Alumbrar las tinieblas: una poética de la crítica

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I

En la profundidad de la madrugada, un hombre termina de leer las últimas palabras de un libro. Acaricia su mentón y siente la aspereza de sus vellos crecidos. La ciudad duerme en silencio fuera de las paredes. Tras un instante, el hombre cierra el libro y soba con los dedos la portada de piel y las letras en bajo relieve del título. El sentido, el significado de la obra está en el aire. ¿Qué te pareció?, piensa el hombre. ¿Me gustó? Sus ojos parecen alcanzar algo dentro de las tinieblas de su recámara. Su mente y su memoria amasan como arcilla las palabras, los párrafos, lo capítulos del libro recién terminado. Poco a poco el sentido de la obra toma forma. Como la arcilla, está endureciendo. Muy pronto el hombre se lleva la mano a la frente y acaricia sus sienes. Qué terrible novela, dice el hombre, qué pérdida de tiempo.

¿Qué implicaciones tiene este breve juicio? En su libro Teoría del caníbal exquisito (2016), Josu Landa aventura una explicación al respecto. Narrador, poeta, profesor y filósofo venezolano, Josu Landa plantea una teoría sobre la crítica, en general, y la crítica literaria, en particular. Su premisa: “la existencia humana se rige por una implacable ley de hierro: para vivir es inevitable comer diversos organismos vivos, lo que implica su destrucción y muerte”. En tres palabras: matar para vivir. Así surge la crítica: como una forma “exquisita”, estilizada de devorar a los otros. Autor de Más allá de la palabra (1996), Landa deja que su curiosidad corra en zigzag por disciplinas que, en apariencia, son distintas: la literatura, la biología, la filosofía. Landa nutre su Teoría del caníbal exquisito tanto de Schopenhauer como de Darwin, de Hegel como de Paz ¿Cuál es el resultado?

II

La trayectoria intelectual de Josu Landa es ecléctica; su tinta ha corrido con el impulso de la poesía o la filosofía política, de Karl Marx —El método de Marx (2013)— o de Harold Bloom —Canon City (2010)—. A mis ojos, su vocación es la del filósofo: el asombro, la duda y las preguntas productivas. Landa no es purista, pues Teoría del caníbal exquisito funde un postulado de la teoría biológica de la evolución —la interdevoración de las especies en busca de supervivencia— con el ejercicio literario de la lectura y el comentario. ¿Tienen algo que ver estos dos elementos? En absoluto y, sin embargo, Landa ha encontrado el intersticio mínimo en el que ambos se unen. A la explicación que Landa elabora para iluminar este intersticio la llama de manera provocativa: la del “caníbal exquisito”.

Para Landa, la interdevoración universal es un principio que determina la vida de los seres vivos; el ser humano, desde luego, no es excepción. El análisis que Landa acomete lo lleva de la Biblia a los Upanishad, los libros sagrados del hinduismo, para señalar una verdad archiconocida pero que prevalece incómoda: el ser humano se alimenta de otros seres vivos. El cerdo y la res son víctimas del colmillo del hombre. Landa entrevé una verdad en este hecho: ¿es posible la extrapolación de esta verdad al mundo social, cultural, simbólico en el que vivimos?  Para el autor, esto es indiscutible. El flujo de la vida es la interdevoración. Sobre ella se sostiene el tiempo humano: un hilo de sangre animal se derrama de los labios del hombre y de la mujer. Y a pesar de que esta idea podría poner en una posición de superioridad al ser humano, no lo hace; los humanos, demasiado humanos, no son otra cosa que un animal con el sofisticado atributo de la razón. Lo que la visión aguda es para el águila, la razón es para el humano. Y nada más. Pero Landa va mucho más lejos: además de ser parte del círculo de la interdevoración, el ser humano cae en el canibalismo. ¿El humano come humano?

Al hablar de sexualidad y de muerte, Freud acudió al concepto de “sublimación”. Al sublimarse, las pulsiones transmutan sus fines; de los físico y corporal a lo simbólico. Acaso sea el arte la forma de sublimación por excelencia. ¿Cuál era la intención verdadera de Klimt al pintar Las vírgenes? ¿Qué quería decir Mario Vargas Llosa cuando escribió Conversación en la Catedral? ¿Qué pulsión sublimó Kafka al escribir El castillo? Válidas y aun reveladoras, preguntas de esta índole son fundamentales para el psicoanálisis; para Landa, son necesarias al proponer el canibalismo simbólico a través de la crítica.

La voluntad crítica se proyecta como suspicaz examen impugnador de lo dado […] En los hechos, la voluntad de crisis se manifiesta como cruda voluntad de poder y aun de dominio. Esto puede entenderse en el sentido de que el espíritu crítico está intrínsecamente incidido, marcado, por cierta potencialidad violenta, destructora y así… devoradora.  […] Inherente a la voluntad de crisis, el sentido último de la actividad crítica es asimilable, en el plano simbólico, al de la interdevoración universal en el ámbito de la existencia de los seres vivos. (p. 82)

El espíritu crítico es moderno; la destrucción que persigue es la piedra angular de los fenómenos de aquello que llamamos modernidad. La revolución —la caída de estructuras, la imposición de otras: el juicio mortal a una realidad— es un signo plenamente moderno. Landa utiliza la siguiente fórmula: “la voluntad de crisis”, aludiendo al proyecto de Nietzsche. Es decir, Landa ve en la crítica el impulso hacia la crisis, la necesidad de movimiento, el deseo de lo inestable. Si bien el espíritu crítico es moderno, se erige sobre la base biológica de la interdevoración. Y acaso ésta se acentúe en la modernidad. ¿Será la modernidad un retorno a la vida precaria, natural e incierta de la naturaleza?

Con este espíritu surge la crítica literaria. El crítico es un caníbal con propósitos estéticos o “exquisitos”. “El animal crítico parece renunciar provisionalmente a su pedestal de caníbal sublimador —exquisito— para sacrificar y fagocitar al poeta —el creador artístico— y al asceta” (p. 83). En la crítica, hay carne metafórica, sangre sublimada. Hay batallas y sacrificios, hay huidas y devoración. Hay perdedores y vencedores.  Para Josu Landa, la vida cotidiana —la literaria y la artística, expresamente— del ser humano no es lejana a la violencia que rige la naturaleza. El crítico literario de Landa podría proferir las palabras de un personaje de Borges: “Lo importante es que rija la violencia”. Aunque a su parecer es inevitable, Landa deplora esta forma de crítica. La creación no surge necesariamente de la destrucción. Para él, esta dialéctica es ilusoria. Entonces, ¿cómo podemos re-pensar la crítica?

III

Si bien podemos formular un par de objeciones, el esfuerzo de Landa es loable. Quizá la primera fragilidad de Teoría del caníbal exquisito sea el carácter determinante —y, de ese modo, determinista— que Landa da a la “ley del hierro”, la interdevoración de las especies. La argumentación de Landa lo justifica, pero puede que esta sujeción no convenza del todo en una realidad cultural, en la que muchas veces lo social contraviene lo natural. La segunda fragilidad estriba en una posible continuación de su teoría: si asumimos que la ley de la interdevoracion privilegia a los más fuertes, ¿no es esto un mecanismo natural para la preservación de las obras más fuertes y, por tanto, de las mejores? ¿No es esto una forma de selección natural de la literatura? Quizá la interdevoración sea exclusivamente entre críticos y escritores que defienden criterios de evaluación particulares. Es decir, no es una batalla literaria en estricto sentido; más bien, la literatura es un arma de ataque y de defensa.

En todo caso, la lectura de Teoría del caníbal exquisito nos abre un camino para re-pensar la función de la crítica y de los críticos. En su afán de oponerse a la interdevoración mediante la crítica literaria, Josu Landa propone lo siguiente: “Se trataría, más bien, de la acción crítico-creativa que propicie el banquete, el convivio artístico, el symposion (libación conjunta) ambrosíaco, el ágape, el festín estético, entre creadores y receptores con sus diversos grados de furia crítica” (p.123). Es decir, la reunión de dos puntos de vista, dos vidas y dos horizontes. Josu Landa pide apostar por una crítica que someta a crisis la realidad, sí, pero no que busque su destrucción; una crítica imaginativa, creativa, productiva; una crítica que los mejores críticos —Eliot, Pound, Calvino, Borges, Pacheco, Zaid son ejemplos gratísimos— han trabajado. Una crítica que no sea sinónimo de amenaza de muerte, sino de vida y futuro. Una crítica que sea una forma de poesía. En pocas palabras: una crítica que alumbre las tinieblas.