto, se debió a que podía apoyarse en la labor realizada anteriormente y usufructuar su experiencia y sus aciertos. Hoy comienza otra de esas etapas transitoria en la continuidad de una larga tarea. Ahora como antes, las realizaciones que alcance sólo serían posibles por el empeño que pusieron en su obra quienes nos precedieron. En muchos años de una dirección en que la generosidad se unió a la inteligencia, Jaime García Terrés logró que la revista llegara a su mayor nivel de calidad, tanto en su presentación como en su mensaje. Obligación primordial nuestra será velar por mantener la altura alcanzada.

E indudablemente la mantiene. En primer lugar, porque, salvo algunos ajustes —Juan García Ponce pasa a ocupar la jefatura de redacción; Carlos Valdés se marcha, y Melo, Pacheco y Dallal quedan como Redactores—, sabe conservar el núcleo fundamental de colaboradores que construyeron la revista con García Terrés, condición esencial para que la continuidad exista, cuando las cosas han sido bien hechas, no sólo en una publicación periódica, sino en cualquier institución.

Enseguida, porque dentro y fuera de la comunidad universitaria Villoro es un hombre respetado y con una vasta red de relaciones intelectuales, factor indispensable para dirigir una publicación periódica. Además, como filósofo, es la persona idónea para llevar la revista al difícil equilibrio entre las ciencias naturales y humanas —que, como se ha visto aquí, predominaron no sólo en la época de García Terrés, sino a largo de la historia de la revista.

Ahora sus páginas se diversifican y enriquecen con análisis sobre el racismo, las leyes de la física, el desarrollo de la ciencia en México, la medicina en la época de la Colonia, la física moderna y la mecánica cuántica, la cibernética.

Algunos de los intereses específicos de Villoro también dejan su impronta en la revista, como la filosofía hindú y la filosofía de las religiones. Y, aunque la presencia de la poesía se adelgaza en cierta medida, no se descuida el alto nivel de los trabajos literarios que se publican en la Revista de la Universidad de México. En los doce números que Villoro y su equipo arman hay poemas y ensayos de Vicente Aleixandre, Octavio Paz (quien reanuda su “Corriente Alterna”, suspendida en 1961), Rosario Castellanos, Norman Mailer, Salvador Novo, Kobo Abe, así como expedientes sobre Pedro Henríquez Ureña y sobre literatura alemana.

Por desgracia, el doctor Chávez, reelecto para un segundo periodo como rector en marzo de 1965 (que normalmente habría concluido en marzo de 1969), enfrenta una serie de conflictos prohijados desde el gobierno diazordacista y se ve forzado a renunciar a la rectoría, en una situación de franca violencia, el 27 de abril de 1966.

“¿Por qué el encono?”, pregunta —y responde— Sergio Colmenero:

Recordemos que durante esos años la Universidad fue un espacio en el que se desarrolló una gran actividad tanto intelectual como política que, de alguna manera, va a desembocar en la irrupción de los sectores medios y particularmente los universitarios en el escenario político nacional participando en la defensa de la Revolución Cubana; rescatando la impronta nacionalista y antiimperialista de la Revolución Mexicana; apoyando al Movimiento de Liberación Nacional encabezado por Cárdenas y, más adelante, al movimiento médico.

Por todo ello, en el Gobierno y, particularmente entre los grupos más conservadores, había hostilidad y desconfianza hacia la Universidad y los universitarios.[14]

Javier Barros Sierra sucede a Ignacio Chávez a partir del 5 de mayo de 1966. Villoro deja la Dirección de Difusión Cultural que, en un primer momento, es ocupada por Raúl Henríquez Inclán —un arquitecto identificado con la escuela del francés Le Corbusier—, quien de manera respetuosa se mantiene al margen de la realización de la revista, por cuya hechura se da crédito a Luis Villoro, Juan García Ponce y Alberto Dallal (Pacheco renuncia un par de meses después de la salida de García Terrés). Pero en junio el directorio de la revista informa que Raúl Henríquez ha sido sustituido por Gastón García Cantú. Al igual que Henríquez, García Cantú da el crédito por la hechura de las ediciones correspondientes a junio, julio y agosto a Villoro, Dallal y García Ponce —la firma de éste ya no se incluye en el último de esos números.

El primer número de la revista bajo la dirección de García Cantú aparece en septiembre de 1966. Su Jefe de Redacción es Alberto Dallal. El director artístico es Vicente Rojo, quien hace

cambios importantes en la presentación de la revista. El primero es el tamaño. Ahora tiene 22.5 centímetros de base por 31.5 de alto, una medida un poco más pequeña que la manejada por Prieto.

El siguiente es el uso del espacio. Rojo despliega la mancha de texto con más aire y elegancia, y se da espacio para jugar con todo tipo de elementos tipográficos y plásticos, que no sólo dan marco a los textos y los ilustran sino que en muchos casos los complementan y enriquecen.[15]

Otro cambio importante es el del papel que se utiliza para la impresión de la revista. En vez de couché ahora se emplea un cultural ahuesado, papel en el que la luz rebota menos y por ende permite una lectura más cómoda.

En esta nueva etapa la revista cuenta con 32 páginas, pero, al centro de ellas, se añade un cuadernillo, impreso en papel de otro color y foliado con números romanos, que suele variar entre ocho y doce páginas.

Los cambios en el plano editorial no son menos significativos. Desde el primer número se hace evidente que García Cantú quiere que la revista sea un espacio para publicar principalmente a autores nacionales y para abordar asuntos concernientes a México. Así, en ese primer número, con excepción de Ernesto Cardenal, todos los autores que lo conforman son mexicanos: Jaime Torres Bodet, Martín Luis Guzmán, Alfonso Reyes, Agustín Yáñez, Juan José Arreola.

En principio, la idea podría parecer estimable, si no significara desmontar un proyecto cuya bondad se fundamentaba precisamente en lo contrario: un gran interés en las letras extranjeras así como una gran curiosidad por las ideas y los acontecimientos de todas partes del mundo.

Con su habitual desparpajo y franqueza, Juan García Ponce contó en varias ocasiones lo que pasó en el décimo piso de Rectoría cuando García Cantú llegó a la Dirección de Difusión Cultural:

Nos mandó a todos los antiguos colaboradores de Jaime a escribir a nuestra casa con el sueldo que teníamos antes, ya que por reglamento no podía despedirnos de la Universidad. Aceptamos encantados […] poco después, ante su incapacidad para hacer la revista, me volvió a llamar para ocupar el puesto de Secretario de Redacción. Acepté, pero en seguida volvió a mandarme a mi casa, porque él era nacionalista y yo me opuse a que la Revista de la Universidad fuese así.[16]

En efecto, García Ponce aparece como Jefe de Redacción en el número de diciembre de 1966, pero se va en enero de 1967. No se acredita a nadie como redactor durante el resto del año.

En enero de 1968 el nuevo Jefe de Redacción es Augusto Monterroso, que hace tres números de gran calidad, pero sólo dura hasta marzo. Nuevamente, la redacción queda vacante.

Y el vacío se nota. Aunque la revista cuenta con buenas colaboraciones en casi todas sus ediciones —Juan José Arreola entrega artículos con alguna frecuencia; Carlos Monsiváis entrevista a Octavio Paz (que en otro número publica sus “Topoemas”) y aporta magníficos ensayos sobre Julio Cortázar, Lezama Lima, Marilyn Monroe; José Luis Martínez hace dos números bajo el título de “Nueva sensibilidad”, en los que publica textos de José Agustín, José Carlos Becerra, Alejandro Aura, Esther Seligson, Alicia Reyes, Raúl Garduño, Carlos Montemayor, Elsa Cross, Vicente Leñero, Gustavo Sáinz— carece de articulación.

Tampoco tiene columnas que brinden noticias sobre la vida cultural en México y en el mundo ni secciones que le den agilidad (en los primeros números —entre agosto de 1966 y febrero de 1967— se intenta una columna: “Junta de Sombras”, en la que se alternan Pacheco, García Ponce, Ramón Xirau y otros, pero cuando estos se apartan de la revista sólo muy esporádicamente vuelve a publicarse.

Acorde con la efervescencia de la época, la revista publica textos de corte político muy interesantes sobre las dictaduras en América Latina, la censura en la urss, la universidad Argentina avasallada por los militares, la guerra de Vietnam (a propósito de la cual se reproducen las cartas entre Ho Chi Minh y Lyndon B. Johnson), pero no hay contrapesos ni equilibrios que ayuden a hacerla siempre atractiva.

Lo mejor del periodo de García Cantú será el diseño de Vicente Rojo, motivo suficiente para coleccionar la revista, muchas de cuyas páginas son excelentes ejemplos de arte gráfico —y hay ciertos números que simple y llanamente pueden considerarse como objetos bellos.

Gracias a la amistad de Rojo con otros pintores la revista siempre ostenta en sus portadas reproducciones muy bien impresas de cuadros notables (obras de Toledo, Roger von Gunten, Fernando García Ponce, Abel Quezada, Manuel Felguérez, Rufino Tamayo, Enrique Echeverría, María Izquierdo, entre muchos otros) y dibujos de gran calidad.[17]

Héctor García es un colaborador frecuente en el aspecto visual, y sus fotografías, siempre apreciables, también contribuyen a enriquecer los números en que aparecen. Serán esenciales para realizar el primer número del volumen xxiii, correspondiente a septiembre de 1968, en el que aparece una “Relación de los hechos” del movimiento estudiantil de 1968 que abarca de julio a octubre, y que en realidad aparece hasta noviembre de ese año. Sobra decir que el considerable retraso de la revista se debe al conflicto estudiantil y a la toma de Ciudad Universitaria en septiembre de ese año.

Para recuperar tiempo se arman algunos números dobles, y en enero de 1969 Dallal se reintegra a la jefatura de redacción, misma que ocupará hasta agosto de ese año. Con su participación la revista gana en calidad, como es claro cuando se recorre el índice del número correspondiente a marzo, que incluye poemas de Octavio Paz, Pacheco, José Carlos Becerra, traducciones de ensayos de Paul Claudel y Bertrand Russell, y una carpeta de hermosos dibujos de Leopoldo Méndez.

Ese nivel se mantiene por un tiempo, aun tras la salida de Dallal, pero la edición de noviembre-diciembre de 1969 (un número totalmente dedicado a Manuel Altamirano, en ocasión del centenario de la revista Renacimiento), aunque interesante, pierde una vez más el difícil equilibrio.

El último número dirigido por Gastón García Cantú es el de marzo-abril de 1970. En mayo asume la dirección de la revista Leopoldo Zea, bajo cuya dirección abundarán los números monográficos sobre personajes como José Gaos, Amado Nervo, Vladimir Illich Lenin, Arturo Rosenblueth, Lázaro Cárdenas… Pero eso ya corresponde a otra porción de la historia de la Revista de la Universidad de México.

 

[1] Georgina Araceli Torres Vargas, La Universidad en sus publicaciones. Historia y perspectivas, Dirección General de Publicaciones, UNAM, México, 1995, p. 51

[2] Los directores de las dieciocho instancias que conforman la Universidad en 1930 son: Antonio Caso, Facultad de Filosofía y Letras; Luis Chico Goerne, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales; Fernando Ocaranza, Facultad de Medicina; Mariano Moctezuma, Facultad de Ingeniería; Francisco J. Domínguez, Facultad de Odontología; Roberto Medellín, Facultad de Ciencias e Industrias Químicas; José F. León, Facultad de Comercio y Administración; Francisco Centeno, Facultad de Arquitectura; Estanislao Mejía, Facultad de Música; Pedro de Alba, Escuela Nacional Preparatoria; Vicente Lombardo Toledano, Escuela Central de Artes Plásticas; Juana Palacios, Escuela Normal Superior; Roberto Velasco, Escuela de Educación Física; José Zapata, Escuela de Medicina Veterinaria; Enrique Fernández Ledezma, Biblioteca Nacional; Isaac Ochoterena, Instituto de Biología; Leopoldo Salazar Salinas, Instituto de Geología; Joaquín Gallo, Observatorio Astronómico. Todos colaboran en el curso de los primeros años de la revista.

[3] El eclecticismo de la primera época de Universidad de México no sólo es inevitable sino que forma parte de sus intenciones en la medida en que quiere reflejar la diversidad de la institución. Como su subtítulo indica, es el órgano de difusión de las facultades, escuelas e institutos universitarios, que en los años treinta no publican sino apenas boletines. Con excepción de los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, cuya publicación inicia en 1937 el Laboratorio de Arte, la Universidad empezará a editar revistas especializadas sólo a finales de los años cuarenta.

[4] Con relación al conflicto entre la Universidad y el gobierno federal en esa época véanse María de Lourdes Velázquez Albo, Los congresos nacionales universitarios y los gobiernos de la revolución, 1910-1933, coedición del Centro de Estudios sobre la Universidad (unam) y Plaza y Valdés, México, 2000, 148 pp.; Javier Mendoza Rojas, Los conflictos de la Universidad en el siglo xx, coedición del Centro de Estudios sobre la Universidad (unam) y Plaza y Valdés, México, 2001, 258 pp., así como Javier Garciadiego Dantán “El rectorado de Manuel Gómez Morin: la defensa de la universidad y de la libertad”, Revista de la Universidad de México, número 602, 2001, pp. 71-80.”

[5] Hay un estudio de Isaac García Venegas sobre la revista en el periodo 1930-1938: “Itinerarios: de la autonomía a la cultura popular”, Universidad de México, número 613-614, julio-agosto del 2002, pp. 5-12.

Prácticamente la totalidad de ese magnífico número —subtitulado “Nuestros primeros pasos”— acerca al lector al conocimiento de esa época de la revista, de la que se pública una antología de textos.

[6] Véase Gabriela Contreras Pérez, “La Universidad: nacional y autónoma”, Perfiles educativos, Instituto de Investigaciones Sobre la Universidad y la Investigación, núm.105-106, UNAM, México, 2004, pp.173-179.

[7] Georgina Araceli Torres Vargas, Op. cit., pp. 74-75

[8] María de los Ángeles Chapa Bezanilla, Rafael Heliodoro Valle, humanista de América, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, unam, 2004, 470 pp.

[9] Rafael Heliodoro Valle es un autor que debe releerse y revalorarse. Sus aportaciones a las letras hispanoamericanas son importantes. Como nota curiosa, cabe señalar que la Biblioteca Nacional conserva una de las colecciones más completas de la Revista de la Universidad, desde 1930 hasta 1958, gracias precisamente a que Emilia Romero, la viuda de RHV donó la colección que éste formara.

[10] En 1976 la Revista de la Universidad de México, dirigida por Diego Valadés, publicó un número doble (abril-mayo), con una selección de textos publicados en Universidad de México entre 1946 y 1952 para conmemorar “tres décadas de labor editorial ininterrumpida”. Quizá para el lector interesado sea mucho más fácil acceder a ese número que a los ejemplares de aquellos años.

[11] Álvaro Matute y Jaime García Terrés, “Los espacios de la literatura”. Diálogo reproducido en Los reinos combatientes, todavía, El Colegio Nacional, México, 1986, pp. 43-57. La lectura completa de esta extensa conversación, en la que ambas partes aportan datos precisos y observaciones inteligentes es indispensable para todo aquel que quiera adentrarse en la historia de la Revista de la Universidad de México.

[12] Carlos Monsiváis, “Cuatro versiones de autonomía universitaria”, en Letras libres, número 71, 2004 , pags. 47-53

[13] Anónimo, nota de presentación a Nuestra década. La cultura contemporánea a través de mil textos, Dirección General de Publicaciones, UNAM, Vol. I, 1022 pp.; Vol. II, 1088 pp., México, 1964

[14] Sergio Colmenero, Historia, presencia y conciencia. (Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, 1951-1991), unam, 1991, p. 103

[15] Sobre el papel de Vicente Rojo en la revista, véase Javier Bañuelos Rentería, “El diseño gráfico como un acto de seducción. Entrevista con Vicente Rojo”, Universidad de México, número 613-614, julio-agosto del 2002, fuera de paginación.

[16] Las palabras de García Ponce están tomadas de dos fuentes: la primera parte (hasta la palabra “Redacción”) de su “Retrato de autor”, publicado en la edición española de Letras Libres en febrero de 2004 (pp. 48-51), y la segunda, de su homenaje a Juan Vicente Melo, “Dos imágenes de Melo”, publicado en el número 100 de La Palabra y el Hombre, octubre-diciembre 1996 (pp. 133-139).

[17] Es necesario señalar que en junio de 1968 comienza a encartarse en la revista, a manera de suplemento, una gaceta de 16 páginas titulada Hojas de crítica, que concentra notas sobre libros, teatro, música.sus ediciones —Juan José Arreola entrega artículos con alguna frecuencia; Carlos Monsiváis entrevista a Octavio Paz (que en otro número publica sus “Topoemas”) y aporta magníficos ensayos sobre Julio Cortázar, Lezama Lima, Marilyn Monroe; José Luis Martínez hace dos números bajo el título de “Nueva sensibilidad”, en los que publica textos de José Agustín, José Carlos Becerra, Alejandro Aura, Esther Seligson, Alicia Reyes, Raúl Garduño, Carlos Montemayor, Elsa Cross, Vicente Leñero, Gustavo Sáinz— carece de articulación.

Tampoco tiene columnas que brinden noticias sobre la vida cultural en México y en el mundo ni secciones que le den agilidad (en los primeros números —entre agosto de 1966 y febrero de 1967— se intenta una columna: “Junta de Sombras”, en la que se alternan Pacheco, García Ponce, Ramón Xirau y otros, pero cuando estos se apartan de la revista sólo muy esporádicamente vuelve a publicarse.

Acorde con la efervescencia de la época, la revista publica textos de corte político muy interesantes sobre las dictaduras en América Latina, la censura en la urss, la universidad Argentina avasallada por los militares, la guerra de Vietnam (a propósito de la cual se reproducen las cartas entre Ho Chi Minh y Lyndon B. Johnson), pero no hay contrapesos ni equilibrios que ayuden a hacerla siempre atractiva.

Lo mejor del periodo de García Cantú será el diseño de Vicente Rojo, motivo suficiente para coleccionar la revista, muchas de cuyas páginas son excelentes ejemplos de arte gráfico —y hay ciertos números que simple y llanamente pueden considerarse como objetos bellos.

Gracias a la amistad de Rojo con otros pintores la revista siempre ostenta en sus portadas reproducciones muy bien impresas de cuadros notables (obras de Toledo, Roger von Gunten, Fernando García Ponce, Abel Quezada, Manuel Felguérez, Rufino Tamayo, Enrique Echeverría, María Izquierdo, entre muchos otros) y dibujos de gran calidad.[17]

Héctor García es un colaborador frecuente en el aspecto visual, y sus fotografías, siempre apreciables, también contribuyen a enriquecer los números en que aparecen. Serán esenciales para realizar el primer número del volumen xxiii, correspondiente a septiembre de 1968, en el que aparece una “Relación de los hechos” del movimiento estudiantil de 1968 que abarca de julio a octubre, y que en realidad aparece hasta noviembre de ese año. Sobra decir que el considerable retraso de la revista se debe al conflicto estudiantil y a la toma de Ciudad Universitaria en septiembre de ese año.

Para recuperar tiempo se arman algunos números dobles, y en enero de 1969 Dallal se reintegra a la jefatura de redacción, misma que ocupará hasta agosto de ese año. Con su participación la revista gana en calidad, como es claro cuando se recorre el índice del número correspondiente a marzo, que incluye poemas de Octavio Paz, Pacheco, José Carlos Becerra, traducciones de ensayos de Paul Claudel y Bertrand Russell, y una carpeta de hermosos dibujos de Leopoldo Méndez.

Ese nivel se mantiene por un tiempo, aun tras la salida de Dallal, pero la edición de noviembre-diciembre de 1969 (un número totalmente dedicado a Manuel Altamirano, en ocasión del centenario de la revista Renacimiento), aunque interesante, pierde una vez más el difícil equilibrio.

El último número dirigido por Gastón García Cantú es el de marzo-abril de 1970. En mayo asume la dirección de la revista Leopoldo Zea, bajo cuya dirección abundarán los números monográficos sobre personajes como José Gaos, Amado Nervo, Vladimir Illich Lenin, Arturo Rosenblueth, Lázaro Cárdenas… Pero eso ya corresponde a otra porción de la historia de la Revista de la Universidad de México.

 

 

 

[1] Georgina Araceli Torres Vargas, La Universidad en sus publicaciones. Historia y perspectivas, Dirección General de Publicaciones, UNAM, México, 1995, p. 51

[2] Los directores de las dieciocho instancias que conforman la Universidad en 1930 son: Antonio Caso, Facultad de Filosofía y Letras; Luis Chico Goerne, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales; Fernando Ocaranza, Facultad de Medicina; Mariano Moctezuma, Facultad de Ingeniería; Francisco J. Domínguez, Facultad de Odontología; Roberto Medellín, Facultad de Ciencias e Industrias Químicas; José F. León, Facultad de Comercio y Administración; Francisco Centeno, Facultad de Arquitectura; Estanislao Mejía, Facultad de Música; Pedro de Alba, Escuela Nacional Preparatoria; Vicente Lombardo Toledano, Escuela Central de Artes Plásticas; Juana Palacios, Escuela Normal Superior; Roberto Velasco, Escuela de Educación Física; José Zapata, Escuela de Medicina Veterinaria; Enrique Fernández Ledezma, Biblioteca Nacional; Isaac Ochoterena, Instituto de Biología; Leopoldo Salazar Salinas, Instituto de Geología; Joaquín Gallo, Observatorio Astronómico. Todos colaboran en el curso de los primeros años de la revista.

[3] El eclecticismo de la primera época de Universidad de México no sólo es inevitable sino que forma parte de sus intenciones en la medida en que quiere reflejar la diversidad de la institución. Como su subtítulo indica, es el órgano de difusión de las facultades, escuelas e institutos universitarios, que en los años treinta no publican sino apenas boletines. Con excepción de los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, cuya publicación inicia en 1937 el Laboratorio de Arte, la Universidad empezará a editar revistas especializadas sólo a finales de los años cuarenta.

[4] Con relación al conflicto entre la Universidad y el gobierno federal en esa época véanse María de Lourdes Velázquez Albo, Los congresos nacionales universitarios y los gobiernos de la revolución, 1910-1933, coedición del Centro de Estudios sobre la Universidad (unam) y Plaza y Valdés, México, 2000, 148 pp.; Javier Mendoza Rojas, Los conflictos de la Universidad en el siglo xx, coedición del Centro de Estudios sobre la Universidad (unam) y Plaza y Valdés, México, 2001, 258 pp., así como Javier Garciadiego Dantán “El rectorado de Manuel Gómez Morin: la defensa de la universidad y de la libertad”, Revista de la Universidad de México, número 602, 2001, pp. 71-80.”

[5] Hay un estudio de Isaac García Venegas sobre la revista en el periodo 1930-1938: “Itinerarios: de la autonomía a la cultura popular”, Universidad de México, número 613-614, julio-agosto del 2002, pp. 5-12.

Prácticamente la totalidad de ese magnífico número —subtitulado “Nuestros primeros pasos”— acerca al lector al conocimiento de esa época de la revista, de la que se pública una antología de textos.

[6] Véase Gabriela Contreras Pérez, “La Universidad: nacional y autónoma”, Perfiles educativos, Instituto de Investigaciones Sobre la Universidad y la Investigación, núm.105-106, UNAM, México, 2004, pp.173-179.

[7] Georgina Araceli Torres Vargas, Op. cit., pp. 74-75

[8] María de los Ángeles Chapa Bezanilla, Rafael Heliodoro Valle, humanista de América, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, unam, 2004, 470 pp.

[9] Rafael Heliodoro Valle es un autor que debe releerse y revalorarse. Sus aportaciones a las letras hispanoamericanas son importantes. Como nota curiosa, cabe señalar que la Biblioteca Nacional conserva una de las colecciones más completas de la Revista de la Universidad, desde 1930 hasta 1958, gracias precisamente a que Emilia Romero, la viuda de RHV donó la colección que éste formara.

[10] En 1976 la Revista de la Universidad de México, dirigida por Diego Valadés, publicó un número doble (abril-mayo), con una selección de textos publicados en Universidad de México entre 1946 y 1952 para conmemorar “tres décadas de labor editorial ininterrumpida”. Quizá para el lector interesado sea mucho más fácil acceder a ese número que a los ejemplares de aquellos años.

[11] Álvaro Matute y Jaime García Terrés, “Los espacios de la literatura”. Diálogo reproducido en Los reinos combatientes, todavía, El Colegio Nacional, México, 1986, pp. 43-57. La lectura completa de esta extensa conversación, en la que ambas partes aportan datos precisos y observaciones inteligentes es indispensable para todo aquel que quiera adentrarse en la historia de la Revista de la Universidad de México.

[12] Carlos Monsiváis, “Cuatro versiones de autonomía universitaria”, en Letras libres, número 71, 2004 , pags. 47-53

[13] Anónimo, nota de presentación a Nuestra década. La cultura contemporánea a través de mil textos, Dirección General de Publicaciones, UNAM, Vol. I, 1022 pp.; Vol. II, 1088 pp., México, 1964

[14] Sergio Colmenero, Historia, presencia y conciencia. (Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, 1951-1991), unam, 1991, p. 103

[15] Sobre el papel de Vicente Rojo en la revista, véase Javier Bañuelos Rentería, “El diseño gráfico como un acto de seducción. Entrevista con Vicente Rojo”, Universidad de México, número 613-614, julio-agosto del 2002, fuera de paginación.

[16] Las palabras de García Ponce están tomadas de dos fuentes: la primera parte (hasta la palabra “Redacción”) de su “Retrato de autor”, publicado en la edición española de Letras Libres en febrero de 2004 (pp. 48-51), y la segunda, de su homenaje a Juan Vicente Melo, “Dos imágenes de Melo”, publicado en el número 100 de La Palabra y el Hombre, octubre-diciembre 1996 (pp. 133-139).

[17] Es necesario señalar que en junio de 1968 comienza a encartarse en la revista, a manera de suplemento, una gaceta de 16 páginas titulada Hojas de crítica, que concentra notas sobre libros, teatro, música.