Llegará el día en que la práctica de El Rey de los Deportes se extienda hasta universos desconocidos.
Albert Einstein
Que la desaparición de Caimito del Guayabal esté vinculada al deporte nacional y a encuentros cercanos de tercer tipo es totalmente desconocido.
La culpa se le achaca al imperialismo yanki. Sí, en principio sí. Mas, la afirmación es inexacta. El fatídico cohete de alcance limitado salió disparado de algún punto de La Florida y fue a dar justo encima del poblado. En un segundo se volatilizaron desde el conmemorativo árbol de caimito plantado en la entrada hasta la última casa de las afueras.
La zona del impacto fue, para ser más precisos, el estadio José Ignacio Chiu, en el momento en que se celebraba un partido de béisbol, correspondiente al campeonato provincial, entre los equipos Guerreros de Caimito y Plataneros de Artemisa.
─Fue un feroz ataque ─explica la historiadora Margarita Masón─, nacido de la saña que las luchas de nuestro pueblo, por alcanzar sus más genuinos sueños, siempre han provocado en el poderoso vecino del norte. Sólo existe una manera de decirlo y comprenderlo: cohetes contra esperanza.
Reconozco que la pasión, y el horrible cráter dejado por la explosión, no incitan a menos. Sin embargo, poco se dice de la laguna artificial construida en dicho agujero como reparación de daños por la compañía Simmons and Brothers S.A. Bautizada con el sugestivo nombre de Ariguanabo II, ha sido causa del relanzamiento de la Isla como destino turístico internacional. La hermosa represa ha oxigenado la opción turística en los planes de desarrollo del país, algo que se aprecia en el aumento del Producto Interno Bruto y del salario per cápita de la población.
─Hoy Caimito del Guayabal es un montón de fotos amarillentas: la Carretera Central, la mansión Villegas, la estación de trenes ─declaró la historiadora en una entrevista al diario El Artemiseño─. ¿Hoy qué tenemos? Agua ─salada por si alguien aún no lo sabe─, moteles, cabañas, visitantes relajados, divisas… En fin, ahí están las postales y las revistas.
Si bien es cierto que los beneficios de la laguna Ariguanabo II son excepcionales, su aparición ha generado un inesperado conflicto migratorio dada la cantidad de ciudadanos de Guanajay, Artemisa, y la lejana Pinar del Río, que intentan cruzarla en precarias balsas. La finalidad no es otra que alcanzar las costas de Bauta en viaje hacia la capital.
─Son las consecuencias de la desaparición de ese tramo de la Carretera Central ─señalan los investigadores Perdigón y Curbelo en su monografía Carretera y pelo suelto, un siglo de inmigración ilegal─. Resultan abrumadoras las estadísticas de jóvenes que intentan llegar a Bauta con tal de lograr sus quimeras citadinas preludio de un destino final: emigrar a Miami. De nuevo el imperialismo y el efecto de sus cantos de sirena en la juventud cubana.
Como se aprecia Masón, Perdigón y Curbelo, bardos de la microhistoria, no mencionan una palabra sobre las pérdidas humanas que produjo el balístico evento.
En el momento de la explosión el poblado registraba una población de once habitantes, todos ancianos. De los cuales ocho se encontraban en San Antonio de los Baños asistiendo al funeral del habitante número doce, víctima de un envenenamiento ocasionado por la fatal tragantona de medio kilo de aglutinante industrial confundido con la igual cantidad de masa de croquetas.
De los otros dos, uno se recuperaba de una operación de hernia testicular en el hospital Ciro Redondo de Artemisa, y extraviado en La Habana a causa del Alzheimer, el otro.
La lista de fallecidos la integraban los miembros de ambos equipos, excepto un jugador y Margarita, no la Masón, la historiadora, sino la cabra mascota del combinado Plataneros de Artemisa, imposibilitada de asistir al choque a causa de una devastadora jaqueca caprina. A la lista debe agregarse media decena de espectadores venidos de otros pueblos que presenciaban el partido.
─Cuando Caimito se volatiliza ─explica Margarita, no la cabra, Masón─ hacía años que el centro administrativo se había desplazado a Ceiba del Agua. No obstante, el equipo de béisbol seguía llamándose Guerreros de Caimito en honor a aquel plantel que a comienzos del siglo veintiuno había ganado seis campeonatos provinciales de forma consecutiva. Por eso algún que otro encuentro era celebrado en el ruinoso estadio José Ignacio Chiu.
Para entender este insólito hecho en su absoluta dimensión es necesario asomarnos a los entresijos de la historia del béisbol, no en Caimito del Guayabal ni siquiera en Cuba ni en los Estados Unidos o en Asia. Nos referimos al desarrollo que el deporte de las bolas y los strikes alcanzaba en el planeta Tror, perteneciente a un sistema solar existente en la Galaxia Baby Boom, constelación Sextante, segundo planeta a la derecha pasando Lentarn, sol de dicho sistema.
Tror llevaba siglos observando a la Tierra. De tanto observarla llegan a una aspérrima conclusión: Esta gente no para de matarse, o hacerse la vida imposible, cuando no andan enfrascados en destruirlo todo a su alrededor. Y si algún día desarrollaran un programa espacial que les permita expandirse por el Universo, estaremos en peligro. Así que nos vemos obligados a hacer desaparecer el peligroso planeta lo antes posible.
Entonces sucedió un imprevisto. Los trorianos descubrieron algo en que no habían reparado: el béisbol, y a por él fueron.
Cada campeonato era monitoreado y llevado a una gigantesca audiencia que, en tiempo récord, se identificó con el singular deporte. En los albores de aquella pasión a los trorianos apenas les interesaba el nivel de los partidos y disfrutaban inescrupulosamente de un cotejo celebrado lo mismo en una escuela secundaria, que entre veteranos un domingo por la mañana, que de las lides del sistema de Grandes Ligas. El acontecer en las organizaciones asiáticas y caribeñas también era noticia en el lejanísimo Tror. Y sus habitantes llevaban, con exacto entusiasmo, camisetas de los Yanquis de New York, Navegantes del Magallanes o Cocodrilos de Matanzas.
Del pasivo goce visual del béisbol los trorianos comenzaron a practicarlo en menoscabo de su elusiva anatomía. De la noche a la mañana el planeta se llenó de equipos, ligas y campeonatos de todos los niveles y categorías.
En Tror no bastó el entusiasmo por el pasatiempo copiado al siniestro planeta y comenzaron a argüir una nueva movida. Un paso de gigantes: contratar peloteros terrícolas para incorporarlos a sus federaciones. El tema saltó a la prensa y a la opinión pública, pues los trorianos se morían literalmente ─cada año ese deseo se cobraba miles de vidas de fanáticos, ya fuera por la acción de comerse varias bolas y guantes, o de suicidarse en masa para conmover a las autoridades deportivas─ por ver a jugadores foráneos en las nóminas de sus equipos.
Sin embargo, dos obstáculos de cierta gravedad imposibilitaban la concreción de los deseos de la fanaticada y los directivos. El primero era precisamente la gravedad. ¿Se adaptaría una estrella recién llegada a jugar en un ambiente en que esa fuerza era inferior a la de su planeta de origen? El otro impedimento era de orden logístico. ¿De qué manera podían hacerse de atletas de interés?
El asunto de la gravedad no pasaba a mayores. La ciencia al servicio del deporte hacía maravillas. Un sencillo cambio del esqueleto humano por uno de fibra metálica que anclara al jugador a la grama troriana bastaba. Del resto se ocuparían los entrenamientos.
Lo verdaderamente complejo era cómo hacerse de los codiciados beisbolistas. ¿Enviar a la Tierra una partida de scouts? ¿Ofrecerles invitaciones que gestionasen la firma de contratos con los tentativos jugadores? Ambas posibilidades entrañaban alto riesgo. A la destructiva civilización que un futuro podría borrar del universo cualquier forma de vida debía tenerse a raya.
Tras agudas y candorosas discusiones se impuso la más saludable de las vías: abducirlos. Para el éxito de la empresa se disponían de los medios y opciones tecnológicas requeridas. Sólo quedaba un inconveniente. ¿En qué momento y dónde? Estaba claro que irrumpir en el Yanqui Estadio, o en Tokio o Seúl en pleno campeonato o en los play off de una serie mundial era una verdadera locura. ¿Echarles el guante mientras dormían? Demasiado cinematográfico. Además el trauma de despertar en otro planeta podría incidir en futuros rendimientos.
Algo que no debían perder de vista era, a parte del lugar de la extracción, a quiénes y en qué etapa de sus carreras. Luego de una nueva tanda de disputas se llegó a la conclusión que lo más adecuado era echarles el guante, frase beisbolera donde las hay, a jóvenes prometedores que se desempeñaban en remotos y desconocidos pueblos y aldeas. Hacía rato que la posibilidad científica de conocer el futuro de cualquier ser vivo era factible en un 97.99 por ciento.
Allá fueron los scouts a realizar un levantamiento de latentes estrellas en cada terrestre y apartado rincón donde se jugara béisbol. De esa manera los equipos más poderosos dispusieron de listas de noveles promesas.
Yanquis de New York de Rakkham, equipo insignia de la Liga Federal Troriana, fue el primero en lanzarse a la aventura de agenciar a su roster a un terrícola.
Así fue como Caimito del Guayabal, a la vez que desapareció, entró en la historia del béisbol de Tror.
El joven de diecisiete años, Roberto Macías, nacido en Vereda Nueva, había sido remitido desde la Academia Provincial de Béisbol al equipo Guerreros de Caimito. La meta era rescatar al combinado de su pésima campaña a mitad de campeonato. Con balance de tres victorias y siete derrotas los directivos municipales vieron cifradas sus esperanzas en la naciente estrella que arrasaba en las juveniles.
Roberto, Bobby, Macias, nombre con el que trascendería en la larga vida deportiva que le aguardaba, lo tenía todo: era un portento de bateo, lanzaba con ambas manos a cualquier velocidad, podía abrir, relevar o cerrar un juego, alternar como jugador de los jardines o de cuadro.
Y ahí tenemos a la gema en ebullición en su debut durante un enfrentamiento contra Plataneros de Artemisa, una novena de curtidos peloteros, camorristas y batalladores, campeones de las tres últimas series provinciales. Pero, a pesar de los palmarés, el partido pinta mal para los campeones. La mascota no ha podido viajar con ellos. Asunto fatídico. Pues los plataneros, aparte de pendencieros dentro y fuera de la grama, poseen una fe ciega en la presencia de Margarita, una adorable cabra, en el dogout.
A propósito de esta relación camaraderil, Margarita ─la cabra, no la historiadora─, entrevistada por el citado diario El Artemiseño, después del siniestro que borró a Caimito de la geografía cubana y gracias a la colaboración de un especialista en el lenguaje corporal animal, expresó:
─Extraño a los chicos ─revelaba compungida─, jamás pensaron en comerme ni cuando perdían un partido de play off ni cuando ganaban un campeonato. Y mucho menos sacrificarme con el aciago fin de fabricar con mi cuero uno de esos sonoros instrumentos de percusión con los que se aderezan los ritmos cubanos.
Disculpen la distracción, pero si una cabra tiene algo que decir, al menos YO, deseo escucharla.
El partido está a la altura del séptimo inning, llamado de la suerte. Los caimitenses han logrado llenar las bases de corredores. Pierden por una carrera. Un mal presagio se ensaña con los bananeros que no cesan de mirar hacia el dogout como si así lograsen que Margarita, la cabra, no la historiadora, apareciera de la nada para darles ánimos y liquidar la amenaza que se les viene encima. De repente Bobby Macías comparece al home.
La nave troriana sigue el partido de lejos. Los scouts toman la ficha de Bobby, la someten a un bombardeo de anticipones, unidad cibernética que mide el futuro de la criatura o cosa que sean.
Resultado:
Bobby Macías despachará un jonrón. Los Guerreros ganarán. Ese partido y el campeonato. Debutará en el equipo provincial en la próxima Serie Nacional. Integrará el equipo Cuba que participará en los Juegos Panamericanos de Monterrey, el año venidero. En Monterrey desertará de su equipo y cruzará la frontera con los Estados Unidos en compañía de un reclutador del sistema de Grandes Ligas. Después de varios trámites obtendrá su residencia gracias a la Ley de Ajuste Cubano. Jugará una espectacular temporada en República Dominicana en el roster de las Águilas Cibaeñas. De ahí pasará a los Bravos de Atlanta, sin hacer parada en triple o doble A. Con los Bravos de Atlanta Bobby pulverizará récords de todo tipo. Decidirá partidos de play off, lo mismo desde home que desde la lomita de pitcheo. Se cubrirá los dedos de anillos de campeonatos. Estados Unidos se rendirá a sus pies. Su nombre se inscribirá en el Hall de la Fama con letras doradas. Bobby se comprará un rancho en las cercanías de Orlando. Viajará. Será ídolo en Japón. El Caribe. Corea. Filmará películas. Se casará. Tendrá hijos que seguirán su legado. El mayor, Jimmy, hará historia con los Piratas de Pittsburgh…
La divisa que ha movido a los científicos trorianos es que la gracia de saber el futuro es que puedes cambiarlo. Y en el instante en que Bobby Macías toma posesión de la caja de bateo y espera por el primer lanzamiento del pitcher rival, ante el silencio de los pocos espectadores ─entre los que se encuentran los padres y la novia del muchacho─, se oscurece el cielo. Una nave espacial, de la que desciende un potente haz de luz, aparece encima del diamante. Quizás el rayo no es tan espectacular como en las películas, pero por ahí más o menos.
El haz levanta el polvo de home y Bobby es succionado por el vientre de la nave. Apenas es tragado impacta en la membrana antimisil de la nave alienígena ─como una pelota lanzada contra la pared que acto seguido pica en el suelo─, un cohete disparado desde un sistema de defensa contra intrusos del mundo exterior instalado en el sur de La Florida por la NASA y el Pentágono.
En medio de la pulverización del poblado desparece la nave, llevando dentro de sí el tesoro llamado a cambiar el destino del béisbol troriano. Así quedó sellada la primera contratación de un pelotero terrícola por una liga alienígena.
─Confieso que me sorprendió que fuera seleccionado entre millones y millones de atletas para jugar en un club tan prestigioso como los Yanquis de New York de Rakkham ─declaró Bobby, luego de su exitoso debut en el béisbol extraterrestre─. Y no sólo eso, sino la forma en que el imperialismo, no voy a decir yanqui, yanquis son estos con los que comparto pasión y camiseta, intentó impedir la pacífica transacción.
Para ser honestos no todo fue color de rosas al comienzo. Embutido dentro de un nuevo esqueleto para adaptarse a la gravedad de Tror los primeros meses fueron un calvario para el atleta, además del aprendizaje de un nuevo idioma cundido de consonantes y huérfano de vocales y los cambios en la dieta. Eso sin mencionar el factor humano, o sea, “la ausencia de mis seres queridos y familiares masacrados por el imperialismo”.
─Llegué a Tror siendo muy joven ─declaró Bobby al semanario deportivo holográfico Nfpttwq´d (La jugada perfecta)─. Todo me parecía imposible: acostumbrarme a una gravedad diferente, a mi nueva constitución, a la nueva dieta, además extrañaba a mis padres y a mi novia. Eso para alguien que ni siquiera había estado en La Habana era muy difícil.
El éxito de la original contratación de Bobby Macías no fue del todo compensado con los intentos de devolverle a sus seres queridos. Cuatro veces se le obsequiaron productos de inteligencia artificial, imitaciones, malas y limitadas, de sus padres y novia a partir de sus propias descripciones y todas fracasaron.
Finalmente Bobby, como muchísimos emigrantes, se integró a sus nuevas coordenadas. A medida que se iba acomodando al sistema de juego y entrenamiento trorianos el muchacho se fue adaptando a la idea de que jamás recuperaría a su verdadera familia, y menos aún a su amada novia. Esto hizo que en lo personal se abriera a experiencias inéditas fuera del deporte, y en ese sentido los trorianos ─seres no binarios, de morfología indefinida compuesta lo mismo por oquedades membranosas que por amenazantes apéndices─, resultaron bastante querendones.
─Si les coges la vuelta, como decimos en Cuba, los trorianos pueden llegar a ser muy intensos y divertidos ─diría Bobby Macías al mismo semanario─. El despeine y la gozadera pueden ser infinitos, y en cuanto a la familia, ahí está el club, los compañeros de equipo, los sicólogos y los masajistas. En fin, soy feliz en Tror.
Ceñida su tercera corona de campeón de la Serie Mundial, Bobby Macias ─al que se le comenzaba a llamar El Maestro─, fue agasajado con un extraño y singular presente traído desde la Tierra: la mascota del equipo Plataneros de Artemisa.
Fue un hermoso encuentro en la suite del hotel en que vivía Bobby. El muchacho enternecido hizo berrear de sensibilidad y nostalgia a Margarita.
Enseguida la ciudad se llenó de estatuas de la pareja del momento: El Maestro y Margarita.
Junio 2022-Octubre 2024. Montreal