Cris Portela: La obra se nutre del deseo irrefrenable de hacerla

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¿Cómo comenzó su relación con el arte?

Creo que de una manera muy rara, casi como un juego. Mis padres no tenían ninguna formación cultural. Venían de familias inmigrantes cuyos miembros a duras penas sabían leer y escribir. A pesar de ello adoraban los libros, los que eran como una suerte de objetos inalcanzables. Nos compraban cantidades de cuentos y novelas infantiles. Recuerdo con mucha ternura que nos obligaban a forrar los libros con papel de revista o de diario para mantener protegidas las tapas. Por otro lado, mis padres amaban los trabajos manuales, un abuelo era carpintero y ebanista y mi mamá y su madre eran eximias bordadoras y tejedoras. Fuera de ello no había otra aproximación a la cultura y mucho menos a las artes visuales. De niña nunca fui a un Museo de bellas artes ni a una galería ni a nada similar. Me llevaban mucho al cine, pero entendido como un mero entretenimiento, como lo eran la televisión o una revista de historietas. Tampoco se escuchaba música culta o folklore, aunque la casa siempre estaba inundada de tangos que mis padres bailaban, cantaban o recitaban a viva voz. Lo que quiero significar es que no se hablaba de arte, ni de pintores o artistas en general. Por eso digo que mi relación con el arte comenzó como un juego y de manera espontánea. Me gustaba buscar imágenes. Paisajes, flores, animales, cielos, mares. Las sacaba de diarios y revistas, las recortaba y las guardaba en cajas, las mezclaba unas con otras, pegaba y despegaba, les dibujaba encima, las usaba para ilustrar tareas escolares, guiada nada más que por un sentido estético intuitivo, puramente formal quizás. Mis padres miraban esas aproximaciones mías con cierto desdén y preocupados por el tiempo que me llevaban esos “pasatiempos”. Horas y horas jugando con lápices y figuritas sin moverme de la silla. No extrañó a nadie que al terminar la escuela secundaria, mi primera elección fuera la arquitectura, carrera a la que me acerqué exclusivamente para poder dibujar. Por aquellos años había cupos para ingresar a las facultades y no logré los puntajes requeridos, así que al año siguiente ingresé a la Facultad de Derecho haciendo feliz a mis padres que soñaban con lo que ellos llamaban “carreras útiles”. Así fue que me hice abogada y ejercí la profesión fuertemente y me fue muy bien. Paralelamente iba a talleres de arte como una suerte de hobby y sin entender mucho de qué iba la “cuestión del arte” hasta que mi cabeza y mi energía no podían pensar en otra cosa más que en pintar. Lentamente fui soltando la abogacía y abracé el arte con todo mi corazón. Recién a los 50 años pude sentir, pensar y vivir el arte de manera completa. No tengo formación académica, sólo asistí a talleres y a múltiples clínicas y seminarios de arte, entre ellos al del gran maestro argentino Sergio Bazán quien me enseñó a ver y a entender por donde yo quería ir y que quería hacer. Una vez me dijo que pintara con la cabeza que era lo mejor que tenía y me abrió un mundo. Es raro pensar en esto de cómo uno se relacionó o empezó a relacionarse con un hacer determinado.

 

¿Cómo es su proceso creativo?

Pienso que tengo muchos procesos diferentes. Lo pienso un poco más y me parece que en realidad es sólo uno que comienza y transcurre siempre igual. En general son procesos mentales aunque dependen mucho de las series. En el caso por ejemplo de la serie “Átomos en el espacio”, la mayoría de las obras que la integran pasaron primero casi por completo por mi cabeza. Fueron muy pensadas. Esto fue así, aun cuando se trataban de pinturas que muchas veces terminan siendo un poco autónomas del deseo del pintor y siguen su propia lógica contra la voluntad de quien las realiza. En general hay un disparador y la mayor parte de las veces es el verso de un poema o la frase perfecta de una prosa que despierta el concepto que va a dar vida a la obra o que la va a inspirar. No soy una artista que aborda un tema y lo pinta o lo filma. Hay algo muy neblinoso, muy vidrioso en la construcción de una obra. En mi caso aparecen disparadores, formas, conceptos que se presentan y uno va con ellos a la tela y algunas ideas predeterminadas pero muy difusas, casi como los restos que nos quedan de los sueños por la mañana. Luego empieza el diálogo con la obra y se da una verdadera batalla donde uno no sabe bien el final. Mi maestro Bazán decía que si uno ya sabía cómo iba a quedar el cuadro, entonces no debía hacerlo. Por eso me gusta tener terminada la obra antes de que la vea un curador y no al revés, pues en este último caso puede ocurrir que uno se ponga a ilustrar la conceptualización, la idea del curador y se ajuste en el hacer a su pedido. Generalmente uno no sabe muy bien qué está haciendo, creo que lo va descubriendo y lo va conformando a medida que aparece. Quizás el proceso es cada vez el mismo porque en definitiva uno siempre pinta o trabaja sobre tres o cuatro obsesiones que lo persiguen y la misma pregunta sin respuesta se repite en cada obra. Posiblemente sea esto lo que le pasa a cada artista consciente de ello o no. Pareciera como que uno siempre va con el mismo listado de intereses y cree reconocerlos en disparadores que va encontrando por ahí. En mi caso, como señale antes, la poesía y la música mueven muy a menudo esos resortes. Por eso tomo apuntes, hago anotaciones de poemas que voy encontrando, escucho música todo el tiempo, escribo posibles títulos para las obras. Los títulos son muy importantes para mí. A veces aparecen primero que las obras y son determinantes. Escuchar música mientras busco títulos posibles, en especial Wagner y Beethoven (aunque el repertorio es amplísimo porque cada obra tiene su propia musicalidad) es siempre un buen comienzo. Siento que la palabra o su música me llegan antes que la imagen. La palabra en particular, que es siempre belleza y sentido.

 

Ha escrito un texto Memoria conceptual del deseo que puede funcionar como poema y también como un programa de creencias y de trabajo. ¿Cómo surgió ese texto?

Ese texto es producto de la dificultad que me da escribir sobre la obra, sobre todo la pictórica. Es muy raro para el pintor hablar o escribir sobre su pintura, que es un proceso tan extraño, muchas veces inexplicable, que mezcla lo formal y lo conceptual y cuya génesis y desarrollo el propio artista no termina de entender. Escribo mucho pero no en términos tan racionales y explicativos como demandan las memorias conceptuales. Me gusta escribir sobre mi obra pero desde otro lugar, casi paralelo, que la roza y la insinúa pero no la explica. Cuando escribí mi Statement de artista, utilicé la palabra DESEO. Todas las obras se nutren de un deseo irrefrenable de hacerla, y en mi caso ese deseo se nutre de los elementos que enumero en la lista a la que alude la pregunta. Ellos son los disparadores, los motivadores de las obras y al mismo tiempo son los materiales que las componen de una u otra manera. Elegí hablar del “con qué” hago la obra por sobre“lo que” es la obra en sí. Me gustó la idea de armar un listado de “cosas” que me gustan y con las que inevitablemente trabajo en cada pieza conscientemente o no y que las habitan. Por supuesto que es una lista abierta y el o los deseos van cambiando. Confieso que la confección del listado encontró su inspiración en Humberto Eco y su idea de la lista como “el origen de la cultura” y una forma de encarar lo infinito. También resonaron en mi cabeza otras listas literarias famosas, siempre incompletas porque obviamente el infinito es inabarcable, como la de El Aleph de Borges o algunas más prosaicas como la de los manuales naturalistas o incluso mágicas como las letanías religiosas con su cadencia, su repetición y su musicalidad. Me encantan las oraciones religiosas, de cualquier índole. Hay algo muy conmovedor en el que reza. Algunas son muy poéticas. Personalmente me resulta muy bello listar y enumerar conceptos. Es una aproximación a cierta idea de orden que resulta fascinante frente al caos que implica ser artista. La lista es siempre una selección, revisable, acotada y finita de nuestras pulsiones.

 

Su texto Memoria conceptual del deseo inicia con: Me gustan los susurros. ¿Cuánto cree que esa idea de susurro, que en el texto tiene como la imagen de una brisa, es algo que está en su obra?

Me encanta la palabra susurro, su invisibilidad. Creo que efectivamente está en mi obra. El susurro tiene mucho de brisa, de caricia veloz y suave que no se deja atrapar. Me gusta la idea del susurro que encierra un secreto contado en voz baja, poéticamente me remite a la imagen de la revelación de un ángel. El susurro no siempre es audible, no siempre lo que nos susurran es comprensible y como una suerte de viento que tampoco se detiene se vuelve inasible. Deja más una pregunta que una certeza, se vuelve duda y no dato confirmado. El susurro siempre te obliga a trabajar la intuición, a seguir la corazonada. El susurro es instante, se captura o se pierde, por eso se acerca también a la idea de tesoro. Muchas de mis obras son objetos, flores, hojas, ramitas, formas muy orgánicas que se exhiben como empujadas, arrastradas por una suerte de soplo, de brisa que las mueves hacia ninguna parte. Quizás en mis obras la idea de susurro y brisa se vuelven sinónimos.

 

Con motivo de su muestra en New York en el año 2018, usted dijo: Durante mucho tiempo, a veces con tono autobiográfico, abordé el tema de lo traumático, su repetición en la vida diaria, la imposibilidad de olvidar. ¿Continúa en su obra obsesiones como la repetición, el olvido?

La tensión entre olvidar y repetir siempre me ha fascinado para bien y para mal. El olvido pareciera ser una suerte de regalo de los dioses. Los mortales cargamos con la memoria a lo largo de toda la vida. Le tengo más miedo a la memoria que al olvido. La reedición de lo traumático fue un tema iniciático en mi vida de artista y siempre tuvo un sentido de reparación personal. Tuve una infancia y una juventud dura en el seno de un entorno familiar muy difícil con un padre que hoy entiendo y comprendo enfermo, pero que desde sus discapacidades ejercía una tremenda violencia sobre todos. Fue un hogar infeliz, emocionalmente inseguro. En aquel momento dibujar y encerrarme en mi universo de colores y de formas, en las lecturas y en el colegio, fue un rescate autoimpuesto. El arte fue sanador y posibilidad de crear un mundo nuevo para mí. La serie de videos Nada escapa a la noche y ¡Hay Dios! abordan la repetición y el olvido de manera directa y autobiográfica. Actualmente, esto que Ud. llama ¨obsesiones¨ se ha ido de mis obras. El tono de inquietud que sigue apareciendo en mi trabajo responde a otras cuestiones y a otras preguntas un tanto ajenas a esas memorias domésticas. Empero sabemos que hay sombras que no nos dejan nunca y por las hendijas de una ventana mal cerrada no solo entra la brisa sino también las tempestades. La serie de pinturas que de alguna manera dio vuelta la página fue Átomos en el espacio. Esos trabajos fueron inspirados por un poema victoriano maravilloso escrito en 1825 por Eglantine Brightwell que decía: ¨No temas, no invoques, no supliques. El trueno es mero trueno y no castigo. No hay seres malignos vigilando, sólo átomos flotando en el espacio¨. Habiendo nacido en un hogar tan difícil y educada en colegios católicos de cierta severidad, este poema se me presentó como una declaración de libertad. Dejar de temer, una verdadera epifanía que además me llevaba nuevamente a imágenes que adoré desde niña: el cielo estrellado, la inmensidad del universo puro y vacío de seres castigadores, sólo átomos flotando en el espacio. La repetición de lo traumático y el olvido son obsesiones de un tiempo atrás.

 

¿Cuánto de filosofía y de literatura tiene su obra?

Creo que mucho pero no de una manera erudita, sino desde la búsqueda, sobre todo me interesa la rama de la metafísica y sus preguntas sobre el mundo de lo suprasensible. Me gusta también vincular la filosofía con aproximaciones a la ciencia, particularmente a la física cuántica con sus postulados disruptivos y casi mágicos a la mirada del lego como yo. Es una aproximación intuitiva no científica del que se fascina con un lenguaje que roza lo poético y se refiere permanentemente a un mundo invisible e inasible. Una manera romántica de acercamiento, más desde el sentimiento y la emoción que desde una comprensión racional. Me convoca mucho la idea kantiana de los límites de la razón humana. La imposibilidad de conocer la realidad en sí misma es algo que sobrevuela toda mi obra. Por eso me gusta el tono de misterio que tienen mis trabajos en general. Tanto la filosofía como la literatura nutren mis trabajos o al menos nutren mi hacer. Tuve y tengo la suerte de encontrar profesores increíbles de filosofía que me guiaron en las lecturas, como Alfredo Aracil y actualmente Florencio Noceti. Este último año abordamos la Escuela de Kioto con su crítica a la filosofía occidental moderna, leyendo fundamentalmente a autores como Kitarö Nishida. Al mismo tiempo y como lectura y relectura constante, filósofos como Gilles Deleuze influenciaron y me siguen interesando, sobre todo su conceptualización de la pintura como “pequeña máquina de guerra” donde cada pintor tiene flujos de energía. Me siento más cerca de lo literario que de lo filosófico y ha influenciado mucho más mi obra. La literatura es una presencia constante en mi vida y en mi trabajo. Un poema, un cuento, el título de una novela, son disparadores permanentes pero aclaro que no ilustro lo que leo. Es un proceso extraño porque necesito leer para hacer obra, pero esas lecturas no se meten en ellas. En el proceso de leer y hacer obra, se produce algo alquímico y surgen cosas que nada tienen que ver con lo leído. La literatura es una de las cosas más bellas que me “ocurren”. La vivo como un acontecimiento y cuando un libro me atrapa el mundo se diluye en él. Uno lee constantemente cosas nuevas pero hay lecturas que lo han marcado para siempre y a las que siempre vuelve, como quien necesita reconocerse en algo. Es casi un tema de identidad. Eso me pasa con Borges, con Bradbury, con Wilde o Dickens, con cualquier cuento de Silvina Ocampo. Recientemente descubrí dos escritores que me obsesionan. Uno de ellos es el chileno Benjamín Labatut cuya obra es sencillamente inclasificable, ensayo, cuento, prosa, divulgación científica. No sé cómo describirlo. Sus relatos giran alrededor de una idea o descubrimiento, algo que hay que desentrañar. Labatut escribe sobre avances científicos, ideas grandiosas de genios que constituyen verdaderos misterios para las inteligencias comunes como las de todos nosotros. Su relato sobre la historia del color azul de prusia en su libro Un verdor terrible me dejó literalmente sin aliento. Otra es Elisa Díaz Castelo, poeta, traductora y escritora mexicana que explora también la relación entre la ciencia y la poesía. Para ello utiliza lenguaje científico arrastrándolo hacia lo poético con una belleza siniestra conmovedora. Estas son mis últimas lecturas y de alguna manera gestaron la última serie de pinturas sobre la idea del asombro y la extrañeza.

 

¿Cómo fue su experiencia con su serie El viento sopla donde quiere?

Esta serie nace -muy tímidamente- durante la pandemia y encuentra su génesis en una frase de la biblia de extrema belleza: “El viento sopla donde quiere, y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va” Juan 3:8. No sé bien los significados bíblicos de esta expresión, pero en mí resonó como vinculada al azar, a lo inmanejable, a esa suerte de corriente energética invisible que nos envuelve y nos lleva hacia un lado o hacia otro marcando destinos. La pandemia nos había mostrado un poco eso, la idea de que nadie estaba exento de enfermarse, por más cuidados que uno tomara al respecto. Una sensación de movimiento de dedos de un titiritero sobre nuestras cabezas. En esta serie, después de muchos años de no hacerlo, volví a pintar con color. Venía pintando sólo con blancos y negros y la vuelta al color era muy desafiante pero se me impuso como un deseo irrefrenable. No había ninguna decisión conceptual o artística al respecto, sólo puro deseo de pintar con color. Así que tenía ese desafío que implicaba sumar una complejidad a la pintura y que viene siempre de la mano de utilizar color. Por otro lado era un espacio expositivo de autogestión, ni galería ni institución que implica que como artista uno cumple todos los roles y todo queda a su cargo. Pero desde lo puramente artístico fue una experiencia hermosa donde además pude volver a juntar pinturas con videos. También significó trabajar por primera vez con la curadora Elizabet Cabeza que me alentó mucho en la vuelta al color. Escribió un texto maravilloso.

 

Este mes concluyó su muestra de la serie El mundo me ha hechizado en el Estudio Bossini-Spillmann. ¿Qué puede decirnos de la serie?

Está serie surge de algunas lecturas muy particulares y toma el nombre de un verso de Francisco de Quevedo y Villegas: “… nada me desengaña, el mundo me ha hechizado”. En realidad, no estaba leyendo a Quevedo, sino a un ensayo de un profesor de la Universidad Simón Bolívar de Caracas sobre la extrañeza en la obra de Borges y de José Lezama Lima y el autor citaba ese verso. También citaba a Chesterton diciendo “Voy a envejecer para todo. Para el amor. Para la mentira. Pero nunca envejeceré para el asombro…”. El sentimiento de extrañeza que despierta el inexplicable planeta en el que vivimos, las preguntas sin respuestas, todo me remite a la idea de vivir en estado de hechizo frente al mundo que nos rodea. Ese hechizo no sólo lo materializamos ante una naturaleza que nos supera y nos desborda, es mucho más que eso. La naturaleza es quizás la metáfora que encontramos para hablar de cuestiones existenciales muy profundas y sin respuesta. Está serie va por ahí y por ahora es muy azulada. El azul es la vibración que necesitan estas piezas para aludir a estas preocupaciones. Es una serie que recién empieza y el Estudio Bossini-Spillmann fue el lugar perfecto para empezar a mostrarla, particularmente por el aire de intimidad y experimentación que rezuma ese espacio. El estado de hechizo genera un detenimiento, un extrañamiento que te aleja por instantes del mundanal ruido, por eso el silencio del estudio B&S fue la locación perfecta. La serie no está terminada y seguramente irá mutando en formatos e incluso en imágenes, pero no en su esencia. Plantas, hojitas, flores flotando en el espacio sideral pueblan mayoritariamente los trabajos, pero también aparecen formas abstractas y frases pintadas. Es la primera vez que de manera organizada pinto frases. Son frases de mi autoría y fue muy difícil hacerlo, no desde lo técnico pero sí desde lo conceptual. Escribir en las obras abre la tensión entre la imagen y la escritura y la pulsión a ilustrar lo escrito. Lo interesante es que eso no ocurra.

 

Usted ha dicho: Pienso en el infinito siempre. Me asusta su belleza, pero allí habitan mis intereses: los planetas lejanos, las vibraciones, el sonido viajando eternamente, las energías celestes, los seres imaginados, lo inexplicable, lo inconcebible. ¿Sigue bajo la influencia de esas obsesiones en su obra?

Totalmente, son una suerte de anclaje conceptual que paradójicamente también me permiten soltarme y viajar hacia otros lugares. Son bellas obsesiones que me persiguen desde niña, a la manera del “cielo estrellado sobre mí” de Kant, maravillándome y llenándome de horror al mismo tiempo. Siempre me gustó mirar el cielo, de noche o de día, contar estrellas, buscar los bordes de ese continuum fascinante y aterrorizador que es el cosmos infinito. Con los años se volvió metáfora de mis preguntas como artista y forma parte de todas las excusas que encuentro para pintar con color negro y azul de Prusia que son mis colores más amados. El cielo, el infinito, la idea de lo eterno, lo que flota en el espacio, son cuestiones, cosas demasiado extrañas con las que increíblemente convivimos diariamente con la mayor naturalidad. En mi caso recorro estos laberintos siempre desde los bordes, con mucho de vértigo. Es casi un oxímoron hablar de bordes cuando pensamos en el infinito que no tiene principio ni fin. Por eso se vuelve un concepto corruptor que en el decir de Borges trastorna a todos los demás

 

¿Qué artista la ha influido?

En Argentina sin lugar a dudas Guillermo Kuitca es uno de mis referentes más relevantes. La primera vez que ví una obra suya fue una experiencia que directamente la sentí en el cuerpo. Fue una suerte de epifanía que me hizo comprender por dónde quería ir en la pintura. Otros argentinos que me han impresionado desde siempre son Rómulo Macció y Alfredo Prior. En el último tiempo estuve mirando mucho a Matías Duville, sus dibujos, toda su obra me fascina. Me gusta mucho su universo y el clima distópico que rezuman sus obras. Mayoritariamente me interesan los pintores, pero también miro a otros artistas. Me interesa particularmente la metafísica que construye Mariana Tellería con sus objetos y sus esculturas o el gesto de Eugenia Calvo en el mundo de lo doméstico, interviniendo platos, mesas, armarios y todo tipo de muebles. De afuera sin duda pintores como Francis Bacon, Gerhard Richter, Francis Alys, Luc Tuymans son algunos de los que más he mirado, también las obras de Olafur Eliasson. Sin duda Rothko y su particular expresionismo abstracto. Hay muchos más y de todas las épocas, Caravaggio y todos los pintores del tenebrismo y del claroscuro han sido referentes permanentes, lo mismo que algunos impresionistas como Cézanne con su pincelada quebrada y fragmentada. Otros pintores de la historia del arte que no puedo dejar de estudiar y mirar son el Bosco, Egon Schiele y desde luego cualquier obra de Picasso.

 

¿Suele trabajar en conjunto con otros artistas en una obra?

Trabajé con otros artistas en proyectos grupales, en muestras colectivas, no en la realización de una misma obra en conjunto. Una sola vez experimenté pintar con otra pintora a cuatro manos y el resultado no fue feliz. Nos respetábamos y nos queríamos mucho y ninguna quería tapar o complicar lo que había pintado la otra y entonces cada una terminaba reprimiendo su propio hacer. Nada bueno sale de ese proceso de auto represión, las obras terminaron siendo “light” y sin fuerza. Participé en cambio y muy activamente de un colectivo de artistas llamado FUROR. Éramos más de 20 artistas cumpliendo roles intercambiables en cada muestra que organizábamos, haciendo de curadoras, de montajistas, de expositoras incluyendo las acciones de prensa y comunicación. Fue una experiencia extraordinaria y de alta generosidad por parte de todas. El ego quedaba afuera y el resultado de la muestra era lo que realmente importaba más allá del rol que te tocaba en cada oportunidad. FUROR surgió en el contexto de un programa de artistas de la galería ARTEXARTE del que estaba participando. Se llamaba “Escuela de Proyectos artísticos contemporáneos”. Los maestros encargados del programa eran entre otros Manuel Ameztoy, Augusto Zanela, Sergio Bazán, Andrea Juan, Eduardo Médici, todos ellos grandes artistas de Buenos Aires y con resonancia internacional. Exponíamos donde podíamos y totalmente auto-gestionadas. Lo hacíamos en oficinas desocupadas, en espacios no convencionales como bares, en talleres de artistas, en centros culturales. Fue breve su existencia y, como su nombre lo indicaba, fue una suerte de arrebato que nos tomó a quienes lo integrábamos. Se disolvió sin resistencia por parte de nadie pues sabíamos que era un ciclo cumplido y que como todo furor sería fugaz. Cada una siguió su carrera y en cada encuentro casual, en una muestra, en un taller o en cualquier otra actividad, nos abrazamos con la alegría que te dejan los buenos recuerdos.

 

Una crítica de arte en una reseña sobre su obra escribe: Cristina Portela no está identificada con la pintura de género, el mensaje político, la inmigración, la representación de la pandemia, las desigualdades sociales, los temas históricos o la exaltación de la banalidad, temas que abundan en el universo pictórico global. ¿Comparte esa mirada de su obra?

Es cierto que por lo menos hasta ahora esos ejes conceptuales no han sido los míos y no pareciera que vayan a serlo en el futuro cercano. Creo que los artistas en su mayoría trabajan siempre con las mismas obsesiones, las mismas inquietudes. Pueden abordarlas de múltiples maneras, pero en general y con el riesgo que conllevan las generalizaciones, el artista siempre está hablando de lo mismo y lo que lo impulsa a hacer obra pasa por el mismo lugar. También es cierto que hay flujos de energía, para algunos meras modas, para otros agenda, que el artista recepciona y que a veces modifica su hacer. Es un poco raro y en muchos casos habla más de estrategias de artistas e instituciones que de verdaderos sentires, pero puede ocurrir. En mi caso siempre estoy un poco ajena a la agenda actual. No es una decisión pensada ni mucho menos, simplemente voy por otro lado, con otras búsquedas, otras preguntas y en el arte a mi modo de ver, sólo se puede trabajar con el deseo. Los “temas” (si es que aún resulta válido hablar de temas) deben atravesarte de tal manera que no puedas pensar en otra cosa. Si tu obsesión pasa por otro lado, debes ir por ahí. Es la única manera de hacer obra. Es muy bueno que el arte tome los temas que están en agenda y que ocupan la actualidad. Los artistas hacen señalamientos sobre cuestiones que abordadas desde el lenguaje y las formas del arte logran ser visibilizadas con mayor fuerza y efectividad. Allí donde la política muchas veces fracasa o llega más tarde, el arte en cualquiera de sus formas se anticipa y pone en agenda temas urgentes. Lo que a veces me hace ruido es que algunos temas se tratan constantemente casi de manera oficial y allí siempre se corre el riesgo de caer en la banalización, sobre todo en el arte del mundo occidental. Vivo en el mundo y los temas que usted señala obviamente me afectan y me preocupan, pero todas las inquietudes son válidas y en lo personal me interesa hoy por hoy ahondar en otras cuestiones de tipo existencial o metafísico que a mi criterio son tan urgentes y están tan vigentes como los temas listados en la pregunta de esta entrevista. Pero no me gusta encasillarme y tampoco sé con certeza por donde voy a ir en el futuro. También es cierto que a veces muchas cuestiones se cruzan, se mezclan y los universos de interés no están tan separados. Cuestiones como los nuevos desafíos que despierta la inteligencia artificial, disparan interrogantes metafísicos, antropológicos, filosóficos etc. Desde ahí las preguntas existenciales cobran nuevas vigencias y nuevas perspectivas de análisis. Para artistas a los que como en mi caso nos interesan esas búsquedas, algunas problemáticas del mundo y la tecnología actual nos dotan de renovados bríos para ahondar en los que siempre fueron nuestro foco de interés y permiten enfocarlos desde otro lugar y con otra mirada.

 

¿Cómo vivió la pandemia?

La pandemia fue un tiempo muy raro. A veces lo extraño desde un lugar más raro todavía. Esa suerte de freno del ritmo de la hiperproductividad a nivel mundial tuvo algo de atractiva. Quizás por esos días –al principio del encierro obligatorio– estaba un poco cansada de vivir tan aceleradamente, tan apurada y que una ley mundial decretase ese detenimiento general, me resultó por algún tiempo interesante en lo personal. Tuve la suerte de que la pandemia me encontró en una situación tanto emocional como a nivel laboral de cierta comodidad. Empero me angustiaba y mucho pensar en quienes no las tenían o los que se quedaban sin ingresos y económicamente estaban muy complicados. Mi casa es amplia y cómoda y con mi marido pudimos remontar lo económico, reinventándonos de múltiples maneras y si bien fue difícil, entiendo que para muchos fue terrible. Fue desesperante para la gran mayoría y uno no podía estar ajeno o indiferente a esa situación. Mi marido es abogado y había que seguir pagando sueldos del estudio jurídico y prestando algún tipo de servicio a los clientes para lograr mantenerlos. Durante esos meses volví a vivir dualmente como abogada y como artista, ayudándolo en esas estrategias, analizando normativa que con motivo de la pandemia el gobierno de entonces vivía emitiendo semanalmente. Por alguna razón inexplicable nunca llegué a asustarme con la posibilidad de la enfermedad, por entonces completamente desconocida y a pesar de tener en mi casa a mi mamá muy anciana. Igual sentí miedo como todos y sufrí la incertidumbre, pero no puedo decir que estuviera aterrada. Obviamente, el encierro obligatorio, al principio atractivo, con los días se volvió algo abrumador. Empecé a extrañar mucho ir a mi taller, pintar grandes formatos. Por aquel entonces integraba un taller colectivo con otros artistas y como no podíamos juntarnos el espacio permanecía cerrado. Si bien esto era muy angustiante, logré compensarlo con las ventajas de estar en casa y poder leer intensamente, hacer seminarios on line, estudiar mucho, un poco lo que todos iban haciendo y que se iba volviendo cotidiano. También escribí un par de cuentos y me ordené bastante hasta que como a todos me fue ganando la desesperación por recuperar la vida anterior, la libertad y la soledad del taller. También, como conté en otra pregunta de esta entrevista, durante la pandemia surgieron las primeras imágenes y el título de la serie El viento sopla donde quiere, influenciada claramente por el clima de incertidumbre que vivíamos durante el encierro.

 

Hoy los curadores tienen una sostenida presencia. ¿De qué manera cree usted que ellos influyen en el complejo mundo del arte?

Hoy su presencia es muy determinante y una muestra genera interés no sólo por él o los artistas que exhiben sino por la curaduría. Lo mismo ocurre en las bienales e incluso en las ferias comerciales donde los comités de selección de galerías están integrados por curadores. En la actualidad, su figura es legitimante y su prestigio o trayectoria se proyectan también sobre el artista o la institución que participa o acoge el proyecto curatorial. En lo personal he trabajado con muchos y siempre ha sido enriquecedor y facilitador del proceso. El buen curador ordena y extrae la esencia del artista y de la obra y la acerca al público. Muchas veces los artistas estamos demasiado cerca, apegados, inmersos en las obras. En estos casos, los trabajos de “edición”, de selección y de disposición de las piezas en el espacio requiere necesariamente de ese otro que es el curador y que tiene la saludable distancia y ajenidad de la que carece el artista.

Me gusta cuando el curador trabaja con lo dado, con lo que el artista ya hizo y desde allí construye un discurso que abre la obra, como una suerte de mediador. No me gusta cuando se altera ese orden y el artista se encuentra ilustrando, adecuando, ajustando su hacer al pedido de un curador. No me gusta que el curador cierre con sus señalamientos, con su texto, con su discurso a las obras, las que para mí siempre deben ser abiertas, amplias, multisentido. Creo mucho en el trabajo conjunto de curadores y artistas y la pasé muy bien con todos los que he trabajado. Cuando el curador tiene claro, igual que el artista, hacia dónde va la obra y ambos dejan los egos de lado y trabajan de manera conjunta, creo que el que gana es el espectador, que puede conectarse más fácil con la obra. Cuando la unión es virtuosa, el trabajo del curador agranda la muestra y ganan todos.

 

¿Las ferias de arte son una forma de aproximar el arte al espectador u otra forma solapada del Mercado del Arte de relacionar calidad de acuerdo al precio?

No entiendo bien la segunda parte de la pregunta. Cualquier feria en su concepción más primaria es siempre un mercado y por lo tanto, todo lo que allí se ubica de alguna manera se vuelve mercancía. Ello significa mucho y nada al mismo tiempo. Es como si fuera un mundo paralelo al arte que lo roza y significa poco en términos de lo que es un artista o su obra. Forman parte de lo que ocurre cuando algo es ofrecido a la venta y otros lo quieren comprar, aparecen las fluctuaciones del precio, la atribución de valor, el tema de la legitimación del artista y muchas otras cuestiones que son susceptibles de variar con el tiempo y con la aparición de otros artistas. La historia del arte está plagada de outsiders ignorados o simplemente desconocidos, que décadas después cotizaron cifras increíbles o bien obtuvieron finalmente tardíos reconocimientos. Lo que no puede pensarse es que el arte es sólo lo que está exhibido en una feria por más prestigiosa y legitimadora que sea. En primer lugar porque las ferias son muchas veces territorios cautivos de los agentes que pueden pagar la participación y eso implica que otros espacios emergentes e igualmente valiosos no puedan estar por una simple razón de costos. Esto es una consecuencia lógica y natural de un acontecimiento comercial donde las leyes que rigen son las del mercado. Esto no está ni bien ni mal, creo que sólo hay que tenerlo claro y me parece que a veces quienes integramos el mundo del arte no lo tenemos tan claro. Por ello es bueno ver que en casi todas las ferias hay también obras comisionadas y subvencionadas por fundaciones, así como participaciones de instituciones públicas y/o privadas sin fines de lucro que acompañan proyectos de artistas por fuera de galerías y entidades comerciales. Además también se organizan premios y otorgamiento de becas de producción que constituyen importantes ayudas para los artistas. Respecto a si sirven para aproximar el arte al espectador, de alguna manera lo hacen, si bien con las limitaciones que derivan de exhibir obra en un stand y en un contexto de feria. Un stand con obras exhibidas no es ni puede convertirse en una muestra, sencillamente porque no suceden las cosas que sí pueden suceder (en términos artísticos) en un espacio expositivo. Pero es cierto que mucha gente que nunca ha entrado a un museo o que no suele participar de los circuitos de las galerías, de pronto se siente convocado a asistir a una feria, paga su entrada, las recorre y disfruta mucho del evento que tiene mucho de espectáculo. Para los artistas también es importante participar porque la feria es siempre un lugar de alta visibilidad aunque esto no lo es de manera excluyente ya que obviamente existen otros espacios alternativos igualmente efectivos.

 

Se pegó una banana con una cinta adhesiva a la pared. La misma se vendió a muy buen precio y el comprador se la comió. ¿Es sólo un número más de la frivolidad en el mundo del arte? ¿Estos actos, que se intenta presentar como un acto Dadaísta, logra ese efecto?

No lo sé y tampoco me queda claro si vale como un acto dadaísta puro. La frivolidad existe en el mundo del arte, como existe en cualquier otro ámbito. No creo que se trate de un acto más de la “frivolidad” a la que usted alude. Me parece que es una obra de algún modo vetusta que vuelve a desatar polémicas y cuestionamientos sobre aspectos del arte contemporáneos que ya han sido transitados muchas veces. Algo así como una vieja novedad. Otra vez la pregunta sobre si estamos o no frente a una obra de arte, si es lógico o no que el mercado abone por ella cifras exorbitantes etc. Otra vez el arte se burla de la lógica del mercado y de los compradores de arte en un gesto que quizás no sorprenda a la elite instruida que ya vio hacer este chiste muchas veces. A su vez, al gesto de Cattelan se le suma el de otro artista que se come la obra. De alguna manera sólo termina interpelando al gran público que, ajeno al sistema del arte, se pregunta por la validez de una banana pegada a la pared. Se trata de polémicas que mínimo tienen más de 70, 80 años o quizás aún más y me aburre un poco volver sobre estas cuestiones nunca zanjadas pero sí tratadas reiteradas veces. Creo que sí el gesto de Cattelan tiene alguna importancia, sería la de mantener la vigencia de una cuestión aún no resuelta. En lo personal no me interesa mucho cuando el arte se habla a sí mismo o se pone a cuestionar cuáles son sus bordes, si es que estos alguna vez existieron. Menos aún me interesa cuestionar o analizar el tema del mercado. Está claro que el mercado del arte es siempre inexplicable, y se comporta como cualquier otro mercado, con las reglas propias de un sistema de oferta y demanda. Lo acepto como es y pienso el arte desde otro lugar. Creo que hemos visto esta suerte de chiste, de gesto irónico y de algún modo agresivo ya muchas veces. Son como reversiones de la Merde d’artiste de Piero Manzoni y de muchos otros artistas que desde Duchamp avanzan con este tipo de cuestionamientos. Hasta cuando será necesario decir en voz alta que el mercado del arte se comporta de esta manera, no lo sé y me importa poco. Cada uno hace arte o lo que cree que es arte con la materialidad que quiere y que responde a su deseo y a lo que quiere decir. A nadie debe asombrar la utilización de una banana que en ese sentido no es diferente a cualquier otra materialidad. En este último sentido la obra de Cattelan es muy dadaísta y me remite a dadaístas fundadores del movimiento como Kurt Schwitters para quien el artista debía hacer obra con cualquier elemento. Pero bueno y un poco contradiciéndome, el chiste generó bastante ruido y mucha gente se puso a pensar en estas cuestiones.

 

Usted también se adentra en el formato video. ¿Qué busca su sensibilidad en ese formato?

Posiblemente sea la coordenada del tiempo, elemento del que carece la pintura. El ámbito natural de la pintura es el espacio. En el video en cambio siempre hay una sucesión temporal, aun en aquellas piezas que carecen de relato propiamente dicho. El video me dio la posibilidad de explorar el tiempo en combinación con el espacio y el movimiento. Se puede experimentar el tiempo de manera no lineal. Permite una gestión y una manipulación de esa coordenada, aumentando o ralentizando la velocidad, generando repeticiones o efectos de cámara lenta, obviamente a los fines de producir una poética determinada. Ahora, no soy una fan del medio por el medio en sí mismo. No es esa parte la que me atrae. No me interesa investigar el lenguaje de manera objetiva o reflexionar sobre el medio. Me interesa sólo como herramienta porque está poblado de recursos muy versátiles. Incluso en relación con el “espacio” en el videoarte no está limitado por las dimensiones físicas. El video permite la edición y crear sensaciones de espacio que trascienden los límites físicos de la realidad y eso genera una poética muy particular que se ajusta mucho a mis búsquedas conceptuales. Se pueden realizar piezas sin narrativas o con narrativas muy flexibles, fragmentadas e incluso abstractas. El videoarte no se propone contar una historia y en eso se acerca a la pintura. Se pueden integrar múltiples elementos en una misma obra, combinar música, imagen, efectos, creando otro tipo de experiencias diferentes de tipo inmersivas y multidimensionales. Es un lenguaje en constante experimentación, una materialidad que se innova de manera exponencial dado el avance tecnológico constante. El universo del videoarte es inmenso, te da una libertad creativa muy fuerte. Si bien en la pintura también se puede lograr, es cierto que la experiencia inmersiva para el observador se genera más efectivamente en el lenguaje del video. Por último diría que vivimos en un mundo poblado de pantallas y de imagen en movimiento. Es algo así como la identidad de nuestro tiempo, si se quiere su “aroma”, su ritmo, su modalidad.

 

¿En qué proyecto se encuentra?

Actualmente estoy trabajando en un proyecto para “UNA OBRA UN ARTISTA” un espacio urbano y alternativo de exhibición de arte en la ciudad de Buenos Aires creado por la artista y curadora independiente Milagro Torreblanca. No tiene fines de lucro y es de formato público, libre y gratuito con visibilidad las 24 horas del día pues se trata concretamente de una vidriera a la calle, una suerte de gran escaparate que ha sido declarado de interés cultural de la Ciudad de Buenos Aires y tiene por objetivo, vincular la obra de artistas visuales y la comunidad. La exhibición tendrá lugar en abril. Es una obra sola, una única pieza.

Finalmente y también para este 2025 estoy empezando a escribir y delinear dos proyectos más, ambos muestras individuales, uno para una institución pública y el otro una muestra para una galería hacia fin de año. Están siendo pensados cómo sites specifics donde cada uno de los muchos elementos que los integran se entretejen y se vinculen como todos armónicos. Los proyectos refieren metafóricamente, simbólicamente a una reflexión sobre la necesidad de generar sentido y coherencia en un mundo que hoy parece presentarse muy fragmentado. Estoy interesada en la visión entrópica del mundo actual, cuya comprensión parece haber llegado a zonas muy inaccesibles y que se ha enrarecido con los avances tecnológicos a una velocidad nunca antes vista. Me gusta la idea de buscar cierta alineación en ese todo desordenado, una suerte de orden vs caos, la vida entendida como una constante lucha contra la entropía. De hecho es la naturaleza, los sistemas biológicos los que tienden a reducirla pues el caos es de alguna manera la flecha del tiempo, la irreversibilidad. En la física, el concepto de lo entrópico alude al desorden y a la incertidumbre que afectan a todos los sistemas, incluida obviamente nuestra cotidianeidad. Se puede considerar como un impuesto de la naturaleza que aumenta naturalmente con el tiempo, así un jardín se llena de maleza, el aroma de un café servido desaparece rápidamente, nuestro cuerpo se enferma. Esta idea de caos de los sistemas que como dije viene de la física, se aplica en psicología para hacer referencia al desorden y a la cantidad de incertidumbre que hay en nuestra existencia. Me interesa mucho el concepto de lo entrópico, es algo así como una medida de aleatoriedad o del desorden de un sistema. Desde lo filosófico y lo psicológico el concepto se refiere a lo impredecible, hasta qué punto no podemos controlar lo que nos toca vivir. No hay nada que sea cien por ciento predecible, salvo el cambio y, paradójicamente, es el cambio lo más difícil de aceptar. Al mismo tiempo y casi como una contradicción, esta lógica de cambio constante convierte al universo, a nuestra vida en algo maravilloso. Es esa tensión entre belleza e incertidumbre constante que genera lo efímero de todos los sistemas es lo que me interesa trabajar poética y simbólicamente. Pienso en proyectos multimedia con diversos lenguajes, pintura, video, objetos, esculturas, conviviendo y conformando un todo en mutación. Todo se encuentra en etapa muy muy preliminar y seguramente mutará en gran parte de esto que estoy contando y que es solo la idea inicial o disparadora.

Más allá de estos proyectos, estoy también empezando otro grupo de pinturas dentro de la Serie El mundo me ha hechizado. Una suerte de Volumen II o Parte II de esa misma serie, o sea que irá por un perfil conceptual similar o igual pero con sus matices diferentes (tanto en lo formal como en la cuestión de fondo). El mundo me sigue hechizando pero el asombro tramita desde muchas perspectivas. Me gusta imaginar y trabajar las series de pinturas de esa forma, como mamushkas que se van cubriendo unas con otras hasta generar un todo con múltiples partes diferentes y similares a la vez. Arrancar con una idea que se profundiza y se va aclarando y delineando en el hacer y en cada nueva subserie.