Jorge Castillo Fan: Veinte poemas de amor y una canción inesperada

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La escritura puede ser una forma de comprender el mundo, pero también una forma de confrontarlo. En Veinte poemas de amor y una canción inesperada, el autor emprende ambas tareas. Pretende comprender el amor y, a la vez, enfrentarse a él. Entendiendo que aquello que ya no está, se queda para siempre con y en nosotros. La presente entrevista es una suerte de acechanza a la última entrega poética de Castillo Fan, y el desvelamiento de algunas marcas invisibles que viajan en cada uno de sus versos. (Pedro Novoa)

 

¿Crees que la poesía puede hacerte comprender el amor tanto en su esencia como en su cáscara? 

Los creadores de Poesía son capaces de trasuntar la intensidad de una experiencia que nos revele la esencia del amor. Incluso, la historia de la humanidad nos va dejando muestras asombrosas que constituyen actos poéticos radicales que cumplen ese fin, como el Taj Mahal, registro perpetuo y, no en vano, una de las Maravillas del Mundo, no sólo desde el punto de vista de su arquitectura, sino, precisamente y sobre todo, por la historia que la envuelve. Por otro lado, si por cáscara aludimos a la manifestación carnal del amor, llámese pasión, creo que no se precisa del hiperrealismo de la poesía erótica —llamada también poesía del cuerpo— para comunicar la idea de lo que Octavio Paz nombró la llama roja. Precisamente porque el arte de la Poesía no radica en el enunciado a quemarropa, sino en sutiles sugerencias, en urdimbres simbólicas, en metalenguaje.

Existe en el lector, en mayor o menor grado, una facultad —expuesta o soterrada—que le permite una aprehensión sensorial e intuitiva de lo que la Poesía es capaz de transmitir.

 

Uno de tus versos señala: Escribir es vivir en esa hoguera / del hambre y de la sed… ¿Piensas que la escritura es ese contradictorio mecanismo de alimentarse con carencias?

 El hambre y la sed, en sentido figurado, son condiciones imperativas en el creador. Tengo un verso que dice: La sed es el camino. Pero, ad pedem litterae, las carencias de orden material parecieran atizar la creación artística. Creo que hay suficiente testimonio de ello, empezando por el patriarca Cervantes. Pero no se trata de un hecho aislado y remoto: si queremos una muestra más inmediata en espacio y tiempo, bastará leer las cartas de Vallejo a Pablo Abril. Pero si insistimos, además, en contar con un registro reciente, nada mejor que el testimonio de Mo Yan: El hambre y la soledad son el origen de mis obras. Por supuesto que hay que agregar —no para contradecir sino para complementar, y poder dilucidar—, lo que el mismo Nobel de Literatura 2012, en defensa de la virtud inmanente de todo escritor, afirma: La experiencia de pasar hambre no puede por sí misma transformar a uno en escritor.

 

En Sonetos a la rosa, Martín Adán propone una suerte de divinidad en el acto de contemplar la belleza. En tus sonetos descubro que prevalece un sentimiento puro (sacro) al contemplar al amor, tanto en presencia, ausencia y separación. ¿Crees que el amor puede viajar en el corazón del hombre, traspasarlo y abandonarlo, pero siempre purificarlo?

 Creo que lo único que puede redimirnos como seres humanos es el amor. La Poesía, presente también en algunas canciones fulgurantes, nos ha presentado sentencias inapelables como esta: Amar o morir, de José María Purón. Y en ciertas canciones populares, en las que a veces destellan visos de Poesía, hemos hallado, en una cumbia, un verso que dice: Amar es un milagro, y yo te amé… Este solo verso es todo un poema, y con vocación lustral.

 

En esta lograda estrofa: Y oscuro, tras el reino del quebranto / curvado y gris por todo lo sufrido, / me tornaré un pájaro aterido / por las frías cenizas de su canto, retomas un clásico tópico de la trasmutación del yo poético en un ave. Ya lo hizo Baudelaire, Rubén Darío y Vallejo. ¿Te acercas más a un albatros, a un cisne o a un pájaro salvaje? 

Definitivamente, a un pájaro salvaje, porque en él se cumplen cabalmente la libertad y el canto.

 

El soneto, arte clásico mayor, ha sido siempre motivo de atención y cultivo por parte de poetas magistrales del verso libre, y en pleno Siglo XX: desde Miguel Hernández, Federico García Lorca o Rafael Alberti, hasta Jorge Luis Borges, Octavio Paz o Alfonso Reyes. El mismo Antonio Gamoneda, Premio Cervantes 2006, ha escrito sonetos de gran factura. ¿Crees que en estos tiempos puede germinar y florecer el soneto?

 El soneto ha demostrado su intemporalidad, y sospecho que siempre habrá poetas que lo tengan presente en sus creaciones. Por supuesto que son escasos los autores que se decantan por esta forma —potro difícil de domar—, puesto que no a todos les ha sido dado el poder dominarla. Por otra parte, en la otra acera nos sorprende —nos abruma, para ser más precisos— una hinchada cifra de «poetas», afónicos pregoneros del verso libre, cuyo infortunio no está en que no puedan dominar el soneto, sino en que, en el propio terreno del verso libre —escenario no exento del rigor inherente a la Poesía—, deambulan a ciegas, tropezando y sin horizonte alguno.

 

Hay una resonancia romántica ineludible, resaltada en estos versos: …donde tu nombre es ya la oscura costra / de una herida que nunca se restaña. ¿Esta resonancia es nostalgia circular o una superación de la pérdida?

Creo que cuando alguien se va, de alguna forma se queda. En el fondo, uno nunca asume como una pérdida si lo vivido trasciende las coordenadas espacio-tiempo de una experiencia a partir del amor. Tanto soñé contigo, que seguramente ya no podré despertar, canta Robert Desnos. Y nuestro Carlos Alberto Seguín: Porque, en el mundo real del espíritu, sólo hay encuentros y nunca despedidas.

 

En tu poemario tocas el amor de pareja, pero también revelas, al final, el amor maternal. ¿En cuál de ellos se centra la pureza del amor, y por qué?

 Son sentimientos que van por senderos distintos. El amor maternal siempre será un sentimiento a prueba de todo. Esta noción es muy nítida en cualquier ser humano, aun en quienes viven al margen de la ley, pues ellos saben que la madre es la única persona incapaz de abandonarlos en la más agobiante de las situaciones. Creo que no hay nada más parecido a la pureza del amor.

El amor de pareja es el encuentro de dos mundos. Pienso que la pureza de ese sentimiento se puede medir por la buena fe con la que dos personas asumen esa intersección como la posibilidad de una nueva vida, que ha de ser una construcción paciente y continua.

 

En el tono herido de algunos sonetos se observa cierta belleza en sí misma de lo sufrido: Qué importa ya morir, si hemos soñado / que la vida es dulzor aunque no tenga / la edad del primer sueño: hemos amado… ¿Qué te motivó a hurgar en esa zona donde eros y tánatos se entrelazan?

 Mis motivos siempre han tenido su raigambre en la experiencia, y es esta quien se ve reflejada en mi creación. Pero como tal experiencia no es única sino universal, otros poetas también han llegado a revelarla a su manera. Khalil Gibran decía: Porque, así como el amor os corona, así os crucifica. O nuestro Manuel González Prada: Si eres vida, ¿por qué me das la muerte?

 

Para un poeta, siempre lo cromático es casi una consigna simbólica: el azul para Darío, el verde para García Lorca, el negro para Poe. ¿Es también el azul una suerte de símbolo cromático en tu poesía, o qué función lírica le atribuyes?

 Podría escribirse un tratado exuberante sobre el azul. En la creación poética, considero que el uso simbólico de los colores adquiere la categoría de adjetivación sensorial. Mis atingencias sobre el azul son la plenitud y la inmensidad. Por lo demás, el azul es precioso. Azules son el cielo y el mar. Azul es el sosiego. Azul es el sueño, y azul claro el momento que le precede. La escritura es azul. De azul está ahora mi corazón… Tú, además de consumado narrador, eres poeta, y puedes descifrar estos códigos. Pero cierta vez, un pobre hombre que, habiendo fracasado prematuramente como escritor —contaba con ciertas destrezas de orden técnico, pero padecía de una sensibilidad congelada— terminó de youtuber, me tildó de huachafo por haber publicado un libro cuyas páginas estaban orladas con una trama azulina.

 

 Por último, a la figura de la madre, tan importante en Trilce, de Vallejo, ¿qué función le atribuirías en tu poemario?

 La madre siempre sostendrá su condición primordial en todo escenario. El mismo poema con el que cierro el libro —un broche de oro, según Ricardo González Vigil—, y que es un homenaje a la mía, revela su significado eterno para mí.

Un autor siempre espera su obra mayor con escepticismo y emoción. Al parecer, Jorge Castillo Fan acaba de encontrar la suya: Veinte poemas de amor y una canción inesperada nos reconcilia con la lírica de buen ritmo y la imaginería clásica, pero también con ese romanticismo tenaz con el que toda bella poesía acompaña su canto eterno. Sentimiento y quebranto, ritmo y belleza, en este poemario hay un recorrido sentimental por las entrañas de la poesía mayor. He aquí dos poemas de Veinte sonetos de amor y una canción inesperada: 

Mi corazón cayó de un solo tajo,
herido de un adiós a medianoche,
pero mudo y negado a su reproche,
sepultose en la sombra cabizbajo.

Sin embargo, yo sé que más abajo
del dolor, en el que arde cada noche,
germina un corazón, un áureo broche
de sangre, sueño y sed, con que me alhajo.

Amar, ya sin final, y ver la muerte,
en cada espejo que el destino entrega,
como un acto fallido de la suerte.

Con otro corazón y en otra brega,
amar hasta morir en otro fuerte,
y ahí nacer de amor en otra vega.

***

En lámparas de sueño yo me encierro,
y en sus fuegos astrales sólo hundo
mi corazón mortal con el que fundo
un reino de palabras: mi destierro.

Esa patria verbal en la que el hierro
del no y del sufrir no tiene fundo,
es paraíso real siendo trasmundo,
es eterno nacer y nunca entierro.

Ese jardín solar es quien imprime
—con su canto lustral— en mis entrañas
la estrella del amor que me redime.

A aquel rojo jardín de las hazañas
del alma y de la voz en lo sublime,
retornas siempre tú cuando me extrañas.