Se encuentra en la Ciudad de México la poeta Elvira Hernández, nacida en 1951 en la ciudad de Lebú, al sur de Chile, igual que Gonzalo Rojas, otro grande de la poesía de aquel país.
Por supuesto, además del hecho de haber nacido ambos en la capital del Araujo, los liga su común devoción por la poesía, y ahora también la existencia de una cuidadosa selección de poemas de Rojas hecha por Hernández para la editorial española Lumen, que la imprimió en abril de 2023 bajo el título de 90 poemas.
Quien ha leído la obra de Rojas querrá leer ahora este libro no sólo para escuchar una vez más la profunda voz de ese hijo de minero sino para conocer, asimismo, la manera en que ella se adentra en la obra de un poeta que en más de un sentido le es tan afín. Es un volumen que aún no circula en México pero cuya edición electrónica se puede adquirir a través del portal de la librería Gandhi, lo mismo que Actas Urbe (compilación de ocho libros de Hernández publicados entre 1991 y 2013) y Elvira Hernández en breve (2020), una antología literalmente breve, pero representativa, que incluso incorpora poemas de un libro que cabe considerar como reciente: Pena Corporal (2018). Y estoy seguro de que en un futuro más bien próximo tendremos en México una antología de sus poemas en la benemérita serie de la unam, Material de Lectura, así como la reunión de su poesía bajo el sello del Fondo de Cultura Económica, que incomprensiblemente todavía no la cuenta en su catálogo.
La razón de mi certidumbre es doble: desde que empecé a leer la poesía de Elvira, en el ahora lejano 2002, me di cuenta del gran calado de su obra, de su agudeza y finura y tuve conciencia de que muchos otros lectores pensaban lo mismo. Al paso del tiempo, como era previsible, se ha multiplicado el interés nacional e internacional por su obra y sobrevienen los reconocimientos que esta merece. Mencionemos aquí solamente los últimos cuatro. Tres le fueron conferidos en el curso del 2018: el Premio Nacional de Poesía Jorge Teillier; el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda; y el Premio Círculo de Críticos de Arte de Chile. El cuarto, y acaso el más importante, por su significado histórico y social, es el Premio Nacional de Literatura de Chile, que se le acaba de entregar el pasado 8 de septiembre. Elvira Hernández, como se ha señalado en estos días, es la segunda poeta que recibe tal galardón, luego de Gabriela Mistral, quien lo aceptó en 1951.
Hay varios paralelismos entre ambas escritoras. Quizá quepa en esta pequeña nota reducirlos a la frase con que Gonzalo Rojas calificó la obra de Gabriela Mistral: “preciosamente áspera”. Hermosa en su austeridad y dura franqueza, la poesía de Elvira Hernández es así. Poesía aguerrida, combativa, mordaz —estrictamente clandestina en sus inicios, bajo el halo ominoso del régimen militar—, escrita por una mujer tenaz y tierna, estoica y dulce, con una penetrante visión del mundo y de la vida. Como muestra basta un botón:
Restos
¿Encontraremos los pelos de la vergüenza
las escamas óseas de una verdad agrietada
la vértebra de nuestra historia?
¿Estará en algún lugar del territorio
la mano de la justicia o solo seremos pasto
y gente que escobilla sus trajes?
¿Algo de valientes plaquetas quedará
en la sangre fresca –algunas palabras–
o solo seremos pala de sepultureros?
Los niños corren en busca del Tesoro Escondido
de su Pasado.
¿Los detendremos?
Sí.
Los arrojaron al mar
Y no cayeron al mar
Cayeron sobre nosotros.